Toño regresó a 1975 mientras servía un perrito caliente
Crónica | Luis Dinorín presenta la historia de Antonio Camacho, uno de los primeros vendedores de hot dogs en el Centro Histórico de la ciudad.
Crónica | Luis Dinorín presenta la historia de Antonio Camacho, uno de los primeros vendedores de hot dogs en el Centro Histórico de la ciudad.
Por Luis Dinorín
Puebla, México, 24 de julio de 2020 [00:30 GMT-5] (Neotraba)
El último año en que la ciudad de Puebla registró una importante producción de textiles a base de algodón fue 1965. En su lugar, la industria de alimentos y bebidas comenzó a despuntar. Es con esa transición que el señor Antonio Camacho decide dejar de sembrar maíz y vender pulque en diversas rancherías de la sierra Nororiental para dedicar 45 años de su vida a la venta de hot dogs, o como él prefiere llamarlos: perros calientes. Ésto en el primer cuadro del Centro Histórico de la ciudad.
En aquellos tiempos el salario mínimo era de 32 viejos pesos, por lo que preparar un hot dog entre 1965 y 1970 costaba veinticinco centavos, cincuenta, y se vendían a un peso.
Antonio Camacho nos cuenta:
“Me acuerdo que empecé vendiéndolos de a pesito. Era de los primeros vendedores en el Zócalo. Después me pasé afuera de la antigua estación del ADO, Estrella Roja y después aquí”.
Don Toño (vestido de una camisa clara y pantalón azul) mismo que se encuentra en la esquina del Parián, en la 6 norte y 2 oriente, me dice:
“Estoy cumpliendo 45 años de vender hot dogs. La pozolería Matamoros del barrio, la que está a la vuelta, empezó al mismo tiempo que yo. Empezamos juntos. Uy todavía me acuerdo que si uno llegaba en tren desde Zaragoza, Puebla o Teziutlán, se bajaba en el Museo de los Trenes, sí, hoy es museo, ¿no? ahí era la estación. Se pagaban unos 5.50 o 6 pesos por viaje. El tren se hacía hora y media. Era un poco más rápido que el camión.Era un tren pequeño, le decíamos la burrita”.
Al rememorar el tren que viajaba de Puebla a México y viceversa el vendedor de perritos calientes agrega: “Me gustaba ir a México. A cada rato iba yo. Era un tren más grande y más rápido, ese sí, iba hecho la mocha, le metían la pata”, me cuenta.
Asegura también que ese tren salía a las 7 de la mañana y llegaba a la Ciudad de México aproximadamente a las 12 del día. Pero se entristece al recordar: “Eso no duró mucho, aproximadamente 10 años”.
De acuerdo con el Museo Nacional de Ferrocarriles Nacionales, esas estaciones recibían a los trenes denominados El Mexicano, y el Mexicano del Sur y Puebla. El ahora museo finalizó sus actividades de carga y descarga de pasajeros y mercancías en 1974. El INAH rescató el sitio poco más de una década después.
Don Toño relata:
“Después vinieron las carreteras. No recuerdo exactamente cómo empecé a usar el autobús. El tren me gustaba mucho, era bonito”, dice Don Toño. Mientras me cuenta ésto, le pago cuarenta y dos pesos por dos perritos calientes, los cuales comí mientras él recordaba aquel lejano año de 1965.
Hoy Don Antonio Camacho es popular entre sus clientes porque sus perritos calientes tienen un toque personal. Adriana Camacho Sánchez, hija de Don Toño nos dice:
“El toque está en que todo es casero, pero en especial su picante y la salsa catsup. Nuestros mejores clientes son extranjeros. Vienen ingleses, franceses, alemanes y le han querido comprar la receta. Mi papá no se la ha soltado a nadie, ni a sus propios hijos”, dice su hija menor. Adriana Camacho acompaña a Don Toño cuando su mamá, la señora Rosa Sánchez, se queda a descansar en casa. La pareja lleva más de 40 años juntos.
“Somos cuatro hermanos. Toño es el mayor, José, Rosa y yo” cuenta Adriana.
“Al puesto de mi padre llegan todo tipo de personas. Algunos son catedráticos de la BUAP o personas que trabajan en la fiscalía, otros son clientes de los bares cercanos, por ejemplo, el de aquí enfrente llamado El Comisario, también llegan personas que laboran en el transporte público, en Gobierno del Estado e incluso amigos de mi padre”, nos cuenta la hija menor de Don Toño.
“Incluso, hay una familia que cada jueves de Corpus vienen desde Monterrey a cenar con nosotros. Hay otros clientes que le piden a mi papá litros de catsup o de picante”, nos relata Adriana Camacho.
Los amigos cercanos a Don Antonio Camacho, algunas veces le llaman por un apodo con mucho cariño. ¡Nos vemos Cañitas! Se escucha que le gritan. Y él, en señal de adiós, levanta su mano derecha. A veces, el saludo es reforzado por Adriana o su mamá, doña Rosa.
“Mi mamá siempre nos dice que mi papá es muy trabajador. Y él mismo te va a decir que “hay Cañitas para rato”, expresa Adriana.
El apodo entre sus conocidos viene desde el tiempo en que Don Antonio Camacho combinaba dos trabajos. En sus primeros años, durante las mañanas. trabajó en los jugos de caña Cley, sobre la Palafox y Mendoza. Noche a noche, se convirtió en el primer vendedor de perritos calientes como hemos dicho que prefiere llamarlos.
Don Antonio Camacho cuenta que el modelo de su carrito es de los años sesenta. Recuerda haberlo adquirido entre 1965 y 1968. Es más pequeño que los modernos pero tiene una barra metálica que puede alimentar a dos o tres clientes, aunque Don Toño la ocupa para ofrecer refrescos. El carrito está pintado a mano con los colores blanco, rojo, azul y amarillo.
Antes, Don Toño colocaba un letrero sobre el cual, en letras mayúsculas y rojas, advertía a los comensales:
“Al llegar a este carrito 3 cosas: Hablar poco, comer mucho y no quedar a deber”.
Al paso de los años a Don Antonio se le ocurrió un mejor refrán y hoy el mensaje del carrito hace una atenta invitación a sus nuevos y viejos clientes:
“Si quieres ser fuerte y sano, compre sus ricas salchichas temprano”.