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Por Luis J. L. Chigo (@NoSoyChigo)

Puebla, México, 28 de julio de 2021 [00:01 GMT-5] (Neotraba)

Cuando escuché los argumentos de Malmarido, la novela de Esteban Martínez Sifuentes, en las VII Jornadas de Novela Negra y en boca de su propio autor, me convencí de leerla al instante. Esto no sucede a menudo, tenemos una tendencia a ser exploradores de todo cuanto nos gusta. Quizá por eso las recomendaciones pocas veces las tomamos en cuenta.

De Martínez Sifuentes podemos encontrar todo tipo de escritos, pero esta novela publicada por el sello de Ediciones Periféricas se trata de la primera novela para el autor. Malmarido, además, se inserta en el género negro: el asesinato de Floribel Castellanos a manos de su esposo Edgardo se vuelve el hilo conductor de una trama llena de detalles psicológicos escalofriantes en el asesino.

Se trata de una novela con una estructura pulcra donde los contextos se vuelven los protagonistas. No hace falta ser los ayudantes del detective en la lectura de esta historia, sino simplemente un espectador latente, curioso, cuyo objetivo es la comprensión de algo más universal como lo es el móvil de nuestras acciones.

Esteban Martínez la escribe de una forma didáctica, como quien enfrenta un examen y necesita poner en él lo aprendido de forma ordenada y demostrando una utilización correcta de los elementos. No por ello Malmarido está despojada de una narración atractiva y envolvente, todo lo contrario: se entrega al lector el seguimiento de un criminal que, de alguna manera, es un espejo espiritual de lo que nosotros mismos somos.

Portada de Malmarido, de Esteban Martínez Sifuentes
Portada de Malmarido, de Esteban Martínez Sifuentes

Luis J. L. Chigo. Tu bibliografía está compuesta por esta novela, Malmarido, y libros de investigación académica. ¿Cómo te relacionas con ambos tipos de escritura?

Esteban Martínez Sifuentes. Mi primer libro fue de cuentos. Después, ante la poca oportunidad de publicar literatura, el azar me tomó e hice libros sobre el tema de lo indígena: investigación sobre abusos en contra de ellos, en cuanto el derecho positivo, el derecho escrito.

Siempre he estado en todo lo literario. No soy todólogo, pero sí escribo cuanto quiero.

LJLC. Percibo en Malmarido un manejo distinto del crimen: inicia y ya sabemos quién es el culpable y qué delito cometió. Entonces, la novela transcurre en hablar de la psicología del personaje y no tanto en cómo fue el delito. ¿Interviene tu visión sobre derechos humanos en el tratamiento del crimen en la novela?

EMS. Siempre manejo temas de derecho. No soy abogado, soy escritor y me interesan los derechos humanos. Sobre todo, defenderlos, incluso en la literatura creativa.

Es un tema muy apasionante, en México la violación de los derechos humanos es muy común y entre los indígenas es abrumadora. Ahí hay mucha materia para el novelista negro.

A veces me siento un poco triste cuando leo novela negra mexicana reciente, le dan vuelta a lo mismo: a los narcos, a situaciones urbanas, etcétera.

Es cierto, la esencia de la novela negra es urbana, pero también puede desarrollarse en otros lugares. Una de mis novelas se desarrolla en el Caribe. O Linda 67, de Fernando del Paso, se desarrolla en calles de San Francisco y también es un viaje interior.

No es tanto la novela de la onda combinada con novela negra y, en cambio, sí parece a veces ser solamente de narcos aquí en México.

LJLC. El protagonista, Edgardo, manipula emociones y pensamientos a partir del conocimiento recibido en una escuela de apoyo emocional y superación personal. Esto nos hace recordar eventos como el de Sendero Luminoso en Perú. Pero en México la religiosidad siempre va por otro rumbo…

EMS. Las pongo ahí porque van con el hombre vacuo de ahora, de una educación muy laxa, se busca esmerada pero en realidad es vacía; su propósito es la acumulación material sin la formación espiritual. La educación en México queda mucho a deber en todos los sentidos.

Este chico quiere triunfar a toda costa, incluso a costa de una vida ajena. Quiere poseer bienes materiales utilizando una doble máscara, en el empleo y otra interior, completamente diferentes. Allí entran las sectas a lavarte la cabeza, a ayudarte y decir cómo puedes conseguir todo cuanto quieras, siempre y cuando seas tenaz.

