Los Zapatos de Catalina
Entrevista | Dulce María Ramón entrevista a Gabriela Rochín Navarro sobre su proyecto titulado "Los zapatos de Catalina".
Entrevista | Dulce María Ramón entrevista a Gabriela Rochín Navarro sobre su proyecto titulado "Los zapatos de Catalina".
Por Dulce María Ramón (DulceMRamon)
Ciudad de México, México, a 24 de octubre de 2020 [09:26 GMT-5] (Neotraba)
Marie- Estados Unidos- 5 de enero 2020
“Había problemas en casa. Mi papá y yo nos tuvimos que ir a vivir a Estados Unidos con unos amigos de la familia. Jamás desconfié de ese señor —lo conocía desde pequeña— hasta que comencé a notarlo extraño. Yo tenía 19 años. Una vez, se molestó porque un chico me invitó a salir. Otra vez, rozó en mí sus partes íntimas al abrazarme. En otra ocasión, descubrí que en su teléfono tenía fotografías mías duchándome o cambiándome de ropa. Al ver las fotos, sentí asco, confusión, shock; las borré todas…”
Al lado de la confesión valiente de Marie, aparecen unas zapatillas de ballet, de color rosa pálido, seguramente con un significado especial; posiblemente las ilusiones de una adolescente, como las que tiene tu hija, tu sobrina o cualquier adolescente.
Marie resolvió levantar la voz, gritarle al mundo que está de pie, dejó salir lo que le oprimía desde que vivió este episodio y las consecuencias posteriores en su vida. Posiblemente cada mañana sentía que se ahogaba, porque los momentos que están llenos de inmenso dolor, nos llegan a paralizar y por lo general, tardamos en digerir, porque no podemos creer que nos hayan hecho tanto daño. Al paso del tiempo nos terminan poniendo el alma gris, vamos quedando sin voz… morimos.
Este testimonio es parte del proyecto que lleva el nombre: Los zapatos de Catalina, el cual se encuentra en las redes sociales de Instagram y Facebook.
Nació de la voz de Gabriela Rochín Navarro, escritora sonorense que deseaba visibilizar la violencia que viven las mujeres. Al principio, de una manera moderada fue obteniendo testimonios de los círculos cercanos a ella. Pero pronto, muchas mujeres encontraron un espacio seguro, donde podían confesar, en ocasiones por primera vez, cómo es que fueron violentadas.
Gabriela Rochín Navarro creció en una familia donde la presencia de las mujeres era importante, pero de igual manera, siempre se pensó que el rol del hombre era en el espacio público y el de la mujer en su casa, con los hijos, en la cocina. Sin embargo, sus dos hermanas y ella también, recibieron de manera paralela otro mensaje: váyanse, estudien, ustedes pueden hacer lo que quieran; un discurso completamente contradictorio.
Sus estudios de licenciatura en Marketing los inició en Hermosillo y decidió concluirlos en Guadalajara, donde vivió 7 años, colaborando como redactora en una de las agencias de publicidad más importantes en esta ciudad. En el año de 2011, decidió mudarse a la Ciudad de México, donde obtuvo una beca para la Maestría en Comunicación y Estudios de la Cultura. Su trabajo en medios, ha abarcado la generación de contenidos online y offline, al igual que la dirección de comunicación de distintas organizaciones, así como la impartición de diversos talleres de redacción para la Junta de Asistencia Privada del Gobierno de la CDMX. De igual forma coordinó el departamento editorial de la revista Algarabía. En mayo del 2020, obtuvo un estímulo por el proyecto, Los zapatos de Catalina, del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (FONCA), en la disciplina de Letras, bajo la categoría de Crónica.
“Cuando ya no pude seguir el camino en el ámbito editorial, dije, voy a ponerme escribir las cosas que me mueven, que, en este caso, es mucho el tema de la violencia, el no poder ser indiferentes ante una realidad, tan cruda, tan cercana y que, además, tenemos tan normalizadac
Dulce María Ramón. ¿En qué momento o qué te movió para comenzar este proyecto Los zapatos de Catalina?
