La poesía es un fantasma que habita la casa.
Carlos Sánchez escribe sobre el poemario La Abuela está en la casa porque he visto su voz de Fernando Trejo, ganador del XVI Premio Nacional de Poesía Alonso Vidal
Carlos Sánchez escribe sobre el poemario La Abuela está en la casa porque he visto su voz de Fernando Trejo, ganador del XVI Premio Nacional de Poesía Alonso Vidal
Por Carlos Sánchez (@MamboRock_)
Puebla, México, 5 de agosto de 2019 (Mamborock)
En una cita de Eleonor Burton, al inicio de la lectura (o de la escritura) de La Abuela está en la casa porque he visto su voz (Cuadrivio/IMCA, 2019) el autor se cuestiona y nos cuestiona sobre el hecho de la vida después de la muerte.
Y es la misma poesía de Fernando Trejo la que nos responde que en efecto, hay vida después de la muerte.
Las respuestas se nos presentan en diversos escenarios.
Uno de ellos es la casa misma, como bien nos los cuenta Fernando, quien en su desolación después de la pérdida física de la abuela, no hace otra cosa más que contar los días, los años, las horas, los recuerdos, para edificarle esta otra casa que es el libro con el cual resultó ganador del Concurso Nacional de Poesía Alonso Vidal en 2018, certamen cuyo origen es la ciudad de Hermosillo, Sonora.
El poeta tiene esa gracia, ese poder, esa magia de eternizar los momentos, o bien de ponernos sobre la mirada los más entrañables acontecimientos de una abuela que nunca deja de respirar en nuestro interior.
Al paso de la lectura, en estas locaciones de cementerio, en el contexto de albañiles que destapan sus palabras y cervezas en medio del sepulcro, la poesía se nos convierte en ese precioso páramo donde los imposibles dejan de ser, y en este caso, en la construcción de Fernando Trejo, la poesía nos refrenda que la vida de las personas que amamos es para siempre, aquí, en este espacio llamado tierra, en este tiempo llamado ahora o bien en esta memoria llamada recuerdo.
La abuela transita por las páginas de este libro que se convierte a su vez en el limbo al que mediante la lectura todos podemos acceder. Y mirar a la abuela convertida en la sombra de un árbol, contundente metáfora para honrar el nombre de quien se ama e ilustrar así su grandeza y generosidad.
Los instantes de nostalgia se nos vuelcan como una lluvia que de súbito nos empapa de emoción la mirada. Los diálogos entre padre e hijo (Fernando que es el poeta, el padre, Iñaki que es su hijo), mientras avanzan en el cortejo ponen sobre las palabras el entorno y son las mismas palabras las que ratifican el consuelo: Porque no somos los únicos, advertirá el poeta a su pequeño mientras ambos contemplan el universo de tumbas.
Debo decir ahora que me gusta el descaro y el arrojo de quien escribe. Trejo le apuesta, quizá sin saberlo, quizá premeditado, a entender que la vida es también la muerte, y entonces juega a decir los más increíbles detalles que cobijan el momento más álgido de un duelo: Los albañiles que fuman y beben, la canción del abuelo que resume el amor hacia la abuela, el momento del sepulcro que no deja de ser una jornada de labor para el obrero que lleva esperanza de un sueldo hacia su casa.
3 EXT. PANTEÓN MUNICIPAL / MEDIO DÍA
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Los veo. Son jóvenes. Arenosos. Curan en el aire
ciertas formas con la pala que arrastra
la tierra prometida.
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Los soporto
y los tolero
porque mi infancia
arrastró también entierros.
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Yo también tuve una muerte
que cinceló mis intenciones de calle.
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Yo también tuve un padre con dientes de metal.
Un padre cuyas palabras eran clavos disparándose.
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Los veo
y es lunes.
ABUELO
(dice para sí)
No podemos creer que seas humo,
hoja apenas desprendida del árbol que nos fuiste.
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Su risa muerta carcajea
más allá del almendro
donde un pájaro se vuelve su voz
para volar. Rama es ahora en la sombra
que nos lame.
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El abuelo es joven y bello, sepia.
Una piedra morena
de brazos amputados
que no puede abatir.
Que no tiene palabras para decir,
para cantar.
Se vuelve un árbol de rodillas,
hincado, sosteniéndose de pie.
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La poesía se convierte en relatoría del dolor. La capacidad de sentir por sí mismo, la capacidad de entender la ausencia en la tristeza también de los otros.
La poesía es un fantasma que habita la casa, esta casa que es la vida.
La poesía se manifiesta en la descripción de locaciones, lectura entrañable que nos conduce a los resquicios de la familia y su alma, los integrantes del mismo apellido que se nos aparecen también como fantasmas.
La poesía en este libro, es la urbe y sus fatalidades, la constante presencia de la abuela y su casa, el ir y venir de la alegría y la desgracia que reseña la existencia de los albañiles (otra vez) quienes a final de cuentas son quienes construyen las casas. Y están aquí, en este libro, en estas paredes en versos que con destreza edifica Fernando Trejo, el poeta.