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Por Mario Bravo Soria

Ciudad de México, 28 de marzo de 2023 [00:10 GMT-6] (Neotraba)

*Texto publicado originalmente en Notimex. El autor lo ha actualizado para la revista cultural Neotraba.

[Un 24 de marzo de 1977, el cuentista, traductor y periodista Rodolfo Walsh terminó de escribir uno de los textos referenciales en la historia del periodismo en América Latina: la Carta Abierta de un escritor a la Junta Militar…]

Rodolfo Walsh sigue vigente aún. Y lo está gracias a la escritura de textos emblemáticos de un periodismo crítico, de largo aliento, sostenido en la investigación y la maduración de ideas, contrario a la inmediatez que priva en la gran mayoría de medios impresos y digitales en la actualidad. Por ello, hemos decidido no dejar pasar de largo un aniversario más de uno de sus escritos más evocados y potentes: Carta Abierta de un escritor a la Junta Militar, la cual nos sirve como pretexto para revisitar el legado de uno de los iconos del periodismo en América latina.

Un escritor y una carta

25 de marzo de 1977, Buenos Aires, Argentina. Un escritor lleva consigo un documento, cualquiera pensaría que simple y llanamente se trata de hojas de papel y nada más. Su intención es depositar una carta en cierto buzón, acto aparentemente ordinario y sin el menor riesgo, pero en este caso no es así, para nada es así: ni la carta redactada ni los destinatarios son ordinarios… ¡vaya que no es así!

El escritor deposita nada más ni nada menos que la “Carta Abierta de un escritor a la Junta Militar”, la cual será enviada a distintos periódicos argentinos y del extranjero… y misma que se halla dirigida al terror hecho gobierno, a la muerte y el olvido, a la represión y a la barbarie… a los militares encumbrados en el poder y convertidos en dictadura y en horror.

El escritor dejó la carta en un buzón. Ya no hay marcha atrás.

Él camina por la Avenida Entre Ríos y San Juan. Hace un año ya ha perdido a su hija Vicki… los destinatarios de la carta se la han llevado… la han desaparecido.

Camina.

Poco tiempo antes su compañera y esposa Lilia Ferreyra se despidió de él, sin saber que aquella ocasión sería la última vez que lo miraría… después él desaparecería físicamente para siempre.

Ella, mientras el escritor cruzaba la calle, recordó darle un encargo, tal vez banal, tal vez ordinario y nada digno de una despedida, pero ni ella ni él sabían que se trataba de un adiós. Ella le gritó: “No te olvides regar las lechugas…” Él volteó y la miró, siguió su camino y nunca más volvería a perderse en la profundidad de sus ojos.

Pero, decía, el escritor una vez que ha entregado la carta, camina y, repentinamente, un escuadrón repleto de hombres armados hasta los dientes le embosca en la calle San Juan, cruzando la Avenida Entre Ríos. Le cierran el paso. Uno de ellos forcejea con él y le obliga a disparar un tiro proveniente de su pistola calibre 22. Él la lleva consigo, sabedor de que en cualquier momento los militares podrían aparecer para secuestrarlo, tal como a su hija. El escritor dispara. Sólo es un periodista, que lleva una pequeña pistola Walther PPK calibre 22, en contra del Grupo de Tareas 3.3.2 de la Armada. Él no desea llegar vivo a la ESMA, en donde la dictadura desde un año atrás tortura a sus prisioneros hasta la muerte. En caso de emboscada, el escritor sabe que debe obligar a los matones a que vacíen en él todas sus municiones.

Varias detonaciones se escuchan en aquellas avenidas porteñas… El escritor ha quedado moribundo, maltrecho y es cargado entre algunos militares, que lo introducen en un automóvil y lo llevan, presumiblemente, hacia la ESMA.

El escritor era Rodolfo Walsh.

Rodolfo Walsh. Foto cedida por Lilia Ferreyra al Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti
Rodolfo Walsh. Foto cedida por Lilia Ferreyra al Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti

“Hay un fusilado que vive”

Walsh no siempre fue Walsh. Él en algún momento fue un hombre posicionado políticamente a la derecha. ¿Cómo entonces llegó a convertirse en un escritor revolucionario?

