Epopeya simplista de Aquiles el Peludo
En el más reciente clásico del futbol mexicano, las Chivas perdieron por tres goles. Entre las apuestas, Edgard Cardoza compone versos para quienes perdieron la cabellera.
En el más reciente clásico del futbol mexicano, las Chivas perdieron por tres goles. Entre las apuestas, Edgard Cardoza compone versos para quienes perdieron la cabellera.
Por Edgard Cardoza Bravo
Ciudad de México, 31 de marzo de 2021 [00:01 GMT-6] (Neotraba)
Canta, oh diosa, la cólera de Aquiles, el Pelida…
Ilíada, Canto Primero
Canta, odiosa,
la coleta de Aquiles el peludo,
que tenía el talón tan diminuto
que los del cinco y medio le apretaban,
que tenía tatuajes por doquier
y apéndices nasales-auditivos de piercing o arracada,
y usaba vestimentas cinco tallas más grandes
que la connatural a su veintiocho
junto a la respectiva calceta de ajuste universal
en las axilas,
que era hijo de una madre de ubres generosas
a quien Tetis –por tetona– llamaban los vecinos,
y de un padre jayán
la mar de concha
que nunca trabajó
y que hoy pelea por su sobrevivencia
en un CERESO.
Con estas generales
llegó raudo y veloz a la pandilla,
se educó propiamente en el graffiti,
en la mirada fiera,
en el desvelo,
en el degustamiento de sustancias
que abren el hipermundo de los dioses,
en bajar de su nube a los “fifís”
con el moquete sabio y oportuno,
en apedrear patrullas y alejarse
con los pies más ligeros
de que hubiera noticia en nuestros lares.
Fue así que incursionó
(rindiéndole obediencia a sus instintos)
en la batalla fiera y aguerrida.
Y fue pródigo el campo en muchos dones,
por ejemplo en muchachas de broncíneas figuras
que se largan de antro dos veces por semana,
y graciosas consumen
su frangollo de alcohol casi del cien con Cocacola,
más su pasón de mota,
y al salir ya te esperan
para entrar por vía de su cuerpo hasta el Olimpo
y saludar de mano
al barbilindo señor del revolcón.
Mas callemos el arpa,
compañeros de míticas andanzas,
dejemos descansar por un instante
al valentísino,
al de alígeros pies,
a nuestro Apolo en versión patidifusa:
Aquiles Salvatrucho.
Encontramos ahora
a nuestro epónimo
ajustando su equipo de combate
por si esta noche hay Troya en el ejido:
El comandante “Chale”
es una suerte de Áyax Telamonio,
claro que sin su altura de dos metros
ni sus anchas espaldas
ni su fuerza,
pero aquella cachucha tan sobada
tendría que ser griega y de aquel tiempo.
Si a Austreberta “la chancla”
(porque nadie ha osado levantarla)
le repavimentáramos la cara
y le diéramos purgas de ricino
para enjugar su abdomen prominente,
sería una Briseida o una Helena.
Y para qué les cuento
de ese lancero hábil en maquinar engaños,
Indalecio Domínguez “el cadáver”,
aguerrido topógrafo de líneas de combate,
que con una acertada doctrina de gimnasio
y treinta kilos más,
indiscutiblemente sería Ulises.
Es una verdadera multitud:
todos dispuestos a morir por la causa
que hasta hoy es renuencia del efecto.
Lo cierto es que de innúmeros morrales
están apareciendo puntas de todas layas,
tubos,
bates,
cadenas,
y hasta un comal tiznado
que a su tiempo
le tocará ejercer de buen escudo.
Ulises-Indalecio
es justamente
quien en sabias,
inspiradas,
impetuosas palabras acaba de exclamar:
¿quién va por las caguamas?
Los sempiternos dioses
quisieron que una luna de aquellas
y en el juego del hombre
se enfrentasen las Chivas y el América.
Durante una semana
había corrido tinta de profecía en los periódicos,
al set televisivo se convocó hechiceros y cronistas
para leer la suerte de aquel Clásico.
“Es amarilla la victoria
y vive pernoctando al amparo de un tigre más que pinto,
y hace nido en los prados tonantes del Azteca.
Bajemos la mirada, reverentes:
ante el ave que rige la bandancha
y en todos los estadios apantalla”,
dijo aquel mensajero de los dioses
–en la voz de Bermúdez, el Cerbero–
para picar la cresta encabritada
del indomable Aquiles Salvatrucho,
que como todos saben
devenga comisiones de Omnilife
igual que el chiverío
que en los últimos tiempos no da tope.
“Apuesto mi coleta
(exclamó Aquiles
junto a un pomo de Whisky adulterado
de Chivas, por favor, Don Ganimedes)
a que el rebaño gana esta contienda.
Pero si el menoscabo nos asalta
y conlleva el oprobio
de tres goles o más en nuestra contra,
les juro que además:
me como la botella”…
Aquella noche Eolo,
sin saber qué soplar tomó un atajo.
Bajo éste túmulo
yace sin imágenes,
con el talón fruncido y las tripas en añicos,
el bienamado hijo de Tetis –la de senos enormes–,
el invicto domador de pandillas:
Aquiles Salvatrucho.
Gustaba del alcohol,
la yesca,
el trompo,
los tatuajes,
el graffiti,
las damas,
el futbol,
mas en cuestión de apuestas
no dio una.
Murió pelón
y a efectos de una cruda de vidrios.
Digámoslo mejor,
para dejar labrado su heroísmo:
un águila voraz comió su entraña
(en lenguaje vulgar: ganó el América).