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Por Adán Medellín (@adan_medellin)

Ciudad Tula, Tamaulipas, 13 de julio de 2020 [00:01 GMT-5] (Neotraba)

Uno de mis capítulos favoritos de la Odisea es aquel en que el astuto Ulises debe viajar en su navío al Hades, el mundo de los muertos, para encontrarse con el consejo para retornar a la patria que le dará la sombra del adivino Tiresias. Entre esas almas de los que ya se han ausentado, Ulises halla y conversa con su madre, Anticlea, quien le narra la vida austera y melancólica que tiene su padre creyendo muerto a Odiseo, lo que sucede con Penélope y Telémaco, y cómo la tristeza por el hijo que no volvía de la guerra le cobró a Anticlea su propia vida.

Si la Ilíada siempre ha sido sublime, me gusta más La Odisea por esos exactos y entrañables guiños humanos que nos entrega en los diferentes momentos de los relatos en voz de Ulises. Este momento de invocación de los muertos es uno de ellos, cuando Odiseo confiesa en la Rapsodia XI su deseo de estrechar a su difunta madre durante la conversación en el inframundo. “Tres veces lo intenté ávidamente, y las tres veces se escapó de entre mis manos como una sombra o un sueño”. El valiente Ulises ahora sólo quiere abrazarla “a fin de que el uno en brazos del otro sintamos juntos el temblor del llanto”.

La Odisea es la vida de una persona que se esfuerza por hacerle frente a la adversidad y encontrar de nuevo, tras fortunas y lamentos, el camino a casa. Odiseo no es el mismo hombre lleno de recursos y sediento de aventuras que horadó Ítaca con su ingenio. Tiene dones y errores, emociones y aciertos, pero también, lágrimas. Está agotado, melancólico, ansioso de volver a los suyos. Parte del camino a Ítaca consiste también en reconocerse en las pérdidas y compartir por un instante la liberación de una tristeza profunda por aquellos que nos pertenecieron y a los que también les pertenecimos. Estrechar ese recuerdo para recordar de dónde venimos y cómo podemos navegar los nuevos mares. Escuchar el sabio consejo de quienes nos antecedieron, en un camino de vuelta a nuestro propio corazón, para hallar las fuerzas y las rutas a casa.

Durante la mitad de mi vida, julio ha sido el mes más cruel, el que se marcó tristemente por un par de mis ausencias más queridas y obsesivas: en julio coincidieron los fallecimientos de mi abuelo y mi mamá. Cuando leo las palabras de Ulises, me reflejo imaginando cómo sería ese encuentro con esas presencias perdidas en el mundo físico, pero siempre latentes en esos rincones secretos y muy hondos que sólo les revelamos a unos cuantos. ¿Qué nos preguntaríamos, qué nos diríamos, qué correríamos a contarnos, qué consejo apreciaríamos más que nunca? ¿Alcanzarían las palabras, las sonrisas, los llantos, o sólo las miradas para comunicarnos con ellos y ellas, tan amados? ¿Qué conservarían en su sombra, seguiríamos siendo iguales, nos reconoceríamos sin hablarnos?

Anticlea se nos vuelve tangible en un solo trazo de Homero: el de las últimas palabras que le dirige a Odiseo. “Apresúrate a volver a la luz”. Suena casi como “ponte el suéter, hijo” que nos acompaña coloquialmente desde las conocidas manifestaciones de preocupación de las mamás mexicanas. Ulises se rodeará de más sombras célebres, pero ahí quedará el consejo materno. Ve a la luz, vuelve a los tuyos, Odiseo, ya sabes lo que debes saber, es hora.

Es cierto que el mundo moderno y su terror a la muerte, su deseo de volverla aséptica, controlada e indolora, nos rodea con especial énfasis en estos días de pandemia, encierro e incertidumbre. Pero tomar un instante para bajar a nuestro Hades personal en busca de respuestas, ahí donde nuestros propios sabios y sabias nos aguardan, suena como un consuelo necesario para hallar esa paz y esa lucidez que tanto le falta a nuestro mundo hiperconectado y excedido de confusiones y gritos. Luego de esa evocación melancólica y esa reflexión privada y entrañable con los nuestros, quizá podremos hacer lo mismo que Ulises y nos esforzaremos, contra viento y marea, por seguir nuestro viaje y volver a la luz de nuestra Ítaca.


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