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Por Juan Jesús Jiménez

Puebla, México, 23 de octubre de 2023 (Neotraba)

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Es del dolor en mi espalda una sensación extraña de estar en el lugar equivocado de la cama. Quizá sea cierto y al dormir debería ver encima de mí tres metros de sintagmas sin significado y unas cuantas tablas que me abriguen. Soñaría, tal vez, con los interminables análisis de fonemas existentes entre los silencios más necesarios, la eterna semántica de un cuerpo que se descompone, el acto abominable de reducir un sustantivo a sus complementos. El dolor de mi espalda y mis pocas ganas para apagar mi alarma a las 6:00 a.m. son solo una manifestación de que dentro de mí hay una duda.

Crujen mis huesos. Como si tuviera miles de años encima –o dentro o afuera. Pero tengo veinte, y clase a las 8:00 a.m. en un salón que a veces me parece bonito, y otras un cuarto extraño. Donde la gente habla, y aprende –aunque solo mire la pintura de querubines en el techo. Hoy hablamos de la variable… cualquiera. La sociolingüística es tan voluble como el objeto que pretende definir en espacios de significación. Decido pues, que en mis hojas cualquier variable es solo otra tarea que voy a dejar para el fin de semana.

Preparo un café que no beberé yo, azucarado, rebajado con leche. Pongo en mi mochila una naranja, una botella de coca de vidrio que ahora ocupo como cantimplora. Salgo de casa con el pasaje y mi credencial en la misma bolsa del pantalón. Octubre sopla el nubarrón contaminado de la ciudad de Puebla y los volcanes son testigos de que el chofer de la Azteca pasa de largo. Mientras espero otros cinco minutos me pongo los audífonos y, sin reproducir la música en mi celular, solo me quedo quieto.

La calle está vacía como es costumbre, apenas abren las verdulerías para recibir sus encargos de la central. Todavía ni siquiera prende el anafre de la tamalera que ya ha llenado la calle con humo del carbón. Es del mundo sin sonido, un suspiro, y siento el sol en mis manos. Medita, me dijeron hace mucho. Dime cómo se siente la ropa que llevas puesta, y cada pliego de ella en tu brazo… –tiktok me ha jodido tanto que ahora solo puedo sentir cosas inmediatas– el interior de tu brazo, el cómo corre tu sangre… Por lo que lo único que puedo pensar, es que a lo lejos viene el camión, cinco minutos tarde.

40 minutos hasta la Juárez en un día de tráfico promedio. 50 si el chofer decide parar antes de las casetas. De cualquier forma, es tarde para llegar a las 8. Me pido perdón por haberme despertado antes de tiempo, firmamos la paz armada mis ojos y yo con los Smashing Pumpkins de intermediarios. Quiero dormir y no puedo. Quiero escuchar música y no puedo. Pienso que estoy agotado y no quiero.

Aunque querer hoy en día suena extraño. Prohibido. Porque soy las cosas que tengo; mi voz, mis acciones, mis pensamientos. Pero también soy mis ausencias, todo lo que me hace ser alguien fuera de la nada, mi deseo por volver al punto donde era parte del sueño de las plantas, la lengua sin sonido de algo muy parecido a un Dios. Soy mis deseos. Los que me hacen salir de la cama y pensar en el futuro, por quienes tomo decisiones todos los días, por quienes uso audífonos para evitar que me sienta solo. Querer suena a algo prohibido, porque a veces lo único que quiero es no salir de la cama.

Quedarme en casa. Prepararme de desayunar. Darle vueltas a un poemario que ha nacido maldito y borrar el avance después de romper la métrica en el último verso. Intentar limpiar la casa. Intentar dedicarme a otra actividad que me quite de pensar. Fallar. Dejar las cosas a medias en busca de otras que llenen mis manos de actividad, tropezar con la culpa de no poder enfocarme en una sola cosa, ceder al cobijo de mi cama unos minutos, terminar todo antes de la media tarde, perderme entre cultura pop y el deslizar de mi dedo. Pareciera incluso, que es un cuerpo que no deja de caer. Y rompe piso tras piso de un edificio enorme del que nadie tiene propiedad ni necesidad de permanecer. Soy entonces Dios. Castigando ese cuerpo sin saber por qué. Por hambre, por aburrimiento, o porque al estar en medio de todo, intento desplazarme en el movimiento mecánico. Bajar hasta el fin de los tiempos. Hasta que un día no sienta si el fondo existe, y desista de perseguir mi descanso.

Abrazar el camino al siguiente nacimiento. O esperar la reconciliación de alguien que nunca conocí. Esperar otra eternidad hasta llenar mis vacíos con otras formas de la existencia. Aceptar que soy humano, y la mano que se me tiende no es un alivio, ni recompensa, ni castigo. Es la última atención de algo muy parecido a la vida y muy parecido a la muerte. La luz al final de todo, la perspectiva en tercera persona, el final de los tiempos. Caridad humana del inconsciente para la plenitud física. Dormir y despertar sin un dolor en la espalda.[1]


[1] [ Tras horas de escribir y editar, termino el documento y abre el telón]: Algo faltante.pdf


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