Seguramente una de las mayores virtudes en su praxis como intelectual habrá sido el escuchar. Él en algún momento llegó a acuñar dicha máxima: “Escribir es escuchar”. Y ello puede atestiguarse con la manera en la que forjó su obra literaria. Si en un principio se dedicó a escribir cuentos desde el territorio de la ficción, algo determinante en su vida le llevó a nada más y nada menos que inaugurar todo un género: la novela policiaca en América Latina.

Walsh se encuentra en un bar ubicado en La Plata, Argentina, durante una noche de diciembre de 1956, cuando repentinamente alguien se le acerca y al oído le dice:

–Hay un fusilado que vive.

El informante se refiere a los fusilamientos en José León Suárez, el 9 de junio de 1956, durante la Revolución Libertadora. Un acto violento que clandestinamente se ocultó tras las sombras, un episodio que nadie en la Argentina recordaría hoy en día si no hubiera sido por un desconocido que susurró tal revelación ante el escritor de cuentos, parroquiano de aquel bar. No vinieron las musas ante Walsh mientras él fumaba un cigarrillo o al estar frente a la máquina de escribir; su historia para ser escrita llegó a través de escuchar.

Escribir es escuchar.

Y tal noche con su consecuente revelación le trajo consigo un vuelco a su vida. Ya no podrá dejar de pensar en ello, ya no podrá escribir sin indagar, sin investigar… ya no podrá volver a la ficción después de conocer la cruda realidad. Debe encontrar y conocer a Juan Carlos Livraga, aquel fusilado que sobrevivió al asesinato perpetrado por la policía argentina, horas antes de instaurarse la Ley Marcial.

“Ahora, durante casi un año no pensaré en otra cosa, abandonaré mi casa y mi trabajo, me llamaré Francisco Freyre, tendré una cédula falsa con ese nombre, un amigo me prestará una casa en el Tigre, durante dos meses viviré en un helado rancho de Merlo, llevaré conmigo un revólver, y a cada momento las figuras del drama volverán obsesivamente: Livraga bañado en sangre caminando por aquel interminable callejón por donde salió de la muerte, y el otro que se salvó con él disparando por el campo entre las balas, y los que se salvaron sin que él supiera, y los que no se salvaron. Porque lo que sabe Livraga es que eran unos cuantos y los llevaron a fusilar, que eran como diez y los llevaron, y que él y Giunta estaban vivos”.

Así nació su texto más célebre: Operación Masacre (1957), el cual le dio un cambio radical a su ser escritor y a su vida misma. Walsh tiene ya una historia, ¿pero se atreverá a contarla? Finalmente, no sólo la cuenta sino funda una manera de escribir periodísticamente en América Latina. Así, tras conocer la realidad sin maquillaje, Walsh cada vez más camina hacia la izquierda… su siguiente escala será Cuba, el Che, Jorge Masetti (periodista y guerrillero argentino) y la revolución de aquella isla. Operación Masacre es el preámbulo de la tragedia que vendrá después, escribió Osvaldo Bayer en el prólogo de dicho libro impreso por el sello Ediciones de La Flor.

Portadas de Operación Masacre de Rodolfo Walsh. Imagen tomada de Revista Haroldo
Portadas de Operación Masacre de Rodolfo Walsh. Imagen tomada de Revista Haroldo

Walsh a la izquierda

Para 1959, Walsh ya ha escrito un libro de incalculable valor literario y periodístico. Ya encontró su estilo para escribir, aunque sigue transformándose ideológicamente, sigue escuchando.

Tras la escritura de Operación Masacre y la fundación de un estilo periodístico que no se sostiene en la inmediatez, en la nota de hoy y para hoy, ni en el periodismo a corto plazo sino, por el contrario, se sostiene en el largo aliento, en la investigación profunda, en la maduración de las ideas y en las entrevistas extensas que buscan narrar cómo ha sucedido un suceso, Rodolfo Walsh viaja a Cuba y conoce de cerca un proceso en gestación, tanto política como económicamente y mediáticamente, pues en este último ámbito tiene la oportunidad de trabajar intensamente junto con Jorge Ricardo Masetti y Gabriel García Márquez en la Agencia de Noticias Prensa Latina, la cual fue fundada en junio de 1959 para hacerle frente a la desinformación proveniente del imperialismo estadounidense.

