La Malintzi en Suecia*
Desiderio Hernández Xochitiotzin fue un artista clave en la historia creativa de Tlaxcala. Citlali H. Xochitiotzin Ortega, su hija, reconstruye su vida.
Desiderio Hernández Xochitiotzin fue un artista clave en la historia creativa de Tlaxcala. Citlali H. Xochitiotzin Ortega, su hija, reconstruye su vida.
Por Gabriela Conde Moreno
*Texto leído en la presentación del libro Desiderio Hernández Xochitiotzin. Biografía, publicado por la Fundación Desiderio Hernández Xochitiotzin y Cuarto Creciente Editorial.
Tlaxcala, Tlaxcala, 09 de febrero de 2022 [02:22 GMT-5] (Neotraba)
Las abuelas y las madres se saben una leyenda que dice que antes, muchas décadas atrás, al momento de un nacimiento se enterraba el ombligo del recién nacido en el patio de la casa materna para que éste amara la tierra en la que nació, para que regresara a ella, para que siempre encontrara una forma de volver a casa. No sabemos si Natividad Xochitiotzin Saldaña, aquel once de febrero de 1922, en el barrio de Tlacatecpa, en el municipio de Contla, Tlaxcala, enterró el ombligo del bebé Desiderio, pero sí tenemos claro que el maestro Desiderio, quien vivió en Puebla toda su infancia y su juventud, todas las veces que se fue, siempre encontró la manera de volver a Tlaxcala.
Don Felipe de Jesús Hernández Saldaña, abuelo del maestro Desiderio, en 1907 tuvo que irse de Contla por escándalos e intrigas propias de los pueblos pequeños, las afrentas bárbaras; tras una serie de periplos se estableció en 1919, junto con su hijo Alejandro De la Cruz Hernández de La Rosa, padre de Desiderio, en el territorio vecino de Puebla. Desde ahí siguió de cerca a la familia y al campo en Tlaxcala y comenzó su añoranza. El joven Alejandro regresó de vez en cuando a Contla, y fue ahí, en una de esas idas que se encontró con Natividad Xochitiotzin Saldaña, una mujer que estaba recogiendo en el campo hojas para los tamales y con quien, sin dudarlo, Alejandro se casó. La joven pareja se estableció en Puebla. Un año después del matrimonio, en enero de 1922, Natividad Xochitiotzin regresó embarazada a Contla, para pasar la cuarentena con su madre y familia y también para que su hijo Desiderio naciera ahí en el “lugar de las ollas de barro”.
Desiderio vivió la infancia y juventud en Puebla, lejos de Tlaxcala, pero cada visita a su tierra lo hacían amarla más, extrañarla. Una de las historias que se cuentan en este libro divido en tres tomos de la Biografía de Desiderio Hérnandez Xochitiotzin 1953-1968, escrito por Citlali H. Xochitiotzin Ortega, publicado por la Fundación Desiderio Hernández Xochitiotzin y la editorial Cuarto Creciente, narra el viaje a Europa que hizo el maestro Desiderio a sus 32 años.
El joven atraviesa Europa los meses más cruentos del invierno. En medio del despiadado y terrible frío de Suecia, frente a un paisaje nevado y triste, el maestro decide pintar, en una tela de medidas exactas a las de su ventana, la montaña Malintzi coronada por un sol esplendoroso y radiante, “con un halo de luz casi divino”. Así, cada mañana, cuando despertaba, el joven Desiderio miraba la pintura para sentirse cerca de la luz tlaxcalteca y encontrar la fuerza para continuar trabajando afanosamente en las obras encomendadas en Suecia.
Si la vida es elección, la memoria también. Lo que se pierde se añora y se intenta recuperar, reconstruir para dotar de significado trascendente y definitivo una vida, un pueblo, una comunidad completa. Con suerte, alcanza a veces una tela con la montaña perdida. A veces también esta añoranza nos da para contar de nuevo la historia de toda una cultura y así articular el ritmo de esas vidas.
En estos tres tomos de la biografía del maestro Desiderio Hernández Xochitiotzin asistimos a la construcción de un personaje épico a quien vemos crecer lejos de Tlaxcala, pero con sus pensamientos arraigados en la tierra de su padre, madre, abuelos y abuelas.
