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Por Manuel Espinosa Sainos

Puebla, México, 11 de septiembre de 2020 [00:02 GMT-5] (Mundo Nuestro)

Las instancias de salud, de cualquier nivel, deben evitar occidentalizar la labor de las parteras de nuestras comunidades totonacas y no deben obstruir su trabajo. Ellas no solo son las encargadas de traernos al mundo, de recibirnos en sus brazos cuando nacemos, de bañarnos por primera vez y darnos las primeras palabras de amor, sino que también poseen una serie de conocimientos invaluables sobre el ritual del nacimiento en el mundo totonaco.

Son ellas las que nos enseñan el ritual del cordón umbilical, que consiste en subir en la rama del árbol más alto el cordón que se desprende del recién nacido para que cuando crezca no le tenga miedo a las alturas, para que pueda cortar pimienta o ser un danzante volador. Nos han enseñado la ceremonia de agradecimiento a la madre tierra y son la guía para adornar con flores y hojas en el lugar donde ocurrió el parto, ahí se coloca incienso y tabaco y en el altar se pone una ofrenda a las parteras difuntas para agradecerles su trabajo y evitar que se acerquen al recién nacido, porque ellas, ya pertenecen al mundo de los muertos. La placenta no es un asunto menor que deba ir a la basura, ellas saben que cuando la familia desea que en la próxima ocasión nazca una niña se debe enterrar con una blusa, falda, cazuelas y fajas, y viceversa, si quieren que nazca un niño, debe enterrarse la placenta con un sombrero y una camisa o cualquier prenda del papá, estás prácticas deben respetarse cuando nace un nuevo ser en el hospital.

Desgraciadamente, y hay que decirlo con claridad, en los módulos de medicina tradicional las parteras no tienen libertad para realizar su trabajo y tienen prohibido ayudar a la parturienta a dar a luz en su casa, en diversas charlas así lo han afirmado ellas. No se trata de que se adapten al sistema de salud, es el sistema de salud el que debe adaptarse a ellas, aprender de ellas, enriquecer su labor con sus conocimientos.

En este sentido, debe fomentarse desde ahí prácticas ancestrales como la del cordón umbilical y el ritual de la placenta. No van a la basura, son parte de una visión milenaria. Por otro lado, las parteras saben nuestro destino y desde niñ@s nos enseñan el camino a seguir. Antes de nacer, cada uno de nosotros eligió el oficio que quería tener en la tierra, y no solo en el trabajo sino también en el arte. Nos han enseñado también el respeto a los ciclos de la luna y el baile con el recién nacido una vez que ella termina su labor. De hecho, las parteras tienen una constante comunicación con la luna, le rezan para pedirle por el niño que se está formando, para que la madre no le pase nada durante el embarazo y le piden fertilidad cuando una mujer no puede embarazarse. Todos estos conocimientos nos hacen ser lo que somos, lo que pensamos y lo que queremos como pueblo, por eso si de verdad el sistema de salud mexicano le interesa el trabajo de las parteras y como ya lo dije, debe incluir su pensamiento y nuestra forma de ver el mundo, dejar de culpabilizarlas por los partos mal atendidos. Tantos años haciéndonos nacer, aun cuando no había clínicas ni hospitales, las parteras no pueden ni deben pagar el error de un sistema de salud que no ha funcionado de manera adecuada durante décadas, producto de un sistema político que por muchos años ha despreciado los saberes de los pueblos originarios.

Estamos ante una oportunidad de hacer las cosas de una mejor manera, dejar de occidentalizar el trabajo de las parteras, aprender de ellas y dejarlas que ejerzan su noble labor. Nuestras culturas aportan y han aportado siempre.


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