Walsh gira y gira así hacia la izquierda, la experiencia cubana debió haberle estallado en la psique: ¿cómo podría compaginar sus escritos ficcionales con la intensa realidad que miró en Cuba? Él lo tiene ya muy claro, aunque no por ello totalmente definido: “El campo del intelectual es por definición la conciencia. Un intelectual que no comprende lo que pasa en su tiempo y en su país es una contradicción andante y el que comprendiendo no actúa tendrá un lugar en la antología del llanto pero no en la historia viva de su tierra”.

Él busca comprender y hacer. Ya no basta para ello el género del cuento, habrá que sacudir el tablero de ajedrez. Una revolución hierve en su pecho.

El salto revolucionario

Después de Operación Masacre y de la experiencia en Cuba, el siguiente gran texto de Walsh será Quién mató a Rosendo, publicado en 1967. Posteriormente vino su vinculación con la organización Montoneros, a principios de la década de los setenta. Desde aquella calurosa noche de 1956 en un bar de La Plata, habían pasado más de 15 años… ya los caminos de regreso se le habían cerrado… no había marcha atrás: ¡todo debe ser en nombre de la revolución! Así lo deja en claro al escribir una afirmación durante el 17 de septiembre de 1968:

“Me he pasado ‘casi’ enteramente al campo del pueblo que, además –y de esto sí estoy convencido– me brinda las mejores posibilidades literarias. Tal vez aprendamos a mirarnos como se ha mirado nuestra gente, en momentos duros. Voluntariamente elegimos estar del lado de ellos. Damos un salto que es como una muerte, una despedida. ¿Lo damos realmente? Espero que sí […]. Es posible que, al fin, me convierta en un revolucionario”.

Ha dado un salto al vacío, ya es imposible retornar a una vida burguesa con calma, bajo el éxito individual de un escritor que vende cientos de miles de libros. Se ha convertido en revolucionario. Pero no dejó la máquina de escribir como su auténtica arma de lucha, como sí hiciera Ernesto Guevara al decidir entre su maletín de médico o el fusil (optando por el segundo objeto): Walsh apuesta por hacer revolución desde la página de un libro. Necesita ser escritor y desde ahí vivir la transformación social: “Tiene que ser posible recuperar la revolución desde el arte […] Recuperar, entonces, la alegría creadora, sentirse y ser un escritor; pero saltar desde esa perspectiva el cerco, denunciar, sacudir, inquietar, molestar”.

Apuesta todo en pos de ese ideal, sin embargo, ello le trae consigo facturas altas por pagar: el 29 de septiembre de 1976, un comando militar asesina a su hija María Victoria Walsh quien también militaba en Montoneros. Así el autor de Variaciones en rojo (1953) describió su sentir en una carta escrita a su hija tras su asesinato: “Hoy en el tren un hombre decía ‘Sufro mucho, quisiera acostarme a dormir y despertarme dentro de un año’. Hablaba por él pero también por mí”.

Walsh apuesta todo para que se consolide el proyecto político y de vida en el cual confía; pero pareciera que la barbarie se fagocitaba todo a su paso, incluso la esperanza.

Habría entonces que quemar las naves, jugar la última carta: escribir.

Rodolfo Walsh y Lilia Ferreyra. Foto tomada de la página del Ministerio de Cultura de Argentina
Rodolfo Walsh y Lilia Ferreyra. Foto tomada de la página del Ministerio de Cultura de Argentina

Carta Abierta de un escritor a la Junta Militar

Cerrados los caminos, en medio del huracán represivo de la dictadura militar del general Videla, quien tomó el poder presidencia en la Argentina a partir del 24 de marzo de 1976, y tras el asesinato de su hija Vicki, Walsh decide tocar a la puerta de los militares asesinos. Escribe e intenta difundir una carta dirigida a la Junta Militar que produce el terror en su país durante aquellos años aciagos. Rodolfo Walsh quema el cielo, se mete en las fauces de la bestia y es capaz de encender una luz en medio de las tinieblas. Escribe así la Carta Abierta de un escritor a la Junta Militar.

¿Y qué decía la carta escrita por Walsh durante aquel 24 de marzo de 1977 y enviada por correo el 25, momentos antes de que los militares le emboscaran?