Todos somos tenaces, hasta un obrero con un salario mínimo lo es. Pero ¿tenacidad a toda costa? ¿A costa de vida y dolor ajeno? Este personaje para mí es detestable. No lo quiero. Lo quise cuando lo estaba haciendo, solamente como figura mía, pero no lo quiero en el sentido de que es un verdadero desgraciado. La cultura de la autosuperación quiebra y truena ahí, en el sujeto, ese es el asunto.

LJLC. A partir de eso, ¿cómo es esta relación del crimen con la educación emocional del país?

EMS. Se relaciona mucho con la mercantilización de todo, incluso de la educación. Entre otras cosas, en las escuelas oficiales ya no se enseña Ética. Se minimizó al máximo –valga la redundancia– el Civismo y el Humanismo. Todo es Pragmatismo.

Son cuestiones rápidas, concretas o utilitarias. Incluso, Filosofía y Literatura no tienen cabida al 100% en muchas universidades no tecnológicas. Una cosa son las tecnológicas y otras las universidades abiertas, con todo tipo de carreras, pero parecen tecnológicas en el sentido de cómo direccionan y cómo buscan el pragmatismo al máximo.

El resto, lo etéreo y no visible, pero fundamental y que brinda bases morales, éticas, sólidas, incluso hasta religiosas, se deja de lado. La religión se ve tangencialmente y se asiste a la iglesia –no importa cuál– solamente como un acto social. No se vive ya a profundidad una religión.

LJLC. El género negro en México es verosímil con sucesos reales. Podemos leer una novela negra ya sea de narcotráfico o un feminicidio y tendrá una correspondencia con la realidad. Si la educación espiritual se reforzara, ¿tendríamos un panorama distinto respecto a la violencia y la criminalidad?

EMS. La escuela no es la panacea, no es la totalidad de la salvación. También están los hogares, pero la escuela es parte de un círculo virtuoso. La educación, cuando es formal y sólida, tiene muchos logros. Aparte, recaerá en los padres cerrar este círculo –ahora vicioso, pues ellos increpan a los docentes por dejar tarea en exceso a sus hijos, que “en realidad es para ellos, los padres”, ya no quieren ser abrumados.

Hay un quiebre en la educación formal en México, es también un quiebre de la sociedad y los padres. Lo observamos en el lenguaje manejado actualmente, a nivel promedio es bastante limitado y son palabras muy maliciosas. No me espanto, pero expresan las mismas ideas, muletillas, lugares comunes. Maldecir es un síntoma de la negación a pensar, a decir algo diferente.

Esteban Martínez Sifuentes. Foto cortesía del autor.
Esteban Martínez Sifuentes. Foto cortesía del autor.

LJLC. Cuando faltan 10 hojas para finalizar la novela, parece imposible el descubrimiento del culpable. El protagonista no sólo tiene las condiciones a su favor, sino lo planeó todo de forma redonda, es sumamente inteligente. Es como si él dijera “No se puede descubrir, tengo todos los aspectos intelectuales para poder cometer un crimen sin recibir castigo.” ¿Cómo retas esta soberbia, por demás machista?

EMS. El reto fue plantear una soberbia extrema del personaje: meticulosidad, engreimiento, poder masculino. Al final, como hay un delito grueso de por medio, está la máxima aplicada de forma muy sencilla –lo vi desde el principio–: se comete algo nefasto o un crimen y lo debe pagar. Aunque en la vida real no es así, por lo menos en una obra literaria o una película se debe pugnar para hacerlo realidad.

La gran mayoría de películas y novelas dan ese mensaje: el crimen no paga. Son horas de divulgación masiva leídas por personas muy sensibles y quienes se lo toman en serio. Dar mensaje antiguo y trillado del “crimen nunca paga” –para mí es justo–, no impide hacer una cosa novedosa con tramas innovadoras. Ese era el reto principal de la novela.

A pesar de que el crimen no paga y yo lo sabía –y algunos otros lectores lo intuyen–, quise hacer algo fuera de lo canónico o sorprenda al lector.

LJLC. ¿El crimen es una forma de retar la intelectualidad propia y de las instancias de justicia?

EMS. La conciencia del ser humano siempre te traiciona, incluso si no es ante la ley, sí ante la familia. Siempre pagas algo; cuando no con cárcel, pagas con soledad, pagas con desprecio.

