No es fácil hablar del cuerpo femenino en un país como el nuestro: Brenda Ríos.
Brenda Ríos platicó sobre su libro Raras. Ensayos sobre el amor, lo femenio, la voluntad creadora, con Óscar Alarcón en la Biblioteca Central de la BUAP.
Brenda Ríos platicó sobre su libro Raras. Ensayos sobre el amor, lo femenio, la voluntad creadora, con Óscar Alarcón en la Biblioteca Central de la BUAP.
Por Óscar Alarcón (@metaoscar)
Puebla, México, 28 de mayo de 2020 [05:00 GMT] (Neotraba)
Platicar con Brenda Ríos es recordar a la poeta Gaby Puente, pues por ella fue que di con los libros de la autora de Cubo de Rubik. Empacados al vacío y Las canciones hacen pop hacen pop en mí, fueron los primeros libros que leí de Brenda. Me hice de un ejemplar de uno de ellos precisamente por Gaby: tienes que leerla, es una autora bien chingona, me dijo mientras nos echábamos un gin tonic en su casa. Las dos ocasiones en las que habíamos charlado lo hicimos en Profética. En la primera yo le hice una entrevista, en la segunda ella fue quien lanzó las preguntas y para no terminar en pares, la invité a presentar su libro Raras. Ensayos sobre el amor, lo femenino, la voluntad creadora, a la Biblioteca Central de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. La charla se llevó a cabo el 23 de octubre de 2019 y tengo que agradecerle a Brenda, quien siempre me deja pensando cada una de sus respuestas y al maestro René García, director de la Biblioteca Central, porque sin él estas presentaciones no se hubiesen realizado.
Óscar Alarcón. Raras, está entre la crónica y el ensayo, últimamente las fronteras entre estos dos géneros se han mezclado más. Abordas una temática que en este momento está en boga, en una sociedad mexicana que ha tenido violencia en contra de las mujeres, aparece en buen momento: Raras. Ensayos sobre el amor, lo femenino, la voluntad creadora. ¿Cómo surge el libro?
Brenda Ríos. Llevo mucho tiempo escribiendo sobre mujeres. Escribí un libro sobre Clarice Lispector que se publicó en 2005. Me llamaron de Turner y la editora me dijo que si tenía algo. Le comenté que tenía una serie de textos que llegué a publicar en la revista de la Universidad Autónoma Metropolitana, que se llama Casa del Tiempo, y había publicado varios textos sobre mis lecturas, porque obviamente no solo leo sobre mujeres, también leo autores hombres.
Fui tejiendo un interés muy especial de ciertas autoras porque hoy en día el tema es de coyuntura, pero aun así me parece insuficiente.
Hay muchísimas antologías de mujeres que escriben, de escritoras poblanas, escritoras norteñas, escritoras del sur, escritoras con sobrepeso, escritoras diabéticas o lo que sea. Pero creo que es insuficiente para compensar las fallas de la historiografía literaria: 80% de las antologías en Latinoamérica hasta los años ’80 tuvieron muy pocas mujeres.
Creo que hay leernos, ponernos atención porque se están diciendo cosas de otra forma. No digo que bien ni mejor, digo que de otra forma.
Con este perfil que tenía en mi columna de Casa del Tiempo, decidí encerrarme a trabajar y descubrí que este libro incluyó a autoras pero no todas son escritoras: está Amy Winehouse; Becky G, que es una reguetonera; está Hannah Gadsby, que es una estandopera. Hablo un poco de Anaïs Nin, Sharon Olds, Jean Rhys, que me las fui encontrando en el camino. Me llegó un libro de crónica de la argentina María Moreno y de inmediato decidí hacer un libro de mujeres que me inquietaban.
Apenas me preguntaron que si estas 25 mujeres eran mi canon. Y me parece que hablar del canon es un lugar común. No es mi canon no occidental u occidental, pero finalmente eran autoras que me inquietaban. Hay autoras vivas muy jóvenes, como Xel-Ha López.
Uno apuesta, quizá sean jóvenes que dejen de escribir –esperemos que no– pero uno también se puede arriesgar a decir “Yo creo que esto puede tener un sentido”.
ÓA. Las palabras categorizan a las personas, no solo a las mujeres, ¿por qué escoger un título como Raras?, ¿cuáles son las guías temáticas que conducen tu libro?
