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Por Luis J. L. Chigo (@NoSoyChigo)

Puebla, México, 14 de noviembre de 2021 [01:11 GMT-5] (Neotraba)

Ojalá muriera todos los años, como Umberto Eco, a quien todos los años se le recuerda por estar muerto, como una resonancia de su cadáver en el tiempo. Desde la tumba, anualmente despierta para rememorarnos que él escribió El nombre de la rosa. Eso quisiera, más bien, que Fernando del Paso fuera universal, un autor al cual recurriera constantemente la humanidad. Pero me basta con recorrerlo yo, desde antes de su muerte el 14 de noviembre de 2018, a los 83 años.

Es una sensación extraña, nada de su escritura parece sobrar. Aquellas narraciones sin cabida en cualquiera de sus tres extensas novelas conforman el libro Cuentos Dispersos, editado por la UNAM hace poco más de 20 años. Lo que el abuelo Francisco no le contó a Palinuro, un hombre de letras, un diálogo perdido de José Trigo. Y una princesa en espera eterna de su príncipe, un estudiante de medicina, en un burdel.

De estas historias sin rumbo –pero con absolutamente todo el contexto– no sale de mi mente la titulada “Con el corazón atravesado por una flecha”. El coronel francés Du Pin tortura al juarista Juan Carbajal, capturado en Tamaulipas. El ahora prisionero de los franceses trae consigo un sombrero con exvotos, por cada negación a revelar un mensaje codificado, cuyo destino dependía del prisionero, le clavan una pieza en distintas partes del cuerpo. El coronel advierte: a unos los cuelga y a otros los hace comida para perros.

Pero el juarista ya se sabe muerto. Es más, en ese momento ya está muerto. Ante ese destino, tres veces pregunta en el cuento una duda que bien podría ser cotidiana, de nosotros para el mundo, “¿Cómo me va a matar a mí?”. “¿Por qué son tan tercos todos ustedes?”, preguntará el francés, antes de clavarle un fistol en el testículo.

Contra las lecturas de Palinuro

No hay una sola referencia absurda en Palinuro de México. Ni en José Trigo o Noticias del Imperio. Parece falaz, pero si alguien dedicó casi 10 o más años por cada novela, no puede terminar por escribir algo absurdo. A menos que la ilusión sea la norma para narrar.

En una ocasión, mientras compartía con unos amigos la lectura de dicha novela, nos sorprendió la aparición de Schelling, el idealista alemán, ya en el primer capítulo. Apenas una mención de un renglón, una breve descripción del movimiento natural, sobre cómo se regresa al origen. Apenas un renglón sobre la filosofía de la naturaleza.

¿Cuántas cosas debió leer Fernando del Paso para construir una genealogía familiar, el sueño de ser médico o un halago para su prima? Es inmenso. Muchos libros en cada renglón de las casi 700 páginas del libro. Nada en Palinuro de México puede ser absurdo o innecesario.

El amor

“¡Ya no me digas tanto que me quieres y demuéstramelo!”, dijo Estefanía a Palinuro cuando la cotidianidad ya había devorado su amor.

Palinuro de México es una muestra de amor en sí misma, como quizá Fernando del Paso lo fue en vida. Como cuando le pidió perdón a Socorro, su esposa, al final de su discurso de aceptación del Premio Cervantes en 2015. No sabemos por qué lo hace, pero considero el pedir perdón como un acto amoroso.

Es casi imposible pensar que Palinuro no viviera por algún motivo distinto a Estefanía. Ni siquiera por la medicina, la cual abandona como proyecto de vida antes de la mitad del libro. En cambio, muere a los pies de su prima. Por si fuera poco, Palinuro construye el universo a partir de un retrato de ella, quien vence a los astros con su astigmatismo.

Pero el amor no nace de la nada. No bastaba con la vida impasible ni insultarse a diario en diferentes idiomas, hacía falta la demostración. Palinuro de México no es sólo una novela sobre el amor, sino además de cómo éste no todo lo puede.

