El castigo del delirio y la locura en una sociedad enferma
Mundos Marginales | Citlal Solano nos entrega una reflexión sobre la locura, donde reflexiona sobre sus locos y el castigo social por serlo.
Mundos Marginales | Citlal Solano nos entrega una reflexión sobre la locura, donde reflexiona sobre sus locos y el castigo social por serlo.
Por Citlal Solano
Puebla, México, 26 de enero de 2021 [01:34 GMT-5] (Neotraba)
Hay que recordar amar lo bello no hablo de estética, sino de eso que no se define con palabras pues no existen tales para definirle la belleza de la existencia Amar lo bello de la locura y la falta de cordura temporal Amar el caos de un cerebro descontrolado sin perder la razón
La locura no debería ser castigada. La gente es cosificada y calificada, etiquetada. La locura se encuentra condenada al limbo ético y moral que depreda constantemente a una sociedad corroída y carente de ambas.
Los locos, los que no encajan y deben ser desechados o validados como fenómenos carentes de sensibilidad, están en todos lados: sienten y preguntan por qué la realidad es tan voraz.
En mi vida se han cruzado “locos” que son extrañamente bellos, fuera de la norma y los parámetros de la belleza estética; seres incomprendidos, fenómenos del sistema y bestias de la sociedad.
Para mi tía el cabello siempre fue algo hermoso y crucial en el andar cotidiano de una mujer. Un buen cabello hablaría bien de una buena mujer, de una mujer exquisita El enjuague (acondicionador) era esencial y absolutamente necesario en su ducha En medio de sus delirios y locura el cabello debía permanecer perfecto impecable En sus épocas de despilfarro y perdición aun estando ahogada en sustancias que acentuaban esa extraña condición de su cabeza –y yo con menos de 10 años– notaba calor en su mirada y en sus palabras
¿Existe algo más expresivo que una mirada? Creo que sólo las manos, pero con mucha más sutileza.
A través de los ojos vemos temor, desesperación, dolor, agonía y cariño. Los ojos reflejan tanto, pero también pueden reflejar la nada. Y cuando no ves nada en los ojos del otro, sabes que el delirio está en camino.
Ella lo sabía, sabía la potencia de la mirada y lo perturbador que podía ser. Alguna vez me dijo: “esos ojos no necesitan otro color; de ser así, parecería que escupes lo que sientes. Es mejor que sepan poco”.
No lo entendí sino mucho después: años más tarde –en mi adultez–, cuando vi de nuevo a los ojos a otro de mis locos, sabía que agonizaba y no había palabras para expresar todo ese pesar.
Las dimensiones y sensaciones que trae consigo la locura pueden penetrar más allá de lo imaginable. Atraviesan a tantas personas y permanecen suspendidas por años en los pensamientos de quienes están cerca.
La sumisión, por ejemplo, es algo desconocido para el demente. Los límites no existen y las ideas, bien que mal, viajan más allá de lo imaginable o lo aceptable. Y la cordura, cuando aparece, trae consigo episodios de confusión y dolor. No cabe la aceptación ni el sosiego.
En una sociedad que flagela la existencia y desconoce los límites y complejidad del cerebro, no entrar en los parámetros naturales, definidos por ellos, implica ser desechado, señalado y despojado de su ser.
¿Qué siente un loco? ¿Por qué ella, mi tía, lloraba al ver caer su cabello o mirar sus ojos desvanecidos frente al espejo? Todos tenemos un poco de locura, la detonamos, asimilamos y controlamos de distintos modos.
Cada uno de nosotros teme desvanecerse y perder lo que creemos es nuestra esencia. Deliramos por ratos, por lapsos de fragilidad incomprendida, donde los minutos parecen horas y los días se vuelven pesadillas.
Somos capaces de escuchar a distancia los más profundos silencios y analizar sin descanso los eventos pasados que nos han traumatizado. Dentro del temor de perdernos aparecen esas voces e imágenes que nos dieron consuelo a lo largo de nuestra vida.
A veces, para poder resistir los infiernos impuestos por la sociedad, debemos apelar a la locura y procurar no delirar. Eso nos haría caer, estallar y perder el control apenas logrado por momentos.
Sería necesario ver la belleza de nuestros delirios y traerlos a nuestras realidades, unas más sutiles, otras llenas de acantilados. Apreciar lo hermoso de la existencia puede ser complicado si queremos siempre aceptar parámetros y respetar condiciones que nos han mancillado.
Al final, casi cualquier forma de pensamiento que sea ajena a lo dictado se tacha de locura. Cualquier “atrevimiento” conductual o criterio que exija cambios de fondo, también lo es.
Todos somos parte de este delirio, sólo que algunos se desgarran con cada respiro.