BR. Yo más bien diría que son personajes: personajes vivos, personajes muertos. El título original fue Raras. Rubén Darío a finales del siglo XIX escribió un libro que se titulaba Los raros, que es un libro homenaje a los autores que él ama, en su mayoría franceses. Entonces dije que yo quería hacer mi versión de las raras.
Me parecía que tendríamos un poco de humor, curiosamente el nombre también se podría prestar a una clasificación: “mujeres locas”, por ejemplo, o como siempre nos tachan: “mujeres histéricas”. En la editorial hicimos una encuesta –del porque se llamaba Las raras, que a mí me gustaba– no queríamos que el lector se confundiera así que suprimimos el artículo “Las”, le agregamos el subtítulo y así fue como lo pensamos.
Todas ellas tienen incluida la rareza. Están Elena Garro, Dolores Castro, muchas de ellas fueron incómodas. Por ejemplo, Anne Sexton que tenía en los años ’50 en Estados Unidos –mujer blanca, de clase alta ilustrada– el estereotipo de casarse y tener hijos. Esa era la felicidad. Entonces, la mujer se casa y tiene hijitos y descubre que esa no es la felicidad, al contrario. La llevan al psiquiátrico y gracias al análisis empezó a escribir.
Elena Garro se casó también con un escritor y tiene un doble destino: ser autora y estar a la sombra del marido. Creo que hay destinos incómodos, son mujeres que creyeron que las instituciones llamadas matrimonio, familia, pareja e hijos iban a ser todo por ellas y te das cuenta de que no fue así. Ellas estaban muy incómodas y buscaron algo que quizá no encontraron. Eso es un poco de lo que hablo.
No quisiera decir que se internaron para salvarse porque hay unas que fueron suicidas bastante exitosas. No incluí a Alejandra Pizarnik con toda la intención. No incluí a Sylvia Plath. Me faltaron muchas, como Simone de Beauvoir, Mary Shelley, que fue la primera en hacer un manifiesto de los derechos de la mujer. Más bien me concentré en las lecturas que yo iba encontrando y con las que me sentí cercana.
ÓA. La selección que realizaste no fue temporal, por ejemplo la segunda mitad del Siglo XX, ¿cómo hiciste la selección de las 25 mujeres y no 27, por decir un número?
BR. Tenía 21 autoras. Dejé fuera un ensayo sobre Susan Sontag, porque me estaba inclinando mucho hacia Norteamérica. Descubrí que estaba metiendo a muchas norteamericanas y muchas argentinas.
Me dijeron “tú libro se va a llamar como el de Rubén Darío, entonces ¿por qué no te haces cuatro ensayos más?” y ahí fue cuando incluí a Fátima Vélez, que es una colombiana y me puse a leer muchísimo. Incluí a María Zambrano y a Chantal Maillard, que es una poeta y teórica, de una generación viejita y vive en España, tiene un libro maravilloso que se llama Matar a Platón.
Al sacar el índice mi primer orden fue hacerlo de forma cronológica, la primera era Emily Dickinson y después me di cuenta de que no funcionaba por tiempo y lo ordené por orden geográfico: empiezo del sur hacia el norte y termino con una sueca.
Me interesó ese panorama de lecturas. Termino con una autora que prácticamente no se conoce –ni siquiera en español. Me encontré su libro en una librería de Buenos Aires. Kerstin Thorvall es muy famosa, escribía para niños y jóvenes. Fue un libro que causó mucho escándalo porque cuenta de un amante que tuvo cuando ella era mayor: Recuerdo a todos mis amantes y cómo solían tocarme, fue un libro que causó furor en Suecia, se hizo una serie de televisión y es muy raro que ese libro haya llegado a una edición en español.
Eran esas cosas las que me inquietaban: no tener precisamente un orden de tiempo sino simplemente son unas locas que me encontré en el camino y por eso las he llamado locas de amor, suicidas y alcohólicas.
ÓA. ¿Encuentras algún entrecruzamiento en sus propuestas sobre lo femenino?
BR. El tema que rige el libro es el cuerpo. El deseo, el erotismo del cuerpo físico. Hay una autora –Sharon Olds– que tiene un poema fantástico sobre envejecer, sobre una mujer de 50 años que se mira a sí misma desnuda y se describe. Son estas cosas de las que muchas veces se tiene miedo.
