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Ciudad de México, 30 de marzo de 2025 (Neotraba)

¿Qué le pasa a Lupita? ¡No sé! Cuando el músico Dámaso Pérez Prado compuso su famoso mambo no sabía qué le pasaba a Lupita, es más, no sabía quién era Lupita. Yo se lo puedo explicar maestro Pérez Prado, si tiene un poco de tiempo le invito un ron con melao y platicamos, aquí tiene. Lupita es una lombriz, maestro, una lombriz que lo único que deseaba era aprender a bailar. Llegó a este mundo al igual que todas las lombrices, con un ansia por vivir llena de una ruptura voraz. Nada ni nadie la alentó, el rechazo fue absoluto. Solitaria, tímida, avergonzada por la brutal maldad ajena, incluso con el banal reconocimiento de no ser bella y muchas veces sí la más insignificante, encontró en el movimiento el revestimiento necesario de sus carencias, el baile era el delirio que necesitaba para aspirar a un desenlace épico en su vida, deseaba ser la heroína en la memoria de su historia, narrar con proeza y presunción lo que anhelaba ser. Éstas son sus partituras de Lupita, maestro. Tome, guárdelas, ¿quiere otro roncito? Le decía que el baile era la manera que Lupita elegía para soñar su particular hazaña, pero le faltaban los pies, las manos, una cintura. Entonces comenzó la fantasía. Lupita la bailarina imaginó con orgullo inflamado que podría alcanzar la gloria y ofrecerse a su pequeña comunidad como un personaje famoso y fantástico, alguien especial. Fracasó. Usted intuye muy bien el inicio del conflicto de esta niña, maestro, lo dice su canción, ¿Por qué ella no baila? Su papá ¿Qué dice su papá? ¡Que no! La violencia del padre sirvió para juzgar moralmente a Lupita, castigarla con gritos y desamor por bailar y no ser como todas las demás. ¿Qué dice su mamá? ¡Que sí! Como buena lombriz de una época anterior, la mamá de Lupita fingía no saber nada, vivía con una santa indiferencia, una sordera y una soledad absoluta frente a la alegría extrema y al dolor inaguantable, eso suponía para ella la perfección. ¿Y qué es lo que quiere? ¡Bailar! Una pulsión algo incontrolable le decía a Lupita que tenía que escapar para no pensar en cosas peores, para no complacer a su papá temiéndole tanto, y dejar de alertar a su mamá siendo su refugio tan frágil. Arrastrándose por la ciudad, conoció a una tortuga llamada Bruna, ¿me enseña a bailar señora Tortuga? Bruna era la contradicción hecha reptil: adoraba el peligro, pero de lejos; parecía rápida, pero era lenta; la camaradería le gustaba, pero en otra época, hoy era radicalmente una huraña, los largos años en el planeta le habían demostrado que así no tendría mucho que perder, tampoco mucho que ganar, pero ¿quién gana en esta tierra? “Para bailar debes moverte muy despacio, que nadie sepa tu estrategia. Así como yo voy a mover mi cuello y mi cabeza”, si bien lo hizo, después de varios minutos su cuello estaba casi en la posición inicial, Lupita se desesperó y se fue, repitiendo en su mente debo bailar despacio para sorprender, despacio para sorprender. Bruna no se alteró, comprendía que uno siempre tiene la culpa haga lo que haga, “yo esperaba que mi cadencia desarmara su loquera”. Me parece, maestro, que piensa que estoy detrás del palo, así dicen ustedes los cubanos o que no estoy enterada de nada.

