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Por Luis J. L. Chigo (@NoSoyChigo)

Puebla, México, 11 de agosto de 2021 [00:01 GMT-5] (Neotraba)

No termino de comprender cómo llegué a Respirar bajo el agua. Seguramente fue motivo de alguna de las acciones entusiastas de Gabriela Conde Moreno para promover la cultura de Tlaxcala. Su autora, Olivia Teroba, nació ahí en 1988. Su entidad le otorgará en 2013 el Premio Estatal Beatriz Espejo en la categoría de Cuento y en 2018 el Emanuel Carballido en la categoría de Ensayo.

También pudo ser la constante aparición de su nombre en mis redes sociales, pues su obra Un lugar seguro agotó todos sus ejemplares y recibió críticas y comentarios bastante positivos. Por eso no tengo acceso a ese primer libro. Es ahí cuando me entero de la reciente publicación de Respirar bajo el agua (Paraíso Perdido, 2020), compendio de cuentos ganador del Premio Nacional de Literatura Joven Salvador Gallardo Dávalos 2019.

Las coincidencias entre los sucesos reales y los motivos literarios a veces son espeluznantes. Manifesté mi intención de adquirir un par de ejemplares con varios días de anticipación y, sin tener la seguridad de que los astros se alinearían y las fechas serían favorables para viajar a Tlaxcala, demoré mi depósito bancario bastante tiempo. Esa demora dio lugar a esta entrevista.

Los cuentos de Teroba serían así el testimonio de la contradicción encarnada en el proceso de conocerse a sí mismo. La narrativa desplegada en 85 páginas lleva al lector al vértigo de la condición existencial. Las protagonistas de estas historias están a un paso de abandonarlo todo o de pagar cualquier precio para conseguir la plenitud, resolverse a sí mismas en la penumbra.

La figura literaria del título cobra sentido cuando sus personajes se detienen en medio de una aparente inercia catastrófica e infinita: el impulso de encontrar salidas, de romper con patrones de violencia. En esta condición de huida es donde las protagonistas perciben el encuentro con ellas mismas. La huida es su salvación.

Con una preocupación latente por el cuidado propio, Respirar bajo el agua se configura a través de una escritura fresca con intenciones de renovación. Esto no debe comprenderse a la luz de lo históricamente dado como renovación, es decir, la búsqueda de un nuevo origen, sino como la resistencia femenina de pertenecer a los cánones y categorías impuestas en la Literatura.

Por último, una curiosidad: este entramado de detalles esenciales casi imperceptibles que son el trasfondo de los cuentos se corona con un error editorial nimio: en el colofón encontramos la leyenda “[…] 2020, año de la pandemia provocada por el virus COVID-19 […]”. La percepción se agudiza con el libro de Teroba, sea quizá una invitación a ver los detalles de todas las cosas.


Luis J. L. Chigo. Nos percatamos de una presencia constante de la adolescencia en tus cuentos. A diferencia del trato glorioso de estas edades en otros autores y autoras, lo abordas con cierta distancia de la felicidad. ¿Cómo funciona este recurso en Respirar bajo el agua?

Olivia Teroba. Al comienzo de la escritura de los cuentos, no tenía la idea de que tratasen sobre la adolescencia. Cuando ya estaba armado el libro, noté cómo ese motivo se repetía. La infancia y la adolescencia son temas de mi interés, por varios motivos.

Uno, como tú decías, algunas ideas mitifican esas etapas y nos hacen pensar en el pasado tiempos mejores. Me gusta demostrar lo contrario: la vida tiene esos altibajos agridulces. En esos momentos somos muy vulnerables y estamos en pleno descubrimiento del mundo, en la formación de nuestra personalidad.

Por otro lado, en ese periodo las cosas nos molestan mucho. Es muy importante poder mirar nuestro entorno con cierto asombro ante lo injusto. La realidad deja de ser dicotómica para nosotros, se vuelve complicado juzgar a las personas a nuestro alrededor. No obstante, hay una tendencia enorme a dañarnos los unos a los otros y a nuestro ambiente.

