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Por José Luis Domínguez

Ciudad Cuauhtémoc, Chihuahua, 20 de julio de 2020 [00:15 GMT-5] (Neotraba)

El acero es un discurso
que sirve por ambos cabos,
de dar muerte por la punta,
por el pomo de resguardo.

Sor Juana

Roxana matará a Luis Alberto. Lo hará cuando la noche haya ido demasiado lejos, cuando él esté en su más profundo sueño. Utilizará un antiguo filo toledano, hecho por la diestra mercantil de un hombre para una rencorosa mano de mujer. Una empuñadura de plata, una piedra preciosa, y una afilada hoja de acero que a la hora de buscar el necio corazón del réprobo no habrán de tentarse el alma, si es que las cosas hechas de metal o mineral la tienen. La brújula del odio esta vez señalará no el centro, sino, sesgado, el septentrión del cuerpo, una sola herida en la carótida.

Pensará —como lo hiciera un tal Isidore Lucien Ducasse, dizque Conde de Lautréamont, cuya maldita obra alguna vez leyera— que cada mujer debe siempre hacerse justicia por su propia mano, a menos que de verdad se sea una completa imbécil, con atole en vez de sangre corriéndole por cada una de las venas.

Saltará de pronto la pizpireta, la juguetona, la escandalosa escarlata, desgañitándosele sobre las blancas sábanas, y saltará también el oscuro, el pesado desconcierto, el azoro incrédulo, en el cuello y en los ojos del otro, de ese otro tan cercano a ella, quien es a la vez un éste y un aquél a los que alguna vez perteneció. Ese otro que es ahora parte de ella misma, su otro yo, la imagen de sí reflejada en esa antigua fuente de narciso.

Si ella lo hiciera con una pistola, no sería entonces para él una muerte justa, digna. No porque ambos hayan de detestar el horrendo olor a pólvora o de repudiar el seco estridentismo del disparo, ni porque una bala pueda ser de menor mérito para el ciego, infiel e insensible corazón de un hombre, sino porque debía estar convencida de que, siempre, una mujer al cobrarse una afrenta, tenía que ir revestida de gracia, de elegancia, en fin, de provocar y de llevar con cierto estilo, ese dolor escondido en esa fría fuente de metal, platillo frío de los dioses; esa venganza concentrada en ese filo impaciente y ciego y soberbio e ineluctable del puñal.


Sobre el autor:

José Luis Domínguez. Escritor polígrafo nacido en Cd. Cuauhtémoc, Chihuahua, 1963. Promotor cultural desde 1992. Ha publicado más de una docena de libros entre poesía, ensayo, crónica y narrativa. Con El amor destruye lo que inventa, recibe el Premio Internacional de Poesía Gilberto Owen Estrada 2007. En 2008, obtiene mención honorífica en el Certamen Nacional de Cuento “Beatriz Espejo” en Mérida, Yucatán. En el 2011 consigue la Beca David Alfaro Siqueiros en la categoría de rescate de tradiciones y memoria cotidiana, entre otros reconocimientos a nivel estatal y nacional. Su obra ha sido traducida al inglés, francés y griego.


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