Gabriela Rochín Navarro. Es un proyecto que fue cocinándose por algún tiempo. Pero específicamente el año pasado, comenzaron a surgir las coincidencias para que todo emergiera. A principios del 2019, me encontraba escribiendo para una revista. Y comenzaba a sentir la necesidad de escribir un proyecto propio e independiente, en el que nada fuera ficción. Estuve buscando mucho el tema. Pero más que buscarlo en la teoría, era encontrarlo en lo que, a mí, me mueve y me conmueve. Durante la segunda mitad de ese año, en el mes de agosto, me encontraba tomando un taller de ensayo autobiográfico con 12 participantes. Ese taller fue para mí un catalizador, en cuanto a validar la propia escritura, porque el solo hecho de tomar la palabra, es un acto de valentía, de resistencia que va contra la educación que hemos recibido la mayoría de nosotras, que principalmente se basa en callar y aceptar. El taller era los sábados por las mañanas y todas teníamos una experiencia que contar sobre violencia de género. Todo esto me conectó con todas las otras mesas en las que he platicado, ya sea con mis hermanas, amigas, compañeras de trabajo. Incluso hasta con mujeres desconocidas de las que me iba enterando que han vivido, o están viviendo una historia de violencia.
DMR. ¿Por qué escogiste a los zapatos como símbolo de este proyecto?
GRN. Para mí, los zapatos me hablan de empatía y de diversidad. Me gusta mucho ver, cómo llegan fotografías de tenis, de botas, de huaraches… incluso hasta uno de zapatos de ballet. También, es un símbolo de estar de pie y de denuncia. Hemos visto que, en México, como en varios países al denunciar la desaparición de mujeres, se exponen los zapatos como la representación de lo que significa su ausencia. Por ejemplo, el último testimonio que recibí junto con la imagen de los zapatos, dice, “yo traía estos zapatos cuando sufrí abuso sexual” y tal declaración, acaba siendo como una reavivación pues, algo se recupera, algo se suelta, se acomoda y sana.
ADRIANA- México -18 de octubre 2020
“Soy ginecóloga, he visto tantas cosas. Durante mi formación como residente, recuerdo mucho lenguaje violento hacia las pacientes. Mujeres con vida sexual activa, imagínate. Faltas de respeto, comentarios insultantes y fuera de lugar. Pero hay una niña que nunca voy a poder olvidar, de unos 8 o 9 años que pesaba tal vez 80 o 90 kilos. La vi en la consulta de ginecología con un maestro que era un viejito serio, “buena onda” y muy poco valiente. Esa niña se comía su ansiedad. Sí tenía ciertos desajustes hormonales, pero el estudio reflejaba que había tricomonas. La tricomona es un bicho que se transmite exclusivamente por vía sexual. Dicho de otra forma, esa niña estaba siendo abusada. A lo mejor la mamá ni sabía. Vi el examen y le pregunté a mi profesor: “bueno, doctor, ¿cómo le vamos a decir a la mamá? Hay que informar, investigar qué está pasando.” Y él me dijo: “no, ni te metas en eso, ni digas nada; es más, quédate aquí”. Fue con la mamá, nomás le dio el examen y le dijo: “señora, su hija está bien, váyase y que dios la ayude…”
DMR. ¿Y el nombre de Catalina?
Catalina era un seudónimo que yo llevaba usando desde hace cinco años, y me hizo mucho sentido hablar desde los zapatos de Catalina. Que da igual si se llama: María, Sofía, Juana, Lucía o el nombre que queramos ponerle. Comencé contando un recuerdo —con la voz de Catalina—, el cual ocurrió en mi familia, en la mesa de mi casa. Lo compartí con algunas mujeres cercanas a mí vida, y muchas de ellas me respondieron contándome sus propias experiencias. Así, que decidí pedirles permiso para transcribir lo que me estaban contando y publicarlo. Prácticamente todas me dijeron que sí.
