¿Te gustó? ¡Comparte!

Nuevo León, 14 de mayo de 2024 (Neotraba)

El tercer capítulo de la novela Me llamo Rojo (1998), del premio Nobel turco Orhan Pamuk es otro monólogo de un perro igual de sabio que los canes cervantinos. Solo que el perro turco, oriundo de Estambul, es un ejemplo de aguda crítica tanto a las costumbres occidentales del trato a los animales como a las creencias religiosas de la ley islámica con respecto a los canes. El perro, cuyo nombre no se menciona, inicia su soliloquio describiendo el placer que siente al morder a las personas:

Le mordí de tal manera en la pierna que sentí en la punta de los colmillos la dureza del fémur allá donde terminaba su grasienta carne. Nada resulta tan placentero para un perro como hundir los dientes en la carne de un repugnante enemigo con una furia y una pasión que te vienen de dentro. (Pamuk, 24).

No es para menos. El perro asegura al final de su perorata que colaboró con un criminal que cortaba el cuello a quienes robaba para luego asesinarlos y compartir la carne humana cocida con el cómplice cuadrúpedo que lo ayudaba a consumar sus delitos.

De noche salíamos a robar y nos repartíamos el trabajo. Cuando yo comenzaba a ladrar, él aprovechaba para cortarle la garganta a la víctima y así no se oían sus gritos. A cambio de mis servicios, troceaba a los criminales que ejecutaba, los hervía, me los daba y yo me los comía. No me gusta la carne cruda. Ojalá piense de igual manera el verdugo del predicador de Erzurum y así yo no me vea obligado a comerme cruda la carne de ese asqueroso y a estropearme el estómago. (Pamuk, 29).

Con esta presentación de Yo, el perro, queda claro que no todos los perros son buenos. Es decir: harán lo que sea con tal de ayudar a su dueño. Y si su dueño se dedica a hacer felonías es seguro que el perro lo apoyará, aunque eso signifique asesinar a alguien.

Existe una explicación religiosa para que el perro de Pamuk se exprese de manera tan insolente: en la religión islámica los perros son discriminados debido a que Mahoma mostró preferencia por los gatos. Sabemos que las creencias musulmanas respetan mucho el dogma. Por lo tanto, los creyentes de ese discurso religioso toman como modelo de conducta la vida y la obra del profeta de Alá. Mahoma demostró preferencia por los felinos, por ello los perros que habitan los países de mayoría musulmana sufren golpizas y humillaciones pues el Corán ampara el maltrato que sufren. A eso se refiere el perro cuando afirma que “no se nos permite entrar en las mezquitas porque supuestamente mancillamos el estado de pureza necesaria.” (Pamuk, 26). A los perros se les considera sucios, poco elegantes, agresivos, parias. Todos estos adjetivos concuerdan con la personalidad de Yo, el perro, que se adivina en sus palabras. En esta queja amarga el perro menciona que antes del dominio del Islam hubo un mes llamado Perro, pero fue omitido del calendario pues “los perros traen mala suerte”.

El perro de Pamuk es un animal grosero, semisalvaje, que en reiteradas ocasiones presume la libertad que los de su raza gozan en los países musulmanes pues les permiten vagar a sus anchas, en jaurías, sin una correa que impida su libre tránsito. Por eso le parece increíble que:

en el país de los infieles francos todos los perros tienen dueño. Al parecer los pasean por las calles arrastrándolos con cadenas al cuello como si fueran los más miserables esclavos. Dicen que además introducen a esos pobres perros en sus casas (…) No son cosas que los francos puedan comprender el que los perros paseemos en manadas y gavillas por las calles de nuestro Estambul, que cortemos el paso a placer sin conocer dueño ni amo, que nos acurruquemos en el rincón más caliente que nos apetezca, que durmamos como troncos a la sombra, que caguemos donde queramos y que mordamos a quien queramos. (Pamuk, 28)

Es interesante el contraste cultural con el que se desenvuelve el animal en diferentes sociedades humanas. Para Oriente es inconcebible que un perro duerma dentro de una casa, mientras que para Occidente que un perro duerma en la calle en señal de maltrato. La literatura de Pamuk se finca en las diferencias culturales entre Europa y Asia, Cristianismo-Islam, Occidente-Oriente. Los perros son un tópico que el escritor oriundo de Estambul no dejó pasar, pues esa ciudad es la única que se edifica simultáneamente en dos continentes, dividida por el río Bósforo, y precisamente por ser un enclave de tal envergadura la diversidad cultural y el contacto entre sociedades disímiles es más evidente ahí que en otras partes del orbe. En este contexto Yo, el perro se mofa de las costumbres occidentales a las que concibe como degeneradas. Sus juicios de valor se sustentan en una visión de mundo prejuiciosa que a su vez los occidentales aplican con las costumbres orientales. En este sentido, Pamuk provoca la reflexión introspectiva a ambos lados del Bósforo.

Esta perrita era tan delicada que hasta tenía un vestido de seda roja. Lo sé porque un amigo mío se la cepilló: la perra ni siquiera podía follar sin su vestidito. De hecho, en el país de los francos todos los perros llevan vestidos parecidos. Por ejemplo, cuentan que una mujer franca de lo más melindrosa vio un perro desnudo, o quizá le viera su cosa, no lo sé, y gritó “¡Ay, un perro desnudo!” y se cayó sin sentido. (Pamuk, 28)

Los perros turcos así ven a los perros franceses y a partir de ahí conciben juicios sobre la cultura de occidente. ¿Cómo concibe occidente a los perros turcos y, a partir de ellos, cómo juzga las costumbres orientales? Vaya reflexión generada por las palabras ficticias de un perro marginal.


¿Te gustó? ¡Comparte!