De la misma forma me cuestiono por qué ya no me enfurecen o por qué ya estoy acostumbrada a toda esta violencia cotidiana. De ahí vienen estas protagonistas cuestionándose o lamentándose todo el tiempo. Otras veces se divierten a costa de cualquier cosa –como el cuento sobre el concierto– y, desde esa mirada externa, identifico un riesgo, una palpitación de destrucción que podría terminar no tan bien. A veces pasa y a veces no, juego intencionalmente con esos elementos.

No sé si interpele tanto en los adolescentes, no creo escribir literatura juvenil –me encantaría–, es más una forma de volver al pasado. Es notable la presencia de una mirada no plantada en la adolescencia como presente, sino de forma externa.

LJLC. El lector puede sentir la desesperación de los personajes cuando se enfrentan a cuestiones existenciales y no se percatan. Precisamente, tus cuentos son de finales abiertos, de no saber qué podría venir a continuación. ¿Cómo se da la relación entre la estructura existencial y el impulso de dañar al otro o a sí mismo?

OT. Elegí el cuento para contar esas historias justo por su estructura: oculta bastante. En este libro se ocultan muchísimas cosas, sobre todo porque en mis primeros cuentos estaba muy interesada en eso. Estos son mis primeros cuentos.

El asunto es evitar la perspectiva moralista sobre el acto de dañar. Es muy difícil situar la mirada cuando ves el pasado o grupos de edad a los cuales ya no perteneces. Gracias a las historias cortas representamos esas ocasiones donde reconocemos fuerzas muy opresivas o mucho dolor.

Muchas veces, los personajes se dan cuenta de ello como tal vez nosotros no lo hicimos cuando estábamos en esa vivencia. Es una forma de revisitar esas instancias, virar la atención en otros objetivos. Se trata de observar, pensar, y dejar pensando al lector. Hay una tradición de cuentos con esas características.

Cuando estaba en el proceso de escritura de este libro, incluso leía a Carver, Lydia Davis. Textos muy breves o fragmentarios. Ocultar ciertos hechos le puede dar potencia a las sensaciones y emociones, a lo vivido en ese instante. Cambiar el eje para los lectores. Al final te puedes preguntar: Si el final no es lo importante, ¿qué me quiere decir?

LJLC. El regreso al origen y la infancia fueron materias literarias casi exclusiva de los varones durante mucho tiempo. Su tratamiento era brutal y al mismo tiempo nostálgico. En tu caso, ¿podríamos hablar de un intento por comprender de otra forma el origen?

OT. De entrada, todos mis personajes infantiles están inspirados en Nellie Campobello. De hecho, uno de los cuentos se trata de la historia de Nellie, quien murió en condiciones bastante precarias y violentas.

No sé si lo pienso como algo distinto, sino más bien como una indagatoria en estas infancias. Se trata de un punto de vista ingenuo, inocente o distinto al de nosotros los adultos, ya con todos estos estímulos sobre la violencia cotidiana. En la infancia todavía existe cierto asombro y a la vez cierta liviandad con el asunto. Pasa mucho con los personajes de Nellie.

Por ejemplo, hay una niña amiga de un cadáver. Ese tipo de escenas a mí me impresionaban mucho cuando las leí y empecé a desarrollar estos personajes con perfiles infantiles, ingenuos, a la vez observadores sin tapujos de toda la violencia que viven. Ni magnificarla ni tampoco el proceso contrario, restringirla. O la magnificas o la bloqueas por completo y piensas que nunca pasó.

Portada de Respirar bajo el agua, de Olivia Teroba
Portada de Respirar bajo el agua, de Olivia Teroba

LJLC. Es una constante literaria la exigencia de afrontar el destino. Sin embargo, tus personajes abrazan la huida. Es el caso del cuento “Shamisen”, donde una niña fan de la cultura japonesa se queda atrapada la azotea de su edificio por evadir a su padrastro, o en “Respirar bajo el agua” cuya protagonista se deja llevar por las olas del mar. ¿Cómo viven tus personajes estas problemáticas?

