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Tepic, Nayarit, 3 de septiembre de 2024 (Neotraba)

Visto de cerca, nadie es normal.

CAETANO VELOSO

Lo que seduce nunca suele estar donde se piensa.

GUSTAVO CERATI

El día que el Henry desapareció, no fue una sorpresa para nadie en la oficina. Más bien, nos intrigaba saber quién era el siguiente en la lista, algunos teníamos cierto miedo. Miedo de qué cabrón, yo si me meto un revolcón con esa vieja, me dijo González aquella vez. No sé güey ¿hay algo raro no crees? Lo único anormal son sus pinches nalgotas, ninguna ruca en esta pinche oficina las tiene. Mira, viene para acá. Y González, que no tenía descaro alguno, fijó la mirada en el escote de Catalina, ella parecía no importarle, quizás ya se había acostumbrado a las miradas lascivas de todos los de aquí. Por más que intenté contenerme le vi por un instante las piernas, llevaba una falda cortísima. Bajé la mirada, pensé en Henry, en lo que me dijo la última vez que lo vi. González miró la hora en su reloj Casio, y luego fingió que se le caían unos oficios al suelo y aprovechó para mirarle las nalgas. Ahorita vengo, dijo apurado, juntó un montón de hojas y las engrapó, aunque no tuviera sentido la revoltura de papeles. Se alisó el pelo y se ató la corbata. Te va a mandar a la verga, le dije antes de que saliera disparado a recursos humanos, que era donde estaba el escritorio de Catalina. Nadie le decía nada a Catalina cuando salía con alguien de la oficina, quien ascendía o lo movían al área de recurso humanos se volvía intocable. Se hablarán muchos chismes y serán unos culeros los de recursos humanos, pero cómo te quejas de ellos, si son ellos con quien tienes que soltar la queja. Por eso renunció la Diana, ni liquidación le dieron, ni porque era mamá soltera. A veces cuando olvidaba la ausencia de Henry, me entraban unas ganas de tener oportunidad con Catalina, pero para eso tendría que sobresalir en algo, no era guapo, mucho menos tenía tanta labia como la de González, tampoco ganaba mucho, y mi cargo de auxiliar administrativo parecía espantar a cualquier mujer. Si alguna gracia debía de tener, sería siendo menos vulgar que mis compañeros de oficina. Eso me dijo mi hermana el otro día, si quieres hacerte notar entre esa bola de mandriles, compórtate como un ser humano, a lo mejor le gusta que leas libros. A mí se me hacía más una desventaja que supieran aquel gusto, los libros solo me enseñaron a que si quería coger los viernes que íbamos al Tanilo’s, no tendría que mencionar a los libros, que me perdonen Kafka y Rosa Beltrán. Ni la Joselyn que ya cogió con todos los hombres del piso de arriba me hizo jalón, ni cuando le dije que se leyera a la Pizarnik. Chale. Lo de comportarme como disque caballero era fácil, es cosa de hacerte bien pendejo, aunque te murieras por verle las piernas a Catalina, basta con mirar directamente a los ojos a Rosario, la de finanzas, que siempre usaba unos pinches escotazos. No sé si funcionaba, al menos les di cierta confianza.

Ya teníamos como un mes que nadie sabía nada del Henry. Se llamaba Gerardo, pero le gustaba que le dijéramos así. Es por eso que aquella vez el González se fue bien bravo detrás de la Catalina. Si existe una especie de jerarquía de hombres aquí, el Henry estaba en eslabón más bajo: flaco, chaparro, prieto, cabello rizado, casi no hablaba y cuando lo hacía decía puras pendejadas. Nos platicaba de sus animes o de que fue a una competencia de World of Warcraft. Como decía, puras pendejadas. Lo malo es que arriba de ese escalón iba yo, luego González. Por eso nuestra sorpresa fue mayor cuando nos enteramos que habían visto al Henry y Catalina besándose en el área copias. Pinche Henry, calladito, calladito pero bravo pa’ las viejas, le dijo González, cuando acabes voy yo ¿qué me ven culeros? No soy chapulín, si yo ya la había visto primero. Y todos se carcajeaban. Todos menos las únicas dos mujeres que había en nuestro piso y Henry que nunca lo vi contento con la noticia. Son unas pinches envidiosas las doñas esas, me dijo alguna vez González en el bar, no me van a decir nada, aparte el Henry ya ni viene, no hay pedo, si no la quiero para casarme con ella, yo no más quiero cogérmela. Mendigo González no dejas ni una para comadre.

