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Laura Athié foto de Óscar Alarcón
Laura Athié foto de Óscar Alarcón

 

Por Óscar Alarcón (@metaoscar)

22 de febrero de 2018

 

La plática con Laura Athié va del comienzo de la escritura de sus diarios en donde ha recopilado historias de vida de sus abuelos y de otras familias que le han interesado. Laura relata cómo su familia tuvo que salir después de que los otomanos estuvieron más de 500 años en Líbano. De su abuelo recuerda que se llamaba Habib y su madre se llamaba Marmar, quienes intentaron llegar a Estados Unidos pero no pudieron y por ello vinieron a México. De su padre recuerda cómo fue que conoció a su madre en el Mercado de La Lagunilla, “en ese mercado yo viví hasta los once años de edad. Mi padre conoció a mi madre –que era la reina de La Lagunilla– cuando tenía 25 años y era un chavo que estaba tratando de organizar al Mercado, porque lo iban a tirar y la gente que era locataria no tenía papeles, no sabía firmar y le dijeron: “tú que estudiaste, organízalos”. Este muchacho de 25 años fue a la delegación, hizo todos los trámites y la regularización de todos los puestos. Cuando se hizo el nuevo mercado la gente lo quiso mucho porque no perdieron sus locales”.

 

Laura Athié se encuentra estudiando la maestría en Ciencias del Lenguaje en Puebla, inmediatamente me vienen a la mente dos escritoras jóvenes que tienen un vínculo no sólo con Puebla sino con los posgrados de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla: Iris García Cuevas y Fernanda Melchor, quienes estudiaron la maestría en Literatura y en Estética, respectivamente.

Laura ha venido contando desde pequeña el entramado de historias de su familia, su migración le recuerda mucho a todo lo que está ocurriendo hoy en día en Medio Oriente, además, su vida en la frontera norte del país le permite entender mejor a los dreamers.

“Para mí fue muy importante empezar a rescatar estas historias: oír, oír, por mucho tiempo empecé a oír las historias de la gente y luego empecé a convocarlos a escribir. Esa tarea la empecé a partir de figuras propias. A partir de mi abuela, a partir de mi padre, y de los otros padres.

 

Cuando empiezo a dar talleres me doy cuenta de que la gente tiene necesidad de contar su pasado para que, los que vienen detrás por ejemplo sus hijos y sus nietos, sepan de dónde viene su familia. Y también para saber que nuestras historias no están en la historia oficial. No está ahí. Y muchas de las veces, la historia real es la que se cuenta en la cocina, en la sala.”

 

Sobre la mesa se encuentran dos libros: De cómo cocinaban las abuelas y Calva y brillante como la luna. Diario de una loba contra el lupus. Laura se refiere a este último, en donde la editora Lucy Ortega le sugirió publicar sus crónicas: “Ella me dijo, ¿Laura, por qué no editas tus crónicas? Ella me ayudó a editar y a ordenar las crónicas. Se presentó por primera vez en Buenos Aires en un congreso internacional de lupus, que es una enfermedad que yo padezco. Sin embargo, este libro no habla de manera triste sobre el lupus sino como cualquier otra visión –dentro de las muchas que ocurrieron en mi vida–. Empieza por mi diario personal que encontró mi hija, así exactito: “Mi nombre es Laura, nací el 1 de diciembre de 1969. Mi amiga Lidia me regaló este diario. Yo creo que le gusta mi papá” [risas] Así es como viene.

 

Empecé a darme cuenta que las crónicas vienen sobre el mismo asunto: descubrir quién es mi padre, quién soy yo a lo largo de la vida, quiénes son las gentes a las que amé o que ya no amé. Incluso están divididas por temas: laborales, no laborales, de viaje. Están divididas antes del mail y después del mail, porque a mí me tocó eso. No me tocó ser millennial, soy migrante tecnológico.

