Una ventana inmensa: Fernando Trejo
El taller de poesía en prosa de Manuel Parra Aguilar presenta esta semana al ganador del Premio Nacional de Poesía Alonso Vidal 2018.
El taller de poesía en prosa de Manuel Parra Aguilar presenta esta semana al ganador del Premio Nacional de Poesía Alonso Vidal 2018.
Por Fernando Trejo
Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, 13 de octubre de 2022 [00:02 GMT-5] (Neotraba)
Cuando no la conozco abro la voz de su recuerdo. Dejo instalarse en mi cabeza cada parte suya como para olvidar que existe algún olvido. En esa claridad de sus pisadas le siguen mis palabras versificando sus labios. Paso a paso mis pies siguen el peso de su ausencia, la sostengo entre las manos y toda se me escapa, toda ella se me escurre, toda se me va y me la pierdo.
De bérsame (2014)
Tú lo forjas, solo tú, desde dónde forjas estas hojas, como el árbol que eres, como el camino de hojas del limón a la casa. En la oscuridad, en el puerto invisible de las horas, estás, quizá en el tendón de mi cuerpo, sosteniéndome, doliéndome en el diente. Esta costilla, estos ojos, la mano como una extremidad más alargada, en la nobleza de la luz bajo la noche, este cansancio de invierno, esta pesadez, tú la forjas. Solo tú forjas este esqueleto en mí, como una columna asida a los hilos de Dios.
A mi madre Socorro Trejo Sirvent
Sábado. 10 de la mañana. Mamá traía en su voz los ojos dilatados. Como un hachazo al árbol de mi infancia, su mano entre dientes. Mordida la razón desde sus pechos maduros, caída en su dureza, marcó mi corazón y lo abrazó. Carlos. Dijo. Y la ciudad se tambaleó con los estruendos de un mar dentro de una lágrima. Carlos. Repitió. Ya sentada en el albor de su adolescencia mientras me calzaba. La casa no era ya la casa. El viento deshizo las paredes como arenas movedizas. En medio de la nada, mamá en su madurez, limpió la tela de mis ojos con un beso y derramó una sencilla, pura: lágrima detrás de su vejez. Carlos. Insistió. Y comenzó a llover.
Ahora entiendo por qué lloran los humanos,
pero eso es algo que nunca podré hacer.
Terminator (James Cameron, Terminator II: el juicio final)
A mi prima Jessica Villaseñor
A Rodrigo Argüello
Podíamos escuchar las manos de la vecina de enfrente en el fregadero: tallaba alguna mancha, algún llanto a lo lejos. El vaso de agua que atravesaba la manzana. La lengua zambulléndose en el agua, el oleaje del vaso. Era tan silenciosa aquella casa donde los pergaminos, que colgaban de alguna puerta anciana, hacían un susurro en la palma de la puerta y lo escuchábamos. La sal sobre la tortilla. El viento con su paso descalzo. El cosquilleo de una sombra en la pared de los pasillos. El televisor encendido, la videocasetera. Anduvimos en la motocicleta de John Connor. Fuertes, con los brazos de aleación mimética aprendimos técnicas militares. Regresábamos de la escuela a las dos de la tarde. A las tres nuestra fortuna se veía destellada. No había casa. No teníamos casa. Era un parque en llamas. Mamá tenía un nombre y una escopeta y la fuerza para mantenernos ahí, pequeños, en el centro del patio. ¡Dónde está el doctor Dyson! Las balas ardían pero no podíamos llorar. No, no podíamos llorar. Y la casa en su silencio. Muy lejos, sí, muy lejos de nosotros: hasta la vista. La sangre es de mercurio y habla, se esparce por las vicisitudes del lenguaje. Ahora sé porqué lloran los humanos, pero nosotros, no, nosotros no podíamos llorar.
De Solana (2014)
Asir cupo entre la transparencia del lenguaje. En mí brotó la resurrección. Si tocaba flores marchitas: germinaban. Si pintaba soles muertos: ardían. Si masticaba el cuello de un hada: ya crecía dentro de mi boca el ajo que parecía su cabeza. Juez de los difuntos. Ante la invisibilidad de las hordas asesinas te soy un siervo. Asentado frente al campo, Osiris, díctame los nombres. Voy del mango de la noche a romper la química sanguínea entre el berreo de los relámpagos. Pintar en la campiña inglesa, en los claros del bosque será mi salvación.
Disculpe usted, Señor Dadd. No habría conseguido lo que soy de no ser por su blandura de cepa. Estos últimos días he estado pintando largos trazos de aliento para ver más allá del aire. Camino en las mañanas, me detengo frente a árboles a contemplar su belleza hosca, me desnudo frente a damas que se abaten en la abertura de la música. Los árboles dan música, se abren como pájaros al mar de donde llueve. La risa de Dios mueve las cortinas de Broadmoor y se cuela su voz por la ventana. Logro ver el aire.
De Ciervos (2015)
En Base Atenas, por las noches papá untaba los tejidos de su voz a una radio de banda civil. Era la muerte con su abrazo de monte, estoy seguro. Yo era un niño al que le crecían los dientes y los espíritus desde la punta de los pies. Fantasmas al borde del abismo. Toco la noche, la palpo en su más vasta oscuridad. Y como si así se me escapara el miedo, en algún esbozo de la eternidad: papá canta en el fondo de las lágrimas, asomándose a nosotros como un árbol de almendro y de cristal.
De Base Atenas (2016)
Fernando Trejo (Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, 1985). Comunicólogo.Ha sido becario del PECDA, del IMCINE y del FONCA. Ha obtenido, entre otros, el Premio Centroamericano de Poesía Rodulfo Figueroa 2015, el Premio Nacional de Poesía Ydalio Huerta Escalante 2017, el Premio Nacional de Poesía Alonso Vidal 2018, y los Primeros Juegos Florales de Comitán 2020. Actualmente es becario del PECDA Chiapas, en la categoría de Creadores con trayectoria. Libros: Travelling, Solana, Base Atenas y La abuela está en la casa porque he visto su voz.