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Por Berenice Aguilar (@bere5n)

Puebla, México, 10 de marzo de 2021 [00:03 GMT-5] (Neotraba)

Verónica Ortiz Lawrenz es escritora y periodista. Pionera en la discusión de temas de educación sexual en la televisión abierta mexicana. Además, es autora de diversos libros, entre ellos Sobrevivientes (2003), La niña en el jardín (2017) y Una decisión equivocada (2020).

En la cultura griega, las tragedias surgieron por la imposibilidad humana de vencer al destino. El destino trágico del héroe es un preludio fatal de la imposibilidad de ajustar cuentas con esa verdad inapelable. El héroe trata de engañar al destino sin saber que cada movimiento lo acerca al último de ellos. Sin embargo, en la tragedia hay un elemento crucial: la catarsis. La purificación y explosión de emociones. El grito de dolor. Pedir a gritos razones. Exigir respuestas.

La catarsis llega cuando la vida de alguien se fractura a niveles profundísimos que juegan con su subjetividad misma. El autor de la tragedia nos toma de la mano y nos remarca la importancia de la historia, no importa si su final es inesperado o triste. Las tragedias nos muestran la importancia de lo que hacemos, aunque el mundo se corrompa.

Una decisión equivocada es parte de una tragedia moderna, necesaria para la memoria de aquellas que se fueron, para la historia universal y familiar. Este libro es una promesa cumplida.


Martha, Anita e Irene. Foto cortesía de Verónica Ortiz Lawrenz.
Martha, Anita e Irene. Foto cortesía de Verónica Ortiz Lawrenz.

Berenice Aguilar. La decisión equivocada de esta novela proviene de Hans Lawrenz. ¿Cómo permeó el machismo de esta época para este desenlace? Me refiero a la educación que recibió el propio Hans y la educación que él dio.

Verónica Ortiz Lawrenz. Por años y años –no sé qué tanto ha cambiado– las formas de comportamiento del hombre y de la mujer eran marcadas por las conductas de su propia familia, no había ninguna opción de ser juntos. El papá ordenaba, decidía y mantenía a la familia. Eran pocas las mujeres arriesgadas a contradecir.

La poca autosuficiencia de las mujeres marcó esa dependencia hacia los hombres. En muchos casos, la sigue marcando. En la medida en que seamos autosuficientes seremos capaces de tener voz y facultades para decidir frente a una serie de sucesos en nuestro hogar, pareja, hijos, y la sociedad en conjunto.

Debemos recordar que hablamos de diecisiete años antes de que estallara la Primera Guerra Mundial. Mi abuelo nació en una familia patriarcal y eso fue lo que aprendió: el papá era quien tomaba las decisiones.

Hans llegó en un barco velero a Santa Rosalía, Sonora –en el cual trabajaba y estudiaba para ser oficial naval. Al estallar el conflicto en 1917, se quedó varado y sin la posibilidad de regresar a Alemania. Después de estar dos años inmóviles, los capitanes les dijeron a los jóvenes que descendieran a hacer sus vidas, pues no sabían cuándo terminaría la guerra. A partir de ahí, nace esta historia, la de tres niñas de ocho, diez, y doce años, respectivamente. Niñas que sufrieron la decisión de su padre.

La decisión viene de una serie de dificultades padecidas por la familia en ese momento. Mi abuelo era un campesino con 4 hijos, sin dinero y sin la posibilidad de mandarlas a estudiar. Cuando su papá decide enviarlas a estudiar a Alemania no tenía idea de lo que sucedía en ese país con el nazismo. Hablamos de 1936 a 1937, no había noticias ni periódicos tan rápidos. El radio no funcionaba como ahora. Entonces, la información no llegaba; es más, no había información. Las pocas certezas de mi abuelo sobre Alemania es que era próspera, iba adelante y era uno de los países más importantes del mundo.

Las consecuencias serán muchísimas y están narradas en el libro.

No le puse nombre al libro. El nombre se lo puso mi editor y amigo Jesús Anaya Rosique y yo estuve de acuerdo. Por supuesto, creo que fue una decisión equivocada. Marcaría a la familia y, quizá, a muchas otras que están en medio de la historia.

Las decisiones que uno toma, buenas o malas, positivas o negativas tienen consecuencias. Se debe tener claridad sobre cada decisión importante; a veces no nos detenemos a pensar cuánta gente está involucrada y/o puede resultar afectada por nuestras decisiones.

BA. En las guerras, la visión del vencedor siempre pasa a la historia. ¿Cuál es la importancia de retomar y apropiarnos de esa historia borrada, en este caso, por el fascismo?