Para muchos periodistas, profesores de comunicación y escritores, la Carta Abierta de un escritor a la Junta Militar representa un ejemplo de enorme dignidad, agallas y coherencia entre el decir y hacer de un periodista. Representa una declaración de principios proveniente de un hombre y dirigida hacia todo un aparato gubernamental que produce terror y muerte.

Walsh sin seudónimos ni anonimato se atrevió a publicar verdades que queman: No se confundan, no tergiversen la verdad y si acaso intentan cometer tal tropelía, aquí está un periodista dispuesto a recordarles los actos de horror que han cometido… pareciera expresar a los milicos el autor de Operación Masacre. Su carta, a propósito del primer aniversario de la dictadura militar encabezada por el general Jorge Rafael Videla, es un recordatorio dirigido a los expertos en fabricar olvido y desmemoria.

“Lo que ustedes llaman aciertos son errores, los que reconocen como errores son crímenes y lo que omiten son calamidades”, les dice Walsh en aquel escrito a los intratables militares. Asimismo, desglosa un elocuente y preciso resumen de lo producido durante un año de dictadura proveniente de aquella Junta Militar. El también corrector de galeras, traductor y cuentista no escatima en arrojar verdades al monstruo de mil fauces encarnado por el ejército argentino:

“Han restaurado ustedes la corriente de ideas e intereses de minorías derrotadas que traban el desarrollo de las fuerzas productivas, explotan al pueblo y disgregan la Nación. Una política semejante sólo puede imponerse transitoriamente prohibiendo los partidos, interviniendo los sindicatos, amordazando la prensa e implantando el terror más profundo que ha conocido la sociedad argentina.

“Quince mil desaparecidos, diez mil presos, cuatro mil muertos, decenas de miles de desterrados son la cifra desnuda de ese terror. Colmadas las cárceles ordinarias, crearon ustedes en las principales guarniciones del país virtuales campos de concentración donde no entra ningún juez, abogado, periodista, observador internacional”.

El escritor desnuda a la Junta Militar al mando del gobierno de facto en la Argentina a partir del 24 de marzo de 1976. Cuando esos mismos militares impusieron el silencio, la fragmentación social, la censura mediática y la violenta represión hacia la oposición, Walsh con sólo una máquina de escribir y papel hizo temblar a los asesinos vestidos de verde olivo. De ahí su reacción tan violenta, de ahí la necesidad de capturarlo vivo y torturarle; pero el autor del brillante cuento “Esa mujer” (1965), tiene ya todo calculado… no desea experimentar lo que en su propia carta ha escrito:

“Entre mil quinientas y tres mil personas han sido masacradas en secreto después que ustedes prohibieron informar sobre hallazgos de cadáveres que en algunos casos han trascendido, sin embargo, por afectar a otros países, por su magnitud genocida o por el espanto provocado entre sus propias fuerzas.

“Veinticinco cuerpos mutilados afloraron entre marzo y octubre de 1976 en las costas uruguayas, pequeña parte quizás del cargamento de torturados hasta la muerte en la Escuela de Mecánica de la Armada, fondeados en el Río de la Plata por buques de esa fuerza, incluyendo el chico de 15 años, Floreal Avellaneda, atado de pies y manos, ‘con lastimaduras en la región anal y fracturas visibles’ según su autopsia”.

Esas palabras vibran, queman, gritan y aún, tras 46 años de haber sido redactadas, retumban como mil gritos emanados de mil bocas… pero sólo han sido escritas por un periodista que ha prometido ser fiel al compromiso de dar testimonio en tiempos difíciles. ¿Qué habrá pensado Walsh al momento de hacer dicha carta? ¿Sabría que los militares no tardarían ni lo que dura un suspiro en encontrarlo y descargar así toda su irracional furia? ¿Qué sentiría al presionar con los dedos aquellas teclas de su máquina de escribir?: ¿Miedo? ¿Enojo? ¿Tristeza? ¿Esperanza?

La miseria planificada

Quien esto escribe tiene la fotografía de Walsh pegada en un costado de cierto librero junto al escritorio desde donde redacta este texto. Asimismo, aquel señor de lentes de gran tamaño, de ascendencia irlandesa, admirador de la Revolución cubana y de otro enorme periodista-guerrillero como Jorge Masetti, se halla en la parte trasera de su gafete que le identifica como periodista. Si hay que tomar partido en esta vida, que sea del lado de los imprescindibles, me parece.

