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Por Juan Jesús Jiménez

Puebla, México, 27 de marzo de 2022 [00:24 GMT-5] (Neotraba)

En la costa se afirma que los cangrejos
son animales hechizados
y seres incapaces de volverse
para mirarse en sus pasos

(José Emilio Pacheco): https://youtu.be/HV3KY7Thkz4

Pienso en cosas que todavía pasan; por ejemplo, no tengo ni el título en las manos y me preocupa ser un buen profesor, o al menos, uno diferente a los que me hacen enojar cuando me acuerdo de ellos. No es del todo malo pensar cosas así, no me ha matado al menos. Creo que a veces es más sencillo preocuparse cuando el mundo no gira tan rápido –como en el camión de la mañana–, uno de la nada retoma conversaciones inconclusas, pensamientos sueltos y una que otra canción de la radio. Puede ser que el hecho de volver al menos un día a la presencialidad ayude a que germinen mis inquietudes de vez en cuando. Me alegra que sea así.

Apenas, en un coraje mañanero –un día jueves entre las diez y las doce para ser exactos–, mientras escuchaba a un faroleo y metodología que para nada corresponde a la pedagogía, llegamos entre divagues a lo más cercano a la práctica pedagógica de lo que jamás hemos estado en el curso: ¿la educación actual propicia la separación de clases?

En una revisión breve, podríamos decir que sí, así se concibe desde su origen clásico. Los modelos educativos tienen tres grandes precedentes; la escuela clásica del pensamiento crítico, la escuela descriptiva del mundo moderno y la industrial de la contemporaneidad –vaya paradoja. Toda forma de educación obedece una necesidad.

Las primeras dos aún como funciones sistémicas elitistas, en el sentido de que el acceso a conocimiento era determinante para la conservación de un status quo, el último como la aplicación de un concepto industrial de estandarización, dando pauta a la contratación masiva de mano de obra barata y reprimida mediante las pocas funciones que pueden ejercer en el sistema.

Entender la educación actual no es más que seguir estás tres nociones del qué debe ser la escuela. ¿Un sistema de control, un filtro? Resulta más sencillo preguntarnos primero, qué tipo de necesidades pretende cumplir la educación actual, encontrando la respuesta en la revisión de los temas más destacados en redes sociales: posesión y atención. No es coincidencia el sistema que siguen los algoritmos que administran el contenido difundido en redes virales como TikTok; entre más atención e interacción, mucha más difusión se tiene, misma atención que parte de la posesión –dicho sea de una habilidad o un bien material.

¿La escuela es ahora un show de talentos? No es extraño pensarlo de esa forma, la escuela sólo recompensa aquellos alumnos dignos del reconocimiento ajeno, despersonalizando a cada uno de los alumnos que no cumplen con las expectativas, volviendo su existencia insignificante y desalentado sus planes a futuro, haciéndolos encajar en el molde prediseñado de un ser humano promedio, que no puede –ni quiere– separarse de la sociedad.

La escuela, más allá de una competencia por reconocimiento, se ha vuelto una papeleta de asignación de roles. Aquellos que, inconformes, se revelan al sistema que los reprime son catalogados como disidentes a los que hay que tenerles cuidado; aquellos que encajan en el molde y terminan por aceptar una felicidad de consolación en la que nunca se sienten a gusto –y de ahí tantos excesos cotidianos–; y por último los privilegiados por el status y la ventaja per se. Cada rol se extiende a lo largo de toda la vida académica –y más allá–, con un fin en sí mismo; mantenerse estable. Una especie de entropía social que condiciona el aprendizaje.

Las aulas, por tanto, dejan de ser un espacio de crecimiento, de autopercepción guiada. El papel de los profesores también cambia; antes, reconocer una autoridad erudita era sencillo porque, en efecto, el acceso a la educación superior era muy limitada, al punto que aquel que era profesor necesitaba del conocimiento en cualquier materia para suplir las necesidades de sus alumnos con conocimientos aplicables a corto y largo plazo. Pero en una época en la que todo alumno tiene acceso a la información del profesor y el modelo de educación básica prioriza la atención antes del conocimiento, los profesores pasaron de ser una parte activa a una pasiva, y su acción se comprende el juzgar, organizar, recompensar y castigar.

Qué hueva, ¿no? Tanto para los docentes como para los alumnos, el conocimiento pierde su objetivo como un fin y se transforma en un medio, una moneda de cambio social. Quizás para mi generación sea mucho más notorio, sabíamos que había un contrato en letras chicas cuando alguien formaba parte del cuadro de honor; pasabas a ser insignia de tu escuela, de tus padres, de ti. Una presión descomunal para alguien que ronda etapas tan extrañas como la adolescencia, responsabilidades que no le pertenecen y que nunca lo hicieron. Se deja aprender, se automatiza responder bien; reconocimientos, atención, son solo incentivos condicionales, muchos de los cuales destruirán al alumno cuando algo –por mínimo que sea– cambie.

Y ni Morín –personaje del cual me quejaré luego–, ni los modelos educativos que parten del mismo principio de atención condicional, van a poder lidiar con la carga emocional que les dejan a los alumnos, con ese daño irreconciliable entre su imagen y su identidad. Por ello, creo que una mejor pregunta que si la educación actual separa clases sociales, sería mejor preguntar qué clase de educación tiene como intención separar –cualquier cosa.

Porque es evidente que la educación no se presta a la lucha de clases. Tal vez hace cien años, cuando la globalización estaba en pañales y en Europa –que para el caso es lo mismo–, pero ahora que las clases sociales se difuminan más entre sutiles diferencias –sobre todo en la clase media– y que las existentes parecen ser borradas por gobernantes que desconocen a su pueblo –como ocurre con la pobreza en cualquier nivel–, el objeto del saber ya no está en los beneficios que puede traer a largo plazo, está en los inmediatos, en los más escandalosos, los que se hagan virales en TikTok. ¿O no, Tilín?

Tal vez la pedagogía deba soltar las prácticas del siglo pasado, que sea necesario objetivar el conocimiento en algo mucho más trascendente que el cuánto dinero ganaré, cuánta gente me verá, qué tan famoso seréY luego –como debió ser siempre– hacer del conocimiento un objetivo por sí mismo, sin necesidad de una recompensa directa, cambiar por completo la concepción de la didáctica y la pedagogía a una visión todavía más humana, una que sepa reconocer que la salud mental es indispensable, que sea diseñada como producto de un molde ya existente –el contexto en el que sea aplicado– y no como una medida para estandarizar cualquier entorno. Personalizar la educación y hacerlo de verdad, mejorar las condiciones para los alumnos, sí, pero también para el cuerpo docente. Después de todo, la educación no sólo parte del conocimiento y el alumno.

Pero quién sabe, igual sigo siendo un universitario que se enfada con un profesor[1] porque no hace más que darnos teoría de otra materia distinta a la pedagogía. Sin más que agregar: te odio ABP mal aplicado


[1] Hasta me da cosa ocupar ese término para él. No por falta de respeto, sino porque ni él mismo se refiere así cuando habla de su rol en la clase.


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