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Nuevo León, 2 de enero de 2024 (Neotraba)

Uno de los ejercicios literarios más interesantes de la literatura inglesa del siglo XIX es la biografía novelada del perro Flush.

En cuanto a originalidad dista mucho de ser una obra peculiar, pues antes que ella demasiados autores europeos novelaron historias de animales narradas desde su punto de vista: la sátira medieval Renard, el zorro; Escenas y costumbres de la vida pública y privada de los animales, de George Sand, incluso las fábulas de Jean de La Fontaine, Tomás de Iriarte, Félix María Samaniego, el Arcipreste de Hita y el mismo Esopo, en la Grecia antigua. Todos ellos crearon obras donde los animales son protagonistas y narradores de sus aventuras. Por lo tanto, en este punto la supuesta originalidad de Virginia Woolf queda, por lo menos, en entredicho.

Sin embargo, Virginia Woolf sí tiene varios puntos a favor de la biografía de su perro.

Empecemos con la época de su génesis: la Inglaterra victoriana del siglo XIX. Una sociedad burguesa, que en su momento representó la capital del imperio más extendido en el mundo, practicaba costumbres que consideraba de buen gusto. No solo la hora del té o jugar al criquet.

La literatura de la aristocracia, salvo honrosas excepciones, generalmente se escribía con estructuras definidas y los héroes o antagonistas que la protagonizaban eran seres humanos que defendían los valores axiológicos del naciente capitalismo, las historias se desarrollaban en distintos escenarios que podían ser el mar, África, Medio Oriente, La City, etc.

Una literatura rica en nombres y paisajes acorde a la visión expansionista de la sociedad que la producía. Charles Dickens, Robert Louis Stevenson, Oscar Wilde, Bram Stoker, Lord Byron… autores cuyas obras, ya convertidas en clásicos universales, perduran en el gusto de los lectores del siglo XXI. No obstante, aunque disímiles y magistrales en sus temas, ninguno puso a los animales como protagonistas de sus historias para no contravenir la rigurosa estructura estética de su siglo. Afortunadamente, ese no fue el caso de Virginia Woolf quien contraviniendo cualquier manual de estilo decimonónico decidió que un perro ficticio, inspirado en uno real, describiera su vida como mascota de la poeta Elizabeth Barret Browning.

Flush es un perro de la raza Coquer spaniel que narra desde su posición de silencioso testigo los pormenores de la vida burguesa del siglo XIX; el siglo de la revolución industrial que trajo bonanza y miseria a diferentes sectores de la sociedad.

Al ser una mascota de la clase acomodada, no narra las peripecias para conseguir un trozo de pan, la explotación a la que fueron sometidos miles de obreros en condiciones insalubres y peligrosas, como narró Émile Zolá en Naná, o los sueldos paupérrimos que recibían a cambio de su labor.

Flush no narra la cara sucia del capitalismo del S. XIX. Al contrario, echado en su habitación describe lo bien que la pasaban los sectores privilegiados. El perro viaja a otros países en compañía de su ama, es testigo de reuniones espiritistas y sesiones de ocultismo donde los ricos solían desperdiciar su dinero.

A Flush lo secuestran para pedir un jugoso rescate por su vida, la vida del perro rico valía más que la de miles de obreros. En fin, Flush ve pasar su existencia en compañía de su ama. Incluso está presente cuando Elizabeth Barret Browning da a luz un bebé. En este punto es innegable que algunas peripecias de Flush recuerdan fragmentos de la película La dama y el vagabundo (1955), de Walt Disney, por la raza Coquer spaniel y el contexto acomodado donde vive la perrita Reina de los dibujos animados.

El género de la biografía y autobiografía ha sido ampliamente practicado. Desde Plutarco (Vidas Paralelas), Suetonio (Vida de los doce Césares) o Giorgio Vasari (Vidas de los más excelentes pintores, escultores y arquitectos) hasta Mónica Lavín (La casa chica), Michael K. Schuessler (Guadalupe Amor. La undécima musa) y Guadalupe Sánchez Nettel (Octavio Paz. Las palabras en libertad).

Es un subgénero narrativo que permanece en el gusto del público por variadas razones: las biografías describen la existencia de un personaje admirado o vilipendiado, son un documento literario donde se observan las condiciones sociales que fungieron como contexto para que tal personaje pudiera dejar su impronta en la sociedad, el arte y la historia[1], sirven para contraponer los usos y costumbres, así como la moralidad de épocas distintas y con ello comprender los cambios históricos en la manera de gobernar, comer, amar, y un largo etc.

Si bien es cierto que no puede tomarse a la biografía como un documento histórico, precisamente porque la escribió alguien desde un punto de vista tendencioso y en su narración se refleja más el autor que el biografiado convirtiéndola en un relato más subjetivo que objetivo, sí puede tomársele como una fuente secundaria de información.

En el caso del perro Flush las descripciones de telas, muebles, vestidos de viaje, nos dan una idea general de cómo vivía el sector adinerado de la población en aquel siglo y nos ayuda a comprender mejor ciertos aspectos de la vida en la Inglaterra victoriana, pues, como leemos, en el imperio de su Majestad no todo giraba en torno a las fábricas o las conquistas militares: también había personas con vidas contemplativas que tenían perros para acompañarlas en sus largas tardes de ocio que, en los casos afortunados, si se contaba con los recursos duraban la vida entera.


[1] A pesar de la enorme enseñanza que plantea el poema “Preguntas de un obrero que lee”, de Bertold Brecht


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Flush de Virginia Woolf
Flush de Virginia Woolf

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