Árbol del paraíso
Dos poemas de Edgard Cardoza Bravo sobre dos naturalezas de la humanidad: el apocalipsis y la mentira.
Dos poemas de Edgard Cardoza Bravo sobre dos naturalezas de la humanidad: el apocalipsis y la mentira.
Por Edgard Cardoza Bravo
Ciudad de México, 26 de marzo de 2022 [01:04 GMT-5] (Neotraba)
Empecemos por ademar capítulos precisos de la bioserie de un encantador de serpientes agoreras que dicen: este panteón global no acaba aquí. Lo peor pende del hilo que hará más aberrante el nudo de la espera. ¿Habremos aprendido que nada se gana con negar las fatídicas cifras pues seguirá engrosándose de luto el alma de los hombres en el rodeo de lo irremediable? La próxima nota rojo ardiente será de trompetas celestes, negación última del tan esperado milagro sin índice de confabulación de los poderes fácticos terribles. El siguiente apocalipsis nos hará afirmar que Dios existe. Pensemos por un instante fuera de nuestro propio circunloquio vicioso, plantemos nuestra fe en que nada más se trata de tronar los dedos sicalípticos y a nuestros pies reptará por ensalmo un mundo diferente: la serpiente aquella del principio que borró el paraíso de un solo lengüetazo de divinal palabra condenada a la búsqueda errante: ‘no tengas miedo, sigue probando el fruto indómito del árbol de la vida’.
Desde antes del principio, la mujer ya urdía laberintos, su primera caja china se llama paraíso. Bajo el árbol celeste de la vida, Eva jugó serpientes y escaleras sobre el tablero crédulo de Adán. Paris fue un galancete de plastilina en las expertas manos de Helena ‘la del barrio’. Dalila hizo creer a su Sansón que lo amaba por la magnificencia de su pelo: un día le escondió la cabellera (de quita y pon). Le había hecho olvidar que era pelón. —¿Qué hacías para ocupar tu tiempo en mi ausencia la mar de prolongada? —dice al volver del viaje Ulises a Penélope. —Tejía de día y destejía de noche —le responde. Penélope mentía: descansaba de día y cogía de noche. ¿Dónde ha quedado el paño que pruebe lo contrario? En los oscuros claustros de cualquier laberinto no falta nunca algún hombre extraviado y sediento a punto de sucumbir, y una mujer con antorcha, agua y brújula en las manos, que observa divertida desde alguna buhardilla. Según la más típica estampa genésica en la varona desemboca la voluntad de la serpiente (y resulta que Adán es el culpable). Desde entonces la astucia y el contrasentido son sus principales atributos. Su aparente debilidad la fortalece, pues le permite tener siempre el control emocional. Su propensión al llanto es un montaje. Cuando Eva llora lo que hace es lavarse los ojos para ubicar la realidad en su justo contenido. Cuando dice soñar está tejiendo redes para que cada hombre que caiga tras su impulso no haga ruido y crea que se levanta airoso de ese abatido y débil corazón.