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Monterrey, Nuevo León, 5 de junio de 2024 (Neotraba)

Todas las fotografías son de Clars

¡Llévele, Llévele! ¡Llévele su texanita!

Pal calor infernal. Pa que no se me desmaye. Aquí todos ganan. Los yukeros, los jocheros, los paleteros, los de las aguas frescas. Los de la merch que venden el caballito conmemorativo: Carín León desde la Macro.

Los calores a uno le llegan a descomponer la neurona. Somos bestias. Aves de carroña. Instinto cavernícola. Matar o morir. O al menos eso les brota a algunos. Nepotismo en su máximo esplendor. El de los medios tradicionales. De sus corresponsales. Las exclusivas no existen. Son sus papás. Que alguien les explique. Se extinguieron. Al menos en el mundo del espectáculo. Todo es inmediato. Todo se replica. Banal. Intrascendente. Más tardas en subirlo que en lo que ya se está robando el contenido en redes.

Llegaste a la hora desquiciante del sol. Importa poco. Esa es tu chamba. Tienes tres días o cuatro sin dormir. El alcohol todavía te malviaja y se diluye en tu entraña. El recuerdo de ese hombre en tu cabeza da vueltas. Se quedó impregnado su aroma en tu piel. Ni el pinche sudor que te brota te lo desprende. Sientes su esencia intacta. Andas valiendo madre mija. Lo sabes. Todavía no caes en cuenta del instinto diabólico que te envolvió al dejarte llevar ocho horas de viaje pa verlo. Ida y vuelta.

Transcurre la tarde. Baja el sol y baja la guardia. Dos, tres, cuatro… Más de cinco desmayados. Los que quedan al gozo. Baile en masa. Sombrerudos, de botas y camisa vaquera. Con sus jainitas. De onduladas y largas cabelleras. Se zangolotean al baile apretujado de sus hombres mientras que se detienen el sombrero del ligero viento con una mano y se dan besos sabor a sal, tabaco y yuki de vainilla.

A la espera. Los abridores. Aminoran la fatiga. Todos queremos ver a Carín León. Uno que otro se echa pa atrás. Se retira. Allá van con sus cinco bancos apilados en mano. Abriéndose paso entre las multitudes. Aguanta compa. Ya falta menos. No te me rajes.

Recientemente Los Tigres del Norte reventaron la Macro y sus alrededores. Creíste que no podrías ver nada parecido. Te equivocaste. Carín se lleva el récord. Más de noventa mil asistentes. No importó nada. Desde muy temprano la espera. Te incluyes. De ese “privilegio” de acreditación también uno se descompensa.

Barricada de una canción y media con Carín. Pasan en grupos. Áreas demarcadas. Arriba de unas tarimas para grabar y seguir con las fotos a mitad de la explanada. Por encima de los asistentes y el oleaje de los dispositivos móviles que graban cada segundo de lo que acontece.

El video, la foto, la llamada al ex o el audio por whatsapp cantándole al ganado. El sentimiento a flor de piel de los enamorados o los corazones rotos. De los casi algo.

Sobre la tarima dejaste tus pertenencias para resguardar el lugar que una buena asoleada te costó. Unos reporteros bien frescos llegaron a invadir. Al regreso se acomodaron como pudieron. Una hija de Dios te la empieza a hacer de a pedo.

Sus alharacas, sin saberlo, sin tener una mínima certeza, te hicieron intuir el medio al que pertenece. Típico de la vieja guardia reporteril. Ni tú. Que te consideras una joyita escobedense de lo peor. Has llegado a caer tan bajo. Nefasta. Pensaste.

En su imaginario la pateaste. De mala ondita tú. De castrosa. Nadaqueverienta. Naca. Ruin. Seguro le sobraron palabras en su cabeza para provocarte. Humillarte.

Volteaste a verla pa abajo. Ella muy entrona. Con su séquito de cuidado. Amarillistas. Me estas pateando en mala onda, apoco no cabes. A grito pelado. Te reclamó.