OT. Muchos personajes intentan escapar y hacer cosas distintas. Me interesa reflejar esta huida: si uno escapa, al final te encuentras contigo misma. Escapar, en algún punto, necesariamente te lleva a estar sola. A su vez, eso implica enfrentarse a una misma.

Justo en los dos cuentos mencionados, las protagonistas llegan a un punto donde únicamente ven al cielo, ya no hay nadie alrededor. Me atraen esos límites, son una postura muy clásica, de epifanía, y cómo puede haber un descubrimiento interior sin un movimiento exterior excesivo. Al final, sólo es una chica caminando en la playa o parada en la azotea, sin moverse, pero en su interior suceden muchas cosas, varios procesos interiores.

Hay cierta postura de fracaso, no existen acciones concretas delimitando la conclusión de la historia. Es decir, debemos revisar cómo pensamos el cuento y la narrativa en su forma clásica: introducción, nudo, desenlace. Y el desenlace –si lo pensamos como en las películas de acción– es matar al malo o escapar mientras detrás de ti explota una bomba. Son un tipo de finales muy prestados a lo visible, precisamente por su dependencia de la vista. En las historias escritas tenemos la oportunidad de indagar en lo invisible. Esa es mi idea con estas historias tan introspectivas y con un aire de insatisfacción.

Me preguntan mucho cómo terminan las historias, me interesaba más llegar a un punto de realismo. No en el sentido literario-histórico-nacionalista ya conocido, sino un realismo interior, un reflejo de los procesos interiores, muchas veces infinitos, sin fin. En ocasiones tenemos ciertas revelaciones y descubrimientos, por eso solemos asegurar “mi vida va a cambiar”, y no cambia o la cosa más insignificante termina por hacerlo.

Están las maneras en las que nosotras mismas contamos nuestra vida. Muchas veces son imitaciones o simplificaciones de los sucesos reales. Nos damos ánimos y una misma se narra su historia como: “En tal etapa de mi vida cambié, ahora soy distinta, ahora soy… y ahora soy…” Es una narrativa generada para entender el mundo, pero en realidad el mundo no se deja aprehender por ese tipo de narraciones. Realmente las cosas pasan de otra manera, la vida es muy inexacta.

Quería reflejar esa dificultad, generada por la estructura cuadrada del cuento, y cómo al mismo tiempo te lo permite pues permite ocultar muchas cosas y te da una pauta de todo lo oculto a la vista, como los personajes que somos de nuestras historias y como ocurre con las protagonistas en los cuentos.

LJLC. Como mencionas, el cielo es una constante en ambos cuentos y en “El cielo guarda cualquier secreto” …

OT. Hay mucha fijación con los elementos naturales en general: el agua, el cielo… Me interesa citar a los personajes en un contexto en el que vivimos –o al menos en donde yo crecí–: la ciudad como negación de la naturaleza. Tenemos pavimento y edificios sobre una laguna, lanzamos humo al aire todo el tiempo. Esa sensación de que ella no nos afecta, me gusta cuando estos personajes interactúan con esa percepción. Tengo varias historias relacionadas con ver el cielo y tratar de recordar esos orígenes, recordar la interconexión con nuestro alrededor.

Otras de mis cosas favoritas de este tipo de elementos –el sol, las estrellas, la luna, el mar–: son una respuesta siempre frente a nosotros. Justo porque todos los cuentos son muy interiores, con todas estas complicaciones, preguntas e inquietudes en la cabeza, la calma y la sensatez pueden estar marcadas por cosas así. Son símbolos de pensar en lo trascendente, más allá de nosotros y sin posibilidades de controlar.

Por ejemplo, traté de hacerlo evidente en “Shamisen”. A pesar de su edad, la chica tiene intenciones de escapar, está llena de impulsos. Sin embargo, espera el transitar de las cosas, al menos por un tiempo, para luego actuar.

