Muertos de hambre.
Muertos de hambre: cuento de Iván Gómez que se celebra la vida pero también recuerda a la muerte, la que siempre nos sigue, la que siempre nos acompaña.
Muertos de hambre: cuento de Iván Gómez que se celebra la vida pero también recuerda a la muerte, la que siempre nos sigue, la que siempre nos acompaña.
Iván Gómez (@sanchessinz)
-No. Disculpe, señor, señora. Es que ya nadie me pone ofrenda desde antes de que acabara el siglo.
Le habla a los señores Dávila, quienes lo sorprendieron in fraganti, con las manos en la masa: los tamales de moles y salsa verde que tanto le encantaban a su hijo Joaquín, que apenas si llegó a los 16; el pobre muchacho murió en Oaxaca, su suerte lo llevó a una confrontación entre maestros y policías, ahí recibió una bala que no era para él. Por eso la ofrenda huele a dulces, también, muy ligeramente a tabaco; ya está muerto, los padres saben que no tiene caso que se auto engañen: su muchacho comenzó a fumar en la prepa, todas las noches llegaba oliendo a cigarro. En los bordes hay refresco de todos los sabores menos coca, flor de cempasúchil junto al pan de muerto, mole en un plato de barro, chilaquiles en un plato de cerámica y muchas mandarinas.
Querían mucho a su hijo, naturalmente, por eso fue su doble molestia al descubrir al guiñapo de muerto que tenían en su sala, debió ser un borracho de cantina, dijo el señor Dávila, tan sólo hay que ver sus pantalones roídos y su camisa mal fajada, carajo, si ni los vivos nos roban a nosotros.
-Señores, les juro que yo fui una persona honrada en vida, que me parta un rayo si… no, más bien: que mi tumba se vuelva una fosa común si miento. Miren, me llamo Heriberto Fernández, tengo 30 años de muerto y 56 de vivo, yo soy de aquí, de estas tierras, igual que ustedes. Morí de una falla renal, toda la orina se me guardó dentro del cuerpo. Estuvo muy feo. Mi esposa ya estaba muerta, cuando me morí me salió con que se volvió a casar y ni modo, me dijo que nuestro matrimonio fue muy bueno pero eso fue en vida, ya muertos las cosas cambian, Heri.
Mi hijo todavía vive, tendrá unos 60 años, sabrá Dios por qué ya no me pone ofrenda, ni me reza tan si quiera algo, nada de nada, me tiene en el abandono. Mi tumba es un nido de ratas, así de feo me ha ido.
No vayan a creer que donde los muertos vivimos no hay comida, sí hay, lo que pasa es que no tiene sabor ni color, vaya, como si comiera aire. Es tan gris como nosotros, no hace falta masticarlo, se pasa solito por lo viscoso. Y sí te llena, sientes que la panza te pesa, pero es todo. No de guaje existen las ofrendas, ¿qué apoco creen que fue idea suya, de los vivos, pues? No. Cuando los muertos –yo aún no lo era- se hartaban de comer tan feo, les insinuaron a sus vivos entre sueños que cada año pusieran un altarcito con sus comidas favoritas. Y desde entonces la cosa cambió mucho, porque para ustedes es cada año, pero en nuestro tiempo es una vez por semana, tendrían que ver al resto de los muertos, la diabetes no es sólo un problema de vivos…
Los señores Dávila parecen calmarse un poco. Con la mano la señora le indica que se sienten en la sala. ?Mi hijo no tomaba alcohol. Tenemos un poco de tequila en la cocina. ¿Usted tomaba… o toma?
-Pues como no, caray. Muchas gracias, señor. Sólo que, si no es mucha molestia, deben ponerlo en la ofrenda para que yo pueda beberlo, son las reglas. Como les decía, el cabrón de mi hijo perdió la costumbre de la ofrenda, sus hijos ni se diga, se la pasan en la calle con lo de no coopera para mi calaverita, con sus trajes de princesas, ya ni de algo que de miedo, ¡no!, se visten de Frozen y no sé qué más.
Tendrá unos 20 años que dejó de hacerlo, 20 años de ustedes, no es tanto para mí, pero les digo que la masa viscosa que comemos todos los días es insoportable. De veras, un día me darán la razón ustedes, sin ofender. Ya llevo 5 años comiendo los restos de lo que dejan los muertos. Ellos nos dan permiso. Digo nos dan porque no soy el único que se quedan sin altar, somos muchos. Cada semana de mi tiempo aumentan los desamparados, los olvidados.
Y lo peor es que no podemos saber si nos ponen, eso de que los vemos todo el tiempo es falso. Imagínense lo triste que es ir a la casa del hijo, el sobrino, el primo o la madre y ver que no hay ofrenda. Muchos regresan llorado. Por eso los muertos más afortunados crearon una iniciativa Ayudemos a los muertos muertos de hambre. Generosamente dijeron que tratarían de sólo comerse el 80% de lo que los familiares les dejaran, y el 20% restante sería para el primer muerto que llegara. Yo, por ejemplo, en 3 o 4 casas me lleno. Si lo quieren ver como una caridad pues lo es. Por eso no es robo, no pedimos el permiso de ustedes pero sí el de sus parientes.
Los señores Dávila se conmovieron con la historia, casi con lágrimas en los ojos, Cristina Dávila le ofreció más alimento que puso en el altar, luego se disculparon por tacharlo de ratero, dijeron que irían a dormir y que se quedaba en su casa. El señor Dávila le dio la mano y 3 palmadas en la espalda, la señora su bendición.
El muerto agradeció la generosidad de los alimentos y los despidió diciéndoles que Joaquín está muy bien y feliz. En eso no mintió, tampoco mintió en la historia de la organización Ayudemos a los muertos muertos de hambre, les reveló ese secreto para salvar su pellejo: que dos humanos vieran a la muerte robando de la ofrenda de su hijo minutos antes de matarlos –los médicos lo llamarán paro respiratorio casi simultáneo- le hubiera hecho mucho daño a su imagen.
Una vez que terminó los alimentos que le ofrecieron fue por ellos a su cuarto, cambió de apariencia por obvias razones, tocó el pecho de la señora Dávila y luego el del señor, terminó su trabajo.
Aún tenía hojaldra en la boca.