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Por Juan Jesús Jiménez

Puebla, México, 26 de enero de 2021 [00:35 GMT-5] (Neotraba)

¿Qué tiene que ver el mal con la religión? Antes de que esto se ponga más filoso, le recomiendo leer la anterior columna de esta miniserie, donde hablamos del mal como un concepto racional, y así poder interpretar el conflicto bíblico del bien y el mal a una escala conceptual de cómo es que una idea puede convertirse en algo maligno en sí.

Es común pensar que, al hablar de las cosas malignas, imaginemos trinches y seres horrendos siendo vencidos por San Gabriel, claro, en caso de la visión occidental; ciertas formas, matices que puede lograr una perspectiva son más poderosas que otras. Considere que los relatos que expresan las religiones siguen siendo mitos, claro, con una intención distinta a la de explicar una parte de la realidad.

Esa condición primaria del relato hace que la creación de imágenes para apoyar una oración sea inevitable, como pasa en la poesía. Personalizar la maldad, darle características que podemos asociar más rápido a una idea, es humano y parte fundamental del lenguaje.

Krampus proviene del antiguo alemán krampen y podría traducirse de manera aproximada como garra
Krampus proviene del antiguo alemán krampen y podría traducirse de manera aproximada como garra

Sabemos que como todo mito se mantienen desde la tradición oral, en discursos que se extienden y distorsionan como las ondas en un estanque. Las religiones no son el estanque, ni son lo que provocó las ondas, son el efecto de ese movimiento en sí. Son producto de esos mitos que explican la realidad, y todas las religiones las adaptan a realidades distintas, a formas que son comprensibles y propias del entorno que les rodea. Así como el Islam no puede describir las realidades cristianas, ni el cristianismo la hindú, todas son parte de distorsiones del Dios que mencioné en la primera parte de esta columna: el absoluto e incomprensible que se asemeja mucho al concepto de verdad.

Entender que distintas formas de contar el mito traen distintas imágenes desprendidas de sí, explica mucho acerca de cómo es que asignamos figuras a un concepto. Gran parte de las representaciones de la maldad, ocupan máscaras que dentro de un contexto podemos diferenciar casi inmediatamente, así como las aves de rapiña, símbolos de fatalidad o incluso objetos que se relacionan al sufrimiento. La maldad siempre se ha visto envuelta entre todo esto y convierten en teatralidad lo que debería ser el concepto principal: deformar una idea al extremo, hacerla una egoísta y sin propósito, es la maldad.

En este aspecto, gran parte del referente moral viene de la religión que profesan nuestros padres o adquirimos al crecer, nos nutrimos de ella y crecemos observando estos actos teatrales que retratan una maldad, que más que equivocada, es absurda. Concentrar la atención en nombres, sombras, es un problema que toda religión tiene y que no es su culpa el todo. Como ya hemos dicho, es natural asociar este tipo de cosas a un concepto abstracto para hacerlo más digerible y fácil de comprender. Como un estímulo-respuesta tácito del que condiciona las actitudes de una persona al actuar con base a un código moral preestablecido.

Nadie querría enfrentar a un ser con la cabeza de un león y patas como una rueda alrededor suyo, o un ser de cuatro brazos y despiadado, estas formas son advertencias de los conceptos que representan, como imagotipos que cualquiera puede interpretar como un riesgo, son las religiones quienes, hilando el mito primigenio de Dios, añaden un fondo a estas imágenes aterradoras y surreales. De ahí que el relato del origen del mal sea tan cambiante entre una forma de visión del mundo y otra.

Las formas que imaginamos cuidan del infierno, son retratos de nuestros miedos básicos, a la muerte, a nosotros mismos. Es posible incluso, que si hacemos un recorrido por las representaciones diabólicas en la historia, encontremos que la mayoría se parecen mucho más a un humano que a un ente extraño para nosotros –cosa que Robert Muchembled ya hizo y podrían darse una vuelta por su trabajo en el libro: Historia del diablo. Siglos XII-XX (FCE, 2002).

Monumento de San Georg en la Plaza de la Libertad en Tbilisi en Georgia
Monumento de San Georg en la Plaza de la Libertad en Tbilisi en Georgia

Lo importante aquí es: hay que desvanecer la teatralidad y comprender los conceptos básicos de la idea, para eso sirve el estudio de la maldad, de los demonios como representaciones y no como entes. De sobra habrá de saber que no creo en la magia ni conceptos similares, y por ello creo que la demonología solo sigue alimentando la teatralidad que ya he mencionado, en lugar de ello, creo que podría pasar un fenómeno parecido al de la astronomía y la astrología. Mientras uno funciona como un estudio cartográfico del espacio, otro lo interpreta como algo mágico –que ya le tocará arder por mi mano en esta columna, pero será luego. La demonología –término que ignoro si existe con la connotación que he de mencionar– sería el estudio racional de sus representaciones, algo así como abordar una imagen desde la antropología, la sociología, la historia y demás ramas del estudio humano.

Pero para entender las cosas que son malas, debemos entender el porqué. En las religiones podemos encontrar una base primordial, algo como un manual sobre el actuar desde la palabra de Dios. En caso del catolicismo es la biblia, el judaísmo la torá y el islam el coran. Todas parten de reglas racionales para propiciar vivir en comunidad sin lastimarse unos a otros, contemplando distintas formas de daño y adaptables a su realidad inmediata. Coinciden en no asesinar, ni robar, ni mentir. Conductas que podríamos considerar autodestructivas en una sociedad corta, donde la actividad de uno realmente afecta a toda la comunidad, y donde las normas son la mejor forma de sobrevivir sin contratiempos.

Boogeyman de José L. Rodríguez. Inspirado en la caricatura The Ghostbusters
Boogeyman de José L. Rodríguez. Inspirado en la caricatura The Ghostbusters

La maldad que podemos representar, que incluso tiene nombres, son estas conductas y rasgos que en una sociedad corta, dañan la convivencia y por tanto, podían tener consecuencias fatales. Por eso es que gran parte de los demonios en las religiones traen consigo el hambre, o pestes, plagas y demás males para una comunidad pequeña. Pensar en ello es muy parecido a un concepto que descubrí apenas en un juego. Un azakana es de forma básica, un demonio que se alimenta de aspectos negativos en alguien, y dicho se puede contener en una máscara.

Revelar el mal como una parte natural del ser humano, puede ayudarnos a mostrarnos esas máscaras que nos rodean, el mal cotidiano que se vuelve un castigo para nosotros y las personas cercanas, pero hablar acerca de cómo es que el mal se presenta en nuestro actuar diario será problema de la siguiente columna.


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