Otra cosa: estos cuentos se contraponen a ciertas narrativas comerciales, donde el héroe siempre se ve como alguien activo. Pienso en personas cuyo aprendizaje es aceptar sus circunstancias y actuar a partir de ellas. Eso es una forma de epifanía, de aprendizaje y cambio en el personaje, lo cual ya cumple con ese requisito de los cuentos. Y no es obligatorio estar en movimiento físico ni cambiar de escenario.

LJLC. Sin verlo desde una perspectiva negativa, cuando el movimiento deviene de los pensamientos y no desde las protagonistas, ¿hay una especie de procrastinación existencial para generar algo nuevo?

OT. No estoy muy segura de ir en ese sentido, la existencia siempre se retrasa y, más bien, sí vivimos todo el tiempo. Siempre buscamos lo que tenemos en frente y de todas maneras nos preguntamos qué es la vida o cuál es el destino de uno. En realidad, ocurre ahora mismo o la pregunta misma es parte del proceso para encontrar la respuesta. Es un asunto muy relacionado con indagaciones personales.

Quise explorar en este libro la noción del tiempo, por eso el cuento de “Respirar bajo el agua”. ¿Qué ocurre al respirar bajo el agua? No sabemos qué sucede en el presente –aunque todo el cuento esté en él– y cuáles son los recuerdos. Tiene que ver con dislocar las temporalidades aplanadas en las historias. Uno en el presente vive en un solo momento, cuando lees puedes ver pasar el futuro de la protagonista y estar en todas partes a la vez.

Cuando esas acciones se retrasan, deberíamos detenernos en esos pequeños fracasos o frustraciones, hacer el esfuerzo de por qué estamos ahí y nos sentimos de esa forma. A lo mejor no atrasamos las cosas, más bien eso debíamos estar haciendo. Cambiar el foco de qué es una acción, de qué es actuar. Tenemos una idea capitalista: desarrollarse, crecer. Si embargo, hacerse a un lado también es parte de ese crecimiento.

LJLC. De vuelta a los elementos naturales, la presencia constante de los cuerpos de agua y del cielo me manifestó los dos extremos de la existencia: mujeres jóvenes y en la vejez se miran entre sí todo el tiempo en el libro. En “Ejercicios de caligrafía” el punto de encuentro de esas miradas es la soledad. ¿Es diferente este elemento desde una perspectiva femenina?

OT. Sí, es distinta, se asocia a muchas cuestiones. Para empezar, hablar desde el género sí es una constante en mi labor literaria pero no es consciente. La literatura no habla de esas cosas directamente, no hace textos panfletarios para apoyar una causa –al menos no es lo que yo quiero. Hago exploraciones pausadas, busco las complejidades y las aristas de estas perspectivas. Escribir a partir del género es la necesidad de buscar una nueva perspectiva en las historias –o eso fue para mí–, otra forma de ver las cosas.

En general, la narrativa, el cuento, las historias de adolescentes poseen estructuras a las cuales estamos demasiado acostumbrados –finales cerrados, héroes, etc. La chica de “Shamisen” lo manifiesta, le gustaría tener un enemigo contra el cual luchar y ganarle. Muchos elementos en nuestra cultura están basados en eso. Tanto en las películas como en cosas más sutiles –como campañas políticas o mercadotecnia– se asocian con el héroe salvador.

Si son personajes hombres o mujeres, la perspectiva es muy distinta, como sociedad ya tenemos varios prejuicios y modelos bien metidos en la cabeza. Cuando mostré esos textos en el taller decían “Esto no sirve, no es una historia y no sucede nada. ¿Por qué todos tus personajes son mujeres?” Provoca rechazo ver una literatura distinta a la que estás acostumbrado. Ese es mi punto, hablar de las personas fuera de las épicas, o personajes insertos en épicas diminutas ocurridas en la cotidianidad. De cómo se viven ciertas experiencias siendo mujer.