VOL. Cuando terminó la Segunda Guerra Mundial las tropas rusas y polacas ocuparon Alemania de forma violenta porque ellos mismos sufrieron el nazismo. Se cobraron lo que les habían hecho con las mujeres y niños sobrevivientes de los pueblos alemanes. Había comunidades donde la mayoría de su población eran mujeres, son ellas quienes enfrentaron la furia del ejército rojo y polaco.

Existen registros de más de 2,000,000 de violaciones contra mujeres alemanas o de cualquier otra nacionalidad, muchas de ellas tumultuarias. La injusticia fue brutal y el problema, como bien dices, fue que esta historia la contaron los vencedores, es decir, rusos y polacos.

La ocupación de Alemania por parte del ejército rojo y el estalinismo borró por años todo lo sucedido en los campos de concentración y cárceles –primero alemanas y posteriormente rusas–. Ahí metieron a cuanta gente se les ocurrió, sin juicios o justicia alguna. Hubo tabla rasa contra quienes se encontraban sospechosos; los metían en estas cárceles o a campos de concentración donde casi –el “casi” es importante– repitieron los mismos horrores del nazismo. Si bien no hubo hornos crematorios, sí asesinatos, hambre, frío, y muerte de prisioneras y prisioneros sin juicio alguno.

Cuando fui a Alemania a investigar, me encontré con que esta historia está borrada. No existe. Entonces, debo contarla a partir de la información encontrada, de los testimonios de mí familia –especialmente de Anita, la protagonista central de esta historia–. A partir de todo esto, armo esa otra verdad, la de los vencidos, los horrores borrados por el estalinismo.

BA. Había resistencia por parte de tu abuelo para contar esta historia. ¿A qué se debió?

VOL. Mi tía Anita quería contar su historia. Incluso, realizó una larga entrevista para que se intentara publicar y mi abuelo se negó rotundamente. Sin embargo, después de la Segunda Guerra Mundial vino la Guerra Fría. Mi abuelo estaba aterrado de que nuestra familia pudiera padecer esta situación pues, finalmente, él era alemán. Temía por la vida de Anita.

Con este terror, le prohíbe a mi tía Anita publicar esta larga entrevista. Después de algunos años, pude dar con ella. Así, junto a lo que me logró contar, mis investigaciones durante mis viajes y las anécdotas de otras personas, logré armar el libro. Las tías de las que hablo –no eran tías, sino conocidas de mi abuelo–, decidieron quemar toda esa información. Mi abuelo, antes de morir, quemó todo. Siempre me he preguntado por qué. ¿Culpa? ¿Qué hubo detrás de esa decisión?

En la novela trato de no suponer, intento dar elementos para que el lector suponga. El escritor entrega el libro y son los lectores quienes leerán bajo sus interpretaciones. Lo decía Ibargüengoitia: cuando él entregaba un libro, se sorprendía de los lectores, los cuales hacían su lectura a partir de su propia experiencia, sus problemas y vivencias. Me han llegado a decir cosas increíbles que yo no escribí en libro, pero está bien, porque entonces sé que el libro está vivo. Uno entrega y vive a través de todos ustedes, y eso me parece fascinante de la escritura.

En el caso de mi libro, novela biográfica o biografía ficcionada –llámenle como quieran–, está pegada y apegada a la realidad, dentro de lo posible. 10% o 15% del libro es ficción, el resto es realidad y me costó muchos años construirla. Ahora está viva y cada uno puede sacar sus conclusiones, o incluso sumarle.

Después de la publicación del libro, me han llamado de todos lados familias con situaciones similares en los campos de concentración o en los campos de los aliados. Es muy interesante ver cómo la palabra se multiplica y se vuelve un coro de gente que cuenta su sufrimiento.

Todos tienen la obligación de contar su propia historia, porque todos y todas tenemos historias complicadas, muy complejas en nuestro presente y pasado. Contarlas, aparte de ser catártico, nos cura y salva. Compartirlas salva a otros y nos hace entender que no estamos solos en el mundo, sabemos de otras personas que viven cosas terribles y nos hermanan en ese sentido. La fuerza de la literatura es esa: podemos entender a través de ella y comprender al otro. Eso vuelve necesaria y fascinante a la literatura.

BA. ¿Cómo construyes o reconstruyes la historia para lograr en el lector una especie de catarsis?

VOL. Es difícil saber lo que el lector piensa o siente. Cuando realicé el libro, pensé en lector y le di descansos dentro de la novela. Es decir, no es únicamente la historia de Anita. Podría haberme quedado con su historia, tenía suficiente material para hacerlo, más de 700 páginas.

Como escritora y periodista, me pareció importante hacerlo. Por lo tanto, metí la historia de lo que pasaba en Sonora al mismo tiempo que Anita estaba encarcelada, por ejemplo. Esos descansos no revientan al lector.