Es un reto intelectual para los escritores y guionistas. Para los demás es una tontería. Sí hay quienes se creen eso de “Cometeré un crimen y saldré impune, y te lo voy a demostrar”. Si ya se lo está demostrando a otra persona, esa otra persona por lo regular lo traicionará, sea por bondad, lana o escrúpulos. Sucederá y no necesariamente ante la ley.

Los políticos corruptos creen en su impunidad, pero ¿cómo los ven sus hijos, familia, la historia y ellos mismos con su conciencia? Muchos no la tienen, pero sí poseen esa intuición.

LJLC. En la sección medular del libro remarcas no sólo la pobreza espiritual, sino también la económica. Cuando mejora nuestra posición económica a lo largo de nuestra vida, este resentimiento de clase con el cual cargamos –a nivel social e histórico–, nos hace caer en un círculo vicioso. ¿Cómo tratas este resentimiento en la novela?

EMS. Es cierto, parece haber resentimiento. Pero están los tres hermanos Castellanos y el padre en la novela, quienes son de clase media alta. También son unos desgraciados. Con eso quise hacer un poco del equilibrio.

Es cierto, la pobreza es brutal, pues es un ciclo. Por ejemplo, la cadena desnutricional del ser humano impide absorber adecuadamente las lecciones en las escuelas.

Es una cadena, pero en las clases más altas es otro tipo de perversión, como el papá cuyo chantaje es el dinero y tiene dos o tres mujeres con hijos. Son muchas razones, las cuales repercuten en una deformación ética y moral de las personas de más abajo, en el sentido de autoridad económica y emocional ejercida sobre ellos.

En el libro también está la mujer policía, muy sui géneris. Tiene un matrimonio más o menos feliz con su esposo e hijos. El esposo hace el quehacer de casa, carga al niño, y se hablan con palabras gruesas –aparentemente– pero con mucho respeto –hasta cierto punto. Y la mujer es tenaz, se supera a través de sus estudios de abogacía.

LJLC. Desde el discurso oficial del gobierno y de los empresarios del país hasta nosotros mismos, la pobreza, como dices, es una brutalidad. Por alguna razón, sólo a ella se le emparenta con el crimen. ¿Por qué la pobreza en el país terminó como sinónimo de vileza espiritual?

EMS. Es un mito la idea de que las clases bajas son las más crueles, sangrientas o delincuentes. La tendencia a delinquir está en todas las capas sociales, pero en México la pobreza es mayoritaria, numéricamente abrumadora. Y la riqueza –la clase alta– es menos. Siempre, en todos los países, estos tienen medios para callar sus propios delitos.

Conocemos sólo la parte de la clase pobre trabajadora. Nunca he visto mucha prensa de nota roja sobre crímenes entre la clase alta, porque se callan y controlan, se desvían por otros rumbos y les dan sesgos como la locura.

Aceptémoslo, la clase baja en México es muy numerosa, necesitada, y obviamente necesita comer. No tiene empleo, se ve obligada a robar. Es una injusticia social. No hay gente más proclive o menos proclive a delinquir, en todos lados hay esas tentaciones e improntas humanas.

Es un asunto mítico-religioso, nos construyeron desde casi delitos: Eva roba una manzana o Caín mata a Abel.


En la contraportada, Atzin Nieto expresa: “En su ópera prima, Esteban Martínez Sifuentes apuñala la noción del hombre perfecto y, de paso, deja malheridas a las aspiraciones clasemedieras”. Estoy de acuerdo con lo primero pero no con lo segundo, por eso la entrevista se desarrolla en torno a desmantelar el desprecio con el que nos referimos a lo que somos, cómo nuestros entramados discursivos son una serpiente mordiéndose la cola.

Por ello, quiero creerlo, la novela de Malmarido utiliza como materia prima la moralidad y los valores sin, contradictoriamente, ser moralista. Su autor camina sobre una cuerda floja colocada en un límite muy frágil entre la enseñanza y la atracción narrativa. De la cual, por cierto, sale bien librado. Otra materia para hacer novela negra, conflictiva por naturaleza para nuestras creencias sobre lo literario.

