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Puebla, México, 6 de junio de 2024 (Neotraba)

Más allá de lo que resalta Ramón Gener en el capítulo de This is Opera dedicado a Madama Butterfly, esta obra le muestra a su espectador no sólo un choque entre dos culturas, sino una completa incomprensión, dos personalidades diferentes enfrentadas y un final trágico, tantas veces representado en escenarios a lo largo del tiempo y de los territorios.

Pese a estar delimitada por un libreto y por unos intérpretes, la historia de la jovencísima geisha, Cio-Cio-San, sucede no sólo en el tiempo donde la situaron Giacomo Puccini y sus libretistas, Giuseppe Giacosa y Luigi Ilica: aunque su historia no desemboque en tragedia, muchas mujeres siguen siendo víctimas del abandono y asumiendo el rol de una madre soltera, esto frente a toda clase de burlas tan crueles como el reniego del que su familia hace víctima a la geisha. Así, Madama Butterfly se convierte en una historia atemporal, que refleja una realidad arriba de un escenario para que todos puedan verla.

Una de las oportunidades más recientes de asistir a esta obra estrenada en 1904, fue la que nos ofreció la Royal Opera House a través de sus transmisiones cinematográficas en vivo. Hace algunos años, el cine comercial destinó una sala en nuestra ciudad para dichas funciones; ahora son las Salas de Cine de Arte del Complejo Cultural Universitario las que han tomado la batuta.

Entre finales de abril y principios de mayo del presente año, se llevaron a cabo las funciones de Madama Butterfly –una reposición de la que se vio en pantallas de Cinemex el año 2017. La puesta, firmada por el diseñador de escena Christian Fenouillat y los directores Moshe Leiser y Patrice Caurier, nos muestra un escenario cercano a lo clásico, casi vacío, donde la atención recae en elementos como los muros de una casa tradicional japonesa o en imágenes con las que va cambiando la atmósfera de las escenas: las costas de Nagasaki, los cerezos, la noche.

En dicho entorno gira la música de Giacomo Puccini. Salpicada de motivos que nos recuerdan el oriente, desde el inicio nos sitúa en un espacio donde la actividad comienza antes de alzarse el telón –como en Tosca, aunque aquí la acción carece del tono siniestro del thriller estrenado a principios de 1900–: existe un vigor de personas inmersas en ciertos preparativos, de manos moviéndose, acarreando objetos, y piernas subiendo la colina donde se eleva la casa del próximo matrimonio.

Entre estos acordes, el elenco encabezado por la soprano Asmik Grigorian y el tenor Joshua Guerrero ponen de manifiesto la fidelidad y la honorabilidad de Butterfly, y la despreocupación e irresponsabilidad del teniente de marina estadounidense B. F. Pinkerton. Este se trata de un papel bastante ingrato para el tenor: con su actuación, Joshua deja patentes las intenciones de Pinkerton, su juventud y carácter aventurero que está inscrito en una de las primeras frases del personaje: el yanqui, en cualquier lugar del mundo, disfruta despreciando los riesgos. En la piel del cantante, Pinkerton parece fuera de lugar entre lo ceremonioso de un evento que apenas si le causa curiosidad y gracia. Juguetea con los ottoké de Butterfly, figurillas que representan las almas de sus antepasados, hace notoria su prisa por quedarse a solas con esa joven de quince años que parece una figura sacada de un biombo, una mariposilla; en suma, un juguete en sus manos, algo hecho para un disfrute momentáneo, mientras llegan las nupcias en serio con una mujer americana, como dice el libreto.

Joshua llevó el papel de esta irresponsabilidad a la culpa –a la cobardía– del tercer acto de manera convincente, y su aria Addio fiorito asil, cantada en el suelo, mirando los muros de esa casita japonesa, resultó conmovedora. Aun así, durante los aplausos finales, se escucharon algunos abucheos desde el patio de butacas, quizá debido a la antipatía que el personaje causa entre el público.

El cónsul Shapless, encarnado por el barítono Lauri Vasar, funciona como un contrapeso para el carácter de Pinkerton. Tenga cuidado, ella le cree, ¿no se lo había dicho?, son frases que el joven teniente ignora y que, al final, hacen más pesada su culpa, cuando ya no hay remedio. Durante las intervenciones de Lauri fue perceptible la autoridad del personaje, su sensatez y preocupación por la joven Butterfly, a diferencia de su connacional.

Por su parte, la protagonista, la lituana Asmik Grigorain, fue una Cio-Cio-San sobresaliente, luciéndose todavía más en el aria Un bel di vedremo, del segundo acto, y al final del tercero, cuando es palpable su dignidad y entereza. No es la primera vez que la soprano encarna a la joven geisha, el 2014 cantó el rol en la Swedish Royal Opera, y posteriormente a las transmisiones de la Royal Opera House, cerró con esta misma obra la temporada 2023–2024 de la Metropolitan Opera House, en Nueva York. Así, su experiencia la llevó a ser una joven enamorada, a sonar divertida en el segundo acto, cuando describe las diferencias entre el matrimonio americano –su país, dice, ciega– y el japonés, y a mostrar la desilusión final.

Asmik y el Pinkerton de Joshua Guerrero tejen una interacción escénica donde se trenzan la fidelidad de ella y el nulo compromiso de él; un amor sincero y la atracción momentánea de un hombre joven por una chica que apenas conoce; la disposición de ella para olvidarse de su gente y sus tradiciones a causa de él y el pasatiempo que va a terminar cuando el extranjero se vaya de ese país tan curioso.

Al lado de la protagonista, fiel como ella, tenemos a Suzuki, papel que interpreta la mezzosoprano china Hongni Wu. Suzuki juega un papel parecido al cónsul Sharpless respecto a Pinkerton: de igual forma trata de que la geisha entre en razón, sobre todo en el segundo acto, cuando intenta convencerla de que su esposo norteamericano la abandonó. Pero a diferencia del barítono, la mezzosoprano siempre está ahí para Cio-Cio-San: la ayuda a vestirse, a esparcir flores, a que el último golpe no sea tan duro.

La Suzuki de Hongni Wu es dolorosa, basta ver su expresión mientras escucha Un bel di vedremo; no, ella no cree que Pinkerton vuelva, y en el tercer acto su dolor se vuelve desgarrador, y es que no hay forma alguna de proteger a Cio-Cio-San de lo inevitable, del alud que caerá sobre sus espaldas cuando, al final, se oiga el grito lastimero y lejano de Pinkerton.

Complementan el elenco Ya-Chung Huang, que en el rol del casamentero Goro fue un convincente vendedor, resaltando las cualidades de Cio-Cio-San y ofreciéndole sus productos al cónsul, y papeles más breves como el príncipe Yamadori –el barítono Josef Jeongmeen Ahm– y Kate Pinkerton –la mezzosoprano Veena Akama-Makia–, ambos con un desempeño que redondea lo logrado de esta representación.

Madama Butterfly, con su música delicada, disfrutable, y sus actuaciones que van del romance a la tragedia, de lo divertido, despreocupado o ceremonioso al grito, a la culpa, a la honorabilidad de una sola pieza, es una ópera de las más representadas alrededor del mundo, y es de agradecerse que las Salas de Cine de Arte del Complejo Cultural Universitario la haya transmitido, junto a funciones de ballet celebradas en el mismo teatro.


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