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Por Lorena Rojas

Ciudad Tula, Tamaulipas, 25 de mayo de 2020 (Neotraba)

Rosario Castellanos, quien el 25 de mayo estaría cumpliendo 95 años, es quizá la escritora mexicana más reconocida después de Sor Juana. Narradora, poeta, ensayista y diplomática, Rosario se hizo de un lugar respetado hasta nuestros días en el ámbito literario que, entonces con más ahínco, estaba repleto de varones. Mujer brillante, crítica y ávida lectora que se atrevió a hablar de feminismo cuando ya entonces era polémico, Rosario es sin duda una adelantada a su época en más de un sentido.

En la actualidad, con las escritoras encabezando el mercado y los premios internacionales —como es el caso del Internacional Booker Prize, en el que 5 de los 6 finalistas son mujeres—, leer autoras es mucho más común que antes. Sin embargo, aún con la legitimización que otorgan los galardones, los lectores e incluso algunas secciones de la academia, la literatura escrita por mujeres y, ahora también, su aceptación sigue levantando escozor, atribuyéndosele su éxito a una simple moda.

Sin embargo, atravesando por un auge o no, el trabajo literario de las mujeres existe y se mantiene visible en gran parte a otras mujeres: sus lectoras. Así, hoy más que nunca es común encontrarse con círculos de lectura de mujeres leyendo mujeres, académicas analizando la obra de ciertas autoras, grupos de editoras editando —o reeditando, justamente— a escritoras, así como colectivas dedicadas a promocionar la lectura de autoras canónicas, actuales u olvidadas de todas partes del mundo.

¿Y qué tiene que ver todo esto con Rosario y su natalicio? Primero, está la obviedad de que su amplia obra —que cultivó todos los géneros literarios— ocupa un lugar importante en los círculos antes mencionados y abrió camino para las mujeres en nuestro país desde distintos frentes. Además, mucho antes del boom de la literatura escrita por mujeres y el surgimiento del #leoautoras, hashtag utilizado en redes sociales por miles de lectoras para visibilizar —como posicionamiento político acaso— a distintas autoras y su obra, Rosario ya leía a varias de sus congéneres y no sólo eso, las reseñaba y compartía, generando a partir de ellas análisis profundos, situados en su época.

Portada de la edición más reciente de Mujer que sabe latín
Portada de la edición más reciente de Mujer que sabe latín

Feminista comprometida e involucrada en la lucha por ganar espacios para el género femenino, Rosario Castellanos publicó en 1973 Mujer que sabe latín, uno de sus libros más célebres y que —al igual que su novela Balún Canan— fue incluido en la Serie Lecturas Mexicanas de la SEP (1984). En él, a través de diversos ensayos agrupados bajo este título, —que hace referencia al dicho popular y bastante misógino de “Mujer que sabe latín ni tiene marido ni tiene buen fin”—, la autora hace un análisis de la condición de las mujeres en la época, su caricaturización a lo largo del tiempo, así como la opresión histórica hacia nuestro género; haciendo un recorrido por la vida y la producción literaria de escritoras de distintos contextos.

Así, encontramos por ejemplo, una reflexión sobre el concepto de mujer que tenían los clásicos, definiéndola, en pocas palabras, como “un varón mutilado”. A partir de esto, y de la mirada de cinco autoras que escribieron textos autobiográficos —Santa Teresa, Sor Juana Inés de la Cruz, Virginia Woolf, Simone de Beauvoir y Elena Croce—, redefine la visión de “la mujer” a través de sí misma, utilizando la metáfora de “la mujer ante el espejo” para demostrar que, ante la imposición y la definición patriarcal “aún queda un recurso, construir la imagen propia”.

Por otra parte, los textos que conforman Mujer que sabe latín son un mapeo de la escritura de las mujeres en el tiempo desde distintos contextos, así como una muestra de la atenta y actualizada lectura de Rosario. Tenemos con ello una interpretación de Las pequeñas virtudes de Natalia Ginzburg (1916-1991) quien, a través de su escritura, profundiza en la maternidad, el viaje y su vocación, la conciencia del oficio y “la disposición de la aptitud para una tarea del método de sus resultados”.