No he leído poemas de hombres describiéndose a sí mismos físicamente envejecidos. Creo que hay una preocupación, una inquietud no sólo estética sino que va más allá de la representación del cuerpo. Durante muchísimo tiempo la idea del cuerpo femenino ha estado contada por hombres. Pero es tan importante este libro porque ella dice que no está hablando de todos los hombres que tuvo, está hablando de los amantes que más le importaron.
Son testimonios amorosos, ella cuenta una anécdota en donde un amigo suyo comienza a hojear el libro y el tipo estaba sorprendido y le dijo “¿Esto hacen las mujeres?” La narradora cuenta que el amante se iba, se queda sola en la casa… entonces se pone a hacer algo para no perder el olor de él. Y el amigo estaba sorprendido.
Me quedé pensando en que nadie les ha contado absolutamente nada. Lo que saben sobre lo que nos gusta a las mujeres es porque viene en algunos libros.
Hay una frase en Trópico de Cáncer de Henry Miller, donde dice que la cosa más importante que tienen las mujeres es eso que tienen entre las piernas. Y es brutal.
Gracias a la correspondencia de Anaïs Nin nos enteramos de que ellos tenían una relación que trascendía lo erótico. Ser amantes no era importante. Lo importante es que se seguían leyendo aun cuando se habían enojado. Anaïs Nin lo regaña y le dice que está muy indignada por su escritura, ella le reclama: “Para ti todas las mujeres son un hoyo”, textual. Anaïs lo pone como zapato.
Creo que hay una configuración del deseo femenino, del cuerpo y de cómo nos vemos nosotras mismas. No es fácil hablar del cuerpo femenino en un país como el nuestro.
ÓA. Le hice una pregunta a Ana Fuente Montes de Oca, que ganó el Premio Dolores Castro de cuento, y resulté regañado. Después de eso, tuve un aprendizaje. Le pregunté a Ana, que estaba embarazada de su segundo hijo, “¿cómo combinas la escritura y la maternidad?” y Ana me respondió “Yo quisiera saber si este tipo de preguntas se las haces a los hombres, ¿cómo combinan su paternidad y la escritura?” Fue muy revelador porque muchas veces los hombres actuamos desde el desconocimiento del cuerpo femenino o simplemente la mujer no le muestra al hombre porque pertenece a una esfera de otro ámbito. ¿Qué nos vamos a encontrar cuando leamos tus ensayos para nutrir la perspectiva masculina y la perspectiva femenina?
BR. No creo que sea un libro difícil, eso es lo importante. Creo que es un libro que tiene fines de divulgación, entonces hay un juego que pretendo hacer –espero lograrlo–, es una mezcla entre reseña –hablar de una obra en particular–, invitaciones a la lectura de estas autoras y una parte ensayística: al contrario de lo que nos han enseñado de argumentar. Aquí no se trata de defender nada –a veces ni argumentar– sino de poner las cartas sobre la mesa y que puedan convertirse en una bola de nieve, que uno se deje llevar. Eso me pasó con el texto de Ann Sexton, me dejé llevar por los poemas. El texto que más trabajo me llevó por tiempo, por darle muchísimas vueltas, fue el de María Moreno.
Fue un libro muy difícil para hacerse en nueve meses. Creo que cuando los hombres hacen su obra –cineastas, pintores, escultores– uno puede separar el objeto cultural de la vida privada y eso es algo que en la mayoría de las mujeres no sucede así. Las mujeres están vinculadas entre la vida personal y su trabajo. Un lector –así, sin género– puede encontrar eso.
ÓA. Le ocurre a Amy Winehouse, que ha sido juzgada por su vida y no por su obra.
BR. Amy Winehouse es quien salta en el libro. Me han cuestionado sobre su inclusión. Hubo una chica que me entrevistó y me dijo “¿Por qué Amy Winehouse y no Nina Simone?”, le dije “Perdóname, no se me ocurrió”.
No podemos evitar el juicio moral que hay sobre las mujeres artistas. Es como Janis Joplin: hablamos de su trabajo pero también de su adicción a las drogas.
