Hartazgo.
Soy parte de una generación vacía, sin esperanza; carecemos de identidad, habitamos un mundo contradictorio, nos hemos desarrollado como individuos apáticos
Soy parte de una generación vacía, sin esperanza; carecemos de identidad, habitamos un mundo contradictorio, nos hemos desarrollado como individuos apáticos
Por Iván Gómez (@sanchessinz)
Nunca he experimentado la depresión pero sí me he sentido triste –y estas semanas vacío, como una corteza que se alimenta de grasa y duerme por la apatía que le provoca estar despierto–. He experimentado un sentimiento vacuo que me ha llevado a replantearme el porqué de muchas de mis actividades, incluso de escribir –de leer no, eso nunca–. Y estoy seguro de que no es una típica sensación de adolescente confundido.
He explorado mucho en mi interior, he tratado de comunicarme con mi subconsciente y llegué a una conclusión más o menos vaga que puedo explicarme de una manera arcaica: esta sensación de vacío es un problema generacional provocado por varios factores y desembocará en algo por lo que me he tachado de pesimista, ni modo, no puedo ocultar lo que pienso:
la generación a la que pertenezco ni de chiste va a cambiar al mundo, al menos no si seguimos en la dirección en la que estamos.
Una mañana, aburrido en clase, le pregunté a una amiga: ¿nosotros vamos a cambiar al mundo? Ella contestó que sí sin pensarlo. Yo no estoy seguro de que así sea, mira, le dije y comencé explicándole mi sensación de hartazgo para luego preguntarle: ¿te has sentido vacía, sin ganas de nada y sin razón aparente? Me contestó que sí. En los días siguientes platiqué con otras amigas de lo mismo y su respuesta fue la misma: sí. En cada momento, a las 3 les aseguré que no es un problema de adolescentes, quizá sí en una pequeña parte pero hay algo más y con esto planteo mi tesis y la explicación que les di: no tenemos identidad.
Hace poco leí “Carta de un suicida” de Manuel Gutiérrez Nájera, en donde se describen las razones de tal acción: falta de fe; descubrir que todo lo que de niño aprendió con respecto a los dogmas de la religión católica son refutables ante la ciencia. En la última parte del texto relata que de un cementerio despiertan varios niños y le preguntan si ya no tienen padres, a lo que Cristo responde: ¡Hijos del siglo: vosotros y yo, todos somos huérfanos!
Mientras yo creí en Dios fui dichoso. Soportaba la vida, porque la vida es el camino de la muerte. Después de estas penalidades –me decía– hay un cielo en que se descansa. La tumba es una palma en medio del desierto. Cada sufrimiento, cada congoja, cada angustia es un escalón de esa escala misteriosa vista por Jacob y que nos lleva al cielo. Yendo camino del Tabor, bien se puede pasar por el Calvario. Pero imagínese Ud. la rabia de Colón, si después de haberse aventurado en el mar desconocido, le hubiera dicho la naturaleza: ¡América no existe! Imagínese Ud. la rabia mía, cuando después de aceptar el sufrimiento por ser este el camino de los cielos, supe con espanto que el cielo era mentira.
Fragmento de “Carta de un suicida”.
El cuento trascurre en el último cuarto del siglo XIX. Algo similar me ha sucedido, pero pensar en mí como un caso único es demasiado egoísta. Soy parte de una generación vacía, sin metas en común, sin sentido de pertenencia a algo, sin esperanza; carecemos de identidad porque habitamos un mundo contradictorio, nos hemos desarrollado como individuos apáticos ante diferentes problemáticas, aquí es donde entran las redes sociales: han cumplido un papel determinante: entrar a ver estado tras estado, foto tras foto, meme tras meme, videos, publicaciones, eventos, grupos…
las redes funcionan como otro mundo, una especie de ultramundo en donde las problemáticas lucen más simples, muchas noticias se tergiversan tanto que llegan de manera poco honesta y por ende poco trascendente. Con las redes sociales funcionando así, ¿realmente tenemos ganas de cambiar al mundo?
Somos entusiastas, sí, pero también apáticos ante el futuro. Aquí planteo dos argumentos que me brindó muy generosamente una profesora: nuestro sistema de educación, aunque parece realizado sin mucho interés es en realidad una fuerte estrategia para volvernos mano de obra barata, y eso se puede ver en los temarios. Además, en la sociedad se nos exige que pongamos en práctica los valores que tan incansablemente nos repiten en la escuela, pero los medios de comunicación, a través de la invitación descarada al consumismo nos inculcan los antivalores, entonces, ¿cuáles ponemos en práctica?
Pienso que a nuestra apatía se le atribuyen otros factores: mi generación nació con un siglo que nos ha dado todo, basta con un clic para encontrar lo que necesitamos, todo el conocimiento que en el pasado era albergado casi en su totalidad por bibliotecas ahora se encuentra a nuestro alcance en el momento que lo deseemos. Es curioso que esto ha resultado contradictorio, no nos ha vuelto más curiosos, todo lo contrario, ahora nos planteamos la pregunta: ¿para qué aprenderlo si lo tengo disponible todo el tiempo?
Esto tiene olor a texto pesimista, no es así, yo soy parte del problema y me asumo como tal, al igual que mucha gente que sé que está ahí. Los que nos sentimos vacíos al menos ya estamos en el comienzo de un cambio: tomar conciencia de nosotros mismos, sólo así podemos afrontar nuestra realidad como lo que es: un mundo pestilente que necesita un replanteamiento. Tomar conciencia de esto es una forma de vacuna contra la apatía y un cubetazo de agua helada para salir del letargo en el que estamos, porque somos una generación adormilada, pero no importa, muchos queremos despertar.
Tener aspiraciones es mantener el horizonte lejos, largo
Óscar de la Borbolla