Una ventana inmensa: Elizabeth Damián
"Una ventana inmensa" es el taller de poesía en prosa dirigido por Manuel Parra Aguilar. Tomamos este espacio experimental para difundir su labor. Turno de Elizabeth Damián.
"Una ventana inmensa" es el taller de poesía en prosa dirigido por Manuel Parra Aguilar. Tomamos este espacio experimental para difundir su labor. Turno de Elizabeth Damián.
Por Elizabeth Damián
San Pedro Cholula, Puebla, 08 de abril de 2021 [01:05 GMT-5] (Neotraba)
La líquida oscuridad se despliega frente a mí. Titilan los diamantes en el cielo. Bajo mi mirada las velas se mueven, cual gaviotas al ancho mar. La noche cobija la pequeña embarcación color añil, que baila suave y rítmica sobre el enorme espejo. No sé cuánto llevo observando el movimiento perpetuo de las velas y la barca, pero imagino días soleados, cuando juntos remábamos hasta la isla, dejando atrás las caminatas de la playa, dejando atrás las gloriosas tardes con las palmeras mareadas de sol. ¿Dónde quedó ese amor completamente perfecto, envidia de todos, ilusión de tantos? ¿Por qué se esfumó? ¿Culpa de quién fue? Solo sé que estoy frente a un cuadro en lo que todo lo que veo, lo soñé.
Me gusta el sonido desparpajado de los grillos. Los grillos me recuerdan la casa de mis abuelos, con su patio empedrado y su enorme tanque con peces de colores. Las macetas enfiladas daban la bienvenida a la enorme casa llena de flores: hortensias, geranios, claveles, margaritones, nomeolvides, violetas, aretes y muchas más. De esas macetas brotaban los cantos de los grillos. Yo me quedaba sigilosa cerca de ellas, con la esperanza de mirar algún grillito despistado. Los grillos viven aquí desde hace siglos, pero su vida no dura ni trescientos sesenta y cinco días. Los grillos cantan y cantan para atraer a su pareja. El grillo macho es un caballero, pues con su vida defiende a la hembra de cualquier peligro. Los grillos son de un solo amor, de un amor de verano, pues es esta la temporada en la que sus cantos inundan el universo, y es escuchado por el pasto, por las flores y por los árboles. En algunos lugares de Asia valoran tanto a los grillos que los tienen de mascotas. La realeza China los tiene en jaulas doradas, pues son símbolos de buena suerte. Pero para mí la mejor suerte que he tenido es escucharlos. Y yo me conformaría si tan solo un grillo cantara en mi ventana. Hay grillos verdes, grises y hasta de color marrón. Cuando los vi por primera vez, me decepcionaron un poco. Yo los imaginaba grandes, bellos. Un sonido tan relajante debía tener un origen hermoso, pensaba yo. Para algunos, si un grillo canta, la riqueza y el dinero están por llegar. Sin embargo, la mejor riqueza es tener oídos para disfrutar ese canto en medio de la noche. Me gustaría que los grillos anunciarán la llegada de la temporada de la felicidad.
Me mira muy quieto. No es de madera, ni de plástico. No está pintado de colores. Este trompo dorado me hace babear todo el tiempo. Este trompo escurre aromas y sabor. Una torre de carne en forma de trompo, aderezada con orégano, vinagre, sal de ajo y no cuantos secretos más. Unos aros de luz iluminan la carne, cebollas les llaman. El carbón dentro de un cajón vertical. Centellas de luz que cuece la carne y escurre sabor. En la mesita de madera oscura. Lucen las botellas trasparentes llenas de salsa de chipotle. La imagino cuando se derrame en mi taco. La tengo frente a mí y empiezo a salivar mentalmente. Necesito hacer mi pedido: un oriental y dos árabes, por favor.
