La mirada arborescente de Angélica Gorodischer
El 5 de febrero falleció la escritora argentina Angélica Gorodischer. Su obra es reconocida por adscribirse al género de ciencia ficción en Latinoamérica.
El 5 de febrero falleció la escritora argentina Angélica Gorodischer. Su obra es reconocida por adscribirse al género de ciencia ficción en Latinoamérica.
Por Lorena Rojas
Cerritos, San Luis Potosí, 07 de febrero de 2022 [01:50 GMT-5] (Neotraba)
La pregunta que me hice es ¿qué va a pasar con nosotros? Es una pregunta que mira al futuro pero también, al pasado del que venimos.
-Trafalgar Medrano
Suele pensarse que para hablar o leer de ciencia ficción se debe tener la mirada siempre hacia el futuro, y quizá sí, en gran parte. Sin embargo, es necesario mirar al pasado muchas veces, para reescribir la historia desde lo literario pero también para recuperarla en el plano de lo real.
Este 5 de febrero la realidad golpeó durísimo a la ciencia ficción en Latinoamérica y especialmente a los y las lectoras que encontramos en ciertas historias un lugarcito seguro para entender el mundo, pues Angélica Gorodischer, una de las más destacadas escritoras de ciencia ficción y fantasía, dejó este mundo.
Me resulta muy extraño “decirlo”, se siente mal comenzar a hablar en pasado de alguien que habitó el planeta Tierra y utilizó las letras de forma vivísima. Angélica nació en Buenos Aires en 1928, publicó alrededor de 25 libros y es considerada una de las voces más importantes de los géneros especulativos en habla hispana. Incluso fue traducida al inglés por la mismísima Ursula K. Le Guin.
En 1975 publicó su libro Trafalgar, un conjunto de relatos que podrían considerarse una narración unitaria en la que Trafalgar Medrano, “un viajante estelar tan excéntrico como campechano” relata sus aventuras a su amiga Angélica –la voz narrativa en todos los cuentos. Este fue justo el primer libro que leí de la autora y el que me dio toda la seguridad y familiaridad para entrarle duro a leer ciencia ficción, un género que antes me resultaba un tanto frío y ajeno.
Adentrarme a su manera de narrar fue comenzar a nombrar y (re)conocer otras formas de entender el mundo, desde un lugar tan propio como mi lengua, como la biblioteca de la ciudad, el café de la mañana o como El Burgundy lo es para sus personajes: un punto de encuentro.
Conocer a Angélica me llevó a otras autoras de géneros especulativos, a entender la necesidad de la mirada al pasado para traer a la luz una genealogía, un camino recorrido desde mucho tiempo atrás por otras autoras y que la mayoría de los lectores desconocemos. Es verdad que en parte se debe a la marca de “menor” en la literatura que estos géneros aún conservan (algo que se ha ido revindicando con justicia), pero sobre todo a que, además de la marca de género literario, existe la marca del otro género, esos conceptos de genre y gender en inglés en los que, sin duda, el segundo pesa más.
En caso de ser latinoamericana esta marca se triplica, dotándole a la autora de un olvido casi asegurado, especialmente en los tiempos en que no contábamos con los puentes de la tecnología para difundir y conectarnos. Así, tenemos que es muy común hablar de Borges, Bioy Casares o –yendo más atrás– de Leopoldo Lugones para referirse a los inicios de la fantasía o la ciencia ficción por este lado del planeta; sin embargo, nada común que se mencione a Juana Manuela Gorriti o incluso a Sor Juana como precursoras, plumas tempranas que esbozaron las primeras miradas hacia eso otro que se manifiesta en los géneros especulativos.
De modo que, leer a Angélica Gorodischer, se volvió para mí un descubrimiento no de una autora, sino de muchas, no de una historia en particular, sino de todas las que me estaba perdiendo. Una autora viva que cultivaba vorazmente estos géneros y de la que nunca nadie en mi formación literaria me había hablado.
Quizá es verdad que Goro –como dicen que le decían sus amigos–, fue reconocida y muy leída en vida, pero también estoy segura de que no tiene todavía el lugar que merece más allá del nicho del género. Pareciera que la autora existió –existe– en otra dimensión que apenas roza la nuestra y sin embargo aquí está, encontrándonos de formas maravillosas.
En uno de los relatos de Trafalgar, el personaje homónimo le cuenta a Angélica de Uunu, ese planeta en que los saltos temporales lo desquiciaron pero, a la vez, le enseñaron mucho del universo:
“—Pensá en universos arborescentes.
No dije nada: Pensé en los universos arborescentes.
—Lo que en realidad coexiste no es el tiempo, un tiempo, sino las infinitas variantes del tiempo. Por eso los neyiomdavianos de Uunu no hacen nada por modificar el futuro, porque no hay un futuro, no hay nada que modificar.”
Acá de este lado nos gusta creer que hay mucho que modificar, porque no tenemos la suerte (o la tortura) que Trafalgar tuvo en Uunu de saltar de pronto a otros escenarios en los que todo es distinto; sin embargo, queda la mirada –y la lectura– arborescente para verlos aún con la linealidad que este mundo –y sus reglas– nos han hecho tomar por ciertas.
Así, tergiversando las palabras de Trafalgar Medrano, en una de esas variantes, de esas ramas, las precursoras de la ciencia ficción latinoamericana son leídas vorazmente, en otra no existen los géneros menores y en otra, Angélica Gorodischer no ha muerto ni morirá nunca.
Y así sucede, parafraseando de nuevo al mismo personaje, que hay algunas cosas que simplemente no transcurren, porque de existir, siempre existen.
Cuento citado: “El mejor día del año”, de Angélica Gorodischer en Trafalgar, edición de Sportula en 2016.