¿Te gustó? ¡Comparte!

Por Lobsang Castañeda

Ciudad de México, 25 de febrero de 2022 [02:15 GMT-5] (Neotraba)

Los efectos foley o efectos de sala son aquellos que, a través de distintas técnicas, recrean sonidos que por diversos motivos no lograron ser captados durante la grabación de una escena. Deben su nombre al norteamericano Jack Foley, el cual desarrolló muchas de estas técnicas.

En Foley, volumen que agrupa tres relatos de mediana extensión, Aldo Rosales Velázquez juega con el tiempo y el espacio, aunque sin alterar el hilo narrativo. Con el tiempo, porque los protagonistas de sus historias –que son, a su vez, los narradores de las mismas, superposición que ya comienza a hacerle justicia al título que las reúne– tienen clara conciencia del pasado que los configura. Como cualquier persona, ellos también son producto de lo que les ha ocurrido o, mejor dicho, de lo que creen que les ha ocurrido, de esa asimilación siempre imperfecta e incompleta, más nebulosa que nítida, de los acontecimientos pretéritos. Sin embargo, a diferencia de muchas personas, mantienen un pie en el ayer y otro en el hoy, uno en el “fue” y otro en el “es”, lo cual les permite moverse, desplazarse, ir y venir, remitirse al pasado y arribar al presente, navegar en esas dos dimensiones complementarias en busca de interpretaciones, explicaciones y, sobre todo, significados.

Los recursos de la regresión, la reminiscencia, la rememoración y el recuerdo les permiten operar, desenvolverse en un mundo que concibe la memoria no como una máquina de reproducir escenas fijas o grabadas en piedra, sino como una facultad para recrear, diseñar y alterar las ficciones que conforman el pasado, cosa ya advertida por algunos psicoanalistas como Néstor Braunstein. En efecto, los protagonistas de los tres relatos no están anclados o estacionados en lo ocurrido, sino a medio camino de lo ocurrido y de lo que está ocurriendo. Más que memoriones, son seres intermedios, “entres” que no terminan de avanzar (si es que en la vida se puede avanzar hacia alguna parte), pero que tampoco permanecen inermes frente al presente. Por eso mismo, el espacio en el que se mueven es teatral, un escenario dispuesto para que, actores de sí mismos, representen la tragicomedia de sus vidas.

Portada de "Foley" de Aldo Rosales Velázquez
Portada de “Foley” de Aldo Rosales Velázquez

Por todo esto no estoy de acuerdo con lo que se estipula en la contraportada del libro. No creo que los relatos de Aldo nos demuestren que el pasado es todo menos editable, corregible o perfectible. Creo, más bien, que nos demuestran lo contrario. Si la memoria fuera una tablilla de cera y transmitiera recuerdos fieles y confiables, estaría de acuerdo con esta infundada aseveración, pero no lo es. En todos nuestros recuerdos siempre hay mucho de ficción, mucho de invento y de invención. No recordamos las cosas tal y como fueron, sino tal y como creemos que fueron, tal y como nos parece que fueron. En los recuerdos nunca se alcanza una fidelidad absoluta porque ella misma es ya una ficción, una entelequia. Esto, por supuesto, ya lo sabía Borges y lo saben también los personajes de Aldo que se dedican, justamente, a hacer foley, es decir, a superponerle a la realidad una serie de elementos artificiales que, sin embargo, pasan por auténticos.

Eso, hacer foley, es una manera, probablemente la única, de incidir en el pasado, de modificarlo y transformarlo para bien y para mal. Ciertamente nos queda el olvido frente a lo que ya pasó y parece que no podemos cambiar, pero el olvido es involuntario, no depende de nosotros. Por el contrario, hacer foley sí depende de nosotros, depende de nuestra voluntad y, sobre todo, de nuestra pericia. Eso, foley, es lo que hace un escritor al corregir un texto. Eso, foley, es lo que hace la madre de Miriam, también llamada Miriam, en el segundo relato del libro, al intercalar los ruidos de sala que no han podido grabarse originalmente en las películas, pero también lo que espera que le hagan los médicos al colocarle una prótesis de cadera. Eso, foley, es lo que hace su hija, quien se dedica a la publicidad, es decir, a disfrazar los productos de apetencias. Eso, foley, es lo que hace también el narrador de esta historia, al proyectar parte de su fracaso amoroso con Sergio, su ex pareja, en una carta dirigida no a él, sino a un desconocido en busca de perdón. Eso, foley, hace Amparo, actriz de doblaje, al emplear en una llamada telefónica una de sus muchas voces para ganarse los favores legales de su hermana y su cuñado, los cuales le apoyarán para recuperar la custodia de su hija Graciela. Eso, foley, hace el narrador de la tercera historia, al reencontrarse con el amor platónico de su infancia, una ex estrella infantil de la televisión que ahora luce, por decir lo menos, distinta, más real, completamente común.

Y eso, creo, hacemos todos, porque siempre estamos subsanando, resanando, corrigiendo, recubriendo, rellenando, sustituyendo, paliando y superponiendo elementos a nuestro pasado aunque no para cambiarlo sino para resignificarlo, para dotarlo de un sentido distinto, sea reconfortante o desgarrador. No hacemos foley para modificar lo que pasó, sino la ficción del pasado. De lo contrario, sobra decirlo, no podríamos sobrevivir ni proyectarnos, como sea, hacia el futuro.

Finalmente, y como era de esperarse en relatos de esta naturaleza, Aldo logra sostener el binomio sentimiento-suceso que propicia ese juego espaciotemporal que mantiene en vilo al lector. Si la esencia del cuento es cultivar la tensión y la atención, Aldo lo consigue con esta herramienta doble y sin esfuerzos aparentes, lo cual, como ya se sabe, quiere decir que posee un oficio narrativo envidiable, conseguido gracias a muchas horas de trabajo. En efecto, las emociones de sus personajes están maceradas con sus acciones y viceversa: cada acontecimiento, por insignificante que parezca, está recubierto por una afectividad que le otorga peso, solidez, densidad.

Esa mezcla, siempre afortunada, produce en el lector la sensación de estar frente a un narrador escrupuloso, cerebral, pero siempre preocupado por desentrañar las estructuras de la condición humana. A menos que ustedes tengan otra opinión, creo que no se le puede pedir más a un escritor.


¿Te gustó? ¡Comparte!