Liturgia del Náufrago
A través de siete poemas, Edgard Cardoza Bravo nos lleva por el mar mientras una embarcación se hunde y aparecen las palabras.
A través de siete poemas, Edgard Cardoza Bravo nos lleva por el mar mientras una embarcación se hunde y aparecen las palabras.
Por Edgard Cardoza Bravo
Ciudad de México, 22 de febrero de 2024 (Neotraba)
Tengo en mí un surtidor de versos y señales
de naufragio
que ocurren en un vaso de cristal
sólo para mostrar las fibras rotas.
Si me dices crepúsculo / anatema
bocadodelosdioses / ciclo exacto
vuelve sobre tus pasos / ten cuidado
no te duermas vestido / resucita:
de inmediato improviso una lunada
con lobos atizando alguna hoguera
donde crepitan mantras y estribillos.
Si dices: el amor es disfrute en todo lo alto
yo te diría aguarda a sopesar en tu cántico
la muerte
que desde el nacimiento alumbra estelas
de vejez comprimiendo la nostalgia
en tanto tal suspiro no sea el último.
Si hablas de las tiernas mariposas
que amplían el fulgor de la mañana
con sus alas bordando calendarios
y fechas entre signos de nostalgia
yo de inmediato pienso a todas sombras
en algún catastrófico suceso.
Si por la noche llegas al desgaire
–entre etílicas nubes de sarcasmo–
a brindarme el adiós de un viento breve
con la promesa pronta del regreso,
yo cerraré los ojos frente a las azucenas
de ese encargo
y cambiaré mi rostro (y hasta la ubicación)
de ser preciso.
En fin para qué quieres pues
plantar albricias o ejecutar cabriolas
de descargo
si mi contestación será ‘qué bueno’
pero mejor voltea hacia otro lado.
Salió de Ítaca
con su itacate.
Juan Carlos García (Dr. Bolavsky)
Al salir de Ítaca sin itacate
el tramador de ardides no sabía
que iba lanzarse al mar de la porfía
como vergudo equino sin mecate.
Él confiaba en la magia de la ola
y en la causa viril del rey de Esparta,
que sufrió la traición de una lagarta
que al final terminó amargada y sola.
Yo a Paris conocí de carambola
y me contó en confianza que la Helena
se caía del árbol de tan buena,
mas tenía espinillas en la cola.
Todo para acabar frente a un caballo:
¡de carrusel! ¡Partiéranos un rayo!
Escriben un poema / le hacen fiesta,
se inscriben
en la liga de autores recoletos,
planean un suicidio ya de grandes,
se autopublican en papel de baño,
posan para el periódico transverso
que acaba de morir hace dos lustros,
se inventan un lunar bajo la oreja
en donde colgarán sus memoriales,
imaginan
en la televisión su asnal figura
con la pierna cruzada / el miembro etéreo
cubriendo la sección de comerciales
sólo porque hoy no vino el rey chanate,
ejecutan un solo de dos versos
para regocijar al auditorio
que aún no se ha dado cuenta de su genio,
se relamen los labios
cada vez que alguien nombra a Octavio Paz.
Si le dicen ‘qué bien’ él dice mucho:
ya me estoy preparando para el día
en que converjan todas las señales
y yo esté en el filón de las palabras
mostrando mis partículas de mundo
con selfie y ardentía de tiktok.
Un poema / un poema
señoras y señores de los medios,
chamanes del espíritu cruzado,
circes-vara-de nardo que harán brotar carnitas y sotoles
del homérico oficio,
miren el calendario / agenden fecha,
aprovechen,
saluden al poeta tan Huidobro
que ha descendido inmenso / en plan salvífico
del vuelo arrollador de las imágenes:
En vez de paracaídas trae paraguas
pues sopla de los puntos cardinales
–que son tres: el sur y el norte–
una agradable brisa
de saliva
cuya superstición
se hará milagro.
Palomares poeta
de pronto me sorprende
con una voz perdida
llena de floresta
y tropos añorantes
que de pronto parecen el eco de Sabines.
No se parecen no
(no hay ceibas en su aliento
sino pulcros mezquites)
mas su acento es un rayo
que intenta abrir el cielo
con oraciones largas y pautadas raíces
de ritmo entrado en sombra
tal si el arribo de toda una familia
de rudos trovadores
hablara en su cadencia
y llegaran con bombo y castañuela
a celebrar la noche.
Su voz hoy tiene un dejo
como de templo antiguo,
sus palabras son ríos
golpeando las laderas
con un cansancio de años
vencidos al oficio
de alebrestar la sangre
con festín de mujeres de dudosa ralea
y vinos añejados en barricas de insomnio.
Es cierto,
su cuerpo carga arrugas,
sus dientes ya royeron
la hiel de mil fracasos,
sus canas con sortija
son espejo puntual del infortunio
y sus huesos son frágiles,
pero habita en su canto
toda la luz que a veces
se esconde entre las piedras.
Al caballo de mar
sólo le falta ser caballo
para ser
una metáfora.
Al coral le falta
ser caballo de mar
para soñarse
metáfora danzante
en un mundo
de volcanes de agua:
dulce imagen.
El dulce y grácil
caballo de mar
es sólo
metáfora vacía
del galope.
Cuando el caballo de mar
muere
es cuando más cerca está
de ser metáfora
y no precisamente
de un caballo
sino del volcán de agua
que erupta fuego indócil
sobre islas acantiladas
de coral:
despropósito
que los humanos llaman
soledad.
Cuando al caballo de mar
le falta el contrasentido
del qué está hecho
–la pareja que ha elegido
para siempre–,
muere.
El caballo de mar
es la antimetáfora del amor
pues no muere de la ausencia
–inflamada de pasión–
del otro
sino de la soledad
que esta provoca.
El péndulo vencido del reloj
contra la furia
del tiempo.
Quien toca el arpa
pauta el tiempo:
la mano abre la fronda
del espacio
para abatir con música
simbólica
los muros desolados.
¿Alguien podría decirme
dónde se pone el sol
de los silencios,
en qué lugar de sombras
nace el viento?
En la frontera muda ya
de tanto maldecir
el lenguaje es rumor de pasos
apagados
sin faro que vislumbre la oquedad
ni babeles
que separen el habla
–y la vuelvan precipicio–
de los pueblos en tránsito
que no llegarán nunca
a la tierra que mana leche y miel.
Ni caudalosos ríos de prejuicios
que dividan el mundo
(bajo el criterio
de oro o abyección)
con preces de voz turbia.
La frontera sólo existe en tu frente
con más de cuatro dedos de malicia.
El muro distorsiona la primigenia
vocación del hombre:
hablar para que nuestra voz
sea eco
más allá de los oídos
enclaustrados en su propia sordidez.
La palabra ‘frontera’
es argot de los fuertes
para plantar serpientes
sobre la estéril ruta
de los agotados caminantes.
7. UNA BIOGRAFÍA
De niño me escondía
en el fulgor de los naranjos
y la tarde afilaba
sus rayos en mi espalda.
El brillo en general era mi amigo.
Si aparecía la noche era sólo
para agregar ciertos atavíos
de sombra a mi rutina.
La luna era un candil
alumbrando
con haces de ilusión
las avenidas.
Así transcurrió mi infancia.
Joaquín Pasos
ya muerto aún cantaba
con insólito eco
(yendo en el ir
como si fuera viniendo)
la guerra diminuta
de las cosas terrestres.
En el destello del agua
y su furia secreta
me hice hombre.
Fue cuando de pronto
desapareció el sol
y nació sin yo saberlo
–como diría Martín Luis
Guzmán–
la fiesta de las balas.