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María Zambrano. Foto tomada de https://www.fundacionmariazambrano.org/

Por Berenice Aguilar

Puebla, México, 26 de abril de 2020 (Neotraba)

Escribir es defender la soledad en que se está; es una acción que sólo brota desde un aislamiento efectivo, pero desde un aislamiento comunicable, en que, precisamente, por la lejanía de toda cosa concreta se hace posible un descubrimiento de relaciones entre ellas.[1]

No sé si fue el lenguaje poético, las metáforas o la luz pero la palabra de Zambrano me fue envolviendo, fuerza implacable e imparable su voz. Pensamiento de salvación y quizá, de evocación. Si quería defender esa soledad y descubrir la heterogeneidad de las cosas, debía de hundirme antes, en los ínferos de la escritura zambraniana.

Hacia un saber sobre el alma, El hombre y lo divino, Filosofía y poesía, Claros del bosque, Los bienaventurados, La tumba de Antígona, lentamente una intuición de entendimiento se formaba, intuición que aún no logra completarse en conocimiento inamovible, pues al igual que el río, re leer a Zambrano es encontrarse en aguas diferentes.

Salvar a las palabras de su momentaneidad, de su ser transitorio, y conducirlas en nuestra reconciliación hacia lo perdurable, es el oficio del escritor. [2]

A unos días del 106 aniversario del nacimiento de Zambrano (22 de abril), es su obra aquello que puede salvarnos, asistirnos y reconciliarnos. Es su confianza en la palabra vertida en la escritura un camino que nos muestra el claro del bosque, el claro en la híper racionalidad. Haciéndonos evidente un sendero de comprensión abierto, inacabado, pero sobre todo realizable, ya que, para la filósofa, toda victoria debe de ser reconciliación, reencuentro y reafirmación. Victoria, porque aun defendiendo la soledad en la que se está, encontramos que hay una verdad comunicable.

Cierto es que la filosofía contiene ciertas cualidades que la vuelven apremiante de acuerdo a los tiempos vividos y, por ende, regresa de formas un tanto insospechadas. Tal vez se encuentra siempre al acecho, buscando y aguardando el momento preciso para reclamar nuestra atención.

Atención que conlleve al encuentro de un pensamiento, en donde una forma de intuición se formule y capte nuestra consideración. Quizá, la filosofía de Zambrano sea apremiante y necesaria de acuerdo al tiempo que transcurre. Pensamiento abierto, asistemático, en dónde un saber de reconciliación del sujeto, del origen, de lo interior, sea expresable y comunicable; en el cual, la experiencia radical, que es la vida, pueda ser expresada en su totalidad, integridad y, más que nada, en su inabarcabilidad.

Pensamiento de la aurora, del albor, de la misericordia, del correcto trato con lo “otro”, de lo sagrado y lo divino y sobre todo de la razón poética, como alternativa al racionalismo teórico.

Es la filosofía de Zambrano una filosofía de salvación, de resignación. Por encima de todo, de esperanza.

21 años después de su muerte, la filosofía de Zambrano aconteció ante mi como revelación, como regalo otorgado y, podría afirmar, que aceptado. Son sus palabras una brisa matinal en el pensamiento y, así como Nietzsche caminó siempre hacia el ocaso, Zambrano, camina siempre hacia la aurora.


[1]Zambrano, M. (1987). Hacia un saber sobre el alma (Vol. 1 era). Madrid, España: Alianza Editorial.

[2]Íbid.


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