Henry nunca nos contó cómo le hizo para salir con Catalina. Después que se desatara el chisme por todas las oficinas, fue que empezaron a verse con más frecuencia. Catalina le llevaba todos los días de comer al Henry, lo saludaba con un beso en la boca que me parecía que duraba horas, más de una vez se me puso dura nomás de verlos. Henry la llevaba a la parada de autobuses y ahí se daban otro fajesote. A la semana de salir con Catalina, el Henry había subido un montón de peso. De ser un monigote escuálido, el güey ya estaba todo seboso. Pinche González no seas tan mamón. Pues velo, pinche viejota que tiene y él está reculero, ni ha de poder coger bien con tanta grasa. Tampoco fue sorpresa de nadie que González estuviera de terco con Catalina antes, durante y después de andar con el Henry, hasta hace dos semanas que por fin se le había cumplido. Se encargó él solo de difundir la noticia por todo el edificio: Catalina y él estaban saliendo. Más de uno, incluido yo, entristeció, pero no le dije nada al González, total él no se apendejó. Catalina ya no estaría disponible, por lo menos en un rato, hasta que González le pusiera los cuernos, Catalina se diera cuenta que su nuevo novio no le sirve la cabeza o que a González le pase lo de…

Me lo dijo en el baño, se le notaba que había llorado mucho. El Henry estaba bien cachetón. Parecía un lechoncito, sin embargo, en sus piernas había algo extraño. ¿Qué pedo mi Henry, estás bien? Le dije un poco incómodo, ver a otra persona llorar siempre es complicado. No pasa nada. Henry se había comenzado a secar las lágrimas con la corbata, con aquella que antes le quedaba grande y que ahora parecía una caricatura regordeta con una corbata miniatura. Al verlo más de cerca, noté que una pierna le sangraba. Henry estás herido, hay que llamarle a una ambulancia ¿qué te pasó? ¿te asaltaron o qué? No pasa nada, me dijo mientras miraba desesperado la puerta de salida. Tomó un montón de servilletas para secarse las manos e intentó hacerme a un lado. Es Catalina, me dijo antes de salir, fue todo. Al mirarlo por detrás me pareció ver una pierna más delgada que la otra. La que le sangraba era del tamaño de cuando Henry era delgado, mientras que la otra era la del Henry gordo. Solo prestándole suficiente atención y de espaldas se podía notar, la ropa holgada quizás disimulaba bien aquella deformidad.

Ahora sí que se te hizo, González. Tengo mis trucos, aparte feo, feo no estoy, bato.

Los cambios que tuvo González fueron más tardíos que los del Henry, quizás porque el temperamento de ambos era distinto. Mientras que el Henry comía todo lo que le ofreciera Catalina, González lo negaba. Es que la morra pues si cocina chido y todo, pero a veces mi jefita me manda de desayunar y otras veces pues ya ves que vamos a las tortas ahogadas El Pollo, Rodríguez, tú y yo. Aparte casi ni me habla en la oficina, le tengo que estar rogando por un pinche beso. Para mí que lo del atascón que se dio con el Henry en las copias era mentira. Sabe quién dijo que te cacharon mientras te daba una mamada en el estacionamiento. Nel, eso lo inventé yo, para que no anduvieran hablando los de informática. Pinche González ¿no se enoja Catalina si se entera del chisme? Pero González ya no nos decía nada, se quedaba callado como recordando algo.

Apenas hace un par de semanas González engordó de volada. Pinche González te tienen bien consentido. A veces hay que ceder poquito, una leve, me respondió. Solo hasta que González parecía tinaco fue que la Catalina empezó de cariñosa. Ahora sí los veíamos besarse con euforia en el área de copias, a veces se escuchaban gemidos en los baños que estaban por el área de informática, y Rodríguez nos dijo que los vio coger en el estacionamiento. Duró un rato aferrado a la talla mediana, pero poco a poco Catalina empezó a vestirlo a su gusto, le regalaba ropa muy holgada, siempre de corbata y zapatos. Más de alguna vez se nos salió decirle Henry en lugar de González. No sean llevados, culeros. Se veía decaído, ya casi no se la pasaba con nosotros a la hora de la comida, no se separaba de Catalina, salvo para trabajar algunas veces. Todo el tiempo estaba comiendo, postres, hamburguesas, pizzas, estofados, chiles rellenos, mariscos. Catalina le cumplía cualquier gusto, a cambio de la compañía inseparable de González. Es que es un méndigo mandilón, dijo El Pollo. Pues con esa morra hasta yo. Es una bruja, dijo Ramírez, mientras los tres veíamos comer a González como un animal. De vez en cuando Catalina lo atiborraba de besos. No seas celoso pinche Ramírez, le dije, la Catalina está bien buena. No lo digo por eso, me dijo con la mirada perdida, neta, pienso que es una bruja, bato.

