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Por Mónica Maristain

Ciudad de México, 08 de septiembre de 2020 [00:01 GMT-5] (Maremoto Maristain)

Pienso en el final (I’m Thinking of Ending Things, Estados Unidos/2020). Guion y dirección: Charlie Kaufman. Fotografía: Lukasz Zal. Edición: Robert Frazen. Música: Jay Wadley. Elenco: Jessie Buckley, Jesse Plemons, Toni Collette y David Thewlis. Duración: 134 minutos. Disponible en: Netflix.

Estamos luchando en el taller literario con la literatura del yo, con ese grito primordial que es la voz de uno mismo en medio de tanto ruido. Nos cuesta. Cuesta sacar todos nuestros pesares, nuestras desdichas y nuestros disfraces. Nadie, como Charlie Kaufman, dispuesto a dejar oír su desencanto existencial en una película.

Ya lo habíamos detectado en Eterno resplandor de una mente sin recuerdos, donde él como guionista nos desafiaba a borrar nuestra cabeza de esos desamores que casi nos mandan al hoyo. Probablemente sea la mejor película en la que trabaja Jim Carrey (o al menos en donde yo pueda verlo), con dirección de Michel Gondry, en el que Kaufman nos hacía sopesar el valor de los recuerdos.

Siempre que hablamos de Kaufman hablamos del guion. Claro que admiramos a Gondry, que creemos por supuesto en las imágenes de Spike Jonze, pero cuando está él comenzamos a creer en el subtexto, en las alegorías, en ese ojo partido de Un perro andaluz.

Tengo muchos años. Los suficientes para contar cómo en nuestra adolescencia mirábamos esos filmes donde nos costaba entender todo. Nos reuníamos en la casa de algún amigo y ahí pasábamos El sacrificio, de Andréi Tarkovski, Viridiana, de Luis Buñuel, 8 y ½, de Federico Fellini o El séptimo sello, de Ingmar Bergman. Esas películas me han formado, esas películas me cambiaron la vida.

Estar mirando el techo, con ojos bien abiertos, pensando en tal o cual escena, conversar luego del cine, ir cuadras y cuadras hablando de esos filmes con el que aprendíamos a ver el mundo. Kaufman precisamente habla de cómo ve el mundo.

Desde que está Netflix, mucho antes de Netflix, el cine se ha visto opacado por un plano americano donde se ve lo que se ve, nada de sugerir ni de despertar la mente: las películas como en una cadena de McDonal’ds, dispuestos a hacernos pasar el rato.

Dice la protagonista (Jessie Buckley, inigualable) que los seres humanos somos los únicos que sabemos que vamos a morir y que por eso hemos fabricado la esperanza.

Nada tan terrible como Charlie Kaufman en ese delirio existencial por medio del cual alguna vez somos y luego no somos absolutamente nada.

Quizás en ese transcurrir inútil, que lo hemos descubierto ¡sí!, ahora estamos dispuestos a morir por inanición, por comida chatarra, por esa anestesia social que nos hace ir a los bares sin cubrebocas, pero Kaufman no cede: ese pensamiento por la existencia vacua es también una cierta esperanza.

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Fotograma de la película “Pienso en el final de las cosas”

Una película como una lavadora

El libro de Iain Reid, I’m Thinking of Ending Things, le da sustancia a Pienso en el final, su tercera película como guionista y director que, por supuesto, ha estrenado Netflix (alguna vez esos filmes encuentran su nido en la cadena americana) y esa voz del yo choca con los vidrios rotos de una tormenta de nieve donde las criaturas rejuvenecerán o envejecerán de acuerdo al ritmo del estado de ánimo.

Jessie Bucley, como la novia que va narrando los acontecimientos, es frágil y fuerte a la vez, aunque luego se va como si fuera un fantasma o una alegoría. ¿Viajó sólo Jake, en un papel que merece el Oscar para Jesse Plemons?

La novia va a la casa de los suegros (Toni Collette y David Thewlis), a una granja donde mueren los cerdos por una extraña comida que les crea gusanos que se los comen, con un perro que siempre está mojado y trata de secarse en un movimiento mecánico e imparable, donde hay una mesa servida pero nadie come.

¿Qué hace ella ahí? ¿Por qué está con él? Todo el camino ella va pensando en terminar la relación y ese “pensar el final” pareciera que él lo adivina. ¿Qué estás pensando?, le pregunta.

Los padres de Jake son los padres de Jake. De eso ella se da cuenta apenas entrar a la granja. El tiempo deja de tener significado y a partir de ahí (qué grande es David Thewlis, un actor que deberían haberle dado el Oscar hace mucho tiempo) todo comienza a andar como una lavadora en uso. Tanto así que ella intenta hundirse en el agua que sale de la máquina que hay en el sótano y dónde fue mandada por su suegra a poner el camisón.

Nada se arreglará. Todo terminará como el auto tapado de nieve y donde empiezan a aparecer los títulos.

En el medio, muchísimos homenajes de Charlie Kaufman: el libro de Pauline Kael en la biblioteca de Jake, parodias al cine de Robert Zemeckis o a Una mujer bajo la influencia, de John Cassavetes, con Gena Rowlands, sin dejar de mencionar a la literatura, entre Oscar Wilde y David Foster Wallace.

Las obsesiones tal vez, también, sean otra forma de esperanza.


Este artículo se publicó originalmente en:

Pienso en el final: Ese pensamiento por la existencia vacua es también una cierta esperanza


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