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Por Juan Jesús Jiménez

Puebla, México, 20 de febrero de 2023 [00:01 GMT-6] (Neotraba)

“En aquel tiempo yo tenía veinte años […]”

y escuchaba camino a casa:https://youtu.be/-Qyia5I2bms.

Fue un fin de semana largo. Desde el jueves, hasta la mañana del miércoles la televisión gritaba con desesperación por verme acostado en el sillón, viendo a mi hermana salir con sus amigas. Los productores de flores, quienes explotan a los productores, los cientos de kilos de chocolate, las miles de hojas rosas, los millones de corazones colgados en las calles; todos, mirando con desilusión que no había mensajes en mi celular, un alguien en quién pensar al cerrar los ojos. Leí, escribí, cociné, vi florecer los brotes en mi cactus. Descanse. Me tiré a dormir una tarde entera. Todo fue automático. Fue un fin de semana largo, porque mirar en retrospectiva es mirar un montón de días vacíos en los que lo único que me mantenía a flote era pensar en el tema del que iba a escribir. Pensaba en que casi llego a la centena de columnas. Al felicitarme mi mejor amiga me preguntó de qué sería mi columna número 100. Y yo le dije una broma pesada porque no sabía de qué iba a ser -todavía no sé de qué será. Pero por primera vez en las semanas recientes, no sentía nada. Nada que valiera la pena recordar al menos. Y no es como que fuera algo desconocido para mí, he estado aquí, así. Solo que no con el conocimiento de las cosas que me pasan, del cómo lidiar con ellas. Una parte natural del ser humano; estar muchas veces en el mismo sitio, pero casi nunca de la misma forma. El caso es que, para la madrugada del miércoles, cuando la alarma me despertó y vi que era tarde para ir a la escuela, me sentía cansado.

Salí de la cama sintiéndome pesado, con un nudo en la espalda. Me quedé viendo el montón de ropa en mi librero. Aquella efigie eterna que me recuerda cada semana que debo lavarla. Miraba en especial una bolsa de papel y un papel enmarcado. Ambos, deliberadamente escondidos y arrumbados para impedir que los vea. Pero ya estoy en mi viaje, en la visión de un punto fijo sin más intención que admirar lo que hay. Como quien mira una chancla, y la chancla le devuelve la mirada.

Era un montón de cosas que debía ordenar o desempolvar o dejar desvanecer. Y lo supe. Como una revelación en el cereal, como la conexión de pistas que sigue a un montaje de fotogramas rápidos. Un saco, una camisa, un pantalón, mis botas. Close-up a Dacota -mi perro- que gira la cabeza como preguntando qué me pasa.

Visto, calzo, pongo la rutina en la mochila, reviso mi celular y mi mejor amiga pone en el grupo: recuerden que hoy entramos tarde. Y usualmente me sentiría traicionado por mí, pero en vez de quedarme tumbado en la cama, lavó mis termos, cuento cuántos amigos nos sentamos en la banca y preparo el café. Miro las noticias. Curiosamente no hay nota roja como es usual. Es el reportaje que anuncia que el uso de maíz transgénico no estará permitido para consumo humano. Que le jodan a los poderes radioactivos, digo, mientras suena en mi celular una canción de los setenta.

Bailo, me creo Travolta en un concierto de los Bee Gees. Sirvo el café, alcanzó a hacerme una torta con el guisado de un día antes y las salchichas que sobraron del desayuno del domingo. Apenas llego a la parada, pasa mi camión. Subo y no hay casi nadie dentro. Puedo elegir un sitio cerca de la ventana. Le subo el volumen a mi música. El descubrimiento semanal es bueno.

El camino es lo suficientemente largo como para mirar los detalles, pero lo suficientemente corto como para que pueda cerrar los ojos en algunos tramos, y no tener miedo a equivocarme de parada. Incluso los árboles no se retuercen como de costumbre, sino que bailan. Verdaderamente disfrutan del viento que pasa sobre ellos. Como si no les importara el infierno gris que tienen pegado a las raíces, como si la ciudad fuera un estornudo pequeño. Y yo bajo, no interrumpiendo la danza de los árboles, al contrario, mis pies no tocan el piso, mis suelas marcan un patrón. Los semáforos se ponen en verde cuando me ven acercarme. Los autos son pocos. El sol no quema los ojos. Las nubes intercambian colores a lo lejos. Mi paso es más seguro. El viento me abraza como si me confundiera con los árboles en el Paseo Bravo.

Y de tanto flotar llego a mi facultad. Abre una conversación sobre un fanzine. Entrego el mio, explico que a pesar de detestar las actividades manuales, le puse empeño a cortar papel y pegar capa por capa el dibujo en él. A mí me dan un disco falso. ¿Encontraría a la Maga? me pregunta una cintilla en él. Al abrirlo hay un listado de cosas que hago. Yo lo guardo. Inicio otra conversación sobre un lugar común para mí en el: no debí hacer eso. Reímos, tres personas. Sabemos que para ser una mañana entre semana, es una buena mañana. Quizá por eso compartimos el café con tanto entusiasmo. Y al irse mis dos mejores amigas, llega otra. Hablamos de su fin de semana, compartimos canciones, risas. Es un buen día y todavía no empieza la clase.

Me entusiasma. Sé que entregarán calificaciones del examen de la semana pasada y sé que me fue bien. Así que al ver en mi examen una nota que dice “19/20 Excelente <3”, no me sorprende. Solo suena en mi cabeza “Las batallas”. Secretamente -y como un algo imposible y risible-, sé que la clase me emociona por compartir el salón con alguien que admiro. Que por alto esté el cielo en el mundo, por hondo sea el mar profundo, la clase de diez será un espacio seguro. Que entiendo a Carlos sin comer platillos voladores. Y de pronto leemos a la Duquesa de Job. De pronto está sentada en el escritorio. Y en mis dibujos. En mi felicidad. En la clase que le levanta el ánimo. Y me hace voltear con mi mejor amiga y decirle: puta madre, hoy estoy muy feliz.

Para el resto del día; un sky de manzana en mano de otra de mis amigas, cantándome un tiro, llenando mi termo vacío. También es compañía en los sapos, una brisa tierna que hace caer las primeras flores de la jacaranda. Es calma. Risa. Memoria. Somos cinco. Perros románticos que hacen menos lo difícil que puede ser sobrevivir. Es un día en que me siento feliz, a pesar de los fines de semana largos, de no saber muchas cosas.

Es un día en que me siento bien conmigo, porque sé que mi felicidad tiene su espacio, y que al menos por un día, todo está bien.


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