En “Ejercicios de caligrafía”, la figura de la mujer loca y apartada porque simplemente la sociedad no puede con ella, por no ser sensata, productiva y no cumplir su “rol” como mujer. Esto ocurre constantemente. Son personajes apartados del mundo y, a pesar de ello, actúan ahí mismo. Es una decisión el poner el foco en ellas y sus interioridades, leer cómo una niña vive con su medio hermano y en sus posibilidades de escapar o no escapar de ese entorno.

Sí, hay cierta sensación de opresión. En general, para las mujeres es difícil salir de esas realidades. No es como simplemente salir de sus casas y ya. Y si lo hicieran, lo vivirían de una forma muy distinta a alguien que se reconozca como varón.

Portada de Un lugar seguro, de Olivia Teroba
Portada de Un lugar seguro, de Olivia Teroba

LJLC. Tus planteamientos literarios se vuelcan en planteamientos filosóficos. ¿Cómo se vuelca la narrativa sobre la soledad en un acto reflexivo?

OT. Nos fortalece. Implica un aprendizaje muy largo. –probablemente no se alcance a ver en los textos, son pequeños. Son un aprendizaje al interior con posibilidad de brindar ayuda para otras situaciones. Aprender a estar en solitario puede enriquecer mucho nuestra personalidad.

Sin embargo, lo evadimos constantemente. Incluso ahora con la pandemia, está la aprehensión por ver las redes, hablar con otros, mantener el contacto. Varias de mis personajes se enfrentan a la soledad no siempre por querer, sino por la necesidad de estar ahí y conocerse a partir de eso –como máxima socrática. Muchas de las personajes se enfrenten a sí mismas, se reconocen y eso puede ayudarles simplemente a llegar a cierto punto de aceptación.

Hay algo de filosófico en pensar esta parte espiritual, en cómo nos podemos encontrar bien entre tanta violencia; cómo podemos llegar a cierto punto de estabilidad cuando se mueve tanto, cuando el mundo es tan catastrófico y constantemente nos ataca de muchas formas.

LJLC. Las protagonistas de Respirar bajo el agua, ¿refieren a ti misma?

OT. Sí y no. Quienes escribimos ponemos algo de nosotros en nuestros personajes. Hay mucha sensibilidad mía en ellos –lo cual implicaría que tengo demasiadas cosas en la cabeza–, constantemente pienso en otro tipo de experiencias. Disfruto mucho imaginar, pero puede llegar a ser ansioso estar todo el tiempo pensando y considerando qué le está pasando al mundo.

Este acto de empatía hacia la gente a mi alrededor puede llegar a ser frenético. De eso hablo en Un lugar seguro, de cómo es esta relación de alguien que escribe con otras personas. A la vez, hay un desdoblamiento y es difícil marcar el límite o la diferencia entre lo que soy yo y los personajes. Los leen y dicen “Ay, es una chica joven, eres tú” o “Ah, sí, como cuando tú te fuiste al mar…”, y no son tal cual anécdotas mías. Si tienen algo mío, son la sensibilidad y las apreciaciones que, a pesar de mis intentos por salirme, igual entran en mi cabeza.

Procuro pensar más allá de cómo yo vería una situación. Eso me pasa más y mejor en mi siguiente libro, Pequeñas manifestaciones, que saldrá en octubre. Respirar bajo el agua son mis primeros textos y sí hay muchos acercamientos a mis pensamientos y sensaciones–quizá no tal cuál–, o de personas cercanas.

Parto mucho de lo que conozco, los procesos interiores. Muchas veces las circunstancias exteriores jamás sucedieron y para eso sirve la imaginación.

LJLC. Sin ignorar la literatura al respecto –como Una habitación propia de Virginia Woolf, por tomar un ejemplo icónico–, por el rol social impuesto, por quienes escriben la historia y por muchos otros elementos, ¿se le ha negado la posibilidad a la mujer de regresar al origen?

