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Hobbs, New Mexico, 29 de enero de 2024 (Neotraba)

Vivíamos en un rancho en la costa de Caborca, Sonora. Allí conocí a Paula. Una mañana la vi por primera vez. Había llegado con su marido la noche anterior, un hombre hosco. Se podía ver que Paula no pertenecía a los lugareños de las rancherías cercanas. El nombre de Paula yo se lo puse. En una revista vi a una actriz de cabello rojizo, de nombre Paula Cusi, parecida a Paula por su cabello.

De Paula sólo podía ver su melancólica sonrisa. Siempre estaba cabizbaja, un halo de tristeza la envolvía mientras lavaba ropa en el canal de riego, con sus bordes de cemento, era lo que se utilizaba como lavaderos.

Los hombres trabajaban en el campo pizcando algodón, regresaban cayendo la tarde. Una mañana iba con mi vasito de peltre hacia el corral de ordeña para hacer fila junto con los niños del caserío. El vaquero había terminado de ordeñar cuando ella salió sollozando y su marido le dio alcance halándola de su cabello y la metió al cuarto. Esas galeras que uno llamaba casa, no tenían ventanas. El vaquero hizo el intento de defenderla, pero una anciana lo detuvo. No te metas, son problemas de marido y mujer. Ese día la leche se me hizo jocoque en el estómago. Los siguientes dos días no la divisé. Mi dolor de barriga seguía y mi angustia crecía por no ver a Paula. Tampoco podía salir porque los ventarrones de arena se elevaban por encima de los techos de lámina que se despegaban de las orillas y sonaban como espadas que se golpean.

Esa noche escuché pláticas entre mi padre y un tío, decían que el fuereño se había ido sin cobrar su raya, que el mayordomo andaba preguntando entre los trabajadores. Nada raro, decía mi padre, cuando ya no conviene un trabajo agarra tus tiliches y busca en otro lugar. Pero sin cobrar, pues no. Yo seguía acurrucada en medio de mis hermanas tratando de conciliar el sueño a pesar del silbido de arena deslizándose por encima del techo. Por la mañana una aparente calma presagió la peor de las pesadillas. La fuerza del viento dejó al descubierto el cuerpo y el cabello inconfundible de Paula. No lo podía creer. Apreté los puños encima de mi estómago presionando con mucha fuerza para maldecir cómo había mirado a unas mujeres en procesión un día que bailaban los matachines.

Maldito, maldito, tres veces, maldito. No sé por qué ellas maldecían, ni a quién. Y cuál sería su razón. Ese era día de celebrar a la Santa Cruz, pero yo sí tenía claro por qué lo hacía, y fue la primera vez que maldije. Ese día y los siguientes fue un desfilar de policías haciendo preguntas. Gente de los otros ranchos que se daban cita para ir y cuchichear. Rumoraban que el patrón se la había llevado a la casa grande, a lavar ropa. Fue el motivo por el cual su marido le hizo pagar con su vida. Después de unos días se fueron olvidando de esa tragedia. Al cabo de un tiempo en los lavaderos también se terminó el recuerdo que Paula dejó en esa gente.

Aún me pregunto si su familia pudo recuperar su cuerpo. Si existe una tumba, y dónde. No sé cuánto tiempo pasó; también nos fuimos de allí. Era común cuando nada te pertenece, empacar las pocas pertenencias e irse sin echar raíces.

Erróneamente creí que algún día podría olvidar. Me llevó toda una vida hacerme la pregunta: ¿es real o simplemente lo soñé? Hasta hoy que decidí escribirlo. Pero antes de publicarlo llamé a mi hermana mayor, Rosario. Le hice la pregunta que nunca me había atrevido hacer. Chayo, cuando vivíamos en aquel rancho cerquita del mar, ¿pasó algo malo? ¿Malo, como malo? Me respondió. Algo feo, una tragedia, le dije. Temblaba yo en ese momento, tuve temor de su respuesta, y la angustia semejante a una patada en la boca del estómago volvió. Me contestó: sí, mija, un hombre mató a su esposa y la enterró en la arena. Pero, ¿tú cómo sabes eso? Cuando llegamos a ese rancho tú tenías cinco años, y esa tragedia había pasado unos veinte años atrás. Una anciana lo platicó. Quedé peor que antes. Rápido me despedí de mi hermana.

Entonces, todo fue producto de mi imaginación. ¿Cómo podía ser la única en ver a Paula, ver sus pies desnudos en el agua dentro del canal de riego? ¿Por qué reconocí su cabello en otra persona, y miré más de una vez su sonrisa cabizbaja?

Aún puedo imaginarla con sus pies desnudos sobre la arena caminando hacia su libertad.


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