La otra ciudad de Puebla en Ángeles de medianoche.
Luis Manuel Pimentel escribe sobre la novela Ángeles de Medianoche de Sergio Cuateco, libro que retrata la vida en Puebla de noche y de día. Un libro de personajes llenos de contrastes cotidianos.
Luis Manuel Pimentel escribe sobre la novela Ángeles de Medianoche de Sergio Cuateco, libro que retrata la vida en Puebla de noche y de día. Un libro de personajes llenos de contrastes cotidianos.
Luis Manuel Pimentel
Cuando se abre la noche en la ciudad de Puebla hay un suburbio que muchos desconocen, es un portal a otra dimensión, quizá una dimensión común en otros lugares del mundo, pero en Puebla, según lo que narra Sergio Cuateco en su novela corta Ángeles de medianoche (BUAP-2016), se hace interesante.
Interesante en dos sentidos: en la vivencia de una ciudad donde aparentemente las cosas pasan desapercibidas, y por el otro lado, el autor desde su apuesta narrativa construye mundos con un lenguaje coloquial que lo hace grato y de fácil acceso para los lectores.
En ese realismo vivencial, con el que Cuateco va describiendo la ciudad de Puebla se hace fraterno en el reconocimiento de los espacios, en ocasiones como si se tratara de una crónica va forjando puntos relevantes de acontecimientos y sucesos, otras veces el autor ficcionaliza bajo las acciones de los personajes pero sin perder el norte de la descripción en relación a la ciudad y las experiencias de vida.
En esta novela nos encontramos con espacios sórdidos, pero con otros que también lucen amables, logrando desde su narrativa una guía sui generis de arquitecturas, calles, avenidas, iglesias, parques, colonias, que existen dentro de la cartografía poblana, creándole al lector un tour no convencional sobre la ciudad, los bares y sus alrededores.
En esta historia, con los personajes de El Chombe y El Chupete, nos damos cuenta que su humanidad está más hacia el arquetipo del hombre fracasado que del glorioso héroe. Ellos, que deambulan de día y de noche por la ciudad, se presentan como una suerte de seres que han tocado fondo, y por ello viven de una forma acelerada y casi da para pensar que son la proyección del imaginario social de los obreros, además que son sus oficios. Desde ese imaginario, la visita a los bares, las relación con la prostitutas, el consumo de drogas, la soledad, el amor y el falso amor, el despecho, la violencia, la ironía, la lujuria, la crítica social, la desconsideración, el atrevimiento, el vivir el día y el aguante para seguir bebiendo, forman parte de la construcción psicológica de El Chombe y El Chupete, amigos que se conocieron en una fábrica donde tuvieron una pelea a puño limpio contra sus jefes y salieron despedidos, motivo que les fortaleció su amistad.
Durante el cruce discursivo que logra Sergio Cuateco, entre lo real y la ficción, muy característico de la novela que emerge actualmente en Latinoamérica, demuestra que su foco narrativo está del lado del tránsito y la cotidianidad, quizá porque encuentra en ello una significación especial, por lo que apuesta a lo conocido como creador de sentidos.
En la novela encontraremos historias que están conectadas a famosos espacios de Puebla como La Avenida Juárez, El Santuario de la Santa Muerte, El Cine Colonial, Los Tacos Bagdad, El Barrio los Sapos, La Pasita, Bar El negrito, El Recreo de los Gallos, La Troje, El Conde y la Escondida, entre otros lugares públicos, además de movernos por la idiosincrasia poblana y las formas en cómo las calles van esculpiendo las ideas de sus personajes, más allá del bien o el mal.
Entrando en los personajes, ahora nos topamos con El Chombe y Dayana como el romántico hilo conductor de la historia. El Chombe está perdidamente enamorado de Dayana, una prostituta que lo abandona y hace que él viva diferentes situaciones para recordarla, anda en la búsqueda de una pista sobre su paradero y por eso indaga por la ciudad, pero ella no aparece, ni aparecerá.
Ahora bien, la historia de El Chombe, es el reflejo de la historia de su amigo El Chupete, quien también está enamorado de otra prostituta, pero éste a pesar de los desmadres que viven como pareja, deben estar en contacto porque son vecinos, además que él le atiende de vez en cuando a su hijo cuando no tiene que trabajar fuera de la ciudad.