¿Bruja? Sí, bruja de esas que hacen amarres o esas chingaderas. El otro día la vi en el mercado Morelos, donde trabaja mi amá, andaba comprando unas pinches velas y figuras de la Santa, no quiero juzgar mal, pero desde ese día que la vi allá, me da chingo de miedo la morra. Y cuando quise decir algo, notamos que Catalina nos veía fijamente, como si hubiese escuchado todo desde el otro lado la oficina.

La última vez que vi a González, me acordé de lo que me dijo el Henry: Catalina. No hacía falta decirme más. González se sentaba a un cubículo de distancia del mío. Del González de hace unos meses no quedaba nada. Estaba obeso, los cachetes inflados le entorpecían respirar con soltura y cada inhalada o exhalada hacía retumbar toda la oficina. El traje estaba empapado de sudor. Casi no hablaba porque se le iba el aire, toda su existencia requería un esfuerzo, como si incluso el alma también la tuviera engordada. Lo veía toquetearse las costillas desesperado. Se levantó con mucha lentitud y con pasos torpes fue al baño. A los pocos minutos, Catalina también entró al mismo baño de González. Aunque los baños de la oficina no eran mixtos, nadie parecía notar que Catalina había entrado al sanitario de hombres. Si uno se quedaba callado podía escuchar unos gemidos, eran muy leves, pero parecían ser de dolor. No pude esperar más, necesitaba saber qué le estaban haciendo a González. Cuando intente abrir la puerta, Catalina salió del baño, se limpiaba las comisuras de los labios como su hubiese acabado de comer algo. Me miró de arriba para abajo y me sonrió. Pinche González, dije al entrar, te la andaban mamando. De pronto me quedé callado. González intentaba abotonarse torpemente la camisa ensangrentada, sin embargo, logré verlo, más de la mitad de su barriga estaba mordida, como si un animal furioso se hubiera dado un festín con las lonjas de González. Unas suturas mal hechas parecían detener el sangrado. Henry, digo González, corregí titubeando. Él se fajó rápido, se puso el saco y salió disparado de ahí. Aquella noche no pude dormir, no dejaba de pensar en el pobre de González, en Henry, en la próxima víctima.

Al día siguiente, me sentía somnoliento, un poco temeroso. No me podía creer lo que había visto ayer. González no asistió a trabajar ese día, se reportó enfermo, tampoco fue los demás días. De vez en cuando miraba hacia la puerta del baño de hombres. Tampoco Catalina había ido a trabajar o eso pensaba. Tuve que ir al baño del piso de abajo, me aterraba entrar al de mi oficina, creía que me encontraría con González otra vez, y su cuerpo ya destruido, la piel desgarrada, los órganos ausentes. Al volver a mi escritorio encontré una servilleta de papel, tenía escrito la fecha de ese día, seguido de la hora de la salida, estaba firmada con un beso, y a un costado el reloj Casio de González. Una soledad inmensa, como la gordura de González y Henry, me invadió. Tiré la servilleta a la basura y guardé el reloj en mi bolsillo. Tecleé cualquier cosa en la computadora, no podía escribir. Estaba seguro que no caería en la trampa de Catalina, sabía su secreto. Pero en el fondo, este tipo de invitaciones no se cancelan simplemente tirándolas a la basura. ¿Cómo le dices a un demonio que ya no lo quieres ver? Hay que volver a usar la ouija, hacer contacto, decirle que ya no vas a jugar con él, caer de nuevo en los labios tan lindos de Catalina, en esas pinches piernas tan gruesas, tan torneadas; habría de tropezar en su mundo, en su juego de seducción.


Egresado de la carrera de Comunicación y Medios. Tiene un gran compromiso por las letras y, principalmente, por el oficio de cuentista. Ha publicado una antología de cuentos titulada No me hables de Amor (2022), bajo el sello editorial Alí Chumacero. Y el poemario El fracaso de haber crecido (2023) publicado en la editorial Galaxia Literaria. Segundo lugar en el concurso de cuento breve “Érase una vez un cuento” de la Universidad Autónoma de Nayarit, con el cuento Los Malos Fotógrafos.


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