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Puebla, México, 10 de agosto de 2024 (Neotraba)

Recuerdo haber leído hace años, con asombro, uno de los cuentos que integran Geografía imaginaria (BUAP, 2024) de Gregorio Cervantes. Desde el otro lado de la escritura, atestigüé cómo el lugar en torno al cual gira Historias de Pirra se levantaba poco a poco, dejando al mismo tiempo confinado al personaje-narrador. También sospeché ese sitio parte del plano onírico, sin importar que distintas caravanas llegaran ahí preguntando por la ciudad de Pirra y enriquecieran el encierro del personaje con telas, alimentos, mármol y maderas preciosas, hasta un día detenerse del todo.

A juzgar por las palabras de Gregorio Cervantes, creo que un poco a la manera de ese lugar se construyó el libro, nuevo, pero compuesto por textos gestados a lo largo del tiempo, tal y como se puede comprobar si revisamos las publicaciones donde aparecieron algunos de ellos: Polvo entre los dedos está en De claro en claro… Cuentos sobre el Quijote (Ediciones de Educación y Cultura, 2005); Volver, en el libro Ficciones en Fuga (Instituto Municipal de Arte y Cultura de Puebla, 2014); El linaje del lobo, en Ni muertos ni extranjeros: el lector soy yo (UPAEP, 2011); el propio Historias de Pirra, que se encuentra publicado no sólo en el número 85 de la revista Crítica de la Universidad Autónoma de Puebla, sino en la antología Los mejores cuentos mexicanos de la editorial Joaquín Mortiz, en su edición 2002, que cuenta asimismo con trabajos de Mónica Lavín, Beatriz Meyer, Guillermo Samperio, entre otros escritores.

Estamos, así, frente a un proyecto materializado a partir de otros que no alcanzaron suficiente solidez a criterio de su autor. En él se encuentra el tiempo que la propia literatura requiere para madurar –el de cada creador, distinto al de los otros–, además de la visión de Gregorio, su saber esperar hasta que el proyecto ganó cohesión, dando como resultado un volumen de cuentos, a primera vista, diferentes en su temática, pero poseedores de unidad, de una atmósfera de aislamiento que envuelve a sus personajes.

Geografía imaginaria encierra un territorio donde convive un día a día familiar para los lectores con escenarios próximos a la ciencia ficción y a las leyendas, y en él, las páginas toman cuatro rumbos: Placas tectónicas, Tiempos lejanos, Cuatro versiones del fin del mundo y Genealogía del fuego.

En el primero encontramos un ambiente cercano a nuestra cotidianidad, y las placas tectónicas a las cuales se refiere el subtítulo ilustran las colisiones y los alejamientos con los cuales se relacionan los personajes, como si se tratara de los fragmentos en los que se divide la capa superficial de nuestro planeta. En dicha atmósfera, tenemos al pintor obsesionado por su trabajo en Final de una búsqueda o una espera en el marco de un viaje a la playa, como se da en Mar inmóvil. En ambos casos, tomando en cuenta el punto de vista del narrador, los cuentos nos entregan algunas interrogantes, aunque se abre ante nuestros ojos la contundencia del final: una golondrina cuyo cuerpo de cabeza rota yace inerte en el pavimento, dentro de una pintura, y una separación que encuentra su paralelo en varios fragmentos de los poemas A la música, El herrero, Sol y carne y Las respuestas de Nina, de Arthur Rimbaud, con los cuales Gregorio hilvana una incompatibilidad en cuyos extremos se encuentran la rutina y el amor por la aventura, un espacio seguro y uno donde el cielo es demasiado pequeño mientras el ser humano está cargado de ignorancia y de miras estrechas.

Con la extrañeza de Grietas, el tercer cuento de este apartado, se abre la puerta para los siguientes: hay un dejo postapocalíptico en él, en su entorno común sólo al principio, y posteriormente extraño, derruido por aparentes obras públicas; además, nos encontramos con un personaje envuelto en una soledad muy densa, pues nadie le habla y los trabajadores que sacan tierra de una de las tantas zanjas abiertas ni siquiera parecen advertir su presencia.

Dentro del subtítulo Tiempos lejanos, el lector encuentra lugares que tal vez hayan existido. Quizás alguien los soñó, o continúan sólidos más allá de los personajes, de nosotros. Al menos esa impresión queda luego de leer esos cuatro cuentos donde predominan las murallas, un océano que es prisión en vez de libertad y los aislamientos en zonas recónditas, ya sea dentro de una caverna o en los límites de un imperio.