Vamos a caminar un poco mientras le cuento más de Lupita Lombriz. Uno se convierte en lo que necesita ser para sobrevivir y Lupita estaba aprendiendo a vivir sola mientras intentaba bailar, se había ocupado de armar un ejército en su mente capaz de enfrentar a los más desafiantes ritmos, de pronto sintió un temblor en la tierra, algo la levantó atropellándola contra la naturaleza, los ruidos no fueron menos peligrosos, en corto tiempo se crearon legiones de Lupitas asustadas, humilladas, con un rencor maniqueo que reflejaba el temor de perder la pobre ilusión de bailar. No sé si ahora vea lo que le pasa a Lupita maestro Dámaso. Alguien había tomado tierra para separar las lombrices y prepararlas como carnadas de pescar, por más despacio que se moviera Lupita ahora sería vista por los peces ¡por todos los peces! Sintió el pinchazo y a nadar, glu glu glu, Lupita en el mar. Tan asustada estaba que no escuchó cuando la llamaron: “Ey niña, aquí”. La voz pertenecía a Yuko, un pez hamanishiki, colorido, amigable, con un sombrero de dos alas, “si tú no te dejas comer a mí no me van a pescar ¿entiendes?” No entiendo Yuko, pensé que éste sería mi fin. “Deja que la caña se mueva sin descansar, así los tontos de arriba se han de cansar”, dijo Yuko mientras reía, “cuando te suelten yo te voy a sacar”. Lupita se dejó zangolotear para un lado y para el otro, no era desagradable la sensación de ir para adelante y para atrás. Esto debe ser lo más parecido a bailar, pensó. Sintió otra vez un pinchazo, algo la desprendió del gancho y cayó justo a la boca de Yuko. ¿Antes de que me saques, me puedes enseñar a bailar? “Mira mi niña, yo sólo sé rezumar, para adelante y para atrás, el que se estanca no aprende a nadar… ni a bailar, supongo”. Lupita miró en el diccionario el significado de la palabra rezumar, era lo mismo que fluir, bailó entonces en la boca de Yuko mientras llegaban a la orilla repitiendo en su mente el que no fluye no baila, el que no fluye no baila. Lo que siguió a continuación tiene que ver con los temores y anhelos de Lupita. En la playa un niño se la comió y después de la comida su asterisco la expulsó. El pequeño cuerpo de Lupita fue a dar a las aguas negras, empezó a jugar en su mente a que era amada y repudiada, recordaba un poquito y olvidaba otro más, en medio de tantos olores debió enfocar y desenfocar el cerebro. Hubo instantes, en el río marrón, en donde lo único que la mantuvo en un estado de peligrosa tensión fue el odio, otras veces la venganza. Sé lo que me preguntará ante esto señor Pérez Prado, cómo salió de ese oscuro lugar su Lupita. Querido compositor, fue por unos cocineros desaliñados que al lavar los trastes con agua de las alcantarillas el líquido se pegó a la comida y allá fue a dar nuestra valiente lombriz. Oliver se la llevó cuando se robó la gordita el lunes en la tarde. Oliver era un perrito sin dueño, gordo de tanto hurtar comida ajena, ese día algo se le atoró, luego de toser y toser, Lupita volvió a ver la luz del sol, tal vez por agradecimiento o por miedo convirtió a Oliver en su salvador. Gracias por darme la vida, “no me gustan las lombrices”; eres bueno pudiendo comer me escupiste, “no me molesta lo bueno, pero preferiría ser guapo”; para mí eres el más bello seguro sabes bailar. A este gordito de pronto se le hinchó la panza de vanidad, “para bailar debes acelerar lo más rápido posible, la prisa es un baile para los que no pueden andar”. Al principio, Lupita se aferró con poder a su amigo para no caerse, para defenderse de otros, del abuso, la escasez, el poder arrebatado fue más tolerable que hacer consciente la frustración de sus ambiciones, soportar la tristeza de ser dependiente de los otros a pesar de divorciarse muy temprano de su pasado, y no poder obtener esa vida que tanto anhelaba, tan sólo era un habitante más de la tierra, atormentado. Un día, mientras dormían escucharon la canción que marcó el fin de su amistad. No se preocupe maestro Pérez Prado, no era su canción sino la del Panita Perales “que canten los perros que alcen la voz, que hagan al mundo escuchar, que ladren juntitos y lleguen al sol, y así su casa tendrán”. Oliver despertó abruptamente y lanzó a Lupita a la deriva, “ahora estás por tu cuenta, si te llevo conmigo te devoro o me retrasas, prefiero no tener culpas ni demoras”. Pero qué pasa gordo, ¿por qué me dejas? “Porque ahí vienen los recatados del refugio, si me atrapan me van a convertir en un perro amansado con poquita comida y yo prefiero tener la determinación de comer mucho, aunque me muera de hambre, corre o arrástrate, haz lo que tengas que hacer”. Un poco desconcertada, Lupita vislumbró dos caminos, volver a su tierra cuando ya nadie se acordaba de ella o atravesar el infierno para voltear a ver su propia vida sin sentir ya nada, porque a veces, sin darse cuenta uno trabaja por su perdición en una vida que no eligió. Su memoria se le fue haciendo borrosa, la memoria no hace falta cuando a uno se le acaban todas las posibilidades, es mejor no recordar que la vida es una y es así, trágica. Sí maestro Pérez Prado, tiene razón ¡Que baile Lupita! ¡Sí! ¡Sí! Lupita quiere bailar, Lupita quiere gozar. A través del baile, Lupita creía que era fabulosa. Así que bailó. Anduvo rápido por las calles, después más lento en los túneles, se adaptó sin mayores miedos, pensó que si bailaba en sus últimos instantes de vida la aventura habría valido la pena. De este modo se permitió seguir avanzando, bailaba para demostrarse a sí misma que no era la desleal oposición a su auténtico ser porque no le daría a su triste origen la infinita satisfacción de haber triunfado sobre ella. Lupita fue a dar a un huerto casero donde trabajaba la tierra, allí conoció y se encariñó con otras lombrices que también la quisieron y que sabían bailar, aunque sólo ella lo hacía despacio, rápido, para adelante y para atrás, vibrando su circunferencia, resistiendo bien el cansancio de la marcha sin manos ni pies, pero tampoco con un esqueleto para deshuesar. Lupita ya no era una bastarda del azar. Yo conozco a Lupita maestro Pérez Prado, a esa pequeña la he visto casi en cualquier persona, algunas veces en mí otras en usted, tal vez lo supo desde antes o no habría escrito esta canción. Tome un cafecito por favor, yo me serviré otra copita de ron. Creo recordar la necesidad que tuvo de salir de Cuba y aterrizar en México, el miedo que sintió al actuar en sus primeras películas, el anhelo de crear su propia marca, recuerdo lo bien que se sintió cuando imaginó a la niña Lupita hace 70 años y puso las huellas de su historia en una canción. ¡Que baile Lupita! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! Discúlpeme por quitarle tiempo maestro Pérez Prado quería compartir con usted la libertad que produce entendernos y aceptar que en nuestro mundo real habrá belleza y frustración, será un escenario de dicha y aflicción porque somos de muchos mundos, del que conocemos y desconocemos. ¿Que quiere ir a bailar maestro Pérez Prado? Yo también. ¿Qué quiere bailar?¡Mambo! Eso que tiene Lupita es la fuerza de nuestra vida dibujando un destino personal, seremos nuestros únicos testigos capaces de recordar, más libres al elegir qué notas poner sobre nuestra página en blanco y gozarnos que no habrá otra página en blanco igual.


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