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Por Carlos Bortoni

Ciudad de México, 4 de octubre de 2023 (Neotraba)

Aguanté el pedo dentro del taxi y lo seguí aguantando cuando llegamos a la recepción del edificio donde teníamos que registrarnos para poder entrar. Así que cuando nos vi esperando el elevador, en un lobby con la suficiente amplitud para que me alejara de mis dos compañeros y pudiera liberar el pedo sin afectar a nadie, no lo pensé dos veces. Caminé tan lejos como pude y –solándolo lentamente para no hacer ruido– dejé que saliera. Luego de esperar un poco, para no llevar el olor conmigo, caminé hasta el elevador al mismo tiempo que abría sus puertas. Mientras mis compañeros esperaban, parados frente a las puertas plateadas que los separaban del espacio vacío que recorre todo elevador, llegó un grupo de mujeres y esperó al lado de ellos. Nosotros íbamos al noveno piso, las mujeres al sexto. Seguro de haber dejado el pedo en el lobby, entré con ellos. El olor no tardó en manifestarse. Que se cerrara la puerta y que empezara a apestar fue una y la misma cosa. Nadie dijo nada, cada uno aguantó la respiración tanto como pudo y resistió estoicamente la embestida. Las puertas se abrieron en el piso seis, las mujeres bajaron y el elevador retomó su camino. El olor se fue detrás de ellas. Que pedo se tiraron esas viejas –dijo uno de mis compañeros. No respondí, me pareció ofensivo que las acusara si evidencia alguna.


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