OT. Sí hay muchas mujeres realizando ejercicios introspectivos a lo largo de la historia, no representaciones de esas mujeres.

Por ejemplo, en el trabajo doméstico hay muchísimos espacios de soledad. Llegan un montón de cosas a la cabeza incluso en actividades tan demandantes como cocinar. Virginia Woolf refiere más bien eso, la falta de tiempo para representárselo. Son las voces silenciadas e ignoradas sistemáticamente a lo largo de la historia. Ya conocemos que, de entrada, el acceso a la educación a la mujer es muy nuevo, eso implica la nula oportunidad de plasmar estos momentos y hablar de estos otros espacios de intimidad dados muchas veces en otros contextos, incluso a la mitad de un trabajo, a la mitad del cuidado, o cuando convives con otra persona.

Siempre existen esas oportunidades, al final somos personas y pensamos. Ocurren muchas cosas al interior de los roles de la mujer donde se le representa constantemente: las casas, el cuidado de los otros, y no se habla de ello.

Cuando leo a escritores hombres –muchos leídos cuando era más joven– y en ocasiones ni siquiera te describen cómo se hacen un sándwich. No sabes lo que ocurre con su cuerpo porque son puro pensamiento o pura acción. Aparentemente separan la acción de lo doméstico, las grandes reflexiones sobre la humanidad de lo cotidiano, cuando realmente todo ocurre al mismo tiempo en un flujo constante.

LJLC. En cronología vital presente en tu libro desconocemos, por razones obvias, el futuro. A partir de lo estructurado a lo largo de estas preguntas, ¿cómo se ve Olivia Teroba en el futuro?

OT. Para mí son muy difíciles esas preguntas sobre el futuro. Justo hice un textito para una antología sobre el futuro y fue muy complicado, es difícil en estos tiempos pensar en lo que va a pasar –más con una pandemia encima.

Mi certeza es procurar estar con la gente que quiero y escribir. Y escribir sí se debe asumir como una decisión en la vida. Yo tomé esa decisión hace mucho tiempo, quiero seguir con la escritura y explorar mi propia sensibilidad y la de otres. Explorar este oficio, el cual entiendo como uno que requiere mucha práctica y aprendizaje y lectura.

Todo lo que rodea la escritura ya es parte de mi vida. Pase lo que pase, seguiré escribiendo.

LJLC. Por último, un elemento muy presente en tus historias, ¿qué es el amor para Olivia Teroba?

OT. Pensando en el amor de pareja, me resuena el amor propio, antes que nada.

El amor es aprender a acompañarse y, dentro de esta compañía, implica mucha aceptación. Asimismo, esta aceptación implica primero aceptarse a una misma, conocerse, quererse y después compartirlo con alguien más. Entonces, con esa persona aprender a tener compañía.

Hablo de esas sutilezas. Las relaciones interpersonales dan para escribir muchísimo porque se nutren de gestos muy sutiles y cada persona las va a vivir de forma muy distinta. Al final, la búsqueda sería por un bienestar común, y justo eso parece lo más difícil del mundo.

Entonces, pienso “Calma, apenas y podemos relacionarnos con los nuestros y con nosotros mismos”. Pienso eso, tal vez sea el principio de entender nuestras relaciones con el mundo en general, incluso interespecie. El principio de todo eso es empezar a reconocernos, empezar a reconocer a otres y cuestionarnos lo que estamos buscando, tener eso bien claro.

Por eso, ciertas cosas descritas en el libro pueden sonar muy elementales, pero en la vida cotidiana no siempre estamos conscientes de cómo nos sentimos. Hay miles de estímulos que pretenden llenarnos de compañía o de ideas, nos alejan de cómo nos sentimos realmente. Ese primer engaño da lugar a otros más y construye el mundo que habitamos.

Olivia Teroba. Foto de Mónica Garrido.
Olivia Teroba. Foto de Mónica Garrido.

Esta entrevista contó con la colaboración de Karime Montesinos.


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