Como ejemplo de esto, voy a citar palabras del propio maestro Desiderio Hernández Xochitiotzin, pronunciadas en el carnaval de Contla en 1991: “Surge inmediatamente la figura de mi abuelo paterno, Don Felipe Hernández Saldaña, agigantada por el tiempo y la veneración. Se me revela, parece que lo estoy viendo, alto y lleno de garbo; pleno de sinceridad y afable con todos sus amigos y conocidos; clásico hombre entero y muy nuestro de principios del siglo XX; recto y de una sola palabra; honrado a carta cabal y apegado a su trabajo; muy respetuoso de nuestras tradiciones religiosas o cívicas y mexicano por los cuatro costados. Fue él quien me condujo al amor y conocimiento de las cosas de nuestra tierra de origen. Por sus labios aprendimos historias y leyendas, sucedidos y anécdotas, que nos narraba sabrosamente, como solo lo hacen los abuelos a sus nietos ansiosos de saberlo todo”.
Esta entrañable descripción que hace de su abuelo el maestro Desiderio me recordó a mis propios abuelos y abuelas, a mi padre y a mi madre, quienes fueron personas cuyo amor por la tierra que los vio nacer y cuya la honradez y dignidad los identificaba. Así pues, debo confesar que nunca había sentido tan cercano a mí al maestro Desiderio como ahora que lo leí escuchando los relatos de su abuelo, o sus consejos, como aquel que con cariño le dio a los catorce años cuando el maestro Desiderio entró a estudiar a la Escuela de Artes Plásticas de Puebla: “empéñate, trabaja y no hables mucho”. Parece que es mi propio abuelo quien me está aconsejando.
En las páginas de estos volúmenes vemos de cerca al maestro que de niño era tartamudo y que, con el paso del tiempo, se fue forjando como un joven respetuoso y caballero, siempre vestido como su padre obrero: de pantalón gris de tela de dril, con una chamarra de mezclilla, una camisa a cuadros, un sombrero negro de ante como “de padrecito”. Asistimos a sus tertulias y reuniones para fundar el Barrio del Artista en Puebla. Presenciamos el momento en el que conoce y se enamora de su esposa Lilia Ortega Lira; los vemos a ambos en 1944, de visita en el santuario de San Miguel del Milagro, coronados con margaritas en la cabeza para poder entrar a la iglesia repletos de ternura, y los vemos volver durante tres años seguidos a ese mismo santuario para cumplir su promesa de amor.
Esta biografía es también un hermoso recuento epistolar de la amistad más valiosa que tuvo el artista, la que, con años de mutua admiración y enseñanza, forjó con el poeta Miguel N. Lira, quien lo alentó y apoyó de tal modo que es gracias a Miguel N. Lira que el maestro Desiderio volvió a Tlaxcala y pintó y reconstruyó de manera magistral la historia de nuestra tierra, plasmada en los murales “La Historia de Tlaxcala y su contribución a México” en el Palacio de Gobierno de Tlaxcala.
Esta obra monumental encierra una “ética de la memoria”, en la que la reconstrucción de la historia no teme rehuir la corrección estética, el código académico o la norma canónica para dar lugar a una visión sostenida por el mestizaje de lo pueril, el sentimentalismo, el apasionamiento contradictorio: la máquina de Lautréamont, en Xochitiotzin, es una Singer que guarda vecindad, ya no con un paraguas sobre la mesa de disección, sino con una canasta de pan o con una máscara de huehue de Contla.
Esta ética de la memoria –sostenida en quien cree que el sistema estético debe concebirse como sistema crítico– consiste en una paciente apertura y una atenta escucha de la naturaleza contingente de las visiones y las imágenes del ser tlaxcalteca. El imperativo de no suprimir, de antemano, ninguna flaqueza o contradicción como pueblo, lo que equivale a decir que la obra de Desiderio renuncia a presencias, referentes y fórmulas validadas; en lugar de ello, avanza cauteloso entre accidentes de la propia historia y de las fuentes de la misma y genera, en esa tensión, siempre incierta, una resignificación del lenguaje sobre Tlaxcala.
Se dice que la obra de un artista son en realidad tres obras: la primera, la más obvia: la producción artística, sus cuadros, sus murales; la segunda: la escuela, la generación siguiente en la que los mejores lo conocerán y querrán imitarlo y, la última, su propia vida. La obra del maestro Desiderio, quiero decir, su propia vida, como vemos en esta entrañable biografía escrita por su hija, es la reconstrucción de la obra total del maestro que hace de manera honda y cercana la maestra Citlali H. Xochitiotzin Ortega.