DMR. ¿Existe un eje para quien decida compartir su testimonio?
GRN. Decidí hacerles dos preguntas, y a partir de ellas, pudieran compartirnos su testimonio, las cuales son: ¿Qué hubieras necesitado? ¿Y qué te agradeces ahora?. Antes de publicar lo que me han compartido, le muestro el texto final a quien me lo mandó, para que me dé su visto bueno. Una vez que están de acuerdo cómo se leerá su historia, les pido elijan un nombre, mandan la foto de los zapatos que ellas desean y se sube de inmediato.
DMR. ¿Desde dónde has recibido testimonios?
GRN. La mayoría son de México, pero también, han llegado de Argentina, Colombia, Ecuador, Estados Unidos. En este momento estoy trabajando en un texto de España.
DMR. Platícanos ¿cómo viviste los primeros días en que fue lanzado el proyecto en Instagram?
GRN. Al principio fue bastante estremecedor, porque el proyecto se publicó el 25 de noviembre (2019) que es el día en que se conmemora el Día Mundial de la Erradicación de la Violencia Contra la Mujer; y existe algo que se llama los 16 días de activismo, terminando el 10 de diciembre. Cada uno de esos días se celebra un derecho humano. Durante ese tiempo, publiqué una historia diaria. El testimonio número 13 fue de una chica que se quiso llamar Valentina, y narra cómo fue víctima de un intento de feminicidio. A partir de ello, comenzaron a llegar historias de mujeres que narraban escenarios similares.
Clara –Ecuador- 15 de diciembre 2019
“Fue mi novio entre los 18 y 19 años. Comenzó con ofensas verbales, después me echaba del coche en cualquier parte de la ciudad si algo no le parecía. Una vez me dejó en una calle peligrosa donde suelen parar prostitutas y ellas me ayudaron a llamar para pedir ayuda. Tenía vergüenza de hablarlo y si le contaba a alguien no me creían; me decían que yo era demasiado sensible o que estaba exagerando. ¿Por qué se sorprendían? Él me pedía perdón diciendo que estaba estresado. Íbamos de mal en peor así que terminé la relación. Comenzamos en universidades y carreras distintas, pero eso no lo detuvo. Una tarde iba al cine con mis amigos y se apareció ahí gritándome puta, que a dónde iba, que con cuál me acostaba. Me humilló y ridiculizó frente a todos. Me acosaba. Me corté y decoloré el pelo para que no me reconociera y se fuera; quería morirme. A la semana de lo del cine, otra vez me buscó, me pidió perdón y me dijo que quería despedirse porque se iba del país. Era un atleta reconocido. Le creí. Apenas me subí a su coche cuando me golpeó la cabeza y perdí el conocimiento. Cuando desperté, estábamos afuera de una tienda de cervezas, él muy borracho. Corrí para escaparme, pero me alcanzó, me forzó a entrar al coche y me llevó a su casa. Ahí me encerró, me cacheteó, me violentó, me manoseó. Quería abusar de mí. Quería volver conmigo. Yo lo golpeaba, lo mordía; él se reía. Me rompió una botella en la cabeza. Escapé por la ventana, salté la reja y tomé un taxi. Tuve que contarles a mis padres —y no todo— cuando aterrados me vieron llegar así, completamente vacía y rota. Perdí un año de universidad, tuve anorexia, no quería trabajar. Me fui del país, hice mucha terapia, dije nunca más. Aprendí a poner límites, a cuidarme…”
DMR. ¿Cuál es el objetivo central del proyecto?
Primero nombrar las violencias que nos atraviesan. De igual manera, escucharnos, creernos, acompañarnos y sobre todo hacer redes que nos fortalezcan. Te sorprendería ver que las historias son contadas por abogadas, terapeutas, médicas, ingenieras, actrices, periodistas.
DMR. ¿Las mujeres que dan su testimonio, piden anonimato?
