Por Antonio Arroyo Silva
El potaje es un plato típico de la gastronomía española, a base de verduras y legumbres (por lo general garbanzos, pero también hay potajes de judías, o de lentejas), a las que se le añade un sofrito y queda con caldo, pero no llega a ser una sopa. En el sofrito se suele usar cebolla, ajo, tomate y pimiento, a los que puede añadírseles otros ingredientes —huevo duro y espinacas, o tomate y chorizo, etc. Además del ajo, se suelen usar otras especias, como pimentón, pimienta, comino, orégano o clavo. Puede llevar algo de carne, hueso, tocino o chorizo, para darle más sabor al caldo, o bien bacalao —que se usa para preparar el guiso conocido como potaje de vigilia, típico de la Semana Santa.
Este plato, en Canarias, como tantos otros, adquiere carácter propio. Encontramos una gran variedad de recetas dependiendo de la isla y el pueblo. Por lo general el potaje canario suele llevar calabaza, cebolla, ajo, pimiento, acelgas, papas, piñas de millo (mazorcas de maíz), batata (boniato), bubango o calabacín, berros, tocino, col (abierta y cerrada), habichuelas (judías verdes), ñame, etc. También lleva algún tipo de grano como judías, garbanzos, o arvejas (guisantes). En algunas zonas como el norte de La Palma y Tenerife las judías o garbanzos pueden sustituirse por trigo. Otros ingredientes son la pantana y los cardos. En el caso de que no lleve ningún tipo de grano se trataría de una sopa de verduras y no de un potaje. El caldo suele utilizarse también para “escaldar” el gofio y hacer “gofio escaldado”, que se come con carne de cochino.
Como verán ustedes, un plato sano y se puede engordar con la tranquilidad de que no se adquiere ni la más mínima cantidad de colesterol, a no ser que después del potaje vengan las chuletas los chorizos y los piscos de ron. Lo mejor es quedarse con el potaje. Además, acompañado del gofio escaldado, unas cebollas troceadas con aceite y vinagre, que por aquí llaman “queso de campesino”, se queda uno bien.
No sé por qué a los niños se les arruga el mohín cuando preguntan “ma, ¿qué hay de comer?” Y la madre ilusionada responde: “potaje”. Ya vemos a la pobre madre o al padre solidario con el pasapurés moliendo el cacareado plato. “Agg, por aquí se quedó un ajo, o un trozo de cebolla.” “Que no, nene, es la espumita producida por la fuerza centrífuga de la mano al girar la manilla sobre el pasapurés” –responde el cónyuge de turno.
En fin, estos vástagos, con la naturalidad que fueron concebidos, se decantan por la comida artificial de los fast-foods. O será que saben de política y entienden por potaje otra cosa que les hace echar la pota, es decir, vomitar.
Sí, es verdad, hay mucho potaje en la política, sobre todo cuando, como dice la canción, no hay cama pa tanta gente, pues el pueblo sólo tiene un poder para dejar a sus representantes, y ocurre que, como muchos de ellos no tienen una formación para la labor por la que fueron elegidos, buscan asesores entre la marabunta anónima de parientes, allegados, disolutos y redimidos. Sobre todo se aprecia en estos tiempos de crisis que asolan los bolsillos de estos desheredados de la tierra que no hemos tenido la picardía de meternos en este mundo de la política.
Para ciertas personas, la palabra crisis, es sólo eso, una palabra que se exhibe como causa de los recortes de los sueldos de los funcionarios que para algo están: para funcionar. Y los políticos de ahora, en este aspecto, están “jubilados”. Entiéndase, sólo en el aspecto de funcionar. Estos avatares más que potaje son puro cacao mental, y yo, que soy funcionario (de carrera, y por tanto no homologado) me expongo a que me defuncionen los que no funcionan.
De todos los potajes políticos, el más democrático es el de lentejas, porque, como canta el decir, si las quieres las comes y si no las dejas. Y no pasa absolutamente nada, simplemente abrimos una lata de sardinas, unas papas guisadas y nos gobernamos solos.
Lo peor de todo es que te obliguen a comerte y beberte siempre el mismo potaje. Por mucho que tú, el otro y la mayoría de los parroquianos haya pedido una sopita o un buen pescado asado, ahí te vienen siempre a llenarte la olla. Y, la verdad, aunque no quieras, te lo tragas y, entonces, te acuerdas del niño arriba mencionado y de la madre del otro que no quiero mencionar por decoro.
Está claro que no me refiero al potaje de lentejas, sino al rey de los potajes con todo tipo de legumbres (menos lentejas), cochino magro a porrillo… y sobre todo batatas (que no boniatos). De vez en cuando vemos flotar algún cabello de ángel entre tanta muchedumbre incomestible, pero fue porque a alguien se le escapó un trozo de pantana, o, como le dicen en Gran Canaria, calabaza boba. Más la cosa se queda en pura visión, como si fuera la luz de Mafasca o el siempre buscado rayo verde.
Antonio Arroyo Silva también habita en: http://esquinaparadise.blogspot.com/