La biografía está transida de imágenes intensas. Por ejemplo, cuando el maestro Xochitiotzin visita el Palacio Nacional en Ciudad de México para ver los murales de Diego Rivera. El maestro Desiderio se encuentra con un guía que conduce por los murales a un grupo de turistas extranjeros, después del recorrido, el maestro Desiderio se acerca al guía para consultar con él una duda y el guía por respuesta le grita “¡Yo no trabajo para indios!”. Esta anécdota, nos cuenta Citlali en la biografía, jamás ofendió al maestro Desiderio, por el contrario, lo lleno de fuerza: ser indio lo enorgullecía tanto que al momento de pintar el mural en el Palacio de Tlaxcala pensó en poner letreros en los frescos en ambos idiomas, náhuatl y español, para que ningún indio se quedara sin entenderla.
En este trio de volúmenes de la biografía del maestro Desiderio alcanzamos a comprender que la obra del maestro no intentaba ser un canto sobre la historia contemporánea, pero ésta es el verdadero telón de fondo en el que se desenvuelve. La presencia de la historia contemporánea de México se resuelve en un puñado de imágenes que sólo resultan legibles y visibles a partir del contexto postrevolucionario y de construcción del México moderno que experimentó su autor, lo cual es decisivo.
En otro contexto, la obra del maestro Xochitiotzin sería únicamente un gran ejercicio retórico. No es el caso. Las imágenes que dan vida a la totalidad de su obra, los paisajes, los murales, los cuadros, se construyen sobre un doble fondo. Por un lado, un país sobreviviente de una revolución, un México que comienza a ser moderno. Por otro lado, la retórica del llamado “nacionalismo mexicano”, una tendencia general antes que una estética concreta.
En pocas palabras: el instante en que Xochitiotzin crea se define como un desgarramiento entre la Historia de México que se vocifera en los libros de texto y la oportunidad de construir una nueva historia con Tlaxcala y los otros muchos pueblos olvidados como centro y cuna de la nación.
Ya López Velarde en “Novedad de la patria”, una prosa de El minutero, afirma: “nuestro concepto de la patria es hoy hacia dentro (…). La miramos hecha para la vida de cada uno. Individual, sensual, resignada, llena de gestos, inmune a la afrenta, así la cubran de sal. Casi la confundimos con la tierra”.
La patria convertida en una abstracción legitimadora necesita ser, ante los ojos del maestro Xochitiotzin, una imagen física, material, corporal. Una realidad al alcance de la mano, que tampoco se limite al universo verbal, sino que sea capaz, entre otras cosas, de volver al estatuto de lo sensitivo: las percepciones cromáticas lo mismo que las olfativas, la picadura del ajonjolí en el mercado de Tlaxcala como reminiscencia del gusto y las metáforas olfativas. Estampas concretas: la celebración de lo inmediato.
La obra del Maestro Xochitiotzin no está exenta de la conciencia de quien sabe que aquello que festeja está desapareciendo o se ha apagado por completo: el sollozar de las mitologías que experimentó Xicoténcatl El Joven es paralelo al que vivió el pintor. Ambos son testigos de una era que declina. Ambos experimentan la feroz incertidumbre que presagia el cambio. Y por eso el maestro Desiderio lo reconstruye, lo plasma de manera magistral para que no la olvidemos nunca.
Me parece que la obra del maestro Desiderio no deja de ser una especie de “reconciliación”. Una reconciliación que no pretende cegarse ante la bestialidad y la violencia de la conquista, sino recordar que la atrocidad no es lo único frente a nuestros ojos, que los tlaxcaltecas conservamos resistencia, fuerza y dignidad en nuestros pueblos originarios, en nuestra sangre indígena.
Con su obra, el pintor da juego y pone de cabeza uno de los tópicos fundacionales de la literatura occidental que aparece en Píndaro: el maestro no esperaba que su reconstrucción de la Tlaxcala perdida permaneciera impávida frente a las batallas de la conquista. En aquel movimiento convulso, entendió que no habría canto verdadero si no se construía sobre esos escombros, ese naufragio que reconocemos plenamente porque es la raíz del nuestro. Por ello la historia que Desiderio hizo sobre Tlaxcala nunca se vence. Es una afirmación frente al derrumbe. Frente a la pérdida, como esa tela de la Malintzi que pintó en Suecia.
En este libro, con cariño la maestra Citlali reconstruye a su padre perdido, nos trae de nuevo a nuestro Don Desiderio, y con ello reconstruye a Tlaxcala completa, a nuestros propios abuelos y abuelas, padres y madres. A los tlaxcaltecas de hace más de quinientos años y a los del siglo pasado y a los de ahora: que son como el Maestro Desiderio, nobles, honrados, dignos, disciplinados, llenos de valor y talento y quienes nos hacen sentir a cada una de nosotras y nosotras afortunadas por haber nacido aquí, en esta gloriosa tierra.