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Por Yorleni L. Rojas

Puebla, México, 30 de septiembre de 2023 (Neotraba)

Tomo la bicicleta para salir hacia el consultorio.

Son las 7:30 am y voy con muy buen tiempo, si me voy muy despacio puedo llegar en 20 minutos.

Cada que voy por la 32 norte y llego a Boulevard Xonaca, se me revuelve el estómago y siento frío en las piernas, nomás puedo respirar profundo. Me acuerdo de la llanta trasera de la Meche prensada en la llanta de un camión y aún siento ganas de llorar. De Julio corriendo para llegar a contenerme, abrazándome y respirando profundo, de mi mamá sonriéndome intentando decirme que todo iba a estar bien, de mis primos intentando ser diplomáticos, de mis amigos llegando en bici o moto para apoyarme y claro, del conductor con cara de niño que manejaba ese camión.

Tomo la ciclovía de Boulevard Xonaca y al llegar a la 22 oriente me encuentro con un tianguis, el tianguis de Xonaca.

Los puestos comienzan a colocarse ya, mantas en el piso y el acomodo de lo que lleva cada vendedor. Al avanzar observo a un señor que está acomodando sartenes, herramienta de mecánica y algunas extensiones eléctricas… pienso en mi infancia, en mi familia, en mi papá.

Es domingo y hay que prepararnos, subirnos al coche para ir al mercado Hidalgo y al llegar, recorrer algunos cuantos puestos para finalmente llegar a uno en particular.

Llegamos y mi papá saluda a un señor y comienzan a platicar. Mi mamá sostiene a mi hermano de la mano y yo con mayor libertad que la edad me proporciona ya, doy vueltas por el puesto viendo con detalle cada objeto que tenía para ofrecer…

Una computadora vieja, grande y pesada.

Un martillo con el mango de madera un poco gastado y algunas astillas salidas.

Un juego de desarmadores de cruz y planos.

Un tetris de color ¡morado!… volteo para ver a mamá y siento ganas de preguntar si me lo pueden comprar, pero mejor no digo nada… y ahí está resplandeciente: un juego de walkie talkies de color naranja, pienso que sería bueno tener uno para mí y otro para mi hermano.

Entra corriendo un niño y deja una bici muy pequeña.

¿Y si mejor pregunto por la bici? Pero ya tengo una, no me van a querer dar dos.

En ese momento papá ya está cargando una computadora y el vendedor le ayuda con el cpu y exclama un “vámonos”, pues vámonos, qué más hay por decir.

Entre los dos acarrean dos computadoras y dos cpu a la cajuela del auto… mientras tanto en la parte de atrás voy pensando en todas las cosas que estaban ahí, ¿de quién eran? ¿cómo las compraron para venderlas? Eso debe ser mucho dinero, ¿papá de dónde tiene dinero para dos computadoras?, ¿en serio tenemos ese dinero? ¿cuánto cuesta una computadora? ¿por qué dos?

Papá le vendió a alguien más una de las computadoras, ya no recuerdo a quién.

Y la otra fue nuestra primera computadora, ahí tuve mi enciclopedia Encarta.

Me sentía la más top de mi salón por tener ese recurso en casa, por poder consultar los libros que explicaban todo lo que había que saber en ese momento y porque podía prender la computadora y con unos cuantos clicks abrir información, verla, leerla, escucharla.

Tengo una fascinación por estos lugares, tianguis, bazares, mercados de pulgas… como se les llame según la temporada y claro, el lugar. Porque no es lo mismo el bazar pet-friendly de algún lugar de la Puebla fancy que el de San Isidro, al cual por cierto tengo muchas ganas de ir, pero me detengo porque me dicen que es muy peligroso.

Aunque Xavi no diga lo mismo, “cuando quieras vamos Yoyis” y sí, un día de estos.

Quiero ir a chacharear, quiero ir al mercado Hidalgo y dar vueltas a los puestos viendo la herramienta, la ropa, las gafas.

“Pues ve”, diría el Xavi.

Quiero ir al tianguis y ver ropa, recordar sensaciones de estar ahí tendida en un catre, porque mis papás fueron tianguistas y las historias que tengo de ahí las dejo para otro momento.


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