 

Cuando empecé a dar los talleres utilicé la técnica para armar estos libros, que es entrevistar, escuchar y respetar la voz de la gente tal y como habla. También aprendí a valorar. Creo que cualquier persona que está alfabetizada, por supuesto que puede escribir su historia y contarla –para empezar, puede contarla y luego escribirla. Lo que le digo a la gente cuando entra al taller: “no es un taller en el que vamos a criticarnos, no, no, no. Aquí lo importante primero es empezar a escribir, y ya después veremos cómo tallereamos. Lo importante es empezar”.

 

Portada del libro Calva y brillante como la luna de Laura Athié
Portada del libro Calva y brillante como la luna de Laura Athié

 

Tejedora de historias es un proyecto personal de Laura Athié, no lucrativo, “que busca visibilizar a través de la escritura las historias familiares que nos constituyen: convoca, invita, jamás premia, no califica.”, así se describe este taller que tendrá una continuidad en el nuevo proyecto de Laura: LEM. Centro de producción de lecturas, escrituras y memorias, que comienza en la ciudad de Puebla con diversos talleres en donde participarán: Gretta Penélope Hernández, Renata Luna, Sol Levín, Patricia Aridjis, Magali Tercero, Benito López, Efrén Calleja y la misma Laura Athié, en esta primera etapa.

“El taller que inicié hace cinco años se llama “Contar para vivir” y está vinculadísimo con Tejedora de Historias. En mi experiencia personal: cuando me detectaron lupus, lo primero que te dicen es “te vas a morir a los 40 años”, es lo que dicen los doctores. La forma que yo encontré para intentar sacar eso fue escribir, escribir, escribir. Me di cuenta de que toda la vida había escrito, más que con fines literarios: para registrar mi vida, mis sentimientos. El taller comienza un poco así, que también escribir sirve para registrar qué es lo que hay detrás de ti y qué viene. Qué rescatas de la vida, del pasado y qué construyes. El taller empieza meramente literario.

Después tuve la oportunidad de conocer a gente que trabaja una técnica de Michael White, que se llama Terapia Narrativa. Michael White murió en 2008, era un trabajador social que se especializó en psicología y después empezó a escuchar a la gente. Y en lugar de decidir por una terapia psicoanalítica larga, creó una terapia que está basada en las preguntas. Para resumir lo que dice Michael White es que tú cuentas una historia a lo largo de la vida y te la vas creyendo, pero esa no es necesariamente tu historia real. Hay una historia oculta y tú la puedes iluminar. Si tus padres te dicen “es que no sirves para nada” o por el contrario “tienes que ser exitoso porque tu papá fue exitoso”, es una carga muy pesada. Lo que tienes que hacer es encontrar qué es lo que tú quieres hacer y sobre eso construir tu historia. Esta terapia está muy vinculada con la oralidad de la palabra escrita.

Yo tomé un diplomado y luego me acerqué a otras técnicas. Por ejemplo hay una que se llama Body Mapping, que habla sobre toda la corporeidad, todo lo que recuerdas, no sólo con los ojos, sino con la piel, los olores. En este taller sí escribes pero es a partir de muchas sensaciones: empezamos a dibujar, a hacer mapas.

 

Hace poco, cuando fue el sismo del 19 de septiembre, estaba exponiendo en clase sobre el signo. Les dije a mis compañeros: “oigan, cualquier cosa es un signo, los sonidos son un signo”. Les puse la alarma sísmica y les pregunté qué les evocaba eso. No la reconocieron más que un compañero, que es de la Ciudad de México, porque aquí en Puebla no suena. ¡Y ese día tembló, ese día tembló! Entonces no lo podíamos creer.

 

A partir de ahí, Blanca Juárez me dijo “por qué no das un taller para toda la gente que quiera contar su historia sobre el sismo”, entonces di tres talleres, que fueron grandes. Los primeros de 19-20 personas, y ahí recibimos tanto a gente que estuvo bajo los escombros, tanto a gente que salvó, gente que no supo qué hacer, tanto a periodistas, que de una u otra forma en el rol que tenías en ese momento hiciste algo o no hiciste. Y la gente empezó a contar todas sus experiencias. Y utilizamos las mismas técnicas: hablar –naturalmente–, dibujar, ilustrar lo que sientes. Es gente que no puede hablar en ese momento y le sale mejor mostrarlo en un mapa de su propio cuerpo.

 

Portada del libro De cómo cocinaban las abuelas de Laura Athié
Portada del libro De cómo cocinaban las abuelas de Laura Athié

 

Aquí ya tengo 6 meses en el programa del posgrado de Ciencias del Lenguaje, justamente entré porque tengo una línea importantísima de historias de vida y memoria, que es lo que me interesa y pensé que varios amigos, gente muy creativa y que tiene gran trayectoria y que –como yo– ha venido enfrentando su historia y ha venido construyendo sobre su historia y ha venido ayudando a los otros. La gente que tú ves en LEM es gente que, como yo, tiene una gran historia que contar y que enfrenta una lucha.

En el caso de Gretta Penélope Hernández, mucho tiempo fue periodista política, trabajó en El Financiero, en UnomásUno y recientemente fue la directora de fotografía de la revista Forbes. Ella acaba de enfrentar al cáncer. Lo que hizo es que también empezó a registrar su historia, su vida a partir de la fotografía. Lo mismo que yo hice pero ella a partir de la fotografía, por eso le puso al taller “Instantáneas emocionales”.

Patricia Aridjis, que es mucho mayor que Gretta, y que es creadora con trayectoria, ella ha venido registrando la lucha que está tan en boga: #MeToo. El rol que las mujeres deben desempeñar en la sociedad.

Renata Luna ha venido trabajando desde hace mucho tiempo con un programa de salas de lectura y oralidad, ella es tlaxcalteca. Ayuda a la gente a contar su historia pero de manera oral, de todas las edades.

He trabajado con gente de todas las edades. Una familia me dijo “mi mamá tiene principios de Alzheimer, ¿la puedes recibir?” Yo dije que sí pero que no estaba preparada para tratar el Alzheimer. Sin embargo, el grupo que se llega a formar –a mi taller llega gente que tiene 17 años el menor, y el mayor, 72– se ayuda, se apoya. Ha entrado gente que está enfrentando condiciones físicas diferentes y se apoyan. Mi alumna logró acordarse de cuando su esposo le declaró matrimonio en una plaza. La familia estaba feliz.

Benito López es académico, con una historia interesantísima. Da clases en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México. Una vez fui y me quedé impresionada porque yo tenía una imagen de esa universidad, fui allá porque me invitaron a presentar un libro que ellos hicieron sobre historias de vida, que básicamente todas las historias decían “a mí me rechazaron de todos lados, no pude entrar a la UNAM, no pude estudiar porque tengo que mantener a mis hermanos, me siento feliz de que esta universidad me reciba”. Quedé impactada de cómo cobija esa universidad a todos los rechazados. Encontré otra cosa bellísima: que tiene un gran programa de lectura, si tú llevas este libro y les dices “quiero que este libro lo hagan en Braille”, que es muy caro. Y lo hacen.

Hay un grupo de estudiantes ciegos que se tituló ahí, consiguió recursos de la propia universidad y tienen la única imprenta y biblioteca. Incluso está mejor que la Biblioteca México. Todo el acervo que tienen, cómo lo hacen, arman los libros para poder llevarlos. Libros de muy difícil acceso para la gente invidente, ellos tienen esa producción. Benito López es un miembro académico que tiene mucho tiempo trabajando ahí, y que también es egresado de la Maestría en Diseño y Producción Editorial de la UAM, de la primera generación –los tres son egresados de esa maestría.

En el caso de Efrén Calleja, él tiene una historia muy interesante. Es veracruzano y ha venido trabajando desde hace más de 20 años en festivales. Desde el nacimiento del Festival Tajín, que es más allá que un festival, sino que ellos trabajan con indígenas totonacas y los ayudan a rescatar su palabra. Sobre lo que dicen los abuelos –que son los verdaderos maestros– han logrado que todo el Centro de las Artes Indígenas, en Papantla Veracruz, fuera reconocido por la UNESCO como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad. Aparte tiene una gran trayectoria como editor. Ha editado libros de texto de la nueva generación. Trabaja para muchas revistas y editoriales y aparte desarrolla proyectos en donde realiza varias exposiciones para el país sobre el Patrimonio de tu Ciudad, dirigido hacia niños.

Y Sol Levín es experta en edición. Ella publicó el último libro mío. Ella también –como ellos tres– tiene mucho tiempo que yo la conocí. Ella estaba como responsable en los Programas de Sala de Lectura. Llegó y me ayudó a organizar todo. En el Programa de Salas de Lectura ella estaba haciendo una revista que editaba la Secretaría de Salud de aquel entonces, por todos lados se veía. Después formó su propia editorial y actualmente trabaja en Porrúa pero es experta en comercialización.

 

La idea de todo este juego de talleres es que quien quiera participar puede tomar los talleres juntos, puede tomar uno de manera independiente y pueda seguir un camino hasta que logre tener un libro. Puede ser digital, y si quisiera impreso pueden buscarse otros caminos. Y si no, simplemente hay gente que entra al taller y dice “yo quiero tener 10 libros para regalárselos a mi familia en Navidad”, porque mucha gente tiene esa misma inquietud mía: qué hicieron mi padre, mi madre para que yo estuviera donde ahora estoy y todo ello hace que no se pierda porque se va cuando la gente también se va.”

 

Le comenté a Laura que desde hace unos días he venido considerando la analogía del editor como una partera, pues es quien ayuda a que un libro vea la luz. Esta analogía viene a colación a propósito de los talleres que se llevarán a cabo en LEM, y que comenzarán el 10 de marzo en 2 poniente 518-8, en estos es posible que nueva ideas nazcan y crezcan para contar nuevas historias. A propósito de esta comparación, Laura Athié apunta: “Puede ser. Me voy a remitir a cuando yo iba a ser madre. Había varios médicos que me ayudaron: el ginecólogo, el neonatólogo y el pediatra. Yo podía hacer una cosa: hacerles caso o ignorarlos, y decidí no hacerles caso.

 

Yo creo lo mismo que dice Clarice Lispector: “escribir es como sacarle chispas a las piedras, duele mucho”. Yo creo que duele mucho cuando particularmente escribes sobre tu historia o la historia que te concierne o que vuelves a revisar y descubres cosas que a veces no te gustan. En ese sentido es como un primer parto, es como dar a luz a una historia que estaba escondida y no habías logrado ver.

 

Y cuando cuentas con la fortuna de tener un editor –porque yo creo que es una fortuna y a lo largo de la literatura podemos encontrar muchos ejemplos que incluso parece que el editor rehízo la obra del escritor y logró que lo que nosotros vemos fuera legible– es como una especie de guía. Puedes ir con un sabio y escuchar y seguir sus consejos y siempre habrá esta lucha –cuando especialmente estás acostumbrado a escribir sin editor– de egos: “¿por qué lo voy a quitar?, yo no quiero ponerlo, ¿por qué lo voy a poner?, ¿por qué quieres que quite este párrafo?”, es una discusión pero creo que definitivamente hay que confiar en los editores.

 

Talleres LEM
Talleres LEM

 

De Calva y brillante como la luna fue Sol Levín la editora; De cómo cocinaban las abuelas, fue Efrén Calleja. Me acuerdo que la primera vez que envié la historia de mi abuela me dijo “es que las abuelas no son así, tienen partes buenas y partes malas”, por mucho que yo quisiera contar la parte buena de mi abuela. Yo reescribí esta historia 18 veces hasta que Efrén me dijo “ya basta, ya la reescribiste mucho”, y hoy en día si la vuelvo a leer puedo pensar que quisiera moverle algo.

Sin embargo, creo que es un trabajo espléndido: organizarlas, ordenarlas. El orden que Sol les dio a las crónicas no es cronológico, fue idea de ella. Y en De cómo cocinaban las abuelas, se acomodaron las historias como si fueran platillos: la entrada, sopa, plato fuerte…

Sol dividió: antes del mail, después del mail y sobre acontecimientos: por ejemplo cuando me encontré a Gustavo Cerati, me acuerdo que tenía 14 años y sobre Reforma me encontré a Soda Stereo –que yo los conocía por un amigo rockero que nos ponía VHS, y decíamos “qué es eso de Hombres G”, no me gustaron mucho los españoles, salvo algunos: Radio Futura, me gustó– yo quedé emocionadísima, enamorada de Soda Stereo. Me los encontré, no supe qué hacer, me fui y abrí mi diario y dije “mira, la primera crónica de mi vida” porque hice una crónica de cómo venían caminando, cómo les regalé el sombrero que era de mi hermana y que no era mío, cómo no pude hablar. Entonces, todo eso, lo fue acomodando Sol de una manera extraordinaria.

Creo que si no fuera por los editores, los libros no saldrían igual. Estoy de acuerdo en la autopublicación pero el editor es indispensable”.

 

LEM contará con talleres de fotografía, de crónica, de edición; talleres que no son los tradicionales dentro de la escritura literaria para generar historias. Quien asista a los talleres se encontrará con una gama amplia de herramientas que le facilitarán la escritura: “Primero que nada nos interesa que la gente logre romper las ataduras que le impiden escribir. No me importa si tienes secundaria, si tienes prepa, doctorado, si tienes maestría. Hay gente que tiene doctorado y no es capaz de escribir otra cosa que no sea un informe. O gente que lleva años trabajando entregando documentos de política pública a su jefe y no es capaz de escribir una pequeña narración sobre sí mismo.

 

Lo primero que queremos es que la gente rompa ese mito de que sólo escriben los que son escritores, los que estudiaron literatura o los que saben escribir. No, no, no. Lo primero que yo les planteo es que la gente puede escribir, es capaz de escribir, es capaz de narrar, es capaz de entrelazar ideas, palabras, contar algo y en ese sentido es capaz de ponerlo como quiera. No nos interesa especializarnos. Al contrario, nos interesa recibir a abuelos, abuelas, amas de casa, secretarias. En De cómo cocinaban las abuelas hay secretarias, está la directora, de aquel entonces, del Instituto Nacional de Psiquiatría, Rebeca Aramoni; está el Subsecretario de Educación junto a un almacenista.

 

Aquí no hay premios ni primeros lugares. Aquí lo que hay es el deseo genuino. Por eso la convocatoria dice que el requisito es que tengas una historia que contar y querer contar una historia. No es un lugar donde tú te vayas a especializar, para eso hay otros lugares. Justo por eso quisimos meter la palabra “memoria” porque nos interesa rescatar esa voz que no se ha escuchado, las voces que no suenan en las historias oficiales.

También estará impartiendo un taller Magali Tercero, quien tiene una historia impresionante y que ha venido realizando un trabajo con gente que tiene una historia que contar, de gente que no se ve –quizá ahora se empieza a escuchar– y que no está en la historia oficial.

 

Este es el primer paquete de talleres. Estamos pensando en otro paquete porque sé que hay personas que quieren cantar o escribir un tango. Cuando se presentó el libro en Buenos Aires me dijeron “¿no te gustaría escribir un tango?”, yo en aquel entonces bailaba tango. Pero una cosa es que baile y otra que escriba. ¡No sé ni tocar el piano! Me gusta cantar y bailar.

 

Yo trabajaba –hace 6 meses tomé la decisión de renunciar a mi trabajo para estudiar de tiempo completo y que fue una apuesta de vida porque éste es mi proyecto de vida– y entonces dije “lo voy a escribir a la hora de la comida”, y a la hora de la comida escribí mi tango y se los mandé. Muy educados me contestaron: “oye Laura te mandamos unas ligas, escúchalas con calmita, tómate tu tiempo y cuando te sientas lista, vuelves a reescribir tu tango y nos lo mandas”. Hice lo que me dijeron, lo mandé y finalmente lo musicalizaron. Allá lo tocaron con una orquesta de tango, era un auditorio de 3 mil personas, quedé impresionada. Ahí supe que hay tangos que se cantan y otros que se bailan. Éste no se baila, se llama “Mariposa Tejedora”. No se me había ocurrido que podía contar historias –mi historia– en un tango y quedaba perfecto: el tango es desgarrador.

Y pienso que quizá después, más adelante, podamos hacer un taller en donde la gente pueda cantar un corrido. El corrido cuenta historias. Yo me acuerdo que el tercer matrimonio de mi abuela fue con un general –el General Guevara– que estuvo en la Revolución, él llegaba a mi casa –yo tenía 10 años– y yo pensaba que era un personaje salido del libro de primaria. Entraba a su oficina y estaba llena de fotos y me decía “mira, éste es Obregón, éste es Madero” y yo no podía creerlo. Me enseñó a jugar cubilete –en el libro lo cuento– y se enojaba cuando le ganaba. Me decía “siéntate, te voy a contar la verdad, eso que estás leyendo no es la verdad”, y me ponía los corridos de Ignacio López Tarso, y me echaba todos los corridos. Me pasaba horas, y después de que oíamos los corridos me decía “la verdad fue así y así y así”. Todas esas cosas son buenas.”

 

Laura Athié foto de Óscar Alarcón
Laura Athié foto de Óscar Alarcón

 

LEM y Puebla. Como ya se ha mencionado, Laura Athié se encuentra estudiando la maestría en Ciencias del Lenguaje en el Instituto “Alfonso Vélez Pliego” de la BUAP, uno de los institutos más reconocidos de la Universidad por su trabajo de investigación y desarrollo de ciencias sociales, a propósito de su estancia en Puebla, Laura apunta: “fue una coincidencia muy bonita. Una vez me escribió Daniela Marín para decirme si yo quisiera dar talleres o si quisiera hacer algo con el libro Calva y brillante como la luna, yo le dije que sí. También fue coincidencia que yo pudiera estudiar aquí, porque tampoco fue fácil. Yo llevaba dos años diciéndoles “oigan, ¿cuándo lo van a abrir?, ¿cuándo lo van a abrir?”, creo que ya los tenía hasta acá. Me dijeron “ya vamos a abrir el curso propedéutico”.

 

Vine y me encontré que había setenta y tantas personas igual que yo que querían entrar, que había que hacer un curso de dos meses y luego una semana de exámenes –cinco exámenes diarios– y luego decidirían a ver quién se queda.

 

Mi jefe me dio la oportunidad de ir y venir diario para poder estar en el propedéutico y en los exámenes. No estaba muy segura de poder quedarme, todo estaba competidísimo. De todos modos, Puebla es una ciudad que nos encanta, veníamos los domingos a comer, a pasar el sábado; también al INAOE fui muchas veces. El recorrido que hice para De cómo cocinaban las abuelas fue muy bonito: de Puebla hasta Xalapa –porque muchos de estos chavos estaban en Xalapa–, Puebla es un lugar que me gusta. Mucho tiempo vivió con nosotros una nana de mi hija, muy querida por nosotros. Se llama Mely y aquí la retrato también. Ella es de Zacatlán de las Manzanas, Puebla, por ella conocí toda la zona de la montaña, toda la zona serrana y aprendí a querer ese lugar. Así que Puebla es un lugar querido para mí.

Tengo también familia que estuvo en Puebla –que se apellida igual que yo– y muchos migrantes libaneses llegaron a Teziutlán, se asentaron. Me impresionaba su limpieza, yo que vengo de la Ciudad de México [risas], son muy ordenados, son muy limpios: si dicen “saca la basura en la noche”, la sacan en la noche.

La coincidencia fue que siempre sí me quedé, siempre sí renuncié y siempre sí coincidimos con Daniela.

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