Nuestro Pacto, o cómo las historias para niños siempre nos enseñan algo
Caravana | La novela gráfica "Nuestro pacto" de Ryan Andrews es de esas historias que hacen falta a nuestro malacostumbrado realismo. Opina Blanca Sosa.
Caravana | La novela gráfica "Nuestro pacto" de Ryan Andrews es de esas historias que hacen falta a nuestro malacostumbrado realismo. Opina Blanca Sosa.
Por Blanca Sosa
Ciudad de México, 08 de enero de 2021 [00:02 GMT-5] (Neotraba)
Escribir una crítica para cerrar el año en una nota alta es un desafío especial, más cuando se trata de hablar de novelas gráficas: existen tantas propuestas que es difícil seguir el ritmo a cada una de ellas. Sin embargo, siempre hay títulos especiales que se quedan ahí, como un recordatorio, un lugar seguro al que volvemos en la incertidumbre.
Nuestro Pacto fue una de las novelas gráficas que más impacto tuvieron en mí por la genialidad de la historia y lo entrañable de sus ilustraciones y personajes. Se trata de un trabajo que nos recuerda a los cuentos clásicos, pero con un final mucho más alentador que los de Hans Christian Andersen o los hermanos Grimm. Para quienes gustan de la animación moderna, se trata de una historia similar a Hilda de Luke Pearson, pero con protagonistas masculinos.
Cada año, como parte del Festival de Otoño, los habitantes del pueblo donde se desarrolla la historia lanzan lámparas de papel al río. Estas se alejan en la distancia y, en algún punto, según las leyendas, suben al cielo y se incorporan a las estrellas.
Un grupo de niños toma la iniciativa de seguir estas luces. La promesa entre ellos se compone de dos cláusulas: no volver a casa y no mirar hacia atrás. Al inicio todo marcha bajo la lógica de una realidad más o menos como la nuestra pero poco a poco, cuando el grupo se divide y sólo quedan dos niños –Ben y Nathaniel–, es cuando la fantasía hace acto de presencia y ocupa el lugar central de la narrativa.
En este pequeño y arriesgado viaje Ben aprenderá de Nathaniel que la fantasía y los sueños son más poderosos que esa actitud de desinterés y apatía general que solemos adoptar cuando nos sentimos inseguros o asustados y que muchas veces hacemos pasar por madurez. Cada pasaje lo ayudará a crecer y abandonar su zona de confort; lanzarse al vacío para encontrar que abajo siempre habrá una mano dispuesta a ayudarlo a ponerse de pie.
El bosque es la geografía en la cual se desdobla la historia; poblar con lugares y seres fantásticos la obra: desde un oso amigable y muy educado hasta una bruja vivaracha y sabihonda.
Ryan Andrews, ilustrador y guionista, es capaz de crear en 300 páginas un mundo que respira y vive por sí mismo: en él las tradiciones y el folklore hallan una explicación que le da sentido tanto a su universo mágico como al nuestro, tan necesitado de esa magia, de nuestras aventuras de infancia y que remplazamos por un realismo absurdo que nos oprime más y más.
La historia de Ben y Nathaniel reafirma la gran necesidad de concebir y concretar grandes historias; anclarnos a la realidad a través de poderosos mitos que sobreviven generación tras generación y que dan significado a nuestras existencias, tanto individuales como colectivas.
El trabajo visual de Andrews no se queda atrás. Es sólido y suele estar inundado de azules nocturnos que nos hacen partícipes del frío, la noche, y la magia.
Obras como estas deberían ser más comunes en realidades como la nuestra. No sólo porque son una salida reconfortante de nuestras –muchas veces– estrechas existencias, sino porque en sí mismas son un manifiesto y derroche de libertad creativa que fluye en cada página.