Fue muy difícil escribirla, entré a terapia varias veces, la deje otras tantas, le di tiempo, espacio y distancia. Fue difícil porque es mi familia, me pega directamente, hablo de mi mamá y mis tías. Estos descansos no te meten de lleno al sufrimiento de Anita.

La familia antes de que las niñas fueran enviadas a Alemania. Además sale su hermano Enrique. Foto cortesía de Verónica Ortiz Lawrenz.
La familia antes de que las niñas fueran enviadas a Alemania. Foto cortesía de Verónica Ortiz Lawrenz.

BA. ¿Consideras necesario retomar la historia desde una perspectiva de género? Relatas en tu libro sobre la violencia sexual sufrida por mujeres de todas las edades, de cualquier raza o estrato social.

VOL. Se ha dicho bastante –y lo repito porque es real–, las guerras las hacen los hombres, no las mujeres. Es raro ver a las mujeres en combate: lo vimos en la revolución con las soldaderas y las adelitas. Las mujeres son, generalmente, el botín de guerra para los vencedores.

Se piensa que la mejor forma de agredir a los soldados vencidos es a través de los cuerpos de sus mujeres e hijas. Lo vemos una y otra vez, no sólo en las guerras grandes, como la Primer y Segunda Guerra Mundial, también en conflictos como los de Siria, Irak e Irán.

BA. Recuerdo leer que es una táctica de guerra para asegurar la mezcla y propagación de los genes de los vencedores.

VOL. También, es otra manera de verlo. En las violaciones tumultuarias que realizaban los soviéticos y polacos en Alemania, los oficiales rusos no les permitían abortar a las mujeres. Me pregunto si es precisamente por lo que dices. La invasión también se hace en los cuerpos.

Aproximarnos a las guerras, verlas de frente y por dentro, nos hace reflexionar sobre lo inútil y aberrante de las mismas. No tiene sentido, es necesario ponernos de acuerdo entre seres humanos, no podemos llegar a guerras fratricidas. No podemos pelearnos por una religión u otra. Debemos revisar constantemente, aunque nos horrorice y duela, para comprender que esto tiene que detenerse. Por eso, precisamente, me animo a escribir un libro de esta naturaleza.

Las mujeres no queremos hacer la guerra, queremos hacer la paz. Si tenemos la capacidad fisiológica de dar vida, ¿cómo vamos a pensar en dar muerte? Me parece una aberración, no tiene sentido. Ahora, no digo que todas las mujeres sean buenas o piensen en la vida. Hay de todo —por desgracia—, pero la mujer es una generadora de vida y esa condición le permite reflexionar sobre la muerte de una manera distinta a la que se enfrentan los hombres.

Sin embargo, los hombres también han sufrido de este machismo y del patriarcado. Son educados para no demostrar sus sentimientos, para ser fuertes y proveedores. Se les ha arrebatado, a través del tiempo, los sentimientos, la sensibilidad: la feminidad. Todos tenemos una mezcla de elementos masculinos y femeninos, es una lástima que la educación les cercene su posibilidad de ser sensibles y vulnerables. Abrir esto nos permitirá evitar todo ese odio entre nosotros.

Este odio se refleja actualmente con enorme irreflexión en las mujeres, estamos muy enojadas –y con mucha razón, son siglos de violencia en contra de nosotras–. Debemos detenernos a pensar en cómo evitar repetir las mismas formulas machistas de violencia y dialogar entre todos: hombres, mujeres, comunidades LGTB+. Dialogar las diferencias.

BA. ¿Cómo ayudó tu formación periodística para realizar esta novela?

VOL. Es fundamental. Si no fuera periodista, no hubiera hecho esta novela. Al menos no de esta manera.

Este libro tiene elementos periodísticos, hay crónica e investigación. Mi formación periodística me permitió meterme a lugares, que quizá como escritora no hubiera acudido. La novela es una mezcla de periodismo, crónica y entrevistas.

BA. ¿Qué significó para ti realizar esta novela?

VOL. Uno escribe sin saber qué pasará después de la publicación del libro. Regresar a la historia no es fácil, porque es mi historia. Mi reflexión sobre este libro –con toda la situación de la pandemia–, me permitió tener claro que tengo esta vida y vine a escribir esta novela.

Anita no pudo hacerlo. Lo intentó y no pudo. Hablé con ella y con mi madre para pedirles permiso y escribir su historia. Anita pidió que fuera contada. Entonces, hice un compromiso con ellas: lograrlo me da una especie de paz interior respecto a un compromiso establecido y que se relaciona con la voz de una persona. Con la voz de cientos de miles más.

Tengo claro que vine a escribir este libro y haré todo lo necesario —hablar con gente, tocar puertas, promocionarlo—, para que esta historia se siga contando. Puede convertirse en una película o serie, ir al museo de Memoria y Tolerancia. En fin, que pueda leerse, eso es lo importante.

