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Por Brandon Vázquez

Xalapa, Veracruz, 06 de julio de 2021 [02:00 GMT-5] (Neotraba)

Lleva por título “El jardín de los senderos que se bifurcan” y apareció en el volumen de cuentos titulado Ficciones (1999). El autor dice de él en el prólogo de su libro que se trata de un relato policial: “sus lectores asistirán a la ejecución y a todos los preliminares de un crimen, cuyo propósito no ignoran pero que no comprenderán, me parece, hasta el último párrafo” (Borges, 1999, p. 11).

Habla sobre un espía chino. Se llama Yu Tsun y cumple una misión secreta para el ejército o el estado alemán[1]: debe referir a su autoridad el nombre de la ciudad donde se ubica la artillería británica. Un capitán inglés, acusado en su país de traición, de nombre Richard Madden, motivado por el afán de expiar sus faltas, los persigue a él y a otro compañero espía prusiano para arrestarlos o matarlos.[2]

Cuando Yu descubre que Richard liquidó a su colega, huye a una aldea cercana donde pretende encontrarse con un sinólogo llamado Stephen Albert. Una vez con él, la casual inquisición de Stephen a Tsun respecto a si el objeto de su visita era la contemplación del jardín de los senderos que se bifurcan revela que Yu es bisnieto de Ts’ui Pên, gobernador de Yunnan que renunció a su cargo para escribir una novela y para construir un laberinto “en el que se perdieran todos los hombres” (Borges, 1999, p. 136). No obstante, la empresa de Ts’ui produce como resultado una novela ilegible, caótica, y el laberinto nunca es hallado.

A su vez, se descubre que Albert es un asiduo estudioso de la obra del jerarca. Él reivindica para Tsun el trabajo de su antepasado y le explica la razón por la que el texto está compuesto de tal forma. El sinólogo explica que fue capaz de hacer su interpretación gracias a una carta que halló cosida en un documento. Cuando Albert, por petición de Yu, va a mostrarle la segunda carta; cuando el advenimiento de Madden es inexorable, el bisnieto saca un arma y asesina al estudioso. Finalmente es detenido por Richard y condenado a la horca.

Un aspecto poco conocido de la personalidad de Borges –o al menos de la personalidad del Borges escritor– es su exacerbada rebeldía. Aun octogenario, no dejó nunca de ser un creador joven, audaz e ingenioso. El argumento descrito representa para mí la ilustración más contundente. No respeta al canon y, al escribir, es como si lanzara una indirecta, como si dijera “quítense, perdularios, chequen cómo se sube el nivel”. No teme aprovecharse de la ingenuidad de sus lectores. Nos dice “ahí les va un relato policial” y uno, acostumbrado a las historias de detectives llenas de acción o, en su defecto, a la estructura clásica, la vieja confiable que instauró el mirífico Poe, queda perplejo frente al texto del argentino.

¿Dónde quedó el intelectual brillante que resuelve misterios con base en la pura lógica? ¿Dónde el compañero iluso que hace preguntas? ¿Dónde el culpable? ¿Dónde el crimen que se debe resolver? He ahí el carácter revolucionario de Jorgiño: todos esos elementos están ahí, o al menos en parte, pero cumplen otro papel, son los mismos pero distintos –ah, el tiempo como conjunto de hechos superpuestos, otra vez.

Esta narración es un tesoro en la medida en que posee tantas características, todas ellas especiales, que bien podría redactarse una tesis doctoral sobre el asunto. Se puede analizar desde un montón de enfoques: la concepción filosófica del autor sobre el tiempo como una anunciación de la mecánica cuántica; la poética implícita que propone respecto al género policial; como encriptación de una cátedra de escritura creativa: por ejemplo, cuando dice “El ejecutor de una empresa atroz debe imaginar que ya la ha cumplido, debe imponerse un porvenir que sea irrevocable como el pasado”, pareciera que sugiere “he aquí el principio sobre el cual se construye una obra de este tipo”; entre muchos otros. A causa de la naturaleza de este análisis, me veo obligado a limitarme y elegir solo una: ¡crítica dentro de la ficción, yo te elijo!

En la universidad, en este semestre, me tocó llevar la materia de Crítica literaria –clase criticable, cuestionable por lo demás. El tópico alrededor del cuál construimos el perfil del “lector crítico” fue el género policíaco. A partir de aquí entonces marco el coto de mi semiosfera.

La enseñanza que mayor impacto me causó fue el juicio emitido por Ricardo Piglia, el cual iguala al lector de obras literarias con un detective propio de un cuento de Conan Doyle: es decir, un lector suspicaz, minucioso, prolijo; como alguien que se para frente a un enigma y se propone resolverlo. Eso, el texto: un enigma.

La parte de la ficción que compete a mi análisis, por lo tanto, corresponde al momento en que Yu Tsun llega a la casa de Stephen Albert; en específico: cuando este le explica a aquel por qué la novela de su antepasado es a la vez novela y laberinto[3]. El sinólogo hace aquí de detective, mientras Tsun es el típico compañero que hace preguntas (Watson; el amigo de Auguste Dupin, entre otros). Con base en la lógica, a partir de una serie de pistas –la confusión de la novela, la leyenda de Ts’ui Pên, el fragmento de la carta, la reflexión sobre un libro infinito– y la aplicación de la razón, el misterio se resuelve.

A mí me llama la atención el procedimiento de puesta en abismo: yo soy lector de un texto que presenta un enigma en donde a su vez un lector se enfrenta también a un acertijo. En este caso, como leedor, me corresponde averiguar por qué motivo el espía mata a Stephen, aun cuando la narración apunta explícitamente la solución de esa incógnita: es decir, ¡el leyente es otro personaje del relato!

Pero no acaba ahí la magia, el sentido. En otro plano, como si de fractales se tratara, el detective se queda dentro de lo que Umberto Eco llama “lector modelo” y aparece el “lector empírico”, el de carne y hueso. Este no será propiamente un detective sino más bien un investigador, sus problemas atañen a otro tipo de misterios. El asunto es que lo que se les exige a ambos no es distinto: deben resolver sus correspondientes acertijos.

Es significativa para mí toda esta cuestión porque, cuando pienso en ella, la semiosis ilimitada aparece ante mí como un satori. Por ejemplo, respecto al tiempo: ¿no funciona el lenguaje de la misma forma? Me recuerda a la “selección” de la que habla Eco: tú tienes un enunciado como “el jardín de los senderos que se bifurcan” y lo que dice el semiólogo es que en él están contenidos todos los significados posibles conocidos y por conocer. De modo que, para completar el significado y comprender la oración, debes seleccionar uno, y sólo uno, de esos conceptos. El hecho de que en la historia Albert y Tsun sean amigos, y no enemigos, como dice Stephen, no es otra cosa que la selección de un evento en específico respecto a un conjunto infinito de alternativas.

Y así también en la vida: como cuando uno se pregunta qué hubiera pasado si en vez de actuar de una manera, se hubiese hecho de otra. Pero en el instante anterior a la decisión, todos los sucesos son probables. La vieja parábola del gato que está vivo y muerto al mismo tiempo.

De esta forma, el semiólogo puede considerarse una especie de investigador, de detective, cuyo enigma por antonomasia es el sentido. Quizá el término semiólogo sea un tanto limitante. Lo único que puedo hacer es abrir su significado a otras esferas, semiosferas. Todo semiólogo es un lector y todos los seres humanos son lectores.

Hay que socializar también el concepto de “lectura”: no hay que olvidar que leer significa descifrar signos. Ellos pueden estar en una página como grafías, o pueden ser orales o visuales o auditivos o táctiles o químicos: su naturaleza es diversa. El detective, por lo tanto, también es un descifrador de signos, cuyas características principales son la curiosidad y la imaginación. Rasgos importantes, según Piglia, en todo crítico literario.


[1] O qué se yo. En el cuento hablan de un Jefe o de la Alemania como metonimia de su gobierno o su ejército.

[2] Si una palabra contuviera de manera virtual todo el relato del argentino, esta podría ser “ambigüedad”. Para Borges, el tiempo es un laberinto. Su transcurso implica el acaecimiento de un hecho, el cual existe dentro de un conjunto infinito de hechos posibles cuya característica es la superposición: todos esos aconteceres ocurren a la vez. Como el gato de Schrödinger, Yun Tsu está vivo y muerto al mismo tiempo.

[3] ¡He ahí de nuevo la superposición de posibilidades!

REFERENCIA: Borges, J. L. (1999). Ficciones. Emecé.


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