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Costa Rica, 2 de enero de 2025 (Neotraba)

Los cóccidos*

Toda oveja es un abrigo. Toda vaca es un vaso de leche. Todo perro es una alegría de colas que se columpian. Todo elefante es un presente de marfil para una sala. Fácil es definir a casi todos los seres de este zoológico llamado Tierra. Pero no es posible decir lo mismo del cóccido o la cochinilla.

Toda cochinilla es una goma de laca para barnices, es una tinta litográfica que avisa los avisos, es un aprestado de sombreros, un aeroplano, un disco fonográfico, un botón de muestra, una flor artificial.

Toda cochinilla es un linóleo, un tinte rojo para teñir los sueños comerciales de los colonos europeos en México y Centroamérica.

Todo cóccido es un dulce de taray que cae en el desierto. Es un panadero al servicio de Moisés para que no mueran de hambre las ganas de una tierra prometida.

Todo cóccido es un cosmético, un medicamento, un colorante para refrescos, una goma de mascar entre los indígenas de California, una cera para bujías en el Extremo Oriente.

Todo cóccido es un acertijo de acepciones infinitas.

Un dragón de patas largas

Si uno pudiera estar despierto cuando duerme, vería al ángel guardián combatiendo a muerte con la muerte. Entonces uno podría advertirle que no gaste el filo de la espada en vano. Que no es la muerte la que vuela zumbando por el cuarto, que es sólo un pequeño dragón de patas largas, que es sólo un taciturno bailarín con hambre. Pero el ángel de la guarda no lo sabe y se asusta y casi siempre pierde la batalla.

Las cucarachas

Mucho antes de que los inventores de la fauna diseñaran nuestros huesos, las cucarachas esperaban para ser mascotas nuestras. Y así fue. No habíamos puesto un pie sobre la tierra, cuando ya una cofradía de ellas vino a vivir entre nosotros. Quizá por su silencio bien guardado, los humanos no pusimos peros, aunque tampoco hubo abrazos ni muestras de cariño. Nos han seguido desde el desierto hasta los hielos: nunca paran de seguirnos. Ni los perros, que se precian tanto de ser nuestros amigos, han sido tan devotos. No hemos descifrado, sin embargo, el misterio de esta compañía. Nos asusta su secreto mundo detrás de los armarios e inventamos venenos, y a zapatazos, sin cargos de conciencia, queremos librarnos de ellas.

Pero las cucarachas no se van: ellas son los ángeles de la guarda, aunque no lo sepamos; son las madrinas que nos vieron nacer, y están aquí para llorar por nosotros el terrible día en que muramos para siempre.

La mantis

De la mantis en realidad se tienen pocos datos. Se sabe que es delgada y que pasa rezando noche y día. Se sabe que es profundamente devota de Santa Teresa de Jesús. Se sabe que quedó viuda durante la luna de miel y que posiblemente aún conserve su virginidad. Seguramente por eso tiene fama de santa, y seguramente por eso mismo es que si uno le pide algún milagro con fe se lo concede.

Pero la mantis también tiene algunos rostros ocultos que aparecen solamente cuando estallan los orgasmos. Dicen las malas lenguas que, en la noche de bodas, harta de tanto oprobio masculino, se cenó al esposo. Seguramente por eso cuando no está rezando, la mantis es el caballo con el que el Diablo nos visita.

Las cachipollas

Algunas especies son capaces de aguantar varios soles antes de que la urgencia de restregarse la piel las enloquezca, pero hay otras que no pueden esperar ni siguiera más allá de misma tarde en que nacieron. Parece como si vinieran con una orgía en cada célula: no piensan otra cosa más que amar con toda el alma. Si unas ganas así nos ocurrieran a nosotros, ni Dios con todos sus profetas y sus curas, serían capaces de parar el relajo. Pero como se trata de unos pequeños insectos llamados efímeras o cachipollas, los puritanos se hacen de la vista gorda y prefieren no mencionar el tema. Aunque no quieran admitirlo, el carnaval nudista de estas criaturas recién nacidas existe. Salen del agua como resurrecciones de la tarde, y sin haber probado bocado, y habiendo perdido la virginidad, minutos después mueren abrazadas a las pozas y a los lagos. Pasado algún tiempo, al caer otra tarde de verano, estas pozas y estos lagos estallan otra vez en un incendio de alas y de besos; y otra vez, sin haber probado una pizca de alimento, vuelven a morir con un orgasmo en la mirada.

Los escribanillos

Los escribanillos tienen alma de poetas y apuntan en el agua las metáforas que el viento dice cuando pasa. Son innatos bailarines y por eso parecen cisnes del Parnaso cuando llegan a los arroyos. Se sabe que pueden mezclar las líneas de la luz con los tonos surrealistas de un estanque. Quizá algún día, si desciframos este lenguaje de rayas misteriosas, en vez de lienzos, los pintores pinten poemas en albercas, mientras bailan levitando.

Los zánganos

Son gandules que se pasan el día entero rascando las horas y mirando sin prisa hacia ninguna parte. No en vano se llaman zánganos, es decir: flojos, desmañados y torpes.

Pero toda la vida de ahorrar esfuerzos no es más que un ardid para volverse un tigre de lujuria cuando danza la reina en busca de un amante. Los zánganos estallan entonces como un candil de pólvoras heridas. Corren bufando por los aires, mientras la reina se alista para besar el hambre del primero que la alcance.

El más rápido por fin la caza, por fin logra hacerla suya en el aire nupcial de la victoria. Pero el zángano, por zángano, no sabe hacerle el amor a una reina. Entonces la dama, furiosa, y urgida de tactos y placeres, de un zarpazo le arranca los genitales. Es el premio consolador que lleva consigo al lecho marital. Como un ángel caído el zángano muere. Nada tiene sentido ahora: ni los desmaños ni la pereza ni la desidia.

* Los poemas aquí presentados pertenecen al libro Insectidumbres.


Carlos Manuel Villalobos (Costa Rica, 1968). Es doctor en Literatura Centroamericana y máster en Literatura Latinoamericana. Entre otros reconocimientos es Premio de la edición 34 de cuentos Ciudad de Coria, 2024 (España); Premio Internacional “Diario Jaén” de Novela Corta (España); Premio Internacional de poesía “Vicente Rodríguez Nietzsche” (Puerto Rico); Premio internacional de poesía Dolors Alberola (España); Premio UNA-Palabra en el género cuento (Costa Rica). Libros de poesía: Un río sonámbulo; Cambio de Dios; Fosario; Altares de ceniza; El cantar de los oficios; Trances de la herida; Insectidumbres, entre otros.


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