Por último, si tuviese que apuntar algo extra y fuera de contexto, diría que la novela de Esteban me manda un mensaje del cual ya no puedo dudar: nunca, por nada en el mundo, se debe confiar en quienes hablan de sí mismos –o a sí mismos– en tercera persona. Y conozco a varios.


LJLC. A la condición social y espiritual de Edgardo se le suma la cuestión del género. Lo describes confrontado con el odio hacia su madre, sus padrastros lo maltratan y su hermano, la única figura paterna, lo rechaza. Su contexto lo vuelve misógino. ¿Cómo observas este contraste entre tu personaje, la construcción de perspectiva del género y el panorama social?

EMS. Hice al personaje principal como un desgraciado, hipócrita y arribista. A través de la parte final, donde recibe su castigo, me gustaría se repensara –idealmente– la forma de ser hombre. Es decir, la forma de enfrentar la relación hombre-mujer, el trabajo, los amigos.

Hay muchas evidencias en la vida, en la literatura periodística, de gente de clase baja que hace cosas fabulosas. Pero se requiere mucho esfuerzo de voluntad, y precisamente este tipo de educación formal e informal, como las sectas, no ayuda. Te sacan la lana, eres socio de la iglesia y a parte trabajas para ellos. Te dan algún consuelo, pero no van a fondo de nada, no tienen calidad moral ni filosófica para cuestionarte o dirigirte.

La iglesia católica lo tenía hace tiempo y ya lo perdió. Tenía una direccionalidad cuando alguien iba al confesionario y el padre le daba “consejos”. Había una ética. Su ausencia es preocupante.

LJLC. Además, se trata de un personaje solitario a la manera del machismo mexicano: a donde vayas la soledad es tu única amiga, si tienes guías espirituales, amistades, amores, ocúltalos…

EMS. Es una característica muy mexicana. Ya varios autores clásicos como Paz decían que el mexicano no se abre tan fácilmente, y si lo hace, se lo chingan. En todos los sentidos de la palabra. Entonces, se cierra.

En la casa, el padre te enseña a ser duro, a no llorar o no rajarse. Es una característica muy constante la de sufrir en silencio.

Los mexicanos somos amigueros, pero no nos abrimos fácilmente. Somos muy desconfiados a la vez.

Esteban Martínez Sifuentes. Foto cortesía del autor.
Esteban Martínez Sifuentes. Foto cortesía del autor.

LJLC. Un argumento sutil para rechazar las acusaciones a la construcción histórica del género masculino es decir de forma trivial que el machismo daña de forma colateral, soportar el feminicidio porque se trata de un inconsciente colectivo. Pero en tu novela el protagonista es víctima de toda esta estructura de pensamiento en el país.

EMS. Todos tenemos posibilidades de salvarnos, de trascender nuestra situación. Sin embargo, si tienes en una dirección nulas influencias, también será mucho más difícil.

Sí se requieren guías, pero uno mismo puede sólo con mucha fuerza de voluntad. Hay gente autodidacta, quienes cambian su camino aparentemente torcido desde la infancia, pero es demasiado esfuerzo. A veces, será necesario ser enunciado por un familiar, un buen amigo o un profesor.

Los buenos profesores influyen mucho en las personas. Un buen profesor tiene capacidad de cambiar destinos de forma envidiable. Ahora hay gente muy mezquina, los profesores van por mero compromiso y les cuesta, se quejan de todo. No es una generalización, pero sí una realidad. Quienes se dedican a eso, conocen su papel de guía moral. Pienso que en la Normal Superior les enseñan a ser figuras de autoridad. Por lo tanto, los niños aprenden por medio de la demostración. Ellos lo saben, pero no les importa. Son como el personaje de la novela: si no hay lana de por medio nada les interesa. Es triste.

Pero sí se puede salvar muchas cosas a nivel personal y familiar. En lo personal, mi familia es muy pobre. Acabamos de hacer un libro de memorias de la pobreza. Lo escribieron mis hermanos, yo casi no les ayude. Observamos la existencia de guías espirituales: padre, madre, una tía monja, etcétera. Eso nos salvó.

Ahí, en un cuentito, dejo ver mis viejas tendencias delincuenciales. Una buena consejera me llevó por el camino, ella me preguntó por primera vez qué quieres en la vida. Estuvo a tiempo para llevarme por el buen camino.

Algunos no tienen ese tipo de ayuda. Muchos otros –admirables para mí– no tienen a nadie, sin embargo, hacen cosas fregonas, creativas y válidas para una colectividad, una sociedad.