ÓA. En el ensayo sobre Jean Rhys, hay una línea que dice “El mundo femenino es el mundo del encierro, de guardarse todo. Las personas no pueden hablar y cuando lo hacen dicen todo mal, hacen todo mal. He ahí lo trágico. La marginalidad, el abandono de las personas mayores, tampoco son retratos que levanten el sistema ético como aprendizaje”, aunque la autora no es mexicana, ¿se vive así en nuestro país?
BR. Tengo un libro inédito que es de crónicas eróticas. Lo hice a cuatro manos con una escritora argentina, y cuando yo empecé a escribir me pareció importante volver a hablar de la posición erótica femenina, sin pasarnos, porque según yo varios libros de erótica femenina o no llegan o se pasan.
Mi experimento fue el siguiente: le pregunté a todos los que conozco, hombres y mujeres, con quiénes hablaban de sexo. Y me sorprendió muchísimo que no hablaran de sexo. Mis primas que se casaron con el novio de la secundaria, supongo que siempre han sido fieles, me imagino que son personas que se han acostado con una sola persona en toda su vida. Y así las mamás y así las abuelas: mujeres que solo tuvieron una pareja sexual.
Son estas cosas que las tías dan por hecho en las conversaciones en la cocina, y dan consejos pero en realidad no es un tema del que se hable.
Cuando yo empecé con la primera crónica de ese libro yo tenía a mí mamá y a mi tía detrás de mí diciendo: “De esas cosas no se hablan, esas cosas no son para contarse, esas cosas son en privado”, y una vez que me las sacudí, pude escribir pero no fue fácil.
Hay muchos fantasmas en la cuestión del cuerpo en México, no creo que sea fácil. Somos un país en donde las mujeres son asesinadas… y en Puebla más precisamente: es alto el índice de mujeres embarazadas que fueron asesinadas porque no se ejerce la paternidad responsable.
Por un lado hay desprecio a la vida, y por otro lado hay una especie de normalización de esa violencia de género. Eso es lo que encuentro tremendo porque la gente le tiene terror, si ustedes salen al Centro Histórico de la Ciudad de México, todo mundo les dice cosas.
Entre el catolicismo y la doble moral, es como si le tuviéramos terror al cuerpo, a mostrar el cuerpo. Cuando tenemos a estos santos en las iglesias prácticamente desnudos, tenemos estos Cristos que parecen salidos del gimnasio.
Por supuesto que es un país complejo y cuando hablo de México también pienso en Chile, porque culturalmente, religiosamente somos muy parecidos. Son sociedades muy conservadoras y es muy común entre los conservadores –por ejemplo yo que soy de Guerrero– saber que tu papá tiene otra familia.
La doble moral es muy hipócrita y a la vez es normal. Claro que mi abuelo tenía otra familia, es normal que tengan hijos regados por ahí. Entre eso y lo que sucede actualmente creo que sí hay que pausar mínimos sistemas de empoderamiento y recuperación de libertad.
ÓA. También encuentro que hay temas de los que no se habla socialmente: no se habla del envejecimiento, de las enfermedades, por supuesto no se habla de las enfermedades mentales, ¿qué pasa con las autoras y la enfermedad, qué es lo que descubres en su voluntad creadora y la enfermedad?
BR. Y del aborto. Y de la menstruación. Anne Sexton es de las primeras que abordan el tema y de la masturbación, con este poema hermoso que se llama “La balada de la masturbadora solitaria”, hay un fragmento en donde habla que se embaraza y tiene un aborto. Como Anaïs Nin, que nunca le dijo a Henry Miller porque él era el artista y ella no puede darle el peso de la paternidad y ella lo “salva”.
El sacrificio y la inmolación son muy difíciles. Muchas de estas mujeres son alcohólicas, muchas de ellas son suicidas, hablo un poco de Plath porque era muy amiga de Anne Sexton, pero también tiene que ver con esta cuestión de depresión. Jean Rhys fue alcohólica, en Inglaterra, tuvo un cuadro clínico de ansiedad.
Creo que la manera en que muchas encontraron para moverse un poco era escribir. A Anne Sexton le recetan escribir, y algunas escribían un poco contra sí mismas. Pensemos en la misma Elena Garro que no tenía una enfermedad mental pero la paranoia formó parte de toda su vida, para bien y para mal no tendrías la obra de esta personaje enorme que se sentía perseguida por todos lados. Creo que son cosas no solo invisibles sino privadas.