Casi todas las mujeres elijen su nombre real, pero otras se ponen el nombre que sea. A todas, les pregunto cómo se quieren llamar. Cuando elijen su nombre yo lo tomo como una afirmación de ya no tener miedo. Otras me dicen, yo me quiero llamar de esta manera, porque este nombre tiene otro símbolo. Al final el mensaje es que somos todas las mujeres que levantamos la voz. Te puedo decir, que, en cada testimonio, con algo me identifico, en mayor o menor medida pues conoces esa sensación en el estómago, cruda y triste.
DMR. ¿Hasta dónde quieres que llegue el proyecto, que de pronto se convirtió en un espacio de todas las mujeres?
Ahora le he querido dar prioridad a los textos. La meta que tengo a corto plazo, es ampliar el entorno de las historias que estoy contando. Por ejemplo, sé que la gente que sigue a Los zapatos de Catalina, es más o menos de mi edad, o de la generación anterior, pero hay un montón de señoras, que no tienen Instagram, y sabes, a mí me encantaría contar esas historias. Esto para romper los círculos inmediatos y más cercanos. Y segundo, me imagino, muchos formatos como es la parte sonora o el teatro; para contar las historias de todas las formas posibles. Lo que me interesaría es que pudiera llegar de diferentes formas, ya sea través de los oídos o de los ojos y tocar los corazones de mujeres y hombres. Creativamente da para muchos formatos. Los zapatos de Catalina, es un mosaico de diversas personalidades, pues hay historias de mujeres que tienen 16 años, hasta mujeres por encima de los 60 años.
DMR. Los Zapatos de Catalina les da la voz inmediata a todas las mujeres ¿cierto?
Creo que se trata de revisar lo macro en lo micro.
Es muy fácil decir: cohabitamos en un país en donde son asesinadas 10 mujeres todos los días. Pero estar viendo y visibilizando, el cómo es que vivimos – y sobrevivimos- en medio de esta violencia, cada una de nosotras, bajo que dinámicas y en qué circunstancias. Es el objetivo principal del proyecto. Un poco por ello también, la pregunta ¿qué hubieras necesitado? Me han respondido: hubiera necesitado una puerta que cerrar, hubiera necesitado que me creyeran. La finalidad no es revolver la experiencia dolorosa, sino voltear a verla y re significarla y re aprenderla.
CATALINA- México- 25 de noviembre 2019
“Nací en el norte de México cuando mi madre tenía 23 años. Para cuando cumplí 17, ella cumplió 40. Recuerdo ese día de su cumpleaños. Mis padres, mis hermanas y yo, en casa, alrededor de un pastel con dos velas encendidas en forma de 4 y 0. Lo recuerdo a él, sentado en la cabecera, felicitándola. Diciéndole en broma que muchas felicidades pero que ahora la iba a tener que cambiar “por 2 de 20”. Y riendo con sus labios de chocolate que lograban frenar una carcajada mayor. La iba a tener que cambiar, como un billete por dos monedas. ¿Por qué? Ella estaba sentada justo frente a mí. No sé qué sintió, pero hizo una mueca: frunció la expresión, apretó la boca. Empequeñeció momentáneamente. La vi. Casi juraría que, por un instante, sonrió. Respiró, comió un poco más del pastel que ella misma había horneado y la vida siguió. Mis hermanas tenían 14 y 11 años. Sé que lo recuerdan porque la broma se repitió —en privado y en público— cada dos años hasta que ella cumplió 50. “Por 2 de 25”. Supongo que así aprendemos los seres humanos: a punta de repetición y silencio vamos absorbiendo las creencias que nos rodean. Así aprendemos las mujeres, por ejemplo, que somos valiosas por nuestra apariencia, que nuestros cuerpos no nos pertenecen, que somos reemplazables y que alcanzar “cierta edad” es perder el deseo, el interés y la validación de los hombres. ¿Quiénes somos sin eso? Aprendemos a aguantar, a complacer, a dejar pasar. A olvidar. A no ser. Ya no culpo a mis padres. Me cansé de esa rabia. Hoy agradezco poder verlo. Entonces no sabíamos que podía ser distinto…”
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