¡Deja de molestar a tu hermano!
No todos los que tienen hermanos pueden hablar de una sana convivencia con ellos. De las Brontë hasta la toma de acuerdos para evitar peleas es de lo que trata esta columna.
No todos los que tienen hermanos pueden hablar de una sana convivencia con ellos. De las Brontë hasta la toma de acuerdos para evitar peleas es de lo que trata esta columna.
Por Adriana Barba
Monterrey, Nuevo León, 30 de julio de 2021 [00:03 GMT-5] (Neotraba)
Con todo mi cariño para A, gran líder; el mundo es tuyo.
Afortunados los que crecieron rodeados de hermanos ¿o no? Queremos darle un hermanito a nuestra hija o hijo para que no crezca solito@, para que se acompañen y se quieran, dicen los padres primerizos. Claro, como si el solo hecho de ser hermanos sea ley que se lleven de maravilla, que sean un apoyo, las mejores anécdotas de vida, etcétera.
Conozco a personas que crecieron rodeados de hermanos y tienen miles de historias divertidas que contar, historias que se fueron acumulando porque ya de adultos su relación es maravillosa. Eso sería lo ideal de cada familia pero usted y yo sabemos que no siempre es así.
Si viajamos en el tiempo al norte de Inglaterra, entre los años 1820 y 1855, en una casa sombría vivieron tres magnificas mujeres, las hermanas Brontë: Charlotte, Emily y Anne. La gente cercana decía que las hermanas eran raras, se les veía por los alrededores, leyendo y escribiendo, a veces declamando poesía en lo alto de una roca. Se criaron de una manera un tanto salvaje, eran bien educadas, pero tenían costumbres extrañas, perdieron muy chicas a su madre y después a sus dos hermanas mayores por la tuberculosis.
Como hijas de un pastor solo tenían dos opciones en la vida: casarse o ser maestras de niñas. Emily, la más huraña, se quedó al cuidado de su padre mientras Charlotte y Anne empezaron a trabajar en internados o como institutrices de los hijos de familias ricas, que todo el tiempo las hacían sentir menos. En medio de una crisis económica muy fuerte y con la desesperación de ya estar las tres juntas decidieron arriesgarse a publicar.
En 1846 editaron una selección de sus poemas. Pero lo hicieron bajo seudónimos. En aquel entonces, una mujer que se atreviese a publicar era muy mal vista, y esto daría de que hablar sobre su reputación.
Firmaron con los nombres de Currer, Ellis y Acton Bell, como si fueran tres hermanos. El libro obtuvo buenas críticas, pero vendió un solo ejemplar. Charlotte entonces animó a sus hermanas a probar suerte con la novela, un género que producía más ingresos que la poesía.
Las hermanas permanecieron encerradas, repartiéndose las tareas de la casa para después, por las tardes, trabajar juntas en secreto; Charlotte escribió Jane Eyre, Emily, Cumbres Borrascosas y Anne, Agnes Grey.
Las tres utilizaron elementos autobiográficos para componer sus historias: experiencias, amores frustrados, sueños y deseos ocultos están plasmados en aquellas obras que, al publicarlas con sus seudónimos, provocaron críticas morales por parte de los literatos de la sociedad victoriana: ¿quiénes eran esos tres misteriosos hermanos que se atrevían a escribir novelas en las que las mujeres no eran seres pasivos y sumisos sino personas complejas, llenas de ansias, rebeldía y autoconsciencia?
Aun así, las obras se abrieron camino entre los lectores, asombrados por toda aquella pasión que las hermanas habían descrito con un atrevimiento increíble. Emily, molesta por las duras críticas recibidas, decidió no volver a publicar nunca más y regresó tranquila a su cocina, sus poemas, su música y sus lecturas en alemán; además de sus largos paseos por las montañas. Charlotte y Anne, en cambio, se animaron a seguir escribiendo. Charlotte inició Shirley, y Anne, La inquilina de Wildfell Hall, una novela sorprendente sobre la capacidad de una mujer para superar los estrechos límites impuestos por la sociedad. El final que tuvieron las hermanas mejor me lo guardo, lo interesante es su obra. ¿Ha leído usted a las hermanas Brontë?
Yo no tengo recuerdos de la convivencia con mi único hermano, seis años de diferencia bastaron para que se creara una barrera en el idioma, algo así como si yo hablara en chino y él en portugués, pero mis alumnos tienen las mejores historias sobre hermanos.
Esta mañana, una jovencita me dejó impactada con sus estrategias para sobrevivir a “sus hermanos”.
En un hogar con padres afectivos e involucrados en la armoniosa convivencia de sus tres hijos, creció A, quien tiene un hermano mayor y uno menor. Le tocó ser la hija sándwich, ¿qué de malo tendría eso? Al parecer, nada. De pequeña era una especie de fortaleza, es bueno tener amigos, pero es mejor tener en casa a tus hermanos: navidades, vacaciones y fiestas de cumpleaños se pasaban de maravilla, al menos si le jalaban los cabellos y la hacían llorar no lo recuerda.
Hasta aquí todo iba bien, pero una vez que entraron a esa etapa espantosa y pesada de los jóvenes, la adolescencia, su hermano mayor –con un lenguaje sarcástico maravilloso–la hartaba la mayoría de las veces y su hermano menor –muy sensible pero un poquito, como decirlo, chismoso– después de tanta molestia decidió que lo mejor era gritarles fuerte para después encerrarse en su cuarto y aplicarles la ley del hielo, pero se dio cuenta que esto era demasiado desgastante ya que a su hermano mayor no le importaba mucho que digamos eso de los gritos y el encierro.
La pandemia intensificó todo, recuerda que en abril del 2020 cuando según estaríamos encerrados solo dos semanas y después el mundo se puso en pausa, era imposible estar sin pelear con sus hermanos así que después de mucho pensar llegó a la conclusión que la vía para arreglar cualquier conflicto era la negociación.
Planeó una estrategia perfecta para una convivencia sana: hacer tratos. Para este entonces su hermano mayor estaba en otra etapa así que se enfocaría solo en su hermano menor, la primera regla de sus tratos es que dan su palabra de cumplimiento, nada de que a la mera hora no lo quieran cumplir, y así pusieron en marcha cosas como: “yo sé que a mi hermano menor no le gusta comer solo, entonces yo me esperaba y lo acompañaba hasta que terminara, por un mes sin molestias de su parte” o “me toca lavar los trastes, pero, me debes un trato, entonces lávalos por mí”.
El hermano menor, incapaz de incumplir un trato, hacía lo que le tocaba sin quejarse. Los gritos se acabaron, la ley del hielo se derritió y pudieron aprender a pasarla bien juntos, y cuando ambos hermanos pelean, llega ella a parar la pelea, le hacen caso rápidamente. Es cosa de un “basta”.
Cuando me estaba contando esto, yo no paraba de reír. Ella habla con toda la seguridad del mundo, tranquila, analítica, confiada en que se logrará lo que ella proponga, su voz es dulce pero fuerte, su voz retumba cuando ella habla; aunque para ella es un caso sencillo, tuvo una actitud brillante en la resolución de conflictos. Y claro que me la puedo imaginar en la preparatoria trabajando en equipo con estrategia y tenacidad para lograr un exitoso objetivo en común.
Y en cuestión de los hermanos, estoy segura de que cuando sean grandes recordarán que su hermana fue muy lista para el bien de los tres, supo jugar y las cartas siempre salieron a su favor.