Mi largo cabello golpeaba mi rostro, me refrescaba, me acariciaba, me hacía sentir tan libre como el viento. Yo quería parecerme a las mariposas o a todas las aves que veía pasar por sobre mi cabeza. Ellas eran como yo, y yo quería ser como ellas. Mis piernas eran fuertes, tal vez estilizadas; eran piernas jóvenes que siempre había que esconder a pesar de la época de las minifaldas y la sicodelia. (Eran las costumbres en mi pueblo.) Mis piernas eran ligeras y férreas, yo me las arreglaba para mostrarlas. Y a mis pies les gustaba sentir el suelo mojado, el lodo, el agua de los charcos que se formaban después de los aguaceros, la textura de las calles empedradas, el pasto y la tierra suelta del campo; la arena que se acumulaba en ciertas calles de mi pueblo, esa arena gruesa, gris oscura con destellos brillantes bajo el sol. Pisar la arena tibia por el sol de mediodía era una verdadera delicia, pero sobre todo a mis pies les encantaba sentir la adrenalina de aquel disparo o del silbato en la pista de carreras que improvisadamente se pintaba con cal en las competencias deportivas de las escuelas telesecundarias. En ese sitio yo podía volar de nerviosismo, volar de reto, y podía sentir el vacío en mi estómago cuando decían: A sus marcas, listos, ¡fuera! Mis pies, mis piernas, columnas de mi cuerpo, mis incansables piernas me han llevado a un sinfín de lugares, me han acompañado por este viaje tan especial, me han hecho coincidir con otros pasos, con otros caminares. Yo he dejado huella, haciendo camino al andar, como decía Machado. Con el tiempo que no se detiene, cada paso, cada caminata es un verdadero regalo. Pisa fuerte para que tu huella no se borre fácilmente.
Entre más días pasan, más te extraño. Cuento los días y la resignación aún no llega. Profundo es el vacío que dejaste, tan silencioso. El tiempo ha secado nuestros ojos, pero no tu recuerdo. Pesa el llanto, pero no el anhelo de tus caricias aterciopeladas. Yo extraño tus palabras, tus pláticas del pasado, tus gestos y risas, tus caprichos y tus enojos. Nos hemos quedado sin esa figura que llenaba de luz la casa. Nos hemos quedado en la espera de verte entrar por la puerta. Nos hemos dormido con la esperanza de verte en el sueño. Y en la espera, esta enorme soledad se agiganta todavía más.
Ella entró a mi casa. Ella no trae cubre boca. Ella llega cuando quiere y siempre es bienvenida. Le da el toque dorado a las cosas. Gracias a ella puede vislumbrarse la fina telaraña que se tejió por la noche. Con su presencia, ilumina el piso y las cosas comunes, la mesa de cedro, mi viejo florero. Aquel estante con mis libros preferidos. Mis ojos descubren los detalles gracias a su llegada. Y así, la diligente sombra aparece justo cuando ella llega. Trescientos mil kilómetros por segundo y la luz se hizo en tan solo en ocho minutos.
Por fin Alfonsina llego al hotel. Pidió una habitación. No quiso usar el elevador. Subió lentamente las escaleras. Quería saborear ese momento. Metió la llave con suavidad y abrió. Se desnudó lentamente. Dejó su ropa doblada sobre el sillón verde. La breve maleta y su bolso color caqui quedaron al pie de la cama. Ceremoniosamente se sentó al borde de esta. Sacó de su bolso la carta. La colocó presurosa en sus desnudas piernas. La melancolía atravesaba su cuerpo encorvado. Sus zapatillas vintage me recuerdan la moda y la alegría del golpeteo de los tacones. Encerrada en la carta sus ojos llueven y el tiempo se congela. Nadie puede escucharla. Nadie llegara a interrumpirla otra vez.
Elizabeth Damián Espinosa (San Pedro Cholula, Puebla) Ha participado en varias antologías. Gracias a la creación poética ha visitado algunos lugares del continente, como Santiago de Cuba durante el Festival del Fuego, en febrero de 2020; también Perú, Argentina y Uruguay, en donde participó en un tour poético con escritores latinoamericanos. Es autora de los libros Atrevimiento, Viviendo sin cuenta, Desde el corazón del sol para ti y Para el alma, publicado en el año 2020.