El rumor del mar, La mirada del dios, La verdadera historia de Babel e Historias de Pirra, conforman este mundo próximo a la mitología, mucho más raro para nosotros que el contenido en Placas tectónicas: su lector se acerca a él como lo haría con un libro de mitos, pensando en seres y en rincones fantásticos.

A esta descripción se ciñen más claramente los tres primeros cuentos, donde el ojo del lector localiza nombres como Ícaro, Dédalo, Minos y Asterión, el cargo de César en la antigua Roma, o la Babel destruida gracias a soberbia del hombre. Sin embargo, en vez de transitar a lo largo de historias conocidas, Gregorio dispone frente a nosotros una arista diferente: no es la mano de Dios, o la de un escritor colectivo, la que escribe un acontecimiento desde la distancia de los siglos, tampoco se retrata el arrojo que incita a alguien a volar con alas de cera bajo la potencia del sol.

Por otra parte, con Historias de Pirra se hace más evidente la originalidad del autor. El cuento, como el sitio donde se encuentra aislado el personaje-narrador, como el mismo libro, está hecho a la manera de un poliedro visto –narrado– desde diferentes aristas, y en él, varias caravanas buscan el lugar que, en Ciudades invisibles, de Ítalo Calvino, es fruto de la imaginación de Marco Polo, inexistente porque al llegar a él su apariencia es distinta. Como ya mencionaba, sus características lo llevaron a aparecer en las páginas de la antología Los mejores cuentos mexicanos en el 2002.

Con las siguientes páginas, Cuatro versiones del fin del mundo, Gregorio se adentra en el terreno de la ficción especulativa. En los cuentos arropados bajo este subtítulo hay eventos que parten de lo común y describen un futuro con posibilidades de convertirse en realidad. ¿Preferir un archivo electrónico sin considerar que podría dañarse, vivir en aislamiento, pendiente de las redes sociales, tal y como ocurrió hace cuatro años, durante la pandemia por el COVID-19, atestiguar cómo la naturaleza va ganando terreno ante los ojos absortos del hombre, ante su impotencia? Todo ello podría ocurrir, convirtiendo la actualidad en la que vivimos en un mero sueño, en algo que se deshace entre nuestras manos, como ocurre en el cuento Polvo entre los dedos.

Al llegar a la Genealogía del fuego, nos percatamos de otra ruta que Gregorio construyó a lo largo del libro. No se trata sólo de territorios a cada página más lejanos, sino también más irrecuperables. Si los viajeros de Mar inmóvil pueden reencontrarse después, si es posible que el pintor de Final de una búsqueda contacte de nuevo a sus amigos, esto si no ocurrió algo fuera de un largo período de incomunicación, es mucho más difícil recuperar, completa, la memoria del mundo que son los libros impresos. Volver a un sitio que fue de nuestros ancestros y ahora pertenece a la tradición oral es imposible. Y en Genealogía del fuego tenemos un rincón perdido desde antes de la primera línea.

Pese a esto, los personajes posteriores al expulsado intentan recuperar su hogar primero, convirtiendo dichos esfuerzos en un regreso con ecos de Pedro Páramo: Juan Preciado jamás encontrará la Comala de su madre; los cuentos de Genealogía del fuego nos entregan un retorno que incita al reproche de la compañera obligada al viaje, pues donde había murallas y ciudades, ahora hay desolación, hierbajos. En ambos casos, asistimos a una esperanza no materializada, a la desilusión.

Nostalgia del Paraíso, Volver y El linaje del lobo resaltan, además, porque poseen una unidad dentro de la unidad del libro: integran una saga concentrada en pocas páginas, una leyenda en torno al fuego. Si para los huicholes quien otorgó “la flor roja” al hombre fue la comadreja, si para los indígenas de Norteamérica fue el coyote y Prometeo lo hizo en la mitología griega, aquí es el lobo el héroe. O eso se asegura en El linaje del lobo.

Al recorrer estas últimas páginas, creo que mientras acompañamos a los personajes y nos adentramos en su historia, llena de clanes y de redención, de penitencias excesivas al comparárseles con la falta cometida, de esfuerzos por reapropiarse de un Paraíso a través de la leyenda, los lectores materializamos esa promesa no cumplida dentro del libro, llevando a cabo la recuperación de un mundo hasta entonces perdido. Al mismo tiempo, somos testigos de la prosa estructurada con visión y paciencia de Gregorio Cervantes, quien por medio de la literatura recobró ese universo a fin de ponerlo frente a nuestros ojos, a la manera del cronista de La verdadera historia de Babel.


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