Y Walsh es uno de esos imprescindibles periodistas porque a pesar de vivir en los tiempos en que todavía la Internet no existía y, por ende, no proveía de datos precisos, a pesar de estar casi firmando su sentencia de muerte con la escritura y publicación de dicha carta, aun así Walsh tuvo la rigurosidad de alimentar su crítica con números exactos, datos precisos y estadísticas acerca del desastre económico que la dictadura de Videla cometía en aquel país del cono sur latinoamericano:

“En la política económica de ese gobierno debe buscarse no sólo la explicación de sus crímenes sino una atrocidad mayor que castiga a millones de seres humanos con la miseria planificada. Tampoco en las metas abstractas de la economía, a las que suelen llamar ‘el país’, han sido ustedes más afortunados. Un descenso del producto bruto que orilla el 3 por ciento, una deuda exterior que alcanza a 600 dólares por habitante, una inflación anual del 400%, un aumento del circulante que en sólo una semana de diciembre llegó al 9%, una baja del 13% en la inversión externa constituyen también marcas mundiales, raro fruto de la fría deliberación y la cruda inepcia”.

Su último escrito es una muestra de rigor periodístico, de precisión en la investigación y de un manejo impecable de la crítica sustentada. Ya no hay camino de vuelta para Walsh… ha señalado al rey desnudo o, mejor dicho, al general desnudo.

Rodolfo Walsh. Foto tomada de la página del Ministerio de Cultura de Argentina
Rodolfo Walsh. Foto tomada de la página del Ministerio de Cultura de Argentina

El escritor que venció a una dictadura

La historia aquí contada no acaba con la captura del escritor a manos de un grupo de militares argentinos. Tampoco concluye con la incertidumbre de su desaparición física. La historia no tiene su fin cuando la Muerte y sus gestores deciden… ¡No! ¡Nunca será así! La historia concluye en calendarios y relojes que no pueden ser vistos con los ojos de lo cotidiano, sino que es preciso hilar más fino, mirar más allá de lo evidente, más allá de los corazones que dejan de latir o de las ausencias que nunca dejan de doler. La historia acaba cuando el amanecer trae otros vientos… otros tiempos distintos a los impuestos por la barbarie y la desmemoria como política de Estado.

Walsh, al final de su carta, escribe unas líneas que lo han transportado a la eternidad.

En dictadura y en democracia, en Argentina o en México, hombre o mujer, novato en el oficio o ya consagrado periodista, uno creería que todo aquel practicante del periodismo podría revisar esas últimas líneas de la Carta Abierta de un escritor a la Junta Militar y, de ser posible, introyectarlas en el quehacer cotidiano, cuando uno está frente a la hoja en blanco y es hora de escribir: “Estas son las reflexiones que en el primer aniversario de su infausto gobierno he querido hacer llegar a los miembros de esa Junta, sin esperanza de ser escuchado, con la certeza de ser perseguido, pero fiel al compromiso que asumí hace mucho tiempo de dar testimonio en momentos difíciles. Rodolfo Walsh. – C.I. 2845022”.

Después del punto final vino el 25 de marzo de 1977, esos momentos en el barrio de Constitución en Buenos Aires, la despedida de su amada Lilia Ferreyra, el depósito de dicho escrito en un buzón y los pasos siguientes hacia la muerte. Disparos y sobresaltos, un hombre capturado, moribundo, malherido. Pero aquí no acaba esta historia. No debe concluir aquí.

Walsh nunca más apareció físicamente; pero sus libros han trascendido fronteras y temporalidades. Su legado ha sido enarbolado por otros periodistas en América latina.

La carta, es cierto y debemos asentarlo para ser rigurosos, no circuló de inmediato en los diarios argentinos… incluso varios profesionales de dicho oficio menospreciaron el texto escrito por el periodista nacido en Choele-Choel. No obstante, Rodolfo Walsh venció, no sólo porque sus secuestradores fueron encarcelados durante las dos primeras décadas del siglo XXI, sino porque a pesar de aquella emboscada en San Juan y Entre Ríos, aun ante el intento militar de acallarlo y que la carta nunca circulara: la carta circuló y trascendió fronteras y tiempos.

El escritor reafirmó así su compromiso de dar testimonio en tiempos difíciles.


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