En tu cabeza se desplaza el futuro inmediato a milésimas de segundo. Sabes que si caes en el juego absurdo le darás lo que quiere. No, no te estoy pateando, pero, además, tengo aquí desde muy temprano. Aguantando vara. Le dices. Y antes de que pueda pronunciar palabra. La realidad circundante: a mí eso qué me importa. Lo veías venir. Predecible. El respeto se gana con trabajo. No con actitudes déspotas. Silencio por los muertos. No por miedo.

No vas a dejar que te jodan una cobertura. Además, te ha costado abandonar el deseo de seguir el finde con ese bato. Te volteas. Sigue gritando. Grita. Grita. Grita. Pa una cabrona hay otra peor. Y esa eres tú. Tu estado natural de nacimiento ha sido darle en la madre a la gente así de conflictiva y polémica. Pero hoy no. Se te antoja zapatear con “La boda del huitlacoche”. No vamos ni a la mitad del concierto. El silencio es más rompe madres que una palabra y lo sabes.

Se pone a escribir en su Iphone. Déjame adivinar. Cada palabra que sale de Carín entre canciones va a la nota. Una palabra mal usada de su parte para ensalzar el chisme a publicar a primera hora del lunes. El setlist lo esparce entre sus escuetas líneas. Desabrido. Pa eso, mija, yo mejor me quedo a ver la transmisión en casa. O pido lugar privilegiado a mi privilegiado medio de comunicación. Lejos de la escoria que tienes alrededor. No te vaya uno a pegar los piojos.

No hace falta mucho. Ni siquiera hace falta hablar del artista en cuestión. Acá basta con observar. Un concierto no existiría sin espectadores. Los verdaderos protagonistas son ellos. Los que se llevaron unos lonches, aguas frescas congeladas o hasta las chelas de contrabando.

A los que la piel se les achicharra bajo las horas inclementes de espera. Los que no tienen pa un boleto de primera fila. El boleto acá es el sacrificio humano. Insolación. Cansancio. Los homeless. Las amas de casa. Las familias que esperan el domingo para darle a pata por todo el centro de Monterrey con el montón de huerquillos.

Los que llevan a sus morrillos en brazos y montan sobre sus hombros. Los amanecidos. Los que de la peda cayeron directo a la explanada. Sin pensarla. Los de la previa. Los cantineros que cerraron pa irse con la clientela derechito a la Macro. De lejos o de cerca. Los que iban nomás de paso y se quedaron de novedosos.

Acá la esencia es la raza. El artista va y se avienta el setlist idéntico en otros veinte shows. Baila igual de seductor, llora en la misma rola o le dedica la misma canción a alguien del público. La cereza del pastel es la plebada. Los regios dan el extra como se debe a la noche. Hasta acá percibes los alientos etílicos Miras a los enamorados que mañana llegarán tarde a chambear. Los moteles llenos. Filas de espera. Entre el baile y el calor humano se les despiertan las ganas. La canción romántica y el baile de cachetito. Aquí todos ya tenemos la excusa del lunes para justificar la entrada tarde o la falta.

Carín León es un gran performance. Lo sabemos. Voz, presencia, calidez. Versátil. De letras que le llegan al pueblo. Historias de amor y desamor. Sí. Es encantador. Coqueto por naturaleza. El ideal de la chica promedio aquí presente. Talentoso. Ha podido romperla en grandes festivales como recientemente lo hizo en Coachella. Mirar a ese hombre sobre el escenario es una eterna incitación al baile. Del baile a las ganas de chelear. Esta noche es un gran baile de pueblo. Como los de antes. A los que íbamos a quedarnos dormidos en las sillas mientras los jefes se ponían a bailar huapangos y levantar polvo. Tennessee Whiskey el country que nos araña el corazón con la interpretación de Carín León.

Las noches así son necesarias. No precisamente deben terminar en bronca, fuetazos o heridos. La música es esencial. La vida actual queda intacta en una rola. Las historias con similitudes a nuestras propias historias. Retratos para la nostalgia. Historias reales para gente real. México no tiene cuentos de hadas.

Esa no porque traigo saldo:

“Deberías estar aquí. Aquí donde te quiero. Pero, al contrario, estás allá, donde te extraño”.

Y antes de que las calles colapsen te escabulles. Cerveza para el trago amargo.

Nunca te autoproclames hija de Dios si lo que traes dentro nomás lo usas pa chingarte a los demás. Zapatellele mejor.


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