LJLC. La policía de la novela, Tafoya, como bien dices, es una especie de contraparte. Es la cabeza del hogar, tiene una relación cordial con su pareja masculina, quien se hace cargo de los niños y la casa mientras ella trabaja. Tafoya hace un esfuerzo para contrarrestar un sistema que la hunde y no tanto la mente del criminal. ¿Cómo nace tu detective?

EMS. Como contrapeso, precisamente para hacer notar que del otro lado hay fuerza moral e inteligencia. Ella lucha contra el sistema, es policía y es medio corrupta. Espera ganancia, así es el entorno, pero es tenaz. Eso ya es una gran virtud en los personajes; el otro es tenaz, pero para mal, y ésta para más o menos un bien.

Quiere darle a su familia lo mejor. En la historia, al no poder comprar pizza a los niños entra en un estado de tristeza, pero los quiere auténticamente. Pero ella y su esposo los tratan bien, a pesar de su inconformidad.

Incluso, uno de los hijos se queja porque le “están violando sus derechos humanos”. Es nada más la imaginería de un niño sano física y mentalmente.

LJLC. Cuando el Edgardo es arrestado, aplica sus aprendizajes de superación personal para bloquearse y decir “esto no está sucediendo”. No obstante, el crimen termina. Por ello, cuando empiezas a escribir más libros de la serie, se suele conservar al detective. ¿Tienes planeado escribir más género negro? ¿Volvería a aparecer este personaje en ellos?

EMS. Tengo otras dos novelas negras, pero no he pensado en poner a Tafoya en ellas. Es un reto. No quiero caer en el cliché de la mujer chambona de la novela negra y, quizá, si sigo, la voy a hacer así.

Por ejemplo, la mujer víctima de la novela, sí es ruda con su entorno y eso incluye al propio marido. Es ruda, pero con eso deseo transmitir que, a pesar de la maldad de un ser humano –sea mujer u hombre–, no hay por qué asesinarlo. Por eso, finalmente sí recibe el castigo el fulano éste.

Quizá me faltó recalcar que se debe evitar pensar a la mujer como víctima de un inocente, así como el hombre tampoco es malo completamente. Es muy delicado meterse en eso, espero los lectores entiendan la intención.

LJLC. ¿Qué harás con esas novelas negras inéditas?

EMS. Esperar a ver quién las quiere publicar. A mi edad, con mi producción puedo mandar a concursos y a editoriales.

El asunto editorial en México está cada vez más triste, pero no sólo por la falta de producción, sino también porque los editores y los propios escritores no tienen ya ni educación. Es decir, les envías tú un texto y nunca te contestan, no se comprometen a nada. Se los llevas, y es casi el mismo trato. Se debe batallar.

LJLC. ¿Cómo te sientes con la publicación en Ediciones Periféricas?

EMS. Bien, quizá mi próximo libro también sale ahí. Al igual que Malmarido, es una novela negra, pero la temática es un poco más alegre y no tan controversial.

Para el caso de Malmarido, los feminicidas son asunto delicado y yo no quiero yo provocar. Aunque sí quiero despertar un poco de ideas.

Igual resultará polémica, pero por otro lado.

LJLC. La ausencia del elemento amoroso detona la psicología de tu personaje y las condiciones sociales en que vivimos. ¿Qué es el amor?

EMS. El amor es la base de la comprensión, desde niño. No se puede entender un desarrollo sano de un niño si no tiene el amor del entorno.

Hay muchos tipos de amor. Pero, finalmente, se resume en uno: en entendimiento y tranquilidad con el semejante. El querer a una persona es entenderla, acercarse, jugar. Eso haces con los amigos, la novia o la esposa. En los mejores momentos.

El niño recién nacido, como reacción a una gratificación de la mamá, se ríe. Cuando está insatisfecho por cosas muy básicas como frío, hambre, llora. Pero poco a poco llorará por otras cosas, incluso lo hará para chantajear. Entonces, dejar de lado el llanto y más risa en el adulto, es mucho mejor. Y eso implica amor.

Esteban Martínez Sifuentes. Foto cortesía del autor.
Esteban Martínez Sifuentes. Foto cortesía del autor.

Esta entrevista contó con la colaboración de Karime Montesinos.


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