Leemos también sobre Karen Blixen (1885-1962), conocida por su seudónimo masculino Isak Dinesen, la metáfora de “la máscara” para desarrollar el oficio de la escritura, nuevamente como un dominio de ésta sobre la propia autora, una “aceptación” de la vocación.

Simone Weil (1909-1943), su vida y obra permiten a Castellanos hablar de la religiosidad y, sobre todo, la culpa como una atadura al mundo, “lo que nos encadena a las más variadas formas de opresión”; Elsa Troilet (1896-1970), por otro lado, es la base para reflexionar alrededor de la historia como algo que “no deja el pasado abolido, sino que se hace presente”, citando a Los amantes de Avignon para hablar del difícil equilibrio de la belleza y del horror. Y Violette Leduc (1907-1972), su vida, su soledad, su resistencia para concebir a la literatura como una vía que permite transformar lo azaroso en legítimo. “Escribir es nacer de nuevo”, afirma Rosario.

Edición de Sep-Setentas
Edición de Sep-Setentas

Sus lecturas abarcan también a quienes ella llama “Las bellas damas sin piedad”, escritoras de policíaco pues, afirma la autora ya desde entonces, “el hecho es que en la nómina de autores policíacos abundan los nombres femeninos”. Dorothy L. Sayers, Patricia Highsmith y, por supuesto, Agatha Christie, quien “vuelve al asesinato un animal doméstico, tan familiar”, son autoras que desde distintas ópticas y móviles, dibujan al crimen, a la justicia —o su ausencia— y lo traen con cercanía, hasta volverse algo tan común, tan inherente al ser humano. Así comenta sobre Highsmith: “no le interesa más que describir con la mayor objetividad y distancia posibles, los fenómenos de un universo regido por fuerzas arbitrarias y contradictorias que sobrepasan en magnitud y en ímpetu, mucho más de lo que el corazón humano es capaz de albergar”.

Estas son tan sólo la mitad de las escritoras que la autora menciona en su libro; Ivy Compton-Burnett, Doris Lessing, Eudora Welty, Flanery O’Connor, Clarice Lispector, María Luisa Bombal, Corín Tellado y Silvina Ocampo, entre algunas otras, conforman también esta valiosa guía del lenguaje, la lucidez, la nostalgia, la pasión, el cuerpo, la seducción, la praxis y la memoria que habitan la escritura de las mujeres, y son ejemplo de su profundidad e indudable valor, uno que Rosario supo ver desde la primera lectura. Y no sólo eso, sino que además decidió hacerle eco a sus voces.

Me gusta pensar que eso hubiera querido ella, que las nombráramos y las leyéramos a todas. Que sus nombres resuenen a través de los siglos y que estén aquí, conversando en este mundo y esta “normalidad” que como siempre, pero tal vez un poco más que antes, amenaza con despedazarse.

Rosario leyendo a otras mujeres y escribiendo de ellas, desde ellas, sobre ella; porque dicen las abuelas “lo que hablas del otro habla más de ti que del otro”, de las otras, en este caso. En Mujer que sabe latín, Rosario Castellanos escribió de otras y se escribió a sí misma, dejando para la posteridad una guía imprescindible, entrañable y crítica de la literatura escrita por mujeres, pero también una visión del mundo que reconstruye lo que estaba falto de cimientos.

Leerla, leerlas, leernos en ellas, será sin duda el mejor homenaje a 95 años del nacimiento de una escritora que, a pesar de dejar este mundo de manera repentina y prematura, dejó huella en la literatura, afianzando el camino de muchas mujeres escritoras, acompañando siempre.

Edición en Serie Lecturas Mexicanas de la SEP.
Edición en Serie Lecturas Mexicanas de la SEP.

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