¿Te gustó? ¡Comparte!
Sergio Pitol foto por Pascual Borzelli Iglesias
Sergio Pitol foto por Pascual Borzelli Iglesias

 

Por Iván Gómez (@sanchessinz)

 

A ojo de buen cubero podría decir que las personas que han oído de Sergio Pitol se dividen en dos: los que le han leído por lo menos un libro y aquellos que no conocen ni una de sus obras. A los segundos igual y hasta el nombre les suena brumoso: “sí, alguna vez lo he escuchado pero no sé dónde”.

Esto, desde luego, no ocurre con todos los escritores, sólo con aquellos en los que el poder de su actividad literaria trasciende el de su obra: Pitol, además de narrador, fue un intenso traductor que presentó al mundo hispano autores rarísimos, lo mismo podían ser polacos que chinos. Gracias a él se leyó por primera vez a autores como Witold Gombrowicz o Kazimerz Brandys (algún día los tengo que leer), de quienes supo por el largo periodo que pasó en Varsovia, ciudad de la que se declaró fascinado.

Tener un primer atisbo a la literatura polaca gracias a un solo hombre habla de nivel de lecturas que manejaba, y de lo generoso que fue (traducir debe constituir, muy en el fondo, un acto de generosidad arrojado al mar).

Actualmente sus traducciones se pueden encontrar en la colección “Sergio Pitol Traductor”, publicado bajo el sello editorial de la Universidad Veracruzana.

La otra hazaña literaria -fuera de su obra- se encuentra en la colección que dirigió con intenso fervor: Biblioteca del Universitario, también parte de la editorial de la UV.

Desde su nacimiento, en 2006, ha tenido una amplia difusión por dos cosas: se trata de títulos clásicos (Ilíada, Memorias del subsuelo, Cuatro novelas ejemplares, Doña Bárbara) a precios módicos, que van de los $35 a los $50, pero con la novedad de tener ediciones bien cuidadas: ninguno está recortado (saludos Editores Mexicanos Unidos), y es difícil encontrar erratas.

Cada texto cuenta con un prologuista experto en el autor o el título, la mayoría seleccionados por Pitol. Sin contar que cada libro abre con la introducción-ensayo que Pitol escribió exclusivamente para la colección.

Ya en una columna anterior había hecho un breve comentario de esta colección (clic), sin embargo, me atrevo otra vez a hablar de ella por dos cosas: doy por hecho que nadie me lee dos veces y para resaltar varias de las líneas de su introducción, que –sin exagerar- debería convertirse en una lectura escolar para incentivar verdaderamente a la lectura.

Ha pasado prácticamente un año desde que la leí por primera vez y me sigue retumbando en los oídos.

 

Hemos, los humanos, recibido la palabra como una herencia mágica. Uno sabe quién es solamente por la palabra. Y nuestra actitud ante el mundo se manifiesta también por la palabra. La palabra, tanto oral como escrita, es el conducto que nos comunica con los demás.

 

La filosofía, la historia, todas las disciplinas del saber, son producto del lenguaje. Pero hay una que establece con él una relación especial, y esa es la literatura; es, desde luego, hija del lenguaje, pero también es su mayor sostén; sin su existencia el lenguaje sería gris, plano, reiterativo. Es la literatura lo que la alimenta, lo transforma, lo castiga a veces, pero le otorga una luminosidad que sólo ella es capaz de crear.

 

[] por la novela podemos vislumbrar muchos, muchísimos fragmentos del mundo, los que queramos, no sólo las situaciones histórico-sociológicas en un país y una época determinados, sino además la modulación del lenguaje, y el acercamiento a las artes plásticas, a la arquitectura, a la música, a los usos y costumbres, al imaginario de ese espacio y ese tiempo que elegimos.

 

La palabra libro está muy cerca de la palabra libre; sólo la letra final las distancia: la o de libro y la e de libre. No sé si ambos vocablos vienen del latín liber (libro), pero lo cierto es que se complementan perfectamente; el libro es uno de los instrumentos creados por el hombre para hacernos libres. Libres de la ignorancia y de la ignominia, libres también de los demonios, de los tiranos, de fiebres milenarias y de turbios legionarios, del oprobio, de la trivialidad, de la pequeñez. El libro afirma la libertad, muestra opciones y caminos distintos, establece la individualidad, al mismo tiempo fortalece la sociedad, y exalta la imaginación.

 

Según una nota de la UV (clic), parte de los libros son regalados a los alumnos de nuevo ingreso y el resto se distribuyen para su venta. Las portadas (modestas pero genuinas) las diseñan alumnos del taller de grabado de la Facultad de Artes Plásticas.

La labor de esta colección constituye un avance titánico en la difusión de las letras clásicas –aunque también figuren autores perdidos en el tiempo, como sugerencia de revaloración- de una manera económica pero digna, algo que no han entendido varias editoriales baratas que se dedican a reimprimir una y otra vez los mismos títulos clásicos sin respetarlos.

Así deberían ser las editoriales universitarias. Sin embargo, este texto no tiene como finalidad halagar a la UV luego de todo el escándalo que atravesó cuando fue acusada –y con pruebas bien sentadas- de explotar la imagen de Pitol cuando él vivía la etapa más dura de la afasia progresiva primaria no fluente, enfermedad que acabó con su vida el 12 de abril de este año.

Sólo esperamos que esta colección –que de verdad es magnífica- no desaparezca con la partida de Sergio Pitol.

¿Te gustó? ¡Comparte!