ÓA. Los ensayos de tu libro me recordaron a una charla que tuve con Raquel Castro, quien hablaba sobre el síndrome del impostor: un editor le habla a una escritora y le dice que la quiere publicar. Ella le dice que no tiene un texto pero que le pasa a su marido quien sí es un gran escritor y que seguramente sí tiene una novela o un libro de cuentos. Raquel menciona que a veces hay un autosabotaje por parte de las escritoras. ¿Ocurre algo similar con alguna de las autoras que estudiaste?
BR. Sí, claro. Piensa en Elena Garro, en esa historia en donde Paz le pide que queme uno de sus manuscritos y ella lo quema. Helena Paz es testigo de cómo lanza las hojas a la chimenea. Y Octavio Paz lo narra sólo como una anécdota.
Usé una palabra maniquea y difícil: el amor. Porque en el amor hay mucha trampa, es una palabra que aprisiona de cierta forma. El amor lo justifica todos los sacrificios que eres capaz de hacer: la no maternidad, el claustro, el no trabajar, el no desarrollarte tú misma. Está completamente vigente, hay una falta del reconocimiento del rol de muchas artistas, no sólo escritoras sino de muchas artistas.
Nos enseñan a decir que nuestro trabajo es como la guarnición, somos el acompañamiento. Pensemos en ese texto hermoso de Virginia Wolf, “Una habitación propia”, está en la biblioteca de una universidad y ella dice “Me hubiera encantado estudiar aquí pero este lugar era de los hombres.” Ella se pone a investigar qué se sabe de las mujeres en Inglaterra, qué se sabe de las escritoras y hace un repaso. Es la necesidad que Wolf tiene, estaba casada con un editor, era de una clase social privilegiada, era blanca y no fue a la universidad.
Es como si las mujeres hubiéramos entrado al mundo del conocimiento por la cocina. Como cuando un niño entra a una cantina y ve al papá borracho, son esos espacios casi prohibidos. Tenemos menos de 100 años yendo a la universidad. Nos falta tanto por autovalorarnos y por reafirmarnos y por no creer que una sólo es quien va a cocinar para nuestros compañeros.
Uno de los mejores cuentos de Clarice Lispector se llama “Amor”, es sobre una mujer que lo único que hace es ir por la comida y cocinar para el marido. Es una mujer que entra en crisis. Los cuentos de Clarice son de crisis. La mujer tiene epifanías, regresa a su círculo anterior, regresa a la vida que llevaba. Yo me imaginaba que en ese momento esa mujer estaba a punto de divorciarse pero siempre regresa como en una especie de resignación.
ÓA. ¿Cómo explicarse que haya ciudades y estados tan conservadores, como Monterrey o Puebla, y por otra parte en la capital desde hace más de diez años tienen la interrupción legal del embarazo, matrimonio entre personas del mismo sexo?
BR. El ser humano no es lineal. No tiene una evolución lineal, no te puedo decir que ahora todos seamos cibernéticos o seamos éticos.
La gente conservadora tiene mucho miedo. En donde hay más gente conservadora es donde hay más dinero, no es una cuestión azarosa, la gente protege el dinero: la policía protege el capital, el poder protege al capital, el estado protege al capital. La familia es una institución sagrada en México, tú puedes darte cuenta cómo existe la Santísima Trinidad: el padre, la madre, los hijitos, es una cuestión divina, por decirlo así.
Entonces, cualquier cosa que la gente sospeche que atenta contra eso, y contra el capital, va a cerrar filas. Los más conservadores son los del norte y el centro… bueno y en Mérida, ahí está muy bien si andas semidesnuda si eres europea porque si eres morena y mexicana no tienes derecho a mostrar el cuerpo. No tienes idea de cómo te gritan en la calle. Mérida está considerada la ciudad más segura de México, todo mundo te dice que puedes salir a las 4 de la mañana y no te va a pasar absolutamente nada. Creo que sí hay una relación entre los más conservadores y el dinero.
Que no se nos olvide que el país ha cambiado en los últimos diez años y que hay una cuestión como atmosférica vinculada a estas fuerzas de un sistema subcultural, de narcotráfico. Creo que muchísima gente de la clase trabajadora es la más conservadora. Es el sentido aspiracional, de no reconocer nuestra clase, creer que los valores de la clase alta –que son proteger a la familia, al dinero y al trabajo– nos hacen estar al mismo nivel.