Fernando del Paso. Foto tomada de: https://www.cubaencuentro.com/cultura/articulos/fernando-del-paso-ficcionar-la-historia-para-enriquecer-el-presente-334135
Fernando del Paso. Foto tomada de: https://www.cubaencuentro.com/cultura/articulos/fernando-del-paso-ficcionar-la-historia-para-enriquecer-el-presente-334135

La figura del padre

Probablemente, mi padre, con sus botas negras y su uniforme verde, no sintió mucha alegría cuando hablé de los crímenes de estado con profunda repulsión.

De hecho, no le gustó nada. Mucho tiempo estuvo vedada esa discusión. Desde mi pretensión, hablé de Palinuro en las escaleras, la Noche de Tlatelolco y los poemas de María Rivera. La pretensión se esfumó con un manotazo sobre la mesa y su mirada furiosa.

A veces releo Palinuro… y me descubro llorando con los regaños de Mamá Clementina o con la vejez cada vez más dañina de los abuelos. Lo leo desde el dolor, la otra cara de la novela, contrapuesta a la alegoría, humor y amor. Porque, entre otras cosas, fui niño y el mundo comenzó a terminarse en un instante no reconocido.

Me sucede con el capítulo “El pan de cada día”. Papá Eduardo estira la mano para tomar otro pan de la charola y es reprendido por la Abuela Altagracia. En cambio, el Tío Felipe puede escoger su pieza de pan y comer más si así lo desea. El Tío Felipe, el caprichoso y el consentido y el que no contribuye de ninguna manera.

Palinuro jura vengar a su padre cuando es derribado por el Tío Felipe al recibir el reclamo. Lo ve ser humillado una y otra vez y muchas veces desea detener el tiempo cuando su padre lleva la ventaja. Pero el tiempo nunca se detiene.

Entre Papá Javier –mi papá– y Papá Eduardo el paralelismo más real es que ambos nacieron en Veracruz. Y lo que me hace llorar es mi también deseo infantil de no verlo ni una sola vez más carente del pan, como lo fue en su infancia y cuyo fin parcial años más tarde fue la milicia.

Ese es el paralelismo más bestial del libro: ese deseo ocupa un capítulo muy pequeño pero inmensamente significativo en mi vida, como el de Papá Eduardo en toda la novela.

Murió Fernando del Paso

Siendo muy sinceros, sí me puse muy triste con la noticia de su muerte. Moría y no sé si él planeaba ese desenlace.

Qué tontería acabo de decir. Me refiero a su vitalidad inagotable, era capaz de irse a España en cama de propulsión a chorro, tuvo decenas de operaciones de todo tipo a lo largo de su existencia y siempre venció, mientras estaba en silla de ruedas se puso una playera con la petición a Peña Nieto de que no mamara.

Me volví obsesivo con su obra. Con los ejemplares agotados, pagué una cantidad considerable por un Poemar. Como dije al inicio, tengo una copia de Cuentos Dispersos, no encontrados en ninguna biblioteca visitada por mí.

Fue mi refugio bastante tiempo.

Fue bastante riesgoso, pero leí con alumnos de bachillerato unos sonetos del amor y de lo diario y todo el capítulo “La muerte de nuestro espejo”.

Alcancé copias de Bajo la sombra de la historia y de la mayoría de sus libros para niños.

También me desencanté con la pésima entrevista que hace a una aficionada del futbol en España, durante el mundial del ’82.

Era medio imperialista. En Noticias del Imperio, cuando Benito Juárez habla de Maximiliano de Habsburgo lo hace con una inseguridad y una envidia impresionantes.

Pero fue mi refugio.

Me quedo con todo lo bueno y todo lo malo y todo lo imposible. Lo que no puedo cambiar.

A propósito, cuando el coronel Du Pin tortura al juarista Juan Carbajal, le hace ver que es un pendejo. Escondió el mensaje cifrado en un pedazo de carne de res y el galo le cuenta una de las hazañas militares más raras: un francés robó –qué raro– el diamante Orloff del cetro imperial ruso haciéndose una herida en la pantorrilla, colocando ahí el diamante y luego cosiendo la herida.

La frase posterior a ese relato es en lo único que le doy crédito al maldito coronel Du Pin: “Las cosas se esconden en carne propia y no […] donde cualquiera las pueda encontrar”. Y creo, ahora más que nunca, en la necesidad de ponerlo a prueba.

A tres años de la muerte de Fernando del Paso.


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