Esta novela es una historia de amores imposibles, del amor que se va desgastando, del amor perverso, del amor sin medida ni higiene, del amor por una familia indeterminada, del amor salvaje, también del amor compasivo; amor del que ninguno de los dos hombres quiere zafarse, pese a que saben que ellas están revolcándose con otros hombres por dinero. La prostitución adquiere otra dimensión quizá más humana, quizá nostálgica, la cual El Chombe y El Chupete son capaces de aceptarlas con el simple pretexto de tenerlas cerca, porque a fin de cuentas son sus medias naranjas.
Veamos como a través de Cauteco, El Chombe revive en su memoria a Dayana:
“Gustaba de recorrer por su cuerpo, empezaba besándole los pies, chupándole los dedos pulgares, le agradaba ver como se estremecía al continuar ascendiendo por sus piernas, se recreaba contemplando sus torneados muslos hasta llegar a su sexo, aspiraba su intenso aroma, se deleitaba con los jugos que emanaban de ella, y con los labios, jalaba los vellos púbicos que en ocasiones formaban una delgada, sexi e irresistible línea negra, aunque la mayoría de la veces estaba depilada.” (p.89)
A El Chombe, la imagen de Dayana lo persigue a donde fuera, como un holograma que se activa con el recuerdo. No se pudo olvidar del día que tuvo el chispazo de amor a primera vista, cuando se conocieron en un bar. Luego, de tanta visitas continuas y de pasiones efímeras que quedaban marcadas sobre el colchón, al tiempo la hizo su mujer, sin embargo, cuando el oficio de Dayana se ponía sobre la mesa entonces venían los reclamos por no dejarla hacer lo que ella quería, él se transformaba en un hombre celoso que le daba rencor pensar en lo que hacía con otros, así que explotaban los gritos, hasta que ella se fue cansando de sus reclamos, y un día lo dejó para siempre.
El Chupete es el otro que sufre, pero también goza, el sabe cómo funciona el contrabando en las colonias más peligrosas, y El Chombe para aconsejarlo con su experiencia reciente de abandono, no quería que le pasara lo mismo, pero la espiral de la vida los lleva a experiencias parecidas:
“La situación era desesperante, temía que en uno de esos rompimientos que cada vez era más frecuentes fuese el definitivo, ya que cada vez soportaba menos la presión, y por supuesto las ofensas eran más humillantes a medida que pasaba el tiempo, pero ella no dejaba de trabajar, poco faltaba para que llegaran a los golpes y es lo último que el Chupete quisiera hacer, la amaba demasiado como para llegar a lastimarla físicamente”. (P.88).
Estos Ángeles de medianoche están sujetos a la pasión humana como un experimento de situaciones difíciles, de mirar a la prostitución casi como un acto poético y de fe. Por eso también hay entre las líneas narradas, odio, intriga, resentimientos, miedo, nostalgia, extrañamientos, pasión, que se funde con atmósferas hostiles recreadas por Cuateco desde una cotidianidad que son atraías por bajas energías, donde la corriente electrocuta con distintos amperajes.
No podría terminar sin mostrar otro factor interesante a lo largo de la historia y es como el autor mezcla durante la narración las canciones típicas de la cultura musical mexicana contemporánea, desde ranchera y cumbias, hasta poemas cantados que van dándole forma a los sentimientos de los personajes, donde en cada trago se reconocen en el verso y hacen una fiesta directa para el corazón y el hígado.
Diría que Ángeles de medianoche, es un novela corta que logra mostrar los espacios de la ciudad de una manera atrevida y sin vergüenza, donde se relatan personajes muy parecidos a los que uno puede encontrar por la calle, en las fábricas, en los mercados populares, donde el requisito mínimo para vivir ante el atropello cotidiano es tomar cervezas y brindar por los placeres carnales que te ofrecen las puertas del cielo, para después de las doce de la noche navegar en el fuego del infierno.
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Luis Manuel Pimentel. Nace en Barquisimeto, Venezuela. Magister en Literatura Iberoamericana. Poeta, narrador. Director de la revista El signo invisible, de la Federación Latinoamericana de Semiótica. Actualmente, radica en Puebla, México.