Mi centro vital de compromiso se relaciona con esta historia. Yo agradezco poder decir esto ahora. Esto me da un fondo de existencia –el cual no tengo muy claro por el momento, porque es muy profundo.

BA. ¿Por qué escribes?

VOL. Empecé a comunicarme desde muy pequeña. Tuve la necesidad de hacerlo porque crecí en una familia disfuncional y violenta. Mi padre golpeaba a mi madre. Mi mamá era una mujer que venía de la guerra, entonces, aceptó de alguna manera esos golpes porque venía de esa violencia.

Desde muy chiquita traté de comunicar lo que siento. Fui bailarina, después me cambié a la televisión e inicié con los primeros programas de educación sexual en 1980. Me censuraron y fue en ese momento que comencé a escribir. Lo hice porque necesitaba comunicarme y escuchar, aprender de los demás. No tengo otra manera de ser más que a través de la comunicación.

A partir de esta respuesta, me quedé sin palabras para continuar con la entrevista. Verónica Ortiz hablaba con elocuencia, fuerza y precisión; salí de mi rol de entrevistadora y confesé que sus palabras me conmovían, ella respondió amablemente:

VOL. No hay que limitarse. Si algo te conmueve, dilo. La entrevista fría, con la que no te involucras, perdón, pero prefiero no hacerla. Me gusta que, del otro lado, a través de lo que uno hace, se logre precisamente esto. No hablo solamente de mí, sino de todas tus entrevistadas, en este caso sé –porque dices subversivas–, que buscas mujeres escritoras que te trastoquen de alguna manera. Si tu entrevista es lineal, la verdad, qué aburrimiento.

Yo soy subversiva. Quisiera sentir que sigo siendo subversiva –como lo fui en 1980, cuando empecé con los programas de educación sexual por primera vez en México–, y quiero ser subversiva ahora con esta novela. Sino vas a trastocar lo establecido, no tiene sentido.

BA. ¿Qué consejo le darías a las escritoras jóvenes?

VOL. Una escribe por diferentes motivos. Si el motivo de tu escritura es tu propia vida y tus experiencias, adelante. Si te motiva la lectura de otras escritoras y escritores, adelante. Si te motiva ser famosa y ganar dinero, no lo hagas, qué flojera, ya hay mucho de eso. Se llena el mundo de papeles que no sirven para nada porque no tienen profundidad y no dicen mucho.

BA. ¿Qué depara para ti el 2021 en lo literario?

VOL. Este mes empiezo a estudiar cursos de guion para series y cinematográfico. Mi intención es llevar esta historia a otros medios. Eso me mueve.

Tengo otras historias reposando. Sin embargo, en este momento no estoy motivada para poder continuar con ellas. Lo que quiero es que este libro siga caminando.


Anita Lawrenz 4 años después de llegar de Siberia. Foto cortesía de Verónica Ortiz Lawrenz.
Anita Lawrenz 4 años después de llegar de Siberia. Foto cortesía de Verónica Ortiz Lawrenz.

BA. ¿Qué le enseñó Anita Lawrenz a Verónica Ortiz?

VOL. La fuerza, la congruencia, la superación como ser humano de todo ese dolor que traía.

Conocí a Anita cuando llegó a México, yo tenía 7 años. Aún recuerdo cómo bajó de ese avión hecha pedazos. Tenía 33 años y parecía de 60. Su cabello estaba totalmente quemado por el frío, sus dientes manchados por el tabaco, su cara, etc. Aún con todo eso, había un destello en sus ojos.

Quedé impactada por ese brillo, algo se prendió en ese momento dentro de mí y desde ahí supe que la amaría para siempre.

Cuando llegó a México, se quedó poco tiempo con nosotros. Posteriormente, se fue a Sonora a vivir en el campo, donde vivió con migrantes, entre peones, con sus animalitos. Pudo involucrarse en la vida de estas personas, quienes no le pedían ni exigían nada.

Se quedó ahí hasta que procesó su dolor. Cuando consideró estar lo suficientemente fuerte, regresó a Hermosillo a enfrentar a su padre. Es decir, enfrenta su situación de hija al regresar al seno de sus padres, de su familia. Mi abuela Laura jamás se recuperó completamente de esto. Mi abuelo, con una culpa enorme, le pidió muchas veces perdón a Anita.

Es una historia muy larga, y ella una mujer enorme, con una gran fortaleza. Yo quisiera tener un dedo –aunque sea– de lo que fue ella. De verdad, lo digo muy conmovida. Esta es una historia que seguirá afectando a mi familia. La guerra, los campos de concentración, las violaciones tumultuarias son cosas que afectan a los seres humanos por generaciones, dejan secuelas muy grandes.

A través de todos estos años logré juntar la información para poder entregarles la historia de mi familia. Misma que ahora es de ustedes y está en sus manos.


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