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Por Juan Jesús Jiménez

Puebla, México, 5 de octubre de 2022 [00:01 GMT-5] (Neotraba)

De nuevo yo, desde el fondo:

https://www.youtube.com/watch?v=TloGDB7RfDA

No sé. Supongo que no podría volver en otro momento. ¿Ha visto el mundo? Por muchas razones me siento un extraño que camina del camión a la facultad, un extraño en mi propia casa cuando sueño con la rutina del día siguiente como la de todos los días. Pongo la radio mientras barro por enésima vez la casa, mientras escudriño en la panera sabiendo que hay tortas duras, mientras escucho cómo el mundo se cae a pedazos, y yo, que en mi absoluta experiencia humana no puedo hacer nada, veo cómo se va otra mañana en la que intento escribir como antes.

Me he dejado absorber por el sistema educativo que tanto odiaba –y ahora perdono–; como era de suponer, no hay tiempo que valga entre la asfixia académica y la emocional. Me cuesta creer que yo no soy mis responsabilidades, porque parece que el mundo se empecina en demostrar lo contrario; yo soy lo que me ata. ¿Es así? ¿Qué me evita ser un ente incorpóreo que pueda escapar de la realidad?

No recuerdo haber abordado estos páramos de la identidad antes. Tampoco recuerdo las razones –si las hubo– para no hacerlo. Sea como sea, vale la pena revisar y comenzar con lo básico. Uno no puede ser aquello que puede percibir, esta capacidad de reconocimiento es una función de la diferenciación y se puede dividir en tres niveles.

De forma primaria, el mundo es en tanto lo podemos percibir en cualquier sentido, sea como producto de nuestra interacción o como el medio directo de interacción. La diferenciación entre ser una sensación o un objeto que provoque sensaciones, es la frontera entre lo que forma parte de un yo –y por tanto puedo percibir el mundo a través de la experiencia– y eso. La generalización y convención respecto a las experiencias viene del contacto con otros seres sensibles, formando entre cada uno de nosotros no solo la diferenciación entre yoeso, sino de un yo con otros yo. Partimos de la convención como algo cierto, pues la experimentación del yo, es similar o igual a la de otros yo. Es nuestro contacto la primera afirmación para saber todo aquello que no somos nosotros.

En una escala secundaria, la conceptualización del mundo también es un referente de diferenciación entre lo que me rodea como un yo y un eso. La conceptualización entendida como la abstracción del mundo a modo de ser modelada por el lenguaje y el entendimiento humano no material, de modo que podemos replicar un objeto sensorial mediante experiencias equiparables pero no necesariamente iguales. En este nivel se da el lenguaje como herramienta de clasificación general del mundo que conocemos y el que intuimos que existe por medio de la experiencia de otros, o incluso de la conceptualización de otros yo que se encargan de reconocer una realidad idealizada a la que los sometemos. Podríamos decir que este es el nivel más poético de la formación identitaria, pues es de la palabra que se organiza el mundo como uno solo, uno en el que el ser puede o no formar parte, pero que dicha relación es condicionada por el conocimiento del sujeto diferenciador yo.

Como último peldaño está la diferenciación grupal. Debido a que ciertas conceptualizaciones no son precisas, la humanidad ha optado por definirlas por medio de un consenso, del cual, una persona forma parte o es excluida completamente. La segmentación grupal es, además, un mecanismo natural dentro de la socialización, por lo que no resulta complicado comprender que la agrupación humana es, en tanto existan diferencias en la percepción sensible, sea en su experimentación, su medio de experimentación o su racionalización como un fenómeno real o conceptual. La relación de un yo con un grupo no es sino el proceso de construcción de un yo primario en el que se estandarizan sus experiencias para que un yo cualquiera pueda relacionarse a sí mismo con uno inexistente, compararlo incluso con otros yo grupales y competir en relación a su supervivencia.

Y aunque esto resuelve la pregunta del qué no soy yo, no es suficiente para saber qué es lo que define la identidad de un ser. Pues al hablar de la diferenciación no hablamos de un individuo sino de un yo, la diferencia radica en la jerarquización dentro de un sistema. Mientras que un individuo es por causa de un sistema ya existente, el yo crea el sistema según sus relaciones; ambas perspectivas completan el panorama, pues es cierto que nadie puede experimentar lo mismo en dos ocasiones como es el caso del yo, pero es cierto también que la asimilación y la adecuación de referentes específicos pueden formar a un ser.

De modo que para hablar de las razones que hacen de un ser un individuo, debemos entender que detrás de él, el mundo que después diferenciará de sí mismo ya existe, y ha existido de tantas formas como las descripciones conceptuales permitan. Por llamarlo de alguna forma, el mundo que recibe el individuo es un sistema de naturaleza invariable, pues se da como un hecho el impacto que tiene en el contexto de un ser para su desarrollo, mientras que el sistema del que forma parte el individuo y en el que puede interferir es un sistema de naturaleza variable. Es de los sistemas invariables que podemos diferenciar cinco campos: cultural, social, económico, político e histórico. Cada uno de ellos como limitaciones de diferenciación del yo, y como limitaciones dentro de los sesgos identitarios del individuo.

Ahora, ya definidos los campos en los que el individuo puede ser limitado, conviene definir qué es el individuo en primer lugar; podemos entenderlo como una dimensión del ser que compete a la capacidad de asimilación de la realidad. Mientras que el yo busca las diferencias y las capas de separación entre la relación el mundo y yo, el individuo asimila las características conceptuales del mundo como parte de sí mismo, pues es de la experiencia que obtiene mediante otros seres, que puede hacer la aproximación de identificar lo propio, lo compartido y lo excluyente.

Lo propio, refiere a lo que el individuo es capaz de explicar, ejemplificar y demostrar; lo compartido, al producto de socializar la explicación del mundo que puede ofrecer a otros individuos, misma que está sujeta a cambios paulatinos y discusión constante; lo excluyente a todas las manifestaciones de diferenciación que de forma primaria se tienen, aunque también todas aquellas que entran en conflicto con los planteamientos de lo propio y lo compartido. La limitación del sistema, por ello, limita la forma en la que el individuo puede ser consciente de cada una de estas aproximaciones.

La identidad es la definición del ser mediante el yo y el individuo. La identidad es entonces la razón que nos sitúa como uno solo. Somos nuestra experiencia, sí. Somos lo que odiamos, lo que hacemos, decimos, pensamos, lo que perseguimos, lo que nos mantiene vivos, somos todo aquello que podemos conceptualizar. Pero también somos palabra inconclusa, oración maltrecha, sentimiento piadoso, lágrima constante, somos aquello que no podemos decir, pero sí vivir, somos lo que compartimos, un partido de futbol, una canción al oído. Poesía que se experimenta cuando se lee a sí misma. Y tal vez sí soy también mis responsabilidades, pero también mi miedo, mi papel dentro de un sistema impersonal e invariable, soy objeto de cambio y el desarrollo de un sistema personal variable. Pero para hablar de lo temible que resulta estar parado frente a una moledora de yo’s y un muro infranqueable de individuos, llegará otra columna, tal vez varias. Yo, que podría ser usted, mediante una última abstracción le digo: gracias por leerme de nuevo.


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