The Crow o cómo el arte imita a la muerte
Caravana | The Crow ha sido una suerte de coincidencia entre el arte y la vida real. Tanto la novela gráfica como el filme tienen una raíz profundamente ontológica.
Caravana | The Crow ha sido una suerte de coincidencia entre el arte y la vida real. Tanto la novela gráfica como el filme tienen una raíz profundamente ontológica.
Por Blanca Sosa
Puebla, México, 22 de octubre de 2020 [01:21 GMT-5] (Neotraba)
Pocas historias están rodeadas de un contexto tan inquietante como lo relatado dentro de sus páginas. Una de ella es la novela gráfica de The Crow, creada por James O’Barr, que esperó siete años en su librero para finalmente ver la luz en 1989.
Detrás de esta inquietante novela gráfica, donde se nos presenta a un héroe que regresa de la tumba para cobrar venganza contra un grupo de pandilleros, existe una historia personal del mismísimo O’Barr. El autor tuvo una pérdida similar a la del protagonista, cuando, al llamar a su novia para reunirse, ésta de camino para verlo fue atropellada por un conductor en estado de ebriedad, muriendo al instante.
Aunque se había tratado de un accidente impredecible, O’Barr construyó una narrativa en su propia cabeza donde lo sucedido era su responsabilidad absoluta. Las fantasías, los sueños, ese futuro imaginado tantas veces saboreado porque se sentía al alcance de los dedos, destruido en un segundo.
El suceso, tras hacer mella durante muchos años en la psique y comportamiento del artista, fue uno de los incentivos para escribir esta novela. Otro de los insumos de este trabajo, fue una noticia en el periódico: la historia de una joven pareja que había sido asesinada en una carretera de Detroit.
Rabia, enojo, pérdida, todos estos sentimientos crecieron en el autor a tal punto de ser incontenibles. Dibujar esta historia fue para él un acto de vida o muerte. Una manera de dar orden y hacer justicia y dejar salir su ira.
The Crow inicia con una historia de amor, la de Eric y Shelly, una joven pareja a punto de consumar su matrimonio. Tras morir brutalmente asesinados, es un cuervo el que decide salvar a Eric y hacer de él un vengador para poner en orden todo el caos por el cual atraviesa la urbe. La figura del cuervo es rescatada desde sus orígenes más puros de la mitología de varias culturas, entre ella la griega y la nórdica, que ven en este animal la encarnación de un dios supremo: Saturno, y Odín; o del folklore Chino, símbolo de la vitalidad imperial y el del equilibro: el Yang.
Tantos significados confluyen en un mismo nombre, en un animal familiar pero lejano. A.A. Attanasio lo describe en el epílogo de la siguiente manera:
“El Cuervo es el hambre del cielo. Cuando baja se lo come todo. Incluyendo a los muertos.”
Mientras la narrativa mezcla la historia de Eric, la de su alter ego sobrenatural, El Cuervo, también nos va lanzando por aquí y por allá fragmentos de poemas simbolistas del calibre de Charles Baudelaire, Arthur Rimbaud o Antoine Artaud. Un mélange narrativo que me recuerda al Conde de Lautréamont en su deseo de recrear una vorágine poética.
Por otro lado, los trazos pintados a mano y el negro que cubre y baña las páginas, componen una apuesta visual es adecuada y nace del mismo lugar de donde proviene la historia: las entrañas más vulnerables del artista gráfico, con toda su oscuridad, muerte, desesperación y tristeza.
La poética visual está a la altura y, en mi opinión, sobrepasa a veces la de las voces de los simbolistas franceses. Aparecen por todos lados recuerdos, símbolos de la pureza y de su destrucción, el caballo que arde y la muerte. O’Barr imprime en cada trazo el carácter que da tono y dirección a la obra, inundándola con sus propios recuerdos. El resultado final es el excelente maridaje entre lo narrativo y lo visual, lo que logra potenciar el mensaje, y hace de la lectura una experiencia no solo estética, sino expresiva, sensorial; un golpe directo a las entrañas propias para recordarnos la finitud de nuestra existencia.
No es difícil imaginarse cómo esta obra nacida en el underground se convirtió en un clásico de culto, vendiendo a la fecha más de 750 mil ejemplares. Aunque la primera impresión de esta serie ocurrió en la trastienda de una librería especializada en cómics, a través de una editorial entonces desconocida llamada Caliber Press, su leyenda fue haciéndose cada vez más grande. En parte, debido al contenido de la historia y a la estética, en ese entonces tan sonada gracias a bandas como The Cure, Joy Division, Bauhaus, entre otras.
Un lustro después de su publicación, la historia extradiegética de esta novela gráfica continuaría, cuando se comenzó la adaptación de una película basada en la novela.
La película, dirigida por Alex Poryas y producida por David J. Schow y John Shirley, se mantiene apegada de manera general a la obra gráfica y recrea la historia a través de un estilo visual neo-noir. Los paneos y cortes ágiles del montaje logran capturar el espíritu fragmentado de recuerdos que se suceden en la novela. Al mismo tiempo, añade una estética colorida para potenciar ciertas escenas y generar un ambiente pesadillesco.
Fue en este rodaje, hecho con un presupuesto reducido y con varios retrasos de producción, que Brandon Lee, hijo de Bruce Lee y Linda Cadwell, recibió un impacto de bala y falleció poco antes de finalizar el rodaje y de contraer matrimonio con su novia, Eliza. Este hecho se fundía así con la supuesta maldición de la familia Lee pero, a su vez, sumaba a la narrativa misma de Eric y el Cuervo, al ser un eco trágico de la historia de la novela: “el arte imitando a la muerte”, en palabras del crítico de cine James Barardinelli.
La escena mortal de Lee ocurrió en el momento en el que Eric, su personaje, entra al departamento y encuentra a la pandilla de Top Dollar atacando a su novia. El footage de esta escena fue usado por la policía en su investigación y posteriormente fue destruido por el director.
Tras el incidente, Paramount decidió no colaborar con la difusión de la película por considerarla demasiado mórbida y violenta. Sin embargo, el proyecto fue respaldado por Miramax, que inyectó un presupuesto de 8 millones de dólares para completar la filmación. Para finalizar el rodaje, las escenas donde aparecía Eric fueron trabajadas con Chad Stahelski, el doble de Lee, y con la ayuda de la tecnología CGI, utilizada para imprimir la cara de Lee sobre el cuerpo de Stahelski, fue posible completar las escenas restantes.
El filme fue un “sleeper hit”, es decir, que si bien la primera recepción de la película fue algo fría por parte de los espectadores, al pasar de los días terminó por ser un éxito redondo, recaudando más del doble de su inversión monetaria.
Posteriormente, se estrenaron varias secuelas y hasta una serie de televisión, de mucha menor calidad que la primera película.
El filme, por otra parte, goza de una buena fama, ha sido clasificada como una de las mejores del género neo-noir, al lado de Blade Runner y el Batman de Tim Burton.
A pesar de que The Crow siempre se ha publicitado y vendido como la historia de una venganza, en realidad se trata de la historia del perdón; el perdón que James O’Barr se debía a sí mismo y el perdón que todos nos debemos para asumir nuestras pérdidas como parte de un proceso que nos rebasa y del que somos, la mayor de las veces, simples espectadores.
The Crow no es una historia de terror ni de miedo, sino una de amor, de amor más allá de la muerte, y de amor a pesar de ésta.
Es difícil encontrar historias cuyo contexto rebase a la propia ficción, pero El Cuervo es aquella narrativa diegética y extra diegética que nos recuerda que la muerte es un ciclo: nos acecha en todo momento y acontece sin explicación alguna, sin sentido ni lógica.
Recordar nuestra finitud es también recordar que nunca estaremos preparados para las pérdidas pero, a pesar de todo, habrá espacio para perdonarnos a nosotros mismos, aunque esto lleve tiempo; recordar